martes, 5 de septiembre de 2017

LA CALLE DONDE VIVE

Por Francisco Medina Troya.

     Consigna: Erótico
Texto
Su calle siempre olía a azahar. Sería por eso que su piel tenía ese perfume impregnado en cada poro. Quererlo era como amar a una flor despertada por el rocío. Suave, húmeda, fresca, de pétalos que empezaban en sus fuertes muslos y terminaban en su pecho hercúleo. Quererlo significaba parar el tiempo, o en su caso no prestarle la mínima atención. Quererlo consistía para mí en el arrebato más incisivo del día. Vivía en mi realidad y esa realidad se trasminaba en mis sueños donde él era el protagonista.
Pero todo tiene un principio y todo ocurre por un destino que siempre está en puja con la casualidad. Destino o casualidad me hicieron arribar a ese pueblo del interior en busca de novedosas lides en un nuevo trabajo, lejos, muy lejos de mi hogar…
Siempre cuesta adaptarse a un nuevo lugar. Sobre todo hasta que haces amigos. Fueron semanas duras, donde mi única compañía eran las latas de cerveza y las series televisivas que veía en mi portátil… los días transcurrían lentos, pesados. Ajenos a mi tristeza.
Ya desde el primer día él me llamó la atención. Caminaba por la acera dispuesto a que las flores de los jardines le tuvieran envidia. Era un hombre atlético, de cabellos largos y ondulantes que le caían como cascadas sobre los hombros. Sus ojos tenían el fulgor de las estrellas, su sonrisa era de esas que hacían que el mundo se detuviera y detuvo mi corazón. Le miré con detenimiento y sentí como mi sexo despertaba de un gran letargo, serpiente dormida y con un hambre voraz. Su pecho era musculoso y se marcaba en su camiseta, cada musculo quería exponerse al mundo. Sus caderas firmes mostraban un trasero digno de perder el sentido. Y yo lo perdí… Me dirigió una de esas miradas con las cuales te roban el sueño antes de entrar en aquellas oficinas donde trabajaba, justo enfrente de mi lugar de mi faena, donde con parsimonia terminaba el segundo cigarro del día.
No negaré que me las apañaba para encender mi pitillo para verlo pasar. Aquellos minutos eran para mí un paraíso mientras le observaba y un infierno cuando aquellas puertas acristaladas se llevaban su figura. El resto del día me las pasaba pensando en él. Miraba por los ventanales hacia el edificio de enfrente pensando que estaría haciendo. Me lo imaginaba inclinado hacia adelante, dejando al descubierto su torso. Sus músculos prietos, con algunas gotitas de sudor, me lo imaginaba mojando sus finos labios dándoles un brillo natural, me imaginaba como se le marcaba en el pantalón.
Por las noches no podía dormirme. Sin quererlo su imagen se adueñaba de mi mente y de forma automática mi miembro se endurecía. Me masturbaba lentamente. En mi cabeza me inventaba las historias más lascivas en las que los dos éramos los protagonistas. Le veía sobre mí, moviendo sus caderas, su pecho en mi boca que relamía sus pezones que me sabían a flores. Mi mano se movía al compás de las imágenes y el orgasmo llegaba triunfante para dejarme una aciaga sensación de culpa.
Creo que el verme allí como un pasmarote día tras día le hizo gracia. Y ya no solo me miraba con esos ojos infinitos si no que me dirigía una sonrisa que me hacía bajar la mirada… Quizás esos ojazos azules me decidieron a dar aquel paso. Podría ser un completo fracaso o el comienzo de algo. Pero no iba a quedarme con la incertidumbre. Me las averigüé para conseguir su nombre en los buzones de la entrada, y le dejé un pequeño paquete y una invitación. Y aquella tarde le esperé en uno de los parques del pueblo. Me entretuve observando a unos chavales que hacían piruetas imposibles con sus tablas de skate. Antes de que llegara  le aventajó su perfume, un aroma fresco e impetuoso. Volví la cabeza y le vi. Llevaba un polo color crema y unos pantalones chinos que dibujaban su paquete, me mordí el labio de deseo, su cabello estaba pulcramente recogido en una cola de caballo y le daba un aspecto imponente. Sonreía y sus ojos tenían ese brillo de la aventura.
