martes, 22 de septiembre de 2020

La Última Cena (Larcen)

 

Como discípulos a doce eligió:

dos prostitutas, cinco ex presidiarios,

dos inmigrantes negros y a un poeta de rock,

a Pedro el vagabundo y a un toxicómano menor.                                    Mägo de Oz

Por fin había llegado la noche del jueves, cuando celebrarían su gran cena de solteros. La Última Cena la llamaban sus amigos. Sin embargo, Jesús no quería verlo así. Pensaba que habría muchas más cenas como aquella aunque el domingo se fuera a casar Mª Magdalena.

Como era costumbre, los preparativos y celebraciones durarían una semana: de domingo a domingo. El día de su llegada a Jerusalén, fue recibido (como todos los futuros contrayentes de matrimonio) con vítores y aclamado por la multitud. Entró montado en una mula (que tuvo que alquilar para la ocasión, ya que no tenía mula propia) y los jóvenes del pueblo le recibieron agitando hojas de palma y con ramos de olivo, que representaban la riqueza y felicidad que le deseaban para su matrimonio. A su vez, él y su prometida, obsequiaban a los presentes lanzando fruta dulce desecada desde sus monturas.

El lunes tuvieron la última reunión con el sacerdote para indicar quiénes iban a realizar las lecturas de los votos, a entregar los anillos y a ser testigos del enlace. El martes fue el día de la prueba final de las túnicas nupciales. El miércoles, fueron a la posada en la que celebrarían el banquete de boda para concretar el número de invitados, recibieron a los mismos en la hospedería que habían reservado para que se alojasen y a última hora, se reunieron con sus amigos para charlar y beber una copa de vino antes de retirarse a descansar.

—¡Brindemos! —propuso Pedro—. Por Yisus y La Mari. Que sean muy felices juntos y nos den muchos churumbeles a los que malcriar.

El resto levantaron sus vasos de barro y gritaron ¡salud!, como era la costumbre.

—Pedro, eres mi mejor amigo —respondió Jesús, un poco entonado con el vino—. Sé que si alguna vez tengo algún problema, siempre podré contar contigo.

—Si alguna vez tienes algún problema, yo negaré conocerte hasta tres veces, paso de que me metas en algún marrón. Y menos después de haberme cambiado el nombre. Mi madre te odia, dice que Simón se llamaba mi padre, su padre, el padre de su padre y así hasta que ellos recuerdan. ¡Ya era hora de que alguien rompiera esa mierda de tradición! —Y rompió a reír a carcajadas. Jesús le acompañó y el resto hicieron lo mismo.

—Bueno, ¿estáis preparados para vuestra despedida de solteros de mañana? —preguntó Judas.

—Iscariote, no me judas. Ya os he dicho que nada de despedidas de soltero. Lo de mañana es una cena con amigos —le recriminó Mª Magdalena—. Así que no quiero ni strippers, ni putas, ni enanos desnudos, ni nada que haya podido pasar por esa mente retorcida tuya.

—Tranquila, tía. Si tú vas a tener tu despedida con las chicas, en un boys, con un tío vestido de centurión romano, sin nada por debajo de esa faldita que llevan, meneando el badajo cerca de ti… —Comentó Judas mientras se había puesto en pie y movía sus caderas adelante y atrás cerca de la prometida de su amigo, mientras su propia novia y el resto de mujeres del grupo reían la broma.

—Basta, eres un cerdo —dijo Jesús—. Deja de menear el cipote delante de mi futura mujer. Yo sé que tú me traicionarás, pero ella no.

Y así fue como pasó. Mientras Mª Magdalena disfrutaba del baile de un chico disfrazado de centurión romano con sus amigas, Jesús cenaba con sus doce discípulos en la posada Los Mercaderes del Templo.

Habían acabado con varias jarras de vino y el bullicio y las risas no cesaban. Tras unos copiosos entrantes apareció el dueño de la posada con un cabrito asado acompañado de patatas y cebollas.

—Enseguida traigo el resto, majestad —le dijo a Jesús.

—Yosef, ya te he dicho que hoy soy un cliente más. Llámame Jesús.

—¡Mesonero, más vino! —se oyó pedir a Santiago—. Qué bueno está este vino de la Hispania. Creo que debería hacerme un viaje mochilero por allí…

Cuando Yosef abandonó la sala, Jesús se puso en pie y cogió un trozo de pan, lo partió y lo ofreció a sus discípulos diciendo:

—Tomad y comed todos de él, pues esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros.

Del mismo modo tomó el cáliz y lo pasó a sus discípulos.

—Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre que será derramada por vosotros y por todos los hombres.

—¡Eh!, ¡quitadle la mayonesa a este hijo de puta que a saber en qué la convierte! —gritó Mateo. Todos, hasta el mismo, Jesús, rompieron en carcajadas más estruendosas que las anteriores.

—Ya me jodió el brindis, el gilipollas.

Cuando acabaron la cena y varias jarras de vino más, todos los discípulos fueron abandonando el local, abrazados unos a otros. Judas iba dando trompicones junto a Jesús, camino de la caja para pagar la cena.

—Yisus, ve saliendo con el resto, yo hago la cola para pagar. Id tirando hacia El Monte de los Olivos, que allí ponen la mejor música del momento.

Jesús le entregó a Judas treinta monedas de plata para pagar la cena y salió con el resto de amigos para dirigirse al siguiente punto de su despedida de soltero. Minutos después llegó Judas a la carrera, con un leve tintineo metálico bajo su túnica. Tras tomