miércoles, 30 de mayo de 2012

Ardiente secreto

Por Angie Leal Rodríguez.


A punto de estallar, como si dentro de ella ardiera un volcán en la víspera de la erupción. Así es como se ha sentido Lucy estas últimas semanas. El estrés de la vida en la ciudad la consumía poco a poco. Su cuerpo se encontraba al límite. Era final de mes y eso significaba el cierre de muchas operaciones financieras, hacer los pagos de los servicios, abonar a las deudas, liquidar otras, en fin, todo lo relacionado con el dinero era un caos, igual que su vida. Se había estado quedando hasta tarde en la oficina porque tenía que sacar los pendientes, de cualquier forma su casa siempre estaba llena de papeles por doquier, carpetas, calculadoras, era como una extensión de su trabajo en la empresa de la cual era socia. A sus veintisiete años el café se había vuelto su leal compañero, era como el fiel amante que tanta falta le hacía y que tantas fantasías le hacía cumplir… Para alguien como ella, con el corazón ardiente, dos años sin salir con alguien era un récord que ya necesitaba romper.

Una mañana en su oficina, viendo al sol se dio un instante para admirarlo y sentir su calor,  ese sol que salía poco a poco entre los altos edificios, eran raras las personas que pasaban por la acera a esa hora, todas estaban ocupadas en sus diferente labores, suponía. Once de la mañana, la hora perfecta para salir a caminar, pero el cristal de su oficina le recordaba que era esclava, y que por más que lo deseara no podía salir, a veces la vida es así… aunque duela. Lucy se sentía cansada, su cuerpo le pedía a gritos un descanso, un momento de fuga.

Se escucha una canción en la radio, le resultó difícil comprender que estuviera sonando justo en ese momento, era una melodía suave y cadenciosa que la seducía poco a poco. Su mente comenzó a viajar, su imaginación empezó a volar, a transportarla a otra dimensión, por un instante se olvidó de todo y de todos, nadie más existía.

Le gustaba aromatizar su oficina con un delicioso perfume olor a canela. Esa fragancia le llenaba los sentidos. Poco a poco el sudor cubrió su cuerpo con una frescura pasional. Y ahí estaba ella, Lucy, sola, sus manos empezaron a recorrer su cuerpo cubierto de ropa inútil, sentía que le estorbaba, primero un botón, luego otro y el otro hasta dejar al descubierto sus firmes y ardientes senos, sus manos iban y venían tocando suavemente esas dos montañas libres, ansiosas, arrancando desesperadamente su prisión de encaje.  Sintió sus pezones erguidos, dejó escapar un gemido. Sus piernas temblaban, su estómago vibraba, se abandonó al remolino de sensaciones que la asaltaban… Pide más... Quiere más…

Los rayos del sol se reflejan en la ventana… La música seguí sonando, su falda cayó al piso y no había nada que detuviera su camino. Su cuerpo entero navegaba por los mares del placer.  Lentamente sus manos buscan su centro, sus caderas se mueven al ritmo de la música, Lucy se estremece al sentir sus dedos en su interior, cierra los ojos, su respiración se agita, esos segundos son eternos, ¡está a punto de explotar! -¿Existirá acaso algo más maravilloso que eso?- se pregunta. La temperatura aumenta, incluso el brillante sol del día podría envidiarla, él que ha sido testigo de su apasionada experiencia.  Una de sus manos recorre su vientre suave, sube, llega a la curva de sus senos, dibuja con sus dedos sus pezones, mientras la otra fuente de placer está ardiendo más cada segundo, no puede parar, (¿pero quién dijo que quería parar? No, lo que quería era seguir y seguir, perderse en ese mar de sentimientos que fluían, que llegaban y se quedaban, que la estremecían y la hacían alcanzar el clímax). Su respiración se entrecortaba y en un segundo sintió como si algo dentro de sí se desbordara, como si todo aquello que la invadía tomara forma y le brindara el más grande placer que hubiera sentido jamás, intenta controlarse pero no puede, no es dueña de su cuerpo, ni de sus entrañas, mucho menos de su voluntad… Su cuerpo se ha liberado, y Lucy se cimbra. ¡Ese mar de sensaciones! ¡Esos remolinos que llenaban su cuerpo! ¡Ese fuego que la quemaba por dentro! Todo eso había dado paso a un tranquilo río que fluía y le regresaba con eso la esperanza de que el mundo podía ponerse de cabeza en un instante y girar sólo para ella. Lanzó un suspiro. Ahora el silencio lo llenaba todo, su entrega fue total y plena.  Si existía el paraíso debía ser algo parecido a aquello.

De repente se escucha que alguien llama a la puerta, ese insignificante sonido la saca de ese mundo de magia en el que estaba sumida y la regresa a la realidad.  Sus miradas se cruzan, son como llamaradas incesantes. De nuevo la música empieza y el baile solitario se vuelve pareja.

Era Luisa, su socia, una mujer un poco mayor que Lucy, eso le daba cierta ventaja en las artes de la seducción, al entrar y ver a su compañera ardiendo en deseos no pudo más que acercarse lentamente, tocó suavemente su rostro, sintió su aroma exquisito, inclinó un poco su cabeza y empezó a besar su cuello, se supo correspondida al sentir el cuerpo vibrante de su joven socia, la atrajo suavemente hacia ella, rozó sus labios… Lucy reaccionó al instante, fue como si el torbellino de sensaciones la invadiera otra vez, sintió su lengua entrelazándose con la calidez de Luisa, transformando así la aventura que había vivido minutos antes en solitario en algo mucho mejor... la temperatura aumentaba, sus manos viajaban ávidas bajo la blusa de su amante, buscando, encontrando. Se perdieron en un vaivén de caricias sin fin.

La ropa había quedado esparcida sobre el escritorio, en las sillas y en el piso. Mientras las dos mujeres cubiertas sólo con las ansias de gozar estaban en el piso, Lucy sintiendo su espalda contra la alfombra y recibiendo los deliciosos agasajos de su experimentada compañera.  Cómplices de algo que sabían sería su secreto mejor guardado se olvidaron de todo y se adentraron en un mar de fogosos mimos, dulces besos e irresistibles roces, nada más importaba, si algo no era placentero simplemente no tenía cabida en esa sobria oficina. Se fundieron en una sola alma. Fue como alcanzar el nirvana…

Afuera la vida seguía, cerca podía verse a un niño jugando con una pelota en un pequeño parque, de pronto su madre lo llamó, había ido a comprarle un helado, tanta fue su emoción que corrió apresuradamente y sin darse cuenta terminó con el frío premio derritiéndose en su pecho.  Empezó a llorar ignorando que justo en ese momento a pocos metros de ahí, en un segundo piso, el placer derretía dos cuerpos. 

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