jueves, 26 de noviembre de 2020

Biohazard (Larcen)

 

Nunca había tenido que esconderse durante tanto tiempo en un mismo sitio, pero la presencia de los tres conversos que rondaban por la tienda le habían obligado a hacerlo.

Se suponía que aquella zona estaba despejada, por lo que entró solo y le había dejado a Helen sus armas.

El pequeño hueco del cierre le había impedido entrar con todo su equipo, por lo que se lo dejó a su compañera. Una vez en el interior, mientras buscaba comida, tres infectados se acercaron a la puerta y bloquearon su única vía de escape.

No sabía cómo se habían quedado atrapados allí aquellos zombis, pero tampoco le importaba. No podía librarse de ellos sin sus armas, y en aquella tienda de comestibles no había nada con lo que luchar; por lo que optó por esconderse en aquel almacén hasta tener vía libre, o hasta que Helen se diera cuenta de que estaba en peligro y entrara en su ayuda. Entonces cayó en la cuenta de que si la mujer no había entrado ya a buscarle, eso significaba que ella se encontraba también en peligro. ¿Aquellos malditos críos los habían engañado y la zona no estaba despejada de conversos?

No podía contar con más ayuda que su ingenio y la suerte.
Miró en derredor buscando algo que pudiera utilizar para librarse de aquellos tres muertos vivientes. Con sumo cuidado para no hacer ruido que atrajese a los depredadores, recorrió el almacén sin encontrar ningún objeto que pudiera usar como arma.

Por fin su ingenio actuó. Encontró un palo de escoba que le serviría para salir de allí con vida. También encontró una cuerda fina de atar paquetes y una caja entera de latas de conserva. Legión le había enseñado que bien tirada, una lata de conserva o refresco podía ser un buen arma contra los conversos si se les acertaba en la cabeza. Abrió la caja y comenzó a coger latas. Si se le caían estaba perdido.

Salió del almacén con una lata en la mano y el palo de escoba en la otra. Llevaba un extremo del cordel anudado a una pierna. Se colocó cerca de la puerta y lanzó la primera lata. No hizo blanco y el ruido atrajo la atención de los zombis. Los tres se dirigieron hacia la puerta del almacén.

Entonces Riesco se escondió y dio un tirón al extremo del cordel que llevaba en su pierna. La otra punta estaba atada a una lata de conserva que hacía de base a una torre que había hecho con el contenido de la caja del almacén.

Las latas caídas hicieron un gran estruendo, por lo que los conversos acudieron al origen del ruido: el interior del almacén.

Una vez que el último zombi hubo atravesado el umbral, Riesco salió de su escondite, cerró la puerta y la atrancó con el palo de la escoba. Ahora podía salir de la tienda sin peligro.

Primero comprobó que el exterior estuviera despejado, y así era. Después salió del local y comenzó a buscar a su compañera y al grupo de muchachos que los habían acompañado hasta allí, pero no había ni rastro.

Miró por las calles colindantes y lo primero que vio fue su espada, la ballesta y la mochila que le había dejado a Helen. También estaba el macuto de la mujer y algún objeto de los cuatro chicos. Eso significaba que habían sido atacados por los conversos y habían tenido que irse de allí. Seguro que volverían a por él.

A pocos metros de su posición, un extraño sonido comenzó a oírse. Giró la cabeza y se encontró con uno de los chicos que habían conocido en Madrid. No recordaba su nombre, pero ya no importaba. El muchacho había sido mordido y se había convertido en un zombi.

Sería fácil librarse de él, por suerte, iba calzado con patines y no era capaz de ponerse en pie. Por humanidad (y por supervivencia) acabó con la agonía de aquel chico. No era la primera vez que tenía que acabar con un conocido y ya no le afectaba. Cogió la mochila y se la cargó al hombro. Sacó su cuchillo de caza y se lo volvió a atar al antebrazo. Ya no se separaría de él más veces.

Iba a coger algo del material del chico muerto, pero un disparo lejano le puso alerta. Estaba seguro de que era Helen la que lo había efectuado. En la ciudad los disparos sonaban diferentes, y aunque había sonado lejano, estaba seguro de que se encontraba más cerca de lo que pensaba.

No había estado nunca antes en Madrid, pero sabía que aquello era la Gran Vía; la había visto infinidad de veces en la televisión.

Un nuevo disparo. Provenía de la boca de Metro. Cogió su ballesta y comenzó a bajar las escaleras. Sin embargo, la puerta de acceso estaba cerrada. La figura de una persona apareció entre los barrotes de la cancela.

—Helen —llamó el chico. Pudo ver como algunos zombis se acercaban a su compañera. La mujer disparó de nuevo.

—¡Ayúdame! —pidió.

—Pero... ¿por dónde entro?

