Por Adrián Granatto.
Eva lamió una vez más y alzó la vista a Adán. Este la instó a seguir, guiñándole un ojo con una sonrisita socarrona. No muy convencida, Eva dio otra lamida.
—Así, así —gemía Adán, los ojos en
blanco—. No pares, no pares…
—¿QUÉ ESTAÍS HACIENDO? —tronó una voz
desde las alturas.
Adán se sobresaltó y cayó hacia atrás.
Eva se escondió detrás del manzano.
—Nada, nada —dijo Adán mientras buscaba,
desesperado, una hojita para taparse sus partes gentiles.
—¿NADA? NO ME MIENTAS, ADÁN, O CONOCERAS
MI CÓLERA. ¿Y TÚ, EVA, QUÉ TIENES QUE DECIR?
Eva se ruborizó y se tapó el rostro con
las manos. Lágrimas amargas se deslizaron entre sus dedos. Dios se apiadó de
ella y volvió a enfrentarse con Adán.
—¿Y? ¿NO PIENSAS CONTESTARME, ADÁN? ¿QUÉ
DIJE YO DEL FRUTO PROHIBIDO, EH?
—Bueno —contestó Adán—, vos hablaste de
manzanas, pero de bananas no dijiste nada…
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario