sábado, 2 de junio de 2012

La foto


Por Alejandra Lopez.


Estoy todavía internada en la clínica y tengo entre mis manos, que ya no soportan más la vía del suero, una de las fotografías que la semana pasada tomó mi esposo de nuestras vacaciones en la costa. Recuerdo perfectamente aquel día porque fue uno de los pocos que nos tocó a pleno sol y casi sin viento. Después del desayuno se me pasaron las náuseas y bajamos a la playa que estaba repleta de gente de todas las edades charlando, jugando y riendo en ese cálido día. Un mar verde y furioso llenaba nuestras bocas de sal.
Yo estaba con mi pequeña hija de dos años cavando en la arena para hacerle el castillo a sus Barbies. Una sombrilla roja nos protegía a ambas de los rayos del sol de ese febrero que estaba resultando de maravillas para los tres.
Mi esposo se agachó a unos metros de nosotras y, con el mar de fondo, oprimió el disparador de la cámara que inmortalizaría nuestras sonrisas.
Cuando al otro día fuimos a revelar el rollo no podíamos entender lo que aparecía en esa fotografía. No era yo quien estaba con mi dulce Valentina. Era un niño de unos ocho o diez años el que aparecía sonriente a su lado, cavando en la arena. Sus cabellos castaño claro y sus ojos grises con una pícara sonrisa nos miraban desde el papel. ¿Cómo pudo pasar esto?
Le pregunté a mi marido si cuando fui a buscar agua caliente para el mate él había tomado otra foto a Valentina con algún chico de la playa. Me lo negó rotundamente, solo había sacado fotografías familiares y paisajes. El episodio rondó por nuestras cabezas durante algunos días y luego fue desplazado por los paseos y una faringitis que tuvo Valentina con casi 40º de fiebre en nuestro viaje de regreso.
Dos noches atrás se cortó la luz en mi casa. Yo estaba en la planta alta acomodando ropa y mi hija comenzó a llorar temerosa porque estaba sola abajo viendo los dibujitos antes de irse a dormir.
Me iluminé precariamente con un encendedor y bajé corriendo las escaleras. Solo recuerdo que trastabillé y caí. De ahí en adelante perdí el conocimiento y todo lo que sé es porque me lo contaron. Llegó mi esposo del trabajo veinte minutos más tarde y encontró a nuestra hija llorando y a mí en un charco de sangre. Una ambulancia me trajo a esta clínica, cuando recuperé el conocimiento ya todo había pasado. Los médicos me hablaron de una importante contusión cerebral, pero ya está bajo control. La fractura de la pierna izquierda tiene para más de un mes de yeso, voy a quedar bien. También me dijeron que lo lamentaban muchísimo, pero no pudieron salvar a mi bebé. Era un embarazo de seis mese pero ingresé a la clínica sin latidos fetales.
Sigo contemplando la foto de mi hija en la playa con ese niño que ocupa mi lugar y fantaseo ¿o no? Y se me ocurre que quizás ese chiquito es su hermano, mi hijo, que nos quiso regalar una sonrisa antes de partir.

Fin

                                                                                                        

3 comentarios:

  1. Que bella historia, y espero lo tomes tan bien como puedas tomarlo. Felicidades, me encanto.

    Eli.

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  2. El suspenso crece, para bien, desde el inicio de la historia hasta el final.
    Lo cotidiano se vuelve mágico (como diría Peteco Carabajal) en cada párrafo a medida que la trama avanza, para terminar con un final genial.
    Un drama que angustia al lector (por lo menos, a mí me pasó), lo que habla de lo bien que Alejandra transmite las emociones en sus textos.
    ¡Excelente! ¡Y felicitaciones!
    Saludos.

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  3. Gracias por sus comentarios.
    Eli: No es una historia real. Simplemente salió de una consigna de un profesor de taller literario que nos dijo: "Imagínense que les toman una fotografía y cuando la revelan no son uds., sino otra persona la que salió en la foto." Pensé que la mayoría de mis compañeros iba a escribir sobre fantasmas, entonces quise hacer algo diferente y me surgió esta idea.

    Alejandra

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