jueves, 26 de noviembre de 2020

La humanidad ya no sale de esta (Kitasato)

 

-          (Continuación de la historia “El moldeador” en la fase de los relatos de terror).

Aquella cosa no hacía más que reproducirse exponencialmente. Tras aquella primera tormenta, las desgracias alrededor del mundo no habían hecho sino aumentar. Las noticias solo giraban en torno al tema. Hasta que dejó de haber noticias. Los moldeadores lo arrasaron todo. Acababan con todo tipo de vida humana que encontraban a su paso. Las fuerzas militares de todo el mundo intentaron detener a los primeros monstruos sin éxito alguno. Los que tuvimos suerte, conseguimos huir de las zonas pobladas, evitando cualquier población, pues eran el destino favorito de los moldeadores.

¿Qué era lo que ocasionaba el nacimiento de un nuevo moldeador además de las tormentas? Fue lo que más nos costó averiguar. Pero tras años de ensayo, error y mucha observación, conseguimos saber que era una bacteria mutada que se originaba en los ganados ovinos. Debían reunirse varios millones de bacterias y aplicarles una potente descarga energética para multiplicar su reproducción. Y para conseguir esa cantidad de bacterias eran necesarias varias ovejas muertas. Así fue como comenzó el desastre.

Además, tuvimos que dejar de comer cualquier alimento de origen animal, ya que la bacteria podía infectar a otros animales e incluso a humanos si habían ingerido carne contaminada. También así fueron desapareciendo las personas. Otros moldeadores utilizaban sus cuerpos de base para la creación de un nuevo monstruo; podían oler cuáles eran los adecuados.

Muchos de los refugiados murieron por desnutrición al no poder comer nada de origen animal. Las vitaminas eran necesarias y las farmacias eran inaccesibles para la mayoría. Las ciudades se iban quedando vacías a medida que los moldeadores pasaban por allí. El campo era nuestra única opción. Los cultivos y los árboles frutales eran lo que nos mantenía con vida.

Los países con tormentas recurrentes eran donde los moldeadores más abundaban. Así que muchos emigramos al sur, donde las bestias habían conseguido llegar pero no eran tanta cantidad.

La única forma de matarlos era prendiéndoles fuego, así que en los refugios de supervivientes teníamos gasolina y pedernales. Habíamos llenado las pistolas de agua, con las que solíamos jugar antes del desastre, de gasolina y habíamos ideado sistemas de prendido rápido en los cinturones de los pantalones. De esa forma podíamos disparar gasolina y coger una planta enganchada al pantalón de forma que, al sacarla, prendiese inmediatamente con el pedernal y poder lanzársela al monstruo.

Éramos una colonia de unos treinta, bien organizados y con unas tareas definidas. Entre todos habíamos elegido democráticamente al líder: Mathew. Era un hombre humilde y con experiencia en el combate, pues había sido militar. Yo le admiraba muchísimo. Sabía escuchar y dar consejos y podías acudir a él si te ocurría cualquier cosa. Era como el padre que un día me fue arrebatado por un moldeador.

Había tenido la oportunidad de buscar a mi padre, aunque fuera para enterrarlo, ya que sabía dónde el moldeador lo tenía encerrado. Pero preferí no hacerlo. Conocía lo que aquellas cosas eran capaces de hacerles a los humanos si no los mataban para hacer otro clon. No aguantaría ver a mi padre en esas condiciones. Mathew me acompañó durante años en mi duelo y supo criarme a pesar de no ser su hijo. Juntos fuimos los que ideamos los sistemas para prender fuego a los intrusos. Otros habían sugerido lanzallamas, pero el fuego no se esparciría por el objetivo como lo hacía la gasolina.

Una vez pensé que iba a perderlo. Fue en una misión para coger barriles de combustible. Esa vez yo no fui; me quedé ayudando en el campo. Cuando llegó el grupo de expedición, hubo revuelto por su llegada. No era un revuelto de alegría, sino de alarma… Salí corriendo temiéndome lo peor. Atravesé a empujones la multitud que rodeaba a los recién llegados y ahí lo vi. Mathew, tendido en el suelo, respiraba, pero tenía las piernas totalmente quemadas y gemía de dolor. A su lado yacía, en un estado lamentable, uno de los compañeros que más lo ayudaba en estas misiones, Luke, quien había realizado un acto heroico según los demás acompañantes de la misión y se había sacrificado por Mathew. 