—Por la boca de Callao. Estas puertas están todas cerradas. Tienes que volver y buscar las vías de la línea 5 y venir hasta aquí. El camino está despejado; todos los conversos que había me han seguido a mí.

—¡Resiste! —le gritó el chico antes de echar a correr hacia la entrada que le indicó Helen.

Sin aliento, llegó a la entrada del metro de Callao. No recordaba haber corrido tan rápido nunca, ni siquiera huyendo de los conversos.

Se introdujo en el suburbano. Localizó la línea 5, de color verde claro, y siguió la dilección hacia el andén con sentido Gran Vía. De un salto aterrizó en la zona de los raíles y corrió en busca de su amiga.

Llevaba su espada lista para usar en caso de que algún zombi se cruzase en su camino. Sin embargo, no había infectados por el virus en el camino. Todos habían seguido a su compañera.

Cuando llegó a la salida en la que estaba atrapada Helen, se la encontró encaramada a lo alto de la reja de la puerta intentando escapar del alcance de una decena de conversos.

Riesco disparó su ballesta y derribó a un enemigo, rápidamente, recargó y eliminó a otro zombi. El resto se giró hacia él. Recargó nuevamente y disparó al enemigo que se había acercado más. Ahora los conversos estaban demasiado próximos para recargar.

Junto a su oído silbó un objeto metálico que había atravesado parte del pasillo y fue a hundirse en la cabeza de un muerto viviente. Riesco lo reconoció al instante: era un rodamiento de acero de los que utilizaban los miembros de Legión para eliminar a los infectados. Un bote de refresco cargado de cemento impactó en la cabeza de otro zombi, que cayó fulminado.

Legionarios, en formación —gritó el líder de la banda. El grupo, ahora formado por seis miembros, se colocó en la misma posición de ataque que ya habían visto Riesco y Helen varios días atrás en aquel parque de Princesa—. ¡Escudos!

Cuatro de los integrantes de Legión se quitaron las tapas de los contenedores que cargaban a la espalda y las colocaron en sus antebrazos. Cerraron filas en torno a los otros dos compañeros.

Riesco corrió y se parapetó tras la formación y colocó otro proyectil en su ballesta. Se puso en pie y disparó haciendo blanco en el ojo de un infectado.

Dos nuevas bolas de acero salieron de los tirachinas de los legionarios y acabaron con la ”no-vida" de sendos atacantes. La ballesta de Riesco entró de nuevo en juego eliminando al noveno rival.

El último de los zombis fue eliminado por Helen con un ataque por la espalda. Lo golpeó con la culata de su escopeta hasta acabar con él.

Los legionarios rompieron su formación.

—¿Estáis todos bien? —preguntó el líder de Legión. Todos afirmaron.

—¿Se puede saber dónde cojones os habíais metido? ¿Por qué me habéis dejado solo en aquella tienda? Había tres conversos y estaba desarmado —respondió Riesco enfurecido a la vez que empujaba a Tomás.

—No lo sabíamos, creíamos que era una “zona limpia" —se excusó el agredido. Estaba visiblemente turbado–. Tuvimos que irnos de allí porque nos vimos rodeados y pensamos que estarías a salvo en aquella tienda.

—Yo te dejé tus armas cerca por si salías, que las pudieras coger.

—Tenemos que continuar con nuestro camino a los laboratorios —cambió de tema Riesco—. En ellos debería estar almacenado uno de los componentes que necesitamos para seguir sintetizando la vacuna contra la infección.

—¿Cómo sabes tanto sobre la infección y la vacuna? —quiso saber el líder de Legión.

—La infección se inició el sitio donde yo vivía. Todo por culpa de un experimento que ayudaba a los soldados a resistir el dolor en caso de tener que entrar en batalla. Uno de los componentes de la sustancia que le inyectaban reaccionó con un microorganismo llamado Haematococcus pluvialis y que tiene el agua de rojo. Se da en altas concentraciones en la zona. Las dos cosas por separado no tienen ningún efecto negativo en el ser humano, pero combinadas han resultado ser mortales. O mejor dijo no mortales, porque ya veis que cuando estás infectado no puedes morir a no ser que te corten la cabeza o te aplasten el cráneo.

—Haremos todo lo que podamos para ayudaros a llegar hasta los laboratorios, pero a cambio queremos dosis de esa vacuna —exigió el líder.

—A mí me parece justo —intervino Helen estrechándole la mano al chico—. Una vez que tengamos los componentes, nos trasladaremos al laboratorio de Segovia donde está nuestro bioquímico. Allí os pondrá la vacuna y podréis traeros unas cuantas dosis para los vuestros.

—Entonces no perdamos más el tiempo. ¡Legionarios!, en marcha.

Riesco y Helen siguieron los pasos del grupo de muchachos.


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