miércoles, 13 de junio de 2012

El virus

Por Leo Lamas.


—El introedemeastador está roto…— le decía  Elinex a Mirr, mientras este último seguía caminando por el largo pasillo del Área G- P1—… ¿Me Estas escuchando?
—No— Esa fue la única palabra que dijo en el día ya que  el dolor  de cabeza que lo invadía no le permitía decir nada más— Es una broma… continua.
La cara de enojo de Eli se había quedado marcada en su cara, nunca le habían agradado las bromas de Mirr, pero tenía que aguantarlo, de lo contrario, seria arrojado al frio del universo sin ninguna posibilidad de seguir pensando.
—Como te decir, el introedemea... — La mano de Mirr se poso frente a su cara, cortándole el habla y el paso.
—No repitas ese nombre… me tiene cansado. ¿Nunca pensaste que es un nombre muy largo para una cosita de dos centímetros?
—Tendrías que decírselo al Mestre, el es el que pone esos nombres.
—Si se lo dije, pero ya tu sabes… nunca me escucha — El dolor de cabeza se había potenciado, se empezó a masajear las sienes.
— ¿Te sientes bien?— Continuaron caminando, esta vez, Eli no le sacaba los ojos de encima a Mirr, — Se te ve mas pálido de lo común. —  La cara de Eli se lleno de lagrimas de dolor, pero no eran lagrimas cualquieras, esta eran un liquido verdoso, Mirr sabía lo que estaba sucediendo, tenía que avisarle al Mestre, pero rápido, antes de que la evolución siguiera su curso.
—Ya vuelvo, te traeré agua— Mentía, pero era necesario, se alejo del pasillo corriendo, siguió derecho cinco metros hasta llegar a la segunda puerta a la derecha, había ingresado al Área G- P4.
Si entraba tres puertas más a su izquierda, entraría a la Sala Esfinex Tix, que `por consiguiente, era la sala donde se encontraban los consejeros Inemen, estos eran mitad humano, mitad robot, pues estos venían de un pasado arruinado, ese pasado donde lo que conocemos ahora será arruinado por la influencia de los que creíamos buenos.

La sala era oscura, redonda y tétrica. Lo único que la iluminaba eran unas luces rojas penetrantes, que legaban de lleno en la cara de aquellos tercos animales que de seguro, habrán sido conocidos nuestros.
— ¿Que quieres?… mortal— Dijo uno de los consejeros sentado en una de las cinco sillas que formaban una semicírculo, mas específicamente, en la silla del medio.
—Es tan mortal como yo, así que no me llame de ese modo, detesto ese apodo— Eli frunció el seño, el consejero respondió de igual modo.
—Tu insolencia no es aceptada aquí, déjenlo pasar, no quiero ver su cara mortal de vuelta— De un momento a otro, el aire se lleno de nerviosismo, el arma de Eli se encontraba en la cabeza del Consejero Líder.
—Te advertí que no me llamaras así… ¿quieres probar tu mortalidad?, no me importa lo que el Mestre diga… no tengo importancia alguna en volarte los sesos. — El Consejero trago saliva, la nuez de Adán descendía suavemente en su garganta, tenía miedo. Una puerta se abrió detrás de la puerta del consejero, Eli le saco el arma de encima, la maquina soltó un suspiro de alivio, suena raro, pero fue así.
Yendo por el largo pasillo que conectaba la cámara de los consejeros con el cuarto de el Mestre, Eli empezó a reflexionar sobre lo que estaba por hacer, no quería, pero era necesario. Gracias a lo que está por suceder, podrá avanzar más con sus estudios, lo que salvaría a su progenitor.
El Mestre estaba sentado en un altar rojo, con la cabeza hacia abajo, solo la levanta para mirar a Eli. Sus 652 años se le notan en la cara y en la voz, esta era resquebrajosa y pausada, pero aun así, se lograba mantener.
— ¿Ya empezó la evolución?— pregunto, aun con la cabeza abajo.
—Sí, va de a poco, pero no falta mucho—  su nerviosismo se veía reflejado en las gotas de sudor que caían de su frente.
—Veamos si lo que dices es cierto— acto seguido, deslizo el dedo índice derecho en el apoyabrazos de el mismo lado.  Una pantalla que colgaba por encima del marco de la puerta por la que Eli había entrado se encendió, en ella se veía a Mirr encerrado en una cámara de vidrios blindados.
Eli quedo en shock. Ver la locura de Mirr en ese cuarto le provocaba tristeza y desesperación, quería que esto termine.
—No cierres los ojos, lo vas a disfrutar— El Mestre mentía, pero Eli no quería decírselo. Por primera vez, en 42 años, vio al Mestre sonreír.
En la pantalla, Mirr se había tirado al piso mientras se agarraba la cabeza, la sangre le manaba a chorros de la nariz. Veía que grataba, pero no podía escucharlo.
Mirr se incorporo de vuelta y se puso de espaldas a la cámara. Su columna se empezó a abrir, dejando ver todo el contenido interior de Mirr. Este miro hacia arriba y abría la boca, de ella salió una cabeza con una infinidad de ojos. El mentón de Mirr colgaba de la boca de lo que se había convertido. Este nuevo “Bicho” era el resultado del Virus XT 649, un virus que “supuestamente” era capaz de aumentar el coeficiente mental de las personas, era inclusive, de curar la discapacidad mental. Pero por lo visto, no funciono.
—Lo lamento— decía el Mestre con una sonrisa en la cara— supongo que deberás seguir trabajando.
— ¿Por qué lo cree así?— respondió Eli con el ceño fruncido. No veía la hora de hacer callar a ese viejo inmundo.
—No lo creo, lo sé. Yo que tu, empiezo ahora. — terminada estas palabras, el Mestre soltó una carcajada.
En un abrir y cerrar de ojos, el arma de Eli termino adentro de la boca del Mestre.
“¿Como llego tan rápido aquí arriba?” Pensó el Mestre.
—Me olvide de decirle… ese no es el Virus original— el Mestre comenzó a lagrimear, se sentía débil e incompetente— Lo que le di a Mirr fue un Estrododex, ese remedio que tenemos  para que los Unigorms no entren al centro.
El Mestre comenzó a llorar, todavía con la pistola en la boca. Sabía que iba a disparar, pero quería prolongar lo inevitable.
—Lo último que me darás será lastima viejo despreciable— el decir estas palabras fue una relajación nunca antes sentida por nadie—No lamento decirte esto, esta palabra quiso salir de mi boca desde hace mucho: Adiós. — El laser azul atravesó la nuca del Mestre, dejando manchada toda la pared de atrás.
—Maldito asqueroso—  Hubiese sido mejor si hubiera estado vivo cuando decía esas palabras, pero ya era tarde. Ahora era el tiempo de probar lo que el virus podía hacer, no se arrepentiría de tanto trabajo.
Salió por el mismo pasillo por el que entro con una sonrisa marcada en la cara, era el momento, miro su mano, se estaba tornando gris… el efecto comenzó.

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