-Gracias por la pulsera… ¿cómo adivinaste que me encanta el cuero?  
-Pura suerte-le contesté bajando mis ojos grises-espero no ser muy atrevido.
-¿Qué es la vida si no un puro atrevimiento, si no te lanzas al vacío sin red? Tenemos que aprender a volar. ¿Tú tienes unas alas bonitas?
-Depende de quién me las vea desplegar. Le dije auscultando aquellos ojos de cielo.
Pasamos aquella tarde en la terraza de un café cercano y al despedirnos me besó muy cerca de la comisura de los labios. Sentí su aliento mentolado y quise morderle la boca y perderme en aquel cuello. Me imaginé de espaldas a él, sus manos en mi torso, muy pegado a mí, sintiéndolo fuerte dentro… nos pasamos los números de teléfono y nos fuimos cada uno a su hogar. Él estaría fuera unos días por motivos laborales, no sabía cómo iba a soportarlo.
Esperé como un crío en el día de reyes su mensaje. Impaciente, preso de unos nervios bajo el hechizo de su mirada de océano.
Su whatsapp llegó cuando me vencía el sueño.
“Hola… ¿duermes?”
“¿Dormir?... ¡Imposible!, tu mirada no me deja conciliar el sueño” Le contesté
“Ni a mí tu boca… ¡lo que haría yo con esos labios!”
Estuvimos hasta altas horas de la noche conversando. Me dijo que haría con mis labios, con los suyos. Me dijo que besaría mi espalda, cada rincón de mi piel, como si fuera un terreno inexplorado. Me dijo que se perdería entre mis muslos y que la noche sería tan corta que el día llegaría entre  besos y susurros…
Los días en el trabajo fueron un suplicio, más atento al móvil y a sus ansiados mensajes. A escondidas los leía y hacía que temblara todo mi cuerpo. Se me encendían las mejillas con sus palabras picantes y ardientes. Aquel juego me estaba llevando a un paroxismo casi demente y unas ansias locas de tenerlo entre mis brazos.
Por las noches la mensajería echaba humo. Nos hablábamos hasta altas horas de la madrugada. Implantando un deseo que casi traspasaba la pantalla. Sueños húmedos me invadían. Me veía en aquel mundo onírico amado salvajemente por aquel titán de cabellos como cascadas. Solo veía su boca, sus manos,  su cuerpo desnudo y un torrente de placer que  traspiraba en mis sabanas húmedas.
A él le encantaba ese juego, disfrutaba sabiendo que yo me volvía como loco con cada palabra que me escribía. Aquel rol virtual solo estaba consiguiendo que yo fuera su esclavo y que estuviera rendido a sus pies incluso antes de que me pusiera un dedo encima.
La cita llegó después de días de condena. Se dejó de rogar y cuando vio que yo había perdido casi las esperanzas de verlo me escribió: “¿No vas a venir?” y se me cayó encima la lata de Cocacola light que me estaba bebiendo.
Vestirse así bajo la presión de los nervios no es lo más conveniente cuando tienes una primera cita. Apenas reparé en la ropa que me puse con la esperanza de que no me durara mucho encima y tras pasarme como tres pueblos con el desodorante y la colonia salí por la puerta de mi piso como un colegial los viernes. Ni me fijé en los viandantes que a más seguro se quedaron estupefactos por mis prisas y mi indumentaria improvisada y un par de autos casi me atropellan al cruzar los pasos de peatones sin mirar, con el consiguiente enfado de los conductores.
Caminé por espacio de diez minutos que se me hicieron horas y cuando llegué a una avenida de naranjos el aroma a azahar estaba flotando como un ser vivo que se retorcía por el aire. Me planté como un valiente lacerado por los miedos más indecibles ante el timbre de aquella casa. Cerré los ojos y pulsé el botón.
