jueves, 5 de noviembre de 2020

Amor a primera vista (Sauce en el agua)

 

El calor era insoportable en la región. Los perros callejeros se bañaban en las aguas verdosas de las fuentes y las personas bebían cerveza barata en los pórticos de sus viviendas. En los noticieros decían que las altas temperaturas estaban rompiendo récords y la tasa de desempleo también. Todo lo anterior me parecía un escenario tristísimo.

Aquella tarde, en la cafetería de don Juanito, yo bebía soda con hielos y leía una tira cómica para matar el tiempo mientras esperaba a papá, pero como siempre, a él se le había olvidado. Papá quedó de llevarme al lugar donde él es el jefe, según él para darme el regalo por mi cumpleaños número quince.

—Voy a cerrar la cafetería —me avisó Juanito—. No puedo tener encendido el aire acondicionado por un solo cliente.

—Aún es temprano, estoy esperando a alguien.

—Llevas esperando a ese alguien por más de dos horas. Yo pienso que ya no vendrá.

—¿Y ahora? No sé qué haré el resto de la tarde.

—Los muchachos de tu edad deben estar en el cine o divirtiéndose por ahí con sus novias. Son vacaciones de verano, hijo.

Me sentí deprimido y más solo que nunca. Mamá seguramente estaría encerrada en su habitación con su nuevo novio, haciendo cosas que no me quiero ni imaginar. Guardé mis revistas en la mochila. Juanito se desabotonó la camisa y me señaló la salida. Él tenía razón, papá ya no vendría por mí.

—Ya, ya entendí, adiós.

Las calles estaban desiertas y la luz del sol me lastimaba los ojos. Sentí las axilas mojadas. Me di prisa y tomé un atajo para llegar pronto a casa.

—¿Qué tal? —me saludó alguien, pero no vi a nadie a mi alrededor porque estaba encandilado.

Me adentré por una calle sin pavimentar que estaba rodeada de árboles.

—Hola, niño —dijo una voz angelical.

Me senté en un tronco caído, dirigí la vista hacia el final de la calle y observé a una mujer recargada en un roble, como si se estuviera escondiendo de alguien.

—Ven —me dijo, expulsando el humo de un cigarro electrónico.

Los tacones de sus zapatos de aguja se clavaban en la tierra.

—¿Yo? —Me fui aproximando lentamente.

—Acércate, no seas tímido. No muerdo, bueno, no siempre lo hago.

Ella usaba una minifalda negra que apenas le cubría una pequeña parte de sus torneados muslos.

—¿Tienes calor? —pregunté, admirando sus largas piernas.

La situación era extraña y no sabía qué decir.

—Soy nueva en la ciudad y no conozco a nadie. Vine a trabajar al burdel.

—¿Y qué haces ahí?

—Soy prostituta, claro.

—¡Ah!

—¿Quieres platicar conmigo? Será sólo un momento.

—No estoy seguro de que deba hacerlo.

Ella hizo una mueca como si estuviera disgustada.

—Así que eres de ese tipo de personas, de las que discriminan a las zorras como yo.

Ella era joven, alta, su cuerpo era trabajado como el de las mujeres que asisten al gimnasio a diario, los rasgos de su rostro eran finos: era simplemente hermosa.

—Perdón, es que nunca había hablado con una…

—Con una puta, por favor, ya dilo con toda la extensión de la palabra.

—Es que no tengo amigas, casi no charlo con mujeres… sólo con mamá.

Nos sentamos en el césped mientras ella guardaba su cigarrillo en un diminuto bolso.

—Yo puedo ser la primera.

—¿La primera? —Tragué una bola de saliva que parecía una pelota vieja de béisbol.

—Tu primera amiga, no seas bobo.

Sin pretenderlo miré su ropa interior. Ella sonrió, cruzó las piernas y me pellizcó la mejilla.

—Disculpa —dije.

—No te preocupes, suele pasar.

Seguimos platicando por un largo rato y las horas volaron. Ella me habló todo acerca de su vida, menos sobre su empleo en el burdel, yo le conté sobre mis asuntos, asuntos que a nadie le interesaban y ella me puso atención a todo lo que le dije, incluso más atención de la que me prestan mis papás. Nos confiamos nuestros secretos. Carcajeamos, luego ella vio la hora y de la nada derramó una lágrima que le llegó hasta la clavícula.

—Perdón, a veces me pongo melancólica. Hace rato tenía una cita, una cita de trabajo, pero no fui, no tenía ganas de nada ni de nadie.

No supe qué contestar y le tomé la mano. Me di cuenta de que ya estaba oscureciendo. Ella y yo teníamos mucho en común.

—Niño, ¿tú piensas que yo soy buena persona?

Cambió el curso de la charla. Ella no pretendía conversar sobre sus penurias.

—Estoy seguro de que lo eres.

—¿Piensas que soy hermosa?

—Muy hermosa.

—Eres raro, pero me gustas.

—Gracias.

Se deslizó un poco más, me besó la frente y colocó su brazo alrededor de mis hombros.

—Algún día deberíamos salir a tomar un café o a la playa, pero ahora tengo que irme. Mi jefe es un tirano. ¡Maldito sapo! A veces quisiera matarlo. De seguro vendrá a buscarme porque sabe que me gusta venir a este sitio. Me he ausentado y no le avisé.

Me sujetó del cuello, me besó en los labios con suavidad, se incorporó y se retiró.

—Adiós —le dije.

Escuché el ruido de un automóvil al frenar de golpe sobre la tierra. Era el coche del novio de mamá. Ella descendió.

—¿¡Dónde diablos te metes!?

Caminó rápidamente hacia mí, haciendo ademanes y gritando insultos.

—Esteban y yo te hemos estado buscando por toda la condenada ciudad.

—Estaba en la cafetería de Juanito, esperando a papá.

El novio de mamá nos miraba, sentado en el cofre de su coche descapotado.

—¡Vámonos ya! —ordenó mamá.

Me subí a regañadientes y me sentí afligido una vez más.

—Ya, mamá, no me digas de cosas enfrente de este señor.

El novio de mamá encendió el motor. Observé a la chica, ella estaba parada en el bulevar.

—Tu pequeñín andaba de caliente con una puta —dijo Esteban.

—¿Qué dices? —Mamá se quería volver loca—. ¡No es posible! Mañana le diré a su padre que lo lleve con el cura de iglesia.

—Sólo estábamos platicando.

La chica del burdel guiñó un ojo, me lanzó un beso y leí en sus labios decir:

—Nos seguiremos viendo, niño.

Y enseguida llegó una camioneta negra que yo conocía muy bien, papá bajó con cara de pocos amigos, le abrió la puerta a mi nueva amiga, ella entró y se perdieron de mi vista.

 

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