jueves, 16 de agosto de 2012

DE ESTE Y DEL OTRO

Por Ernesto Suárez.

     Antes de que George me llamara al celular me encontraba inmerso en mi rutina de todos los sábados en la noche.  Estaba muy tranquilo, acostado en mi cama, devorando la última funda de nachos que había en mi cocina y viendo cualquier tontería en la televisión.  Me encontraba de muy buen humor pues no tenía ningún caso pendiente y había planeado pasar todo el domingo con mi hijo.  Justo estaba pensando en si debíamos ir primero al cine y luego al zoológico cuando el maldito aparato empezó a sonar.  Contesté rápidamente, sin ver el identificador de llamadas, y saludé a George antes de que este dijera algo.
     –¡Maldita sea, Andy! Te estoy llamando del celular de mi hija ¿Cómo rayos supiste que era yo?
     –No tengo amigos ni vida social, Yoyo –respondí, levantándome de la cama y sintiendo como el buen ánimo abandonaba mi cuerpo–.  Sólo hay dos seres humanos en este planeta de mierda que osarían llamarme a esta hora y a uno de ellos su mamá ya lo mandó a dormir.
     –Me alegra ser alguien especial en tu vida.
     –Ya no estoy de buen humor Yoyo, más vale que sea importante.
     –Lo es.  Será mejor que te vistas rápido pues estoy camino a tu casa. Calculo que te pasaré recogiendo en veinte  minutos.
     –¡¿Veinte minutos?! Pero qué…¿cuál es la emergencia nacional?
     –Asesinaron a la hija del alcalde.  Los jefes han ordenado que tú y sólo tú te encargues de la investigación, así que arroja a la basura la funda de porquerías que estabas comiendo y vístete a toda carrera.

     Hace dos años estuve al frente de la investigación del asesinato de Eric Johnson y de su esposa.  Las pocas pistas que inicialmente encontramos nos hicieron pensar que los Johnson habían sido víctimas de un maldito robo que había salido muy mal; sin embargo, algo en mi interior no estaba convencido de eso y por ello decidí analizar las cosas desde otro ángulo.  No voy a aburrirlos con todos los detalles, ni con las malditas peripecias que tuve que pasar, así que sólo les diré que me costó muchos dolores de cabeza descubrir que el crimen había sido planeado por el socio del Sr. Johnson.    Debido a que Eric era uno de los hombres más importantes y poderosos del mundo de los bienes raíces, y también amigo personal del alcalde de la adorable Nueva York, resolver su homicidio me convirtió en una momentánea celebridad y en el superhéroe al que recurrían los jefes cada vez que se presentaba un crimen de alto perfil.  Pero ahora la víctima era la hija del jefe de los jefes y por eso estaba seguro de dos malditas cosas: la primera, que resolver este crimen podría convertirme en el detective más intocable y popular de la ciudad, status que no podría importarme menos; y la segunda, que lo contrario haría de mí un paria y mi vida no se diferenciaría mucho de la que tienen los pordioseros leprosos de la India.
     Aunque estábamos usando la sirena, no se nos estaba haciendo fácil abrirnos camino a través del congestionado tráfico.
     –¿Quién encontró el cadáver? –pregunté, luego de pensar en aquellos desafortunados hindúes.
     –Los oficiales Newton y Jones.  Ellos fueron los primeros en arribar a la escena del crimen.
     –¿En serio? ¿Quién contactó a la policía?
     –Victor Donnell, el esposo.
     –¿Y cómo supo que algo estaba mal con su mujer?
     –Por lo que sé, el hombre se encontraba en el cumpleaños y decidió llamar a su esposa para ver cómo estaba.  Parece que la atacaron mientras hablaban.  El tipo pidió auxilio a los otros invitados y alguien llamó al 911.
     –¿El cumpleaños?
     –¿Acaso no ves noticias Andy?  Hoy cumple 86 años de vida y todos los ricachones se juntaron…
     –Ahhhhh, ya ya –le interrumpí al recordar el dichoso evento. Ochenta y seis años bien vividos.  No pude evitar sonreír y sentirme feliz por ella–.  ¿Y por qué no estaba ella en el festejo?
     –No lo sé, pero el esposo está en el apartamento y podremos preguntarle –me respondió antes de guardar silencio un buen rato y luego preguntarme lo que ya estaba considerando–.  ¿Crees que se trate de una venganza de la familia Rizzo?
     –Tal vez.  No creo que debamos descartar ninguna posibilidad.
     Antes de que su padre se convirtiera en alcalde, Stephanie Hayes, pues no usaba el apellido de su esposo, ya era muy conocida en Nueva York. Era una de las mejores fiscales de la ciudad y una gran mujer.  Decidida, de temperamento fuerte y espíritu incorruptible, en poco tiempo se convirtió en el símbolo del renovado sistema de justicia; y por supuesto, eso también la puso en la mira de muchos criminales y le hizo ganarse su buena cantidad de enemigos.  Tres meses antes había concluido un difícil caso de asesinato en contra de Paolo Rizzo, jefe de la familia Rizzo, logró que lo declararan culpable y que lo sentenciaran a cadena perpetua.  Obviamente, las amenazas no se hicieron esperar; sin embargo, no soy hombre que cree en las coincidencias, había algo muy familiar, y mi instinto empezó a decirme que los hijos de Don Paolo no tenían nada que ver con esto.

     Stephanie y Victor, un tipo que había amasado su fortuna con su empresa de corretaje, esas que le dicen a los ricos donde invertir su dinero para hacer más dinero, vivían en el penthouse de uno de los edificios más lujosos de la ciudad.  Tuvimos que atravesar un enorme mar de periodistas y fotógrafos para llegar hasta el lobby; y otro pequeño de vecinos, policías y personal de la alcaldía para ingresar al apartamento.
     El cadáver se encontraba en la cocina.  Estaba vestida con una bata rosada de seda y yacía junto a la refrigeradora.  Había un sándwich a medio preparar sobre el mesón y su celular estaba en el piso, a un par de pasos de distancia.  Le habían estrangulado, casi decapitado, con una cuerda de piano que aún estaba alrededor de su cuello.  No era una imagen agradable.
     –¿La puerta de la refrigeradora estaba abierta cuando llegaron? –pregunté.
     –Sí.  Todo está como lo encontramos –me respondió uno de los técnicos forenses.
     –¿Qué piensas Andy?
     –Bueno Yoyo, por lo que tenemos enfrente, es claro que Stephanie estaba preparándose un aperitivo nocturno cuando el asesino la sorprendió por detrás –dije con mucho desgano.  Aunque diferente, todo esto me era muy familiar y por ello me estaba sintiendo más convencido de que investigar a los Rizzo sólo sería una pérdida de tiempo–.  ¿Dónde está el esposo?

