miércoles, 20 de junio de 2012

Silencio familiar

Por Cristian Barbaro.


1
   Sebastián se encuentra sumergido en la comodidad de su sillón favorito. Mira hacia la puerta de su habitación, a la mitad del pasillo, al tiempo que crudas lágrimas florecen de sus rojos ojos. Está solo en la casa, es de noche y extraña a sus padres, su familia. Los dos se han ido y la soledad ha invadido el hogar. El silencio es prácticamente sepulcral. A través de la ventana se proyectan los últimos rayos de un día que toca a su fin.
   Se levanta de su sillón y se dirige a la puerta de su habitación, toma el picaporte frío y se queda quieto al instante, parece una estatua que muere con el tiempo. El miedo invade su cuerpo repentina y violentamente, aún no se atreve a abrirla. Realiza  un suave gesto de cabeza que expresa decepción y regresa a la sala, donde se hallaba descansando. Mira por la ventana y ve el atardecer: todos los días mueren de un modo bello y elegante, si todas las muertes fuesen así sería más sencillo enfrentarlas. Pero no es así en la vida, la muerte es mucho peor de lo que imaginan los vivos. Vuelve a sentarse en su sillón preferido y oye el silencio por el resto de la tarde. Un silencio que ya le es muy familiar. Apoya su cabeza contra el respaldo y se duerme.

2
   La noche llega en silencio cual amante ingresa a escondidas en la cama de un amor prohibido, dispuesto a amar solo un momento pero por el resto de la eternidad. Sebastián se encuentra dormido cuando su eterna amante ocupa el reino de la oscuridad.
   «Despierta», oye que le dice una voz en algún lugar de la casa. Sebastián abre los ojos lentamente, con suaves parpadeos; aún hay rastros intensos del sueño en su mente pero distingue que la voz proviene de allí, de la realidad. Del pasillo.
   ―Mamá, ¿eres tú? ―pregunta mientras mira hacia el pasillo, sentado en su sillón.
   Claro que no es ella; ella se ha ido muy lejos de casa y él no puede verla, hay que ser sensato. Él es el culpable de que sus padres no estén allí, amándolo y cuidándolo de los peligros del mundo.
   ―Perdóname por hacerlo. No quería hacerlo pero Él me ordenó. Estaba dentro de mí y no me dejaba pensar con claridad.
   Silencio.
   Nadie responde a sus palabras. Un chillido se eleva en medio de la oscuridad y Sebastián se levanta de su sillón de un sobresalto. Atraviesa el pasillo a toda velocidad y se detiene a la mitad de éste, frente a la puerta de su habitación, y la cierra antes de que ésta se abra del todo y deje ver los oscuros secretos que esconde.
   ―Lo lamento. Llévenme con ustedes. Los amo. ―Su voz se oye quebrada en la casa vacía. Está llorando. Implora perdón, pero éste aún no ha llegado. Y tal vez jamás lo haga.
   Todo está oscuro. Salvo la luz del baño, que ilumina parte del pasillo que comunica su habitación con el baño,  dormitorio de sus padres y la sala de estar. Sebastián se dirige hasta el dormitorio de sus padres y entra. Mira la cama matrimonial iluminada por la luna, que espía a través de la ventana en busca de restos de vida. Es una imagen onírica, casi mágica. La sangre salpicada en las paredes del cuarto apenas pueden divisarse en esa oscura claridad.
   Sebastián se acerca a la cama y la acaricia como si pudiese sentir el calor de sus padres. Un sonido se oye detrás de él. Da media vuelta y ve a una figura detenida en medio del pasillo. Puede ver sus ojos, estos emiten un suave pero terrorífico destello. Como todas las noches. Su visitante se ha despertado una vez más.
   ―No, no quiero que me lleves contigo. ―La figura, oscura ya que la luz del baño no llega a tocarlo, comienza a caminar en dirección al dormitorio matrimonial. Sebastián retrocede unos pasos y grita. Grita tan fuerte que la figura se detiene abruptamente, todo sucede de igual manera todas las noches.
   Cierra sus ojos y piensa que esto es un castigo por haberle fallado a sus padres, es lo que se merece y debe pagar. Espera a que la figura se acerque hasta él con los párpados cerrados su destino pero nada sucede. Pasa unos minutos y los abre. La figura ya no está allí. Nuevamente, el silencio reina en la casa.
   «Es tu imaginación», piensa Sebastián. «La soledad te está volviendo loco». Cree que así es, y a lo mejor no está equivocado. Sabe lo que va a suceder a continuación pero el miedo siempre se inyecta en su cuerpo renovado, dispuesto a robarle trocitos de raciocinio de su mente cada vez que lo hace. Nunca logra escapar a estos sentimientos que lo agobian todas las noches.
   Se recuesta en la cama de sus padres luego de rezar y pedir por ellos. Mientras las evidencias de sus actos violentos se hallan ocultos en la oscuridad.

