sábado, 11 de agosto de 2012

La pérdida más dolorosa jamás contada


Por Antonio Tomé Salas.


Querido lector, no me gustaría empezar a contarle el siguiente relato sin por lo menos llegar a advertidle de la dureza del mismo. Este relato que usted se dispone a leer es un relato triste, deprimente, amargo y muy muy doloroso. Al menos yo me siento así, hundido en la más inmunda tristeza. Bueno una vez advertido de tales detalles creo que podemos comenzar.

La historia que me dispongo a contarles, es la historia de como un padre perdió a su única hija. Por desgracia yo soy el padre. Cuando mi hija murió era muy joven y a día de hoy tengo que deciros, que para nada lo he superado.
No hay nada más triste para un padre que perder a una hija, o al menos eso dicen, pero por desgracia mi situación es peor si cabe, pues yo estaba junto a ella cuando fue brutalmente asesinada, lo presencié todo.

La noche en que asesinaron a mi pequeña fue hace seis meses, y os juro que lo recuerdo todo con absoluta claridad, me acuerdo de todos los detalles como si fuera una película que he visto unas cincuenta veces.

Era una noche de invierno, fue tres días antes de Navidad, del cielo caía un aguacero terrible y apenas podíamos desplazarnos por las calles.
Mi hija y yo deambulábamos por las calles empedradas de un pueblo que no conocíamos, íbamos sin rumbo y sin destino, y lo más curioso de todo es que con el aguacero que estaba cayendo sobre nuestras cabezas, estábamos muertos de sed.

Mi pequeña me miro con ojos suplicantes y me dijo que no aguantaba más que tenia mucha sed. Yo le dije que resistiera un poco que ya encontraríamos alguna casa y nos colaríamos.

Y por suerte, aunque más tarde pensaría que fue la peor decisión de mi vida, vimos a unos quince metros una casa monumental con un ventanal enorme. La ventana estaba parcialmente abierta, y entonces lo vi claro, entraríamos sin hacer ruido y comeríamos algo. A día de hoy me maldigo por haber entrado en esa casa junto a mi hija.

Yo entraba primero en las casas, y mi hija iba detrás siempre, me asomé por la ventana y no vi peligro alguno, me volví hacia atrás y le hice una señal a mi hija para que me siguiera...
Entramos con mucha cautela.
Silenciosos.
La habitación en la que nos encontramos era enorme, justo debajo de la ventana por la que entramos había una cama individual, la cual me pareció que estaba desocupada. Enfrente de la ventana se encontraba la puerta de la habitación (que estaba cerrada) y un armario empotrado.  A la derecha había una estantería llena de libros, lo cual no tenia importancia para mi pues no sé leer. Y por ultimo a la izquierda se encontraba el típico escritorio con un televisor.
Nos colamos sigilosos como el viento pero como ya dije; mi hija tenia mucha sed.
Se puede decir que en nuestra “familia” tenemos un sexto sentido para localizar la comida, y por suerte o por desgracia la habitación apestaba a comida.
Mi hija con ese olor tan intenso a comida se excitó y no paraba de moverse por toda la habitación, os juro que intenté tranquilizarla, pero me fue imposible.
Estaba yo de cara a la ventana y mi hija estaba enfrente mía cuando un bulto enorme se sacudió bajo las sábanas de la cama, cobarde o no mi impulso fue meterme en el armario.
El bulto volvió a sacudirse pues pude oír perfectamente el frufrú de las sábanas desde dentro del armario, me asomé con cautela y pude ver perfectamente a mi hija junto a la cara de ese hombre, a un escaso centímetro.
Le supliqué que parara, le ordené que viniera a mi lado, le dije que ese hombre no estaba totalmente dormido y que podría atraparnos, pero ella no paró y yo sabia que al estar tan cerca de la comida, con esa fragancia tan apetecible ya no podría detenerse.

Entonces de repente el hombre salto como un resorte de la cama y sacudió las palmas de las manos por el aire, como si estuviera pegando a un fantasma. Una de las manos del hombre rozó a mi pequeña pero no le hizo el menor daño.
Justo en el instante en que yo me disponía a salir del armario en busca de mi hija el hombre encendió la luz de la habitación, y entonces yo me quede cegado, fue una experiencia horrible, por un momento mis ojos quedaron totalmente inútiles y tan solo veía una pantalla blanca delante de mi, era como nadar en un mar de leche.
A lo lejos vi un punto negro bastante grande y pensé que seria la ventana, que tras su cristal me mostraba la noche, la salvación, la salida. Volé hacia la ventana cuando de repente escuché a mis espaldas que la puerta de la habitación se abría de golpe. Justo cuando llegue a la ventana me di un golpe en mi enorme nariz, tantee a mi derecha y encontré la abertura de la ventana, un frío inmenso me acogió en la calle.

Desesperadamente llamé a mi hija para que saliera de aquella maldita casa, pues ya sabia yo lo que ocurriría a continuación, he visto a tantos morir por culpa de la maldita comida que ya he perdido la cuenta, la momentánea ceguera empezaba a desvanecerse y maldita la hora, por qué para ver lo que vi a continuación mejor seria haberme quedado ciego.

El hombre irrumpió en la habitación spray en mano, cerro la puerta y la ventana. Y yo como único espectador tras el cristal.
El hombre quitó el tapón del spray y roció toda la maldita habitación con insecticida.

Me quedé tras el ventanal observando y golpeando el cristal inútilmente.
Regueros de lágrimas se entremezclaban con la lluvia.

Mi pequeña murió lenta y dolorosamente.

Todavía a día de hoy veo en mis peores pesadillas los espasmos que daba mi pequeño mosquito.

Fin

1 comentario:

  1. Cabe aquí el mismo comentario que te dejé en tu blog:
    "¡Genial! Qué buena historia. Suspenso al por mayor, y un giro al final impactante, inesperado.
    ¡Felicitaciones, Antonio!
    Saludos."
    Muy bueno...

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