Al líder lo trasladaron a la enfermería y ahí pasó semanas hasta que pudo volver a andar. Al parecer se habían cruzado con un moldeador y, al intentar dispararle con gasolina, Mathew había tropezado y parte del combustible se había derramado sobre él. Luke lanzó, sin saber que había gasolina sobre Mathew, un trozo de hierba ardiendo sobre el moldeador. La bestia prendió, pero también lo hizo el rastro de líquido que  llegaba hasta los pantalones del líder. Consiguió levantarse y huir unos pasos antes de desplomarse por el dolor. También había recibido un zarpazo de una de las extremidades de la bestia en el brazo izquierdo; un mal menor comparado con el panorama de sus piernas. Afortunadamente, el soplo de la bestia no lo había alcanzado. Sin embargo, mientras el monstruo había estado ardiendo, había desprendido su aliento, el cual había alcanzado a Luke de lleno cuando se dirigía a ayudar a Mathew. Luke se había desplomado, pues todo su cuerpo se había reblandecido a causa de la respiración del moldeador y no podría mantenerse en pie. Ni siquiera moverse.

El resto de compañeros los trajeron entre todos. Luke apenas podía hablar, solo emitía un aullido de lamentación. Estaba suplicando que lo matasen. Nadie se atrevía a matarlo. En primer lugar, porque un cuchillo no agujerearía su cuerpo en aquel estado y, en segundo lugar, porque todos le teníamos mucho cariño. No tuvimos más remedio que sedarlo e incinerarlo. Hacía tiempo que no teníamos ninguna baja y no encontrábamos más supervivientes en las expediciones que hacíamos. Fueron unas duras semanas.

Cuando Mathew se recuperó por completo, quiso ir en busca de medicinas. Se habían gastado casi todas con él, evitando infecciones y cicatrizando las heridas. Me pidió que lo acompañase junto a los otros exploradores. La misión fue sin incidentes. Habíamos ido a las casas circundantes, deshabitadas, donde, al parecer, había vivido una familia de médicos y veterinarios. No había ni rastro de las bestias. Cuando salíamos de la última de las casas, Mathew silbó fuertemente. Le mandamos callar y nos sorprendimos por tal falta de sentido común. Él dijo que era para llamar la atención de los posibles supervivientes, ya que necesitábamos ampliar la plantilla.

Acabamos de llegar al campamento con suficientes medicinas para varios meses. Todos nos han recibido con alegría. La cena ha estado deliciosa: berenjenas con romero y cebollas. Nos hemos quedado hasta tarde cantando y riendo. Ha sido una noche como las que hacía años que nadie tenía. De vez en cuando, es bueno desconectar de los desastres.

En medio de la noche me despiertan unos gritos y una luz naranja. Salgo de la tienda corriendo y veo a todo el mundo huyendo despavorido. En medio de las llamas, distingo a Mathew, a cuyas espaldas se encuentran dos moldeadores.

-¡Corre! -grito-. Mathew, ¡vete!

Él se ríe y lo miro desconcertado y asustado.

-¿No lo ves? -me dice-. ¿No ves que ahora soy su amo?

Ese no es Mathew. Algo le ha cambiado.

-El día en el que Luke se sacrificó por mí -continúa-, uno me arañó en el brazo. Me infectó. Ahora puedo controlarlos mentalmente, me obedecen, hijo. Los he llamado hoy en la expedición. Sentía su llamada y ellos la mía. Sospechaba que algo me había ocurrido aquel día. Ahora lo sé. Ven conmigo, hijo.

Tiende su mano hacia mí y sin darme tiempo a responder, uno de los dos moldeadores se acerca a él y le echa el aliento encima. Mathew se deja moldear hasta convertirse en una corona que la bestia se coloca sobre la cabeza.

Nos ha traicionado. Mi mejor amigo, mi padre adoptivo, mi todo. Me ha traicionado. La humanidad ya no sale de esta. No hay esperanza. No hay confianza. No hay nada a lo que agarrarse ya.

Caigo de rodillas al suelo, impotente, y la bestia se acerca a mí.

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