martes, 26 de septiembre de 2017

El ajolote

Por Ángela Eastwood.

   Consigna: Cuento sobre Gravity Falls, respetando la versión latina. Debe contar algo nuevo tras lo sucedido al culminar la serie.)
Texto:
Llegó el verano y con él las ansiadas vacaciones. Mabel lanzó su psicodélica mochila al suelo y Dipper lanzó al aire la gorra que le regalara su adorada Wendy.
—¡Por fin! —exclamó feliz—. ¡Pensé que no aguantaría ni una clase más!
—¡Chicos, tienen correspondencia de su tío Stan! —dijo la madre sacando la cabeza por la ventana de la cocina.
—¡Carta del tío Stan! —gritaron felices al unísono.
«Queridos sobrinos: Tan sólo el saberles estudiando me ha detenido de contarles un tema de suma gravedad: algo terrible está ocurriendo en Gravity Falls. Cuando regresaron a California todo fue bien durante un tiempo. Mi hermano Stanford y yo nos dedicamos durante unos meses a explorar el Ártico —no olviden que ese siempre fue nuestro sueño de niños—, y allí vivimos espeluznantes aventuras que nos ayudaron a recuperar el tiempo perdido; pero ambos intuíamos que algo no iba bien en el pueblo. En nuestros sueños enormes maizales crecían por todos lados de forma salvaje, transformando  el pueblo en una suerte de selva amarilla, sepultándolo todo. Era tan angustioso que decidimos regresar a Oregón, para contemplar, sorprendidos, que nuestras pesadillas eran en verdad reales. A nuestra llegada, Soos nos informó que, debido a ese raro suceso, los autobuses turísticos habían dejado de llegar, ante la imposibilidad de abrirse paso en aquella jungla, hecho este que significaba la ruina. Pero aún había más. Con la invasión también llegaron los relámpagos rojos y los rayos certeros. ¿Recuerdan la gran mansión de la colina, aquella que tiempo atrás perteneciera a  vuestra amiga Pacífica Noroeste? Siento decirles que ha sido destruida, devastada por esos rayos mortíferos. El viejo Fiddleford MacGucket, —recordaréis que se hizo rico vendiendo sus patentes y que luego de buscar una nueva morada más apropiada para su nuevo estatus de millonario, se enteró  de que la gran mansión estaba en venta y la adquirió por un módico precio—, salvó su vida  por hallarse en su barco en esos instantes probando la inmersión de uno de sus monstruos metálicos. Otras cosas han sucedido también, pero lo más inquietante de todo es el extraño silencio que reina en el pueblo. Por favor, vengan. ¡Les necesitamos! Con cariño: su tío Stan».
Durante el largo viaje a Oregón, los hermanos Paine recordaron con añoranza el primer día del verano anterior, cuando sus padres, cansados de verlos haraganear, decidieron enviarlos a la cabaña de su tío Stan, un lugar perdido en mitad del bosque, una trampa para turistas, un timo simpático con el que su viejo tío se ganaba unos buenos dólares, mostrando a los turistas todo un abanico de manipuladas rarezas: monos con cola de sirena, misteriosos mechones de unicornio, pociones mágicas, botes con ojos de alienígenas en formol, y todo tipo de curiosidades que los pobres incautos le quitaban de las manos, pagando precios desorbitados.  Pero no tardaron en averiguar que en verdad el lugar era un foco de sucesos paranormales y sobrenaturales. Hablaron también del viejo diario encontrado en el bosque y del entusiasmo que sintieron al ir descifrándolo.  Hablaron de todos y de cada uno de los seres de Gravity Falls. Del dios Bill Clave y su intento fallido de acabar con el mundo. Del mofletudo y malvado Gideon, que tantos disgustos les dio poniéndose de lado del peligroso Bill. De los pícaros gnomos, del gran oso Multioso de las mil cabezas, de los zombies, del cabello mágico del unicornio Celeste, de los Hombres-Tauro y del día en que Dipper acudió a ellos para aprender a ser un hombre de pelo en pecho. Y… de Wendy. ¿Tendría novio? Dipper suspiró.
A la puerta de la cabaña les esperaban sus tíos Stan y Ford, también el grandullón Soos y su flamante novia, Melody. Dipper los miró con cariño, pero su corazón adolescente volcó de emoción al ver entre los rostros el de la pelirroja Wendy, más alta y más linda que el verano anterior. Nunca lograría alcanzarla. En todo ese año Dipper tan sólo había crecido un par de centímetros, aunque su voz aflautada había adquirido un tono interesante. Wendy corrió a abrazarlos y de pronto pareció que no había pasado el tiempo.