     Victor se encontraba en la habitación principal.  Estaba sentado en la cama y parecía que había llorado mucho.  Un tipo estaba parado junto a él, también vestía smoking y fue el primero en dirigirnos la palabra.
     –Buenas noches caballeros, soy Leonard Brand, abogado del señor Donnell.
     –Buenas noches abogado, señor Donnell, soy el detective Andrew Calderón y este es mi compañero el detective George Wallace.  Lamentamos mucho lo ocurrido, la fiscal Hayes era una excelente persona.  Sabemos que no es el mejor de los momentos pero necesitamos hacerle algunas preguntas, a solas de ser posible.
     –¿Por qué a solas? –preguntó el tal Brand.
     –¿Algún problema? –dije mirándole fijamente–. ¿Acaso el señor Donnell necesita de un abogado?
     –¿Le parece el mejor momento para hacerse el simpático detective? ¿Le gustaría que le comentara a sus superiores acerca de su actitud en…
     –Tranquilo Leonard –interrumpió Victor antes de ponerse de pie–.  No tengo nada que ocultar y quiero que estos caballeros tengan toda la información que necesitan para atrapar a esos malditos Rizzo.
     –¿Estás seguro Victor?
     –Muy seguro. Déjame hablar a solas con los detectives.
     El abogado respiró profundamente, me dirigió una mirada asesina y se retiró de la habitación balbuceando algo sobre decirle a mi capitán que me reprenda o una tontería como esa.
     –Deben disculpar a Leonard, no sólo es mi abogado sino también un gran amigo. Díganme en qué les puedo ayudar.
     –Acaba de comentar que quiere ayudarnos a atrapar a los Rizzo, ¿por qué piensa que fueron ellos? –pregunté.
     –¿Quién más podría ser?  Esos animales mataron a ese banquero de la misma forma y las últimas semanas estuvieron amenazando a Stephanie.  Ella reportó varias de estas amenazas.  Notas dejadas en el parabrisas, llamadas anónimas, emails desconocidos.  Le rogué que pidiera escolta policial, su padre también lo hizo, pero se negaba a permitir que estos locos alteraran su vida.
     –¿Por qué no fue con usted a la fiesta? –preguntó Yoyo.
     –Un par de horas antes me dijo que estaba sintiéndose mal, un poco agripada, y que no se sentía con fuerzas para lidiar con la alta sociedad.  Ofrecí quedarme a hacerle compañía pero me dijo que uno de los dos debía hacer acto de presencia, así que me fui.
     Empezó a sollozar y a lamentarse, a decirnos que de haberse quedado hubiera podido evitar esta tragedia. Al cabo de unos segundos decidí interrumpir sus lamentos con otra pregunta.
     –¿Por qué llamó a su esposa?
     –Quería saber cómo se sentía.
     –Parece que estaba mejor –comenté–. Estaba preparándose un sándwich de jamón, queso, tomate, lechuga y mucha mayonesa.  No es lo que alguien con malestar se animaría a comer.  Además estaba desnuda.
     –¿Perdón, detective?
     –Sólo traía puesto esa fina bata de seda.  Creo que alguien con gripe se hubiera puesto algo más abrigado, ¿no cree usted?
     –¿Qué está insinuando detective?
     –Nada señor Donnell, sólo le estoy comentando que parece que su esposa se estaba sintiendo mejor de salud.
     Victor permaneció en silencio unos segundos, miró por momentos a cada uno de nosotros, ligeramente desconcertado.  Antes de que pudiera pensar en algo que decirnos, continué preguntando.
     –¿Qué hizo el día de hoy?
     –¿Perdone?
     –Antes de la fiesta, ¿qué hizo hoy? ¿Fue a alguna parte? ¿Visitó a alguien? No sé.
     –Estuve en la oficina hasta las cuatro, luego pasé por la tintorería retirando mi smoking y vine para cambiarme.
     –¿Su chofer puede verificarnos eso?
     –Yo no tengo chofer, detective.  Me encanta conducir.
     –Ok. ¿Y dónde parquea su vehículo?
     –Hay dos niveles de subsuelo, detective, yo me estaciono en el superior. Detective, ¿qué relación tienen estas preguntas con lo ocurrido con mi esposa?
     –Lamento mucho este interrogatorio señor Donnell pero es nuestra obligación conocer todos los movimientos de las personas cercanas a la víctima –contestó Yoyo.
     –Ya veo.  Sería bastante ilógico que me vieran como sospechoso puesto que fui yo quien llamó a la policía.
     Todos guardamos silencio ante este comentario.  Victor se empezó a incomodar, noté claramente que se estaba arrepintiendo de haber dicho algo como eso y por ello hice una pregunta estúpida, importante para mí pero estúpida de todas maneras.
     –¿Ha visto la película The Usual Suspects?
     –¿Qué cosa detective?
     –George, ¿puedes hacernos el favor de dejarnos a solas un rato?
     Yoyo no pudo evitar su expresión de desconcierto e inquietud pero igual se retiró de la habitación.  Una vez que cerró la puerta detrás de él, volví a preguntar sobre la película.
     –Sí, detective, he visto la maldita película, ¿se puede saber…
     –¿Qué le pareció la actuación de Chazz Palminteri?
     –¿De quién?
     –Chazz Palminteri, el hombre que interpretó a Dave Kujan, el policía que interroga a Kevin Spacey a lo largo de la película.
     –Oh ya, no sé, me pareció que estuvo muy bien.  Detective, por Dios, ¿por qué demonios me pregunta esas tonterías?