3
   Las hojas de los árboles murmuran los secretos de los vientos cuando Sebastián despierta. Se levanta de su cama, abre la puerta de la habitación sin mirar a su alrededor, no recuerda si la ha cerrado él o su visitante nocturno, pero no le importa ahora que es de día y no hay miedo corriendo por sus venas, y atraviesa el pasillo arrastrando los pies. Se detiene frente a la puerta de su habitación y su corazón comienza a latir con intensidad, suda demasiado y respira con dificultad. La puerta está abierta, lo suficiente para espiar lo que se oculta dentro y llevar su mente a las profundidades de la locura pero aparta la mirada. No quiere ver, todavía no.
   «Anoche salió del cuarto y fue a buscarme», piensa. «Sí, era él. Siempre es él». Lo sabe pero no lo acepta.
   Se acerca con sumo cuidado, evitando hacer ruido alguno y cierra la puerta sin mirar hacia el interior. El olor que sale de allí es horrible, ¿cuánto tiempo ha transcurrido? Sebastián no lo recuerda. Cruza toda la sala y sale afuera. La brisa lo abraza apenas cruza el umbral y Sebastián se siente aliviado al ver un nuevo día pero, al mismo tiempo, anhela no volver a ver ninguna noche más. Ya no quiere ver al visitante que lo viene a buscar cuando el sol se esconde para llevárselo quién sabe adónde. No se imaginaba en ningún momento que las consecuencias serían vivir esta eternidad mientras salpicaba de sangre y muerte todo el hogar, más en la habitación de papá y mamá.
   Da la vuelta a la casa y camina por un sendero unos cien metros. El lugar se halla alejado a más de tres kilómetros de la civilización, por ende, se puede disfrutar de la tranquilidad que se respira. Pero con la calma siempre está el silencio, y eso es a lo que Sebastián le teme: el silencio familiar, creado por la ausencia de sus padres.
   Sigue caminando al tiempo que mira a su alrededor. De verdad no sabe cuánto tiempo ha transcurrido pero supone que alguien debe haber transitado aquellos caminos hace tiempo. Se detiene cuando ve las dos cruces precarias, hechas con madera podrida hallada detrás de la casa.
   ―Hola, mamá. Hola, papá ―saluda mientras mira las dos cruces que se elevaban a su derecha, señalando tumbas precarias. La tierra continúa fresca, sobre cada tumba hay sendas rosas recién arrancadas de la vida, ellas nunca se marchitan porque el tiempo no avanza allí―. Espero que estén bien. La verdad es que los extraño mucho. Lamento lo que les sucedió. Yo no quería matarlos pero estaba loco. Muy loco y no podía evitarlo. Querían encerrarme en un loquero, y yo no podía permitirlo; mi otro yo tampoco quería acabar encerrado, fue él, mi lado oscuro, quien me controló durante todo el momento de locura. Ahora mírenme, estoy aquí totalmente solo y rodeado de este silencio de mierda. La muerte me viene a buscar todas las noches pero yo resisto. Aún los estoy esperando, mamá y papá. Creía que nos íbamos a encontrar luego de...
   Un ruido seco se oye a su espalda. Sebastián da media vuelta sobre su eje con torpeza y no ve nada, salvo un gato negro y salvaje, que lo mira con la cola levantada y los pelos de la misma y su lomo erizados; siempre aparece a la misma hora y actúa de la misma manera pero, aún así, lo sorprende y asusta. El bufido que el gato profiere es intenso; tiene su pata derecha levantada en el aire, sus garras cortan la paz que se respira.
    Sebastián se acerca al animal sabiendo lo que hará a continuación rogando que no se repita como todos los días pero nada cambia: el gato sale corriendo como alma que lleva el Diablo, totalmente asustado. Sebastián lo entiende. No debe ser fácil para el animal ver a la muerte a los ojos. Y todo continúa repitiéndose como una escena que no conforma a un director de cine cruel e inagotable.

4
   Regresa a su casa luego de acompañar a sus padres durante unas horas mientras ellos descansan por toda la eternidad. Se sienta en su sillón favorito y se queda mirando hacia el pasillo, donde se encuentra la puerta blanca de su habitación. Piensa que pronto tendrá que enfrentar a lo que se esconde allí dentro si quiere que el día sea diferente. Solo debe abrir la puerta y entrar, sabe que está invitado al cambio.
   Se acerca a la puerta de su cuarto y abre la puerta sin meditarlo un momento más, ya no soporta todo ese silencio de un mundo que no existe y se asemeja al infierno que merece vivir. Es un movimiento tan abrupto que no le da tiempo a Sebastián de reaccionar; así debe ser. Se ve la parte trasera de su cama y un pie colgando de la misma. Las moscas se posan sobre la carne fétida, corrompida por el tiempo que avanza sobre la carne sin vida y el gran poder de la muerte, solo allí hay rastros del avance de los malditos minutos. El olor invade sus fosas nasales y lo marea, Sebastián está a un ápice de vomitar. Pero no tiene nada para vomitar dentro de él.
   ―Enfrenta a la muerte ―se dice a sí mismo, apenas susurrando. Se acerca al cuerpo que yace sobre la cama, con un pie colgando con trozos de carne desprendida en igual condiciones y el brazo derecho cuelga del borde de la cama, debajo de la mano yace el arma en el suelo. Hay salpicaduras de sangre por doquier―. Duele ver que no hay nada después de la muerte, solo vida eterna, sin tiempo ni sonidos. Es el castigo que merezco por asesinarlos.
   Se sienta en el borde de la cama e inspira profundamente. El silencio retorna a la casa. Sebastián está muerto, pero no es la muerte a lo que le teme, él teme a la noche y al cuerpo, SU cuerpo, que allí yace luego de pegarse un tiro en la cabeza; ese es el visitante que por las noches se levanta para llevárselo a conocer los secretos del silencio sepulcral: el silencio familiar, repleto de oscuridad y sufrimiento, donde el tiempo no avanza sobre la vida.

1 comentario:

  1. Eli:

    Comienzo por decir que me ha gustado. Me ha gustado la ambientación, me han gustado algunas frases con profundidad. Me ha gustado el concepto de la historia en sí y el final no me lo he esperado, me gusto bastante el cierre, tiene fuerza.

    Sin embargo en algunas partes, a ratos creo que la historia se fue demasiado rápido. No estoy bien seguro de como explicarlo, solo que en tramos fue como mirar a muchas partes sin conseguir enfocar algo en especifico.

    En general me ha gustado. Saludos

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