sábado, 5 de mayo de 2012

Amor violento




Por Zvonimir Dobrovolski.


(Por qué un amor violento nos deslumbro,
Un amor violento nos deslumbro. LOS TR3S)

Estoy sentado. Aburrido. Ya son más de quince minutos de retraso. Pienso que esto no está bien y mientras sigo cavilando, entra ella. Va vestida con un traje de una pieza color negro, bastante ceñido, que realza su “buen” estado físico.

Se sienta justo frente a mi mesa. Al verla el mesero queda hechizado, ella lo nota y lo despacha con rapidez. Trato de aparentar y mirar para otro lado, pero es una misión imposible.

El mesero titubeante está de regreso, acompañado de una botella de agua mineral y un vaso. La he visto hacer desatinar a los hombres miles de veces, diablos me lo ha hecho a mí en varias ocasiones, pero solo me queda reír para mis adentros. Después de todo, ambos tenemos que guardar las apariencias.

Han pasado poco más de diez minutos, en los cuales solo ha jugueteado con el agua mineral. De repente la veo tomar su cartera y sacar un billete, lo deja sobre la mesa y por debajo del vaso. Se levanta y con esa contoneó tan suyo sale del restaurant. Aunque muero por salir tras ella, me fuerzo a esperar algunos minutos, tras los cuales hare la misma táctica.

Al salir la veo dirigirse al estacionamiento, por unos instantes quedo atrapado por ese hipnotizante bamboleo de caderas. El hechizo desaparece al verla llegar al auto y subirse en él; se encienden las luces y el rugido del motor llega a mis oídos. El coche comienza a moverse marcha atrás y da una violenta vuelta en U para quedar a escasos metros frente a mí. Sin pensarlo más, corro y abro la puerta. Al montar al elegante trasporte me doy cuenta que una vez más estoy en sus manos.

Hasta el momento no hay charla, la radio está apagada y en mi ingenuidad me atrevo a preguntar.

—¿A dónde vamos? —no recibo una respuesta, así que intento otra vez— ¿A dónde vamos?
—¡Callate! —me grita y yo obediente me quedo en silencio.

Después de veinte minutos de viaje, llegamos a nuestro destino. Aparca el coche frente a la casa y rebusca en su bolso las llaves y me invita a seguirla con un movimiento de cabeza. Camino obediente tras de ella, mirando sin disimulo su hermoso y bien torneado trasero, mientras ella mete la llave en la cerradura.

Entramos, enciende las luces y me doy cuenta que es la típica casa de clase media/alta con cocina americana. Creo escucharla decir que la casa es de una amiga que está de viaje, me conduce a la sala de estar, me siento en el sofá más grande y ella en el más pequeño justo frente a mí, cruza las piernas con delicadeza y arroja las llaves en la mesita del centro.

—¿Quieres escuchar música? —pregunta de repente.
—Claro —respondo de inmediato.

En su mano tiene el control remoto del estéreo, como si lo tuviera todo preparado. Se inicia una canción y me doy cuenta que es de Marron 5, aunque no tengo idea de cuál sea el titulo de la melodía.

De la nada la veo levantarse y sentarse a un lado mío, me mira fijamente, pero no me dice nada. Eso meda mala espina; en nuestro encuentro anterior era una parlanchina, solo espero que no se repita lo mismo que paso en último encuentro.

—Quítate la chaqueta —me ordena y yo obediente cual esclavo con las manos temblorosas lo intento. No puedo evitar estar nervioso, la urgencia de fumar me carcome.

De repente me veo interrumpido –y para mi desagradable sorpresa– me toma con fuerza por la cara, calvando sus afiladas uñas en mis pómulos y me besa con rudeza. Me pega, tira del cabello y me muerde los labios haciéndolos sangrar. Intento abrazarla –quiero abrazarla–, pero ella no me lo permite, aparta mis manos y es cuando recuerdo esa frase de mi padre: Lo prohibido siempre sabe mejor.

Por fin, mis manos encuentra el camino hacia su trasero, pero ella se aparta y una vez más me clava la mirada. Aprovecho la ocasión para sacar un cigarrillo de la chaqueta y lo enciendo.

—Quítate la camisa —me dice y yo contesto con una sonrisa estúpida.