Primero escuché unos pasos, lentos. ¡Por Dios!, ¿por qué iban tan lentos? Después la puerta se abrió y lo primero que vi fue su sonrisa y aquellos ojos de océano.
-¡Hola!- casi susurró desde el interior- ¿vas a quedarte ahí como un vendedor indeciso o vas a echarle galones y vas a entrar?
Su hogar estaba pulcramente ordenado. Cada cosa en aquella casa seguía un orden establecido. No me lo imaginaba llevado por la pasión tras ver como tenía todo en perfecto estado de revisión. Tenía un gusto excelente y me encantó la decoración casi oriental que gobernaban las habitaciones…con un gesto me invitó pasar al salón. Un enorme cuadro de una lámina del cuadro de Gustav Klimt Serpientes de agua I precedía la pared donde un sofá Chaise Longue reposaba con su elegancia de piel de cuero negra. Olía a incienso y una agradable música de jazz danzaba en el ambiente.
-¿Te gusta Lester Young? Le pregunté sonriéndole tímidamente.
-Fue junto a Dexter Gordon el mejor saxo que ha existido nunca… sus interpretaciones junto a Billie Holiday han sido el mayor canto al amor… ¿Sabes que tema es el que está sonando?
-¡Claro!... es una obra maestra… “The man i love”… Dije casi ruborizándome.
-¡Muy bien, chico me estás sorprendiendo!… Ahora te enseño mi colección de vinilos… nada de cd, ni mp4. No hay mejor forma que escuchar la música que en los long plays, tienen un sonido particular, inimitables.
-Estoy de acuerdo contigo, los vinilos son especiales, impregnados de una magia extraordinaria, suerte que nunca han desaparecido y vuelven a estar de moda.
-¿Quieres una copa?...¿Whisky, Ron..?
-Ron, por favor…
Se alejó hacia la cocina por un ancho pasillo. Llevaba una camisa blanca y un pantalón del mismo color, al estilo ibicenco. El cabello recogido en un moño alto. Le miré el trasero mientras caminaba con delicadeza.
Con la copa en la mano me llevó hasta una pequeña biblioteca donde tenía su gran colección de libros y de vinilos. Mientras me los enseñaba con la otra mano palpaba mi trasero, no pude evitar excitarme y que debajo del calzoncillo comenzara a moverse por sí solo mi pene. Él paso deliberadamente su trasero por mi pantalón, sintiendo mi dureza. Sin previo aviso dejó su copa sobre una mesa y me quitó la mía de las manos. Me miró, y sus ojos ahora eran dos mares embravecidos. Cuando me di cuenta su boca se había acercado mucho a la mía, dijo algo que no entendí y me besó con lentitud. Su lengua recorrió mi boca, sus labios atraparon a los míos mientras me iba despojando de toda la ropa. Sentí sus manos en mi pecho y como su lengua se detuvo en mis pezones. Fue cruel ahí, los lamía, los mordía, hacía círculos por la aureola. Cuando me percaté estaba desnudo ante sus ojos y mi vergüenza. Caímos sobre una gran alfombra y me dejé llevar por él. Me dijo que iba a devorar mi mundo y se perdió entre mis piernas. Creí ver el paraíso cuando su boca se aventuró en mi vientre y sus labios rodearon mi hombría. Después todo fue fuego, saliva y semen…
Cuando regresé a casa y me tumbé en la cama no podía dormir. Me olía la piel, me la acariciaba. Tenía impregnado el aroma de los naranjos en cada poro, el perfume de la calle donde vive. Cerrando los ojos aspiraba ese aroma y me trasportaba hasta sus brazos, hasta sus labios, como navegando entre aquella fragancia y los recuerdos. Aunque me vendaran los ojos encontraría la calle donde vive, su casa. Guiado por la aromática presencia de su pasión…

                                                         FIN 

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