     –Reconozco que estuve disparando al aire y por suerte le he atinado a algo –dije antes de sacar mi arma y apuntar a Victor.
     –¡¿Qué diablos?! –exclamó antes de levantar los brazos.
     –Ahora vas a permanecer muy tranquilo y me vas a escuchar con mucha atención. ¿Vas a estar calmado y no vas a gritar? No quisiera hacer alguna estupidez.
     Victor asintió afirmativamente, apartó su mirada del arma y la enfocó en mi rostro.
     –Perfecto Victor, buen muchacho. Verás, tal vez me equivoque pero esto es lo que pasó.  En la mañana saliste a tu oficina, hiciste tus tonterías, pasaste recogiendo tu traje y en el camino recogiste a tu cómplice. Asumo que se escondió en la cajuela del auto y así fue como entraron al edificio.
     –Eso es ridículo, las cámaras de seguridad…
     –Están desactivadas, Victor –le interrumpí–.  Los forenses conversaron con los guardias y estos dijeron que todo se apagó esta mañana.  La administración contrató un sistema de cámaras inalámbricas y empezaron el cambio hoy.  El edificio volverá a estar monitoreado desde mañana en la tarde.  Todos los residentes fueron notificados de esto hace un mes.
     –Su teoría no tiene sentido detective. ¿Acaso no vio el ascensor? No se puede simplemente oprimir el botón del penthouse. Se puede ir sin problema a los otros pisos pero el botón de este se activa con mi huella dactilar, la de Stephanie y la de dos guardias.  Lo mismo ocurre en la escalera de emergencia, podemos salir pero sólo se puede volver a entrar a este piso mediante reconocimiento de huellas.
     –Lo sé y por eso le pregunté sobre la película.
     –¡¿Qué?!
     –Dave Kujan no fue interpretado por Chazz Palminteri, no en este universo, sino por Al Pacino.
     Victor retrocedió un paso, abrió sus ojos todo lo que pudo y empezó a temblar.
     –¿Dial M for Murder? –pregunté mirándole fijamente–.  Todo esto fue tu idea, ¿verdad?  Alfred Hitchcock jamás se convirtió en director de cine en este mundo sino que fue un renombrado escritor de novelas y cuentos.  Esa película nunca se hizo en esta realidad y por ello confiaste en que nadie vería algo extrañamente familiar en este crimen.
     –¡¿Y usted cómo demonios sabe todo esto?!
     –Porque ambos venimos del mismo lugar Victor. De un mundo en el que Marilyn Monroe falleció en 1962 y no está ahora en algún salón celebrando su cumpleaños número 86. ¿Qué pasó? ¿No resististe la curiosidad de verla en persona?
     –Yo…yo…
     –Tú y el Victor de este mundo lo hicieron bien.  Aprovecharon que no habría cámaras y el Victor de aquí subió sin problemas, pues obviamente son sus huellas las que están registradas, y se quedó aquí.  Tú, en cambio, saliste de la cajuela, te pusiste el smoking que trajeron de la tintorería, subiste al lobby, esperaste un par de minutos al auto que te llevaría a la fiesta y delante del guardia saliste del edificio.  Eso te dio tu primera coartada –me detuve un segundo para tomar aire.  Observé la expresión de terror que se apoderaba del rostro de este Victor y continué–.  El Victor de aquí esperó a que llamaras a Stephanie y en cuanto lo hiciste la asesinó.  Sabía que no podría salir por el lobby, y que también podrían verlo si salía por el garaje, así que decidió no arriesgarse.  Bajó al subsuelo y se escondió en la cajuela del auto ¿verdad?
     Victor tenía su boca abierta pero no emitía sonido alguno. Guardé mi arma, di dos pasos hacia él y lo miré fijamente a los ojos.
     –Él está ahí ahora, abajo, dentro de la cajuela, esperando a que te dejemos ir para luego cambiar lugares.  Tú volverás a nuestro mundo y él será el pobre hombre que perdió a su esposa a manos de un misterioso profesional enviado por la mafia.
     –¿Quién eres tú?
     –Soy Andrew Calderón, detective de homicidios pero del Nueva York que perdió a las Torres Gemelas en el 2001.  El Andrew de este mundo y yo cambiamos lugares hace cinco años y la razón por la que hicimos eso no es de tu maldita incumbencia.
     –¿Co…co…cómo…
     –Igual que ustedes, encontramos un portal en la casa de nuestros padres.  ¿Dónde encontraron el suyo?
     –E…en…en nuestra oficina…en el baño.
     Volteé a Victor, lo esposé, le leí sus derechos, los González, y sus Miranda también por si acaso, y lo conduje hacia la puerta.
     –¡¿Estás loco?! ¡¿Tienes alguna idea de lo que pasará si descubren lo de los universos paralelos!?
     Honestamente, en ese momento no tenía la más remota idea de lo que podría pasar, lo único que sí sabía es que no podía dejar escapar a estos malditos homicidas, pues estaba bastante seguro de que la otra Stephanie Hayes había sido asesinada también.  Al final, me convertí en un tipo muy popular, ya habrán imaginado que no fue por resolver un homicidio, y aunque lo que vino después me ha hecho arrepentirme, varias veces,  de haber revelado la existencia del otro lado, Yoyo procura calmar mi conciencia recordándome que lo hice por una noble causa y que esas mujeres merecían tener justicia.  Qué les diré, parece que de nobles causas también está empedrado el camino hacia el infierno.
    


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