—¡Pero miren a este guapo chico! ¿Dónde dejaste la constelación de tu frente? Ya veo que desaparecieron esos granitos que formaban la osa mayor. ¿Acaso deberíamos dejar de llamarte Dipper? ¿Y qué fue de tu voz? —dijo Wendy riendo y arrancándole la gorra.
—¡Mira Dipper! ¡Parece que los tíos han hecho reformas en la cabaña! —exclamó Mabel riendo con esa risa peculiar que sonaba a cascabeles—. ¿De qué mares tenebrosos habrá salido ese grandioso animal? ¡Guau! La batalla para apresarlo debió ser colosal.
Y es que un pulpo de dimensiones grotescas cubría el techo de la cabaña mágica. El monstruo parecía sacado de una pesadilla de Julio Verne. Los ciclópeos tentáculos abrazaban la cabaña y la rodeaban por todos los costados. La cabeza, de grandes ojos saltones, se veía realmente terrorífica. Pero lo que más entusiasmó a los chicos es que el monstruo sufría de una especie de letargo inducido y podía, en cualquier momento, volver a la vida. Sólo había que pronunciar las palabras adecuadas. Esto  fascinó a los chicos y durante un rato el ambiente fue festivo. Por la mañana el aspecto del pueblo volvía a ser inquietante y el silencio desolador.
—¿Dónde habrán ido los pájaros? —preguntó con tristeza el tío Ford, que caminaba al lado de su hermano Stan, ambos con las manos a la espalda.
—¡Eh, Dipper! ¡Wendy! ¡Vengan a ver esto! —chilló Mabel alucinada—. Nunca vi nada más bonito. ¿Qué es? ¿Me lo puedo quedar, tío Stan? Por favor por favor por favor por favor. ¡Es taaaan cool!
—¡Vaya! —exclamó Dipper rascándose la cabeza por debajo de la gorra—. Es… raro, pero a la vez entrañable. ¿Sabes Mabel? Cuando regresemos a la cabaña lo buscaremos en nuestro libro de animales insólitos.
—Uhmmm, parece una salamandra —dijo Wendy, examinándolo de cerca—. Hummm, pero tiene branquias.
—No es necesario que indaguen, niños: es un ajolote —dijo sentencioso un tipo fornido de expresión patibularia. Los ojos, negros en su totalidad, resultaban abrasivos y altamente hipnóticos. La voz de trueno, un brilloso diente de oro y una soga anudada en el antebrazo completaban todo el cuadro de su persona—. Pero no se encariñen con él. Su tiempo en este mundo está a punto de expirar.
—¿Quién es usted?  —preguntó el tío Stan—. Nunca lo vi por aquí.
—Oh, disculpen, no me presenté. Mi nombre es Persiguius Focus. Pero allí de dónde vengo me llaman El verdugo.
Los chicos observaron con ternura al anfibio y luego con un odio mal disimulado a Persiguius. El tipo estaba como unas maracas, sin duda alguna.
—¿Y qué le hizo el pobre bicho para que quiera matarlo?  —gruñó enojado el tío Stan—. Vayámonos, muchachos, ya ven que se trata de un demente peligroso.
—¿Demente? Ja ja ja. Ustedes no saben —dijo el sujeto con desprecio, extrayendo de su bolsillo una navaja de enormes proporciones, con la que comenzó a hurgarse las sucias uñas—. Déjenme informarles sobre el adorable animalito. Si no le doy muerte ahora, en la primera luna llena él se transformará en lo que en verdad es: un dios azteca. El dios Xólotl. ¡Ah! Detecto por la estupefacción de sus caras que no tienen idea de lo que hablo.
Sin soltar la navaja, ante un público boquiabierto y cariacontecido, El verdugo levantó las manos al cielo y bramó así: «Por el fuego de sus ojos le conocerán y la espuma de su hocico se mezclará con la sangre de los muertos. Y la tierna vértebra se convertirá en huesos de titanio que crujirán buscando su sitio, estirándose, y cuando esto se complete su cabeza dará vueltas buscando otro rostro, el suyo, y cuando ya sea lo que es se levantará y con el primer paso temblará la tierra. Entonces los maizales desaparecerán, porque ya no necesitará esconderse y con su primer aliento le devolverá la vida a aquel que le ha invocado».
—¡Amigos! Melody cocinó unas ricas tortitas de plátano con caramelo. ¡Vengan a comerlas! Pueden traer al rarito —gritó Soos desde la puerta de la cabaña.