Dejo el cigarrillo en el cenicero de la mesilla, me levanto y fiel a sus órdenes me quito chaqueta y camisa. Trato de hacerme el interesante, la retiro de mi cuerpo muy despacio. Me barre con la mirada, toma el pitillo del cenicero y le da una fumada. Se acerca con delicadeza y pasa sus brazos por mi cuello y los cruza en mi nuca. Lo que sucedió en esos instantes, entran en una especie de nebulosa, en donde el paso del tiempo pierde validez, pues no recuerdo si fueron unos pocos minutos o mas e media hora. Lanzo un gigantesco alarido, grito y aúllo de dolor mientras la aparto de un empujón. Ella cae primero de culo sobre la mesita de centro y luego de espaldas a un costado del otro sofá.

—¡Putaconchadetumadrehuevonademierdaylacontadetuhermana! —vocifero como una metralleta parlante—. ¡Hija de puta!, ¡Me has apagado el cigarrillo en la espalda! —quiero golpearla, quiero ahorcarla, quiero matarla y quiero hacerle el amor y poseerla una y otra vez.

—¡¿No querías jugar?! ¡Hijo de perra! —me grita.

Me abalanzo sobre ella y la abofeteo con fuerza, cae al sofá otra vez y me doy cuenta que se está riendo como una histérica, pienso rápidamente mientras ella levanta las manos en señal de rendición. Ya no hay mas risita histérica y de la nada me suelta una pregunta.

—¿Gustas un trago cariño?

Su pregunta me deja en blanco por unos instantes, después mis neuronas trabajan activamente y confirman que la tipa esta tan loca como una cabra; le gruño como respuesta positiva, pero mi confirmación queda opacada por la voz de payaso –y ahora satánica– del vocalista de Maroon 5.

La veo levantarse del sillón, da un par de pasos llevándose la mano a la mejilla y luego voltea con una hermosa sonrisa y un guiño de ojo. La veo despojarse de su vestido de un tirón. El ardor de la quemadura que tanto me aflige queda opacado y mis ojos se abren tanto que temo que se salgan de sus cuencas. Una avalancha de emociones estalla en mi cerebro, quiero gritar, llorar, reír e irme, pero también quiero quedarme. Quiero saber hasta dónde llegara esta locura. De lo que si estoy seguro es que nunca podre olvidar su silueta desnuda, esa imagen se quedara grabada para la eternidad en mis ojos.

Cuando vuelve se sienta con las piernas cruzadas en la mesita de centro. Me ofrece una de las copas y se la arrebato de un tirón. El escozor de la quemadura regresa y exploto. Le grito que como mierda se le ocurre apagarme un cigarrillo en  la espalda; que necesito un paño frio y húmedo y alguna pomada para calmar el dolor; sin embargo ella no me escucha o no quiere hacerlo. Dejo de hablar, ahora solo se escuchan mis quejidos y ella sigue mirándome con sus ojos de lunática perdida.

—Ese, es un regalo que te he hecho —me dice señalando la quemadura—. Cariño, puedes dejarme o cambiarme por cualquiera de tus putas. Podemos terminar con esto de inmediato, si es lo que quieres, pero ten la certeza de que nunca me olvidaras. pues cada vez que te toques o que alguien te pregunten por esa cicatriz en tu espalda, te acordaras de mí.

No sé qué contestar, al final se levanta y me susurra al oído que me ama, me regala una sonrisa, de esas que me derriten y yo me pregunto si esta es la mujer que amo. Si es con la que quiero estar. Mando todos esos pensamientos a la mierda, a fin de cuentas he de prepararme mental y físicamente para lo que será una movida y apasionada noche de amor.

                                                            
FIN

6 comentarios:

  1. Me gusta. en realidad me gusta. muy bien narrado y con consistencia.. la historia me parece interesante y me recuerda una que ...bueno ... pa que les cuento.. Felicidades Z!

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  2. Me gustó, magnífico. Cómo una noche simple y certerza, puede convertirse en algo tan caótico.

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  3. Un amor enfermizo con un eficaz remate final. Excelente


    Alejandra López

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  4. Mientras leía me preguntaba constantemente adónde nos llevaría la trama.
    Ese final abierto en medio de la violencia, abre nuevas puertas para que esta recrudezca en el futuro.
    Saludos, Z.

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  5. Me ha encantado. Es genial, mi enhorabuena

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    1. Fantástico. Me alegro de verte Helena y muy pronto iré a verte a tu tierra. V

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