—¡Jesús Altamirano Rodriguez! ¿Dónde quedaron tus modales? —protestó Melody, mirándolo con expresión cariñosa.
El recién llegado, ajeno y haciendo caso omiso a la llamada familiar, siguió con su disertación:
«Y llegó el momento en que los dioses debieron ser sacrificados para que el quinto sol comenzara su movimiento. Xólotl, gemelo de Quetzalcóalt, horrorizándose ante la muerte  anunciada, buscó la forma de esconderse en un magueyal; luego de encontrarlo yo, su verdugo, huyó de nuevo, tomando la forma de un animal mitad pez mitad salamandra. Y helo aquí, observen su sonrisa ladina. No duden de que en la noche su cuerpo se transformará otra vez, desechando el actual, para adoptar su verdadera identidad, la del dios del ocaso, de los espíritus, aquel que trae la mala suerte, mitad hombre mitad perro. No se dejen engañar por su aspecto frágil».
—No tenemos ni idea de lo que dice, amigo, pero no nos quedaremos para ver cómo ejecuta al pobre animal indefenso —gruñó el tío Stan, colocando la mano sobre el hombro de Mabel, que se hallaba al borde del llanto.
—¿Indefenso? Ja ja ja. ¡Están ciegos! —dijo Perseguius con desprecio—. Coman sus ridículas tortitas. Cuando llegue la luna recordarán mis palabras, pero tal vez sea muy tarde. Axolotl ha sido invocado con un único fin. No olviden que es el dios de los desesperados. Aquel que ya no pudo ser lo ha llamado, con el fin de volver a ser.
Dicho esto Persiguius Focus se alejó furibundo y el grupo, aún perplejo, entró en la casa. Un rico olor a plátanos maduros se extendía por la cabaña.
—¡Qué tipo tan raro! Hicieron bien en no traerle con ustedes —exclamó Soos.
Olvidándose por completo del incidente, comieron los sabrosos dulces cocinados por Melody, mientras hablaban de sus respectivas aventuras.
—Cuéntennos tío Stan y tío Ford —dijeron alegres los hermanos, que como todos los gemelos, a veces hablaban al unísono—. ¿Cómo les fue en el Ártico? ¿Qué grandes misterios desentrañaron allí? ¿Encontraron tal vez esqueletos de seres milenarios olvidados en inexplorables grutas? ¿Tuviste otra cita con Linda Susan, tío Stan? ¿En qué investigaciones andas ahora, tío Ford?
Llegó la noche y con ella más silencio. En el otro extremo de la cabaña el tío Stan se revolvía inquieto bajo las mantas. Era la misma pesadilla de todas las noches. Una y otra vez Stan volvía a rememorar la aniquilación de Bill Clave. Los dos volvían a encontrarse dentro de la mente de Stan y Bill moría de nuevo a manos de Ford y su pistola borradora de recuerdos. Una trampa perfecta de la que Bill no pudo escapar. Stan sacrificó su mente y sus recuerdos para salvar el mundo. En el sueño Bill se retorcía entre las llamas aullando furioso por su derrota, mientras recitaba una retahíla incoherente. ¿Qué significaban esas palabras? Si lograra descifrarlas…
—Tío Stan —exclamó eufórico Dipper a la mañana siguiente—. Podríamos grabarte mientras duermes y luego reproducir la grabación al revés.
    —¡Esa me parece una gran idea!  —dijo Wendy—. ¡Hagámoslo, jefe!
La noche llegó y con ella la pesadilla. De nuevo Bill Clave se retorcía dentro de la mente de Stan antes de morir y cambiaba de color y se desmontaba y volvía a juntar su cuerpo piramidal mientras pronunciaba aquellas palabras ininteligibles: «revlov emrecah aírdop redop ougitna lE. redra ed odagell ah opmeit iM».
    —El antiguo poder podría hacerme volver. ¿Qué diantres significará eso? —gruñó Stan cuando lo hubieron descifrado—. El antiguo poder, el antiguo poder. Mi tiempo ha llegado de arder. El antiguo poder podría hacerme volver. ¡Ya lo tengo! ¡Todo el tiempo estuvo ahí!
    De pronto la tierra tembló como si de un terremoto se tratara y todos se echaron al suelo protegiendo sus cabezas. El cielo nocturno enrojeció y de la charca emergió un monstruoso ser que crecía imparable. De su cabeza deforme brotaron unos cuernos afilados y en su cara borrosa se dibujó un hocico. El torso era el de un hombre poderoso, pero allí dónde debiera haber pies habían pezuñas. Una túnica cubría su cintura y del cuello desnudo colgaba un rico abalorio ornamentado con hermosas piedras preciosas.
    —¡Mírenlo!¡Es asombroso!¿Cómo lucharemos contra un poder así? —exclamó Ford.
    —¡Estúpidos humanos! —Les gritó el dios con su voz de ultratumba—. Pobres y ridículos títeres que no entendieron las señales. Vieron el maíz, sufrieron las tormentas de rayos y se adaptaron sus ojos al rojo de la bóveda ensangrentada. No entendieron nada.
    Dicho esto el dios tomó su báculo, lo golpeó contra el suelo y pronunció unas palabras que nadie entendió.
    —¡Que regrese aquél que me llamó con su último estertor! Yo, Xólotl, dios del fuego y de los desesperados, gemelo de la serpiente más hermosa, yo, que una vez fui el perro que acompañaba a aquellos hasta su último viaje a la eternidad, te invoco, Bill Clave, para que renazcas de los muertos. ¡Que así sea!
    —¡Tenemos que parar esto, tío Stan! —gritó Dipper—. No podemos luchar contra dos dioses.
    —Nosotros  no… ¡Pero Julius sí! —gritó Ford iluminado de pronto—.¡Stan! ¡Necesitamos su fuerza descomunal!  Solo él podrá parar al monstruo. ¡Di las palabras! ¡Dilas!
    —«Pergilius mantis amaratis lumpus» —recitó el viejo, levantando las manos hacia el gran cefalópodo—. ¡Yo, que provoqué tu sueño, te invoco ahora! Despierta, ancestral criatura del Ártico.
    —¿Creen acaso que esa torpe mascota adormilada va a frenar mi ataque? —Se carcajeó Axolotl. Lágrimas de risa bajaban por su hocico—. Que soy un diooooooooooooooos.
    Un ojo enorme se abrió  ensangrentado. Luego el otro. Un tentáculo ancho como un gran árbol se desenrolló de la cabaña y luego otro y luego los demás. La cabeza del monstruo se volteó veloz buscando a su enemigo y con un estruendo que sonó como los barcos cuando escoran contra los acantilados se incorporó, pesado, acercándose amenazante.
    —¿De dónde diantres sacaron semejante maravilla? ¿Es pariente del Kraken, acaso? —gritó alborozado Persiguius Focus, que acababa de incorporarse a la lucha. Aullaba y saltaba de alegría.
    Xólotl reía confiado cuando Julios  soltó un tentáculo con toda su fuerza lanzándolo a varios metros. Aprovechándose de la sorpresa de su contrincante, el gran pulpo lo apresó con sus poderosos brazos, sacudiéndolo con furia como si de un muñeco se tratara, evitando de este modo las dentelladas del perro. Los inmovilizados brazos del dios nada tenían que hacer contra los tentáculos de hierro del monstruo marino, que utilizaba además sus ventosas para zarandearlo a su antojo. El grupo contemplaba la escena a cubierto. El verdugo reía y gritaba lanzando exclamaciones de entusiasmo.
    —¡Dale, monstruo de los abismos! ¡Atízale en el hocico! ¡Dale fuerteeeeeeee!
    Aturdido, el dios azteca intentó contraatacar cuando Julius, arrancando un árbol de cuajo, le asestó con él en pleno hocico  nublando su conciencia durante unos instantes, momento este que aprovechó El verdugo para correr y rodearlo con su cuerda mágica.
    —¿Qué ocurrirá ahora? —preguntó Stan, ayudándole con los nudos.
    —No teman —dijo señalando a Xólotl—. El contacto con la cuerda debilita su poder, eliminándolo de forma transitoria. Ahora es débil como un cordero. Vamos, cielito, es hora de volver a casa. ¡Ah, por cierto!  Cuiden de Julius. ¡Es fantástico! Tal vez vuelva un día de estos para que me cuenten su historia.
    —Claro, amigo, cuente con ello —dijo Stan, estrechando la mano del verdugo.
    De pronto una risita harto conocida los obligó a todos a mirar a los cielos.
    —¡Oh no! —exclamó Dipper señalando hacia arriba—. ¡Miren! ¡Es Bill Clave! La invocación dio resultado.
    —¡Gracias, dios azteca, te debo una! Aunque no te imaginaba tan debilucho. Hola amigos. ¿Me echaron de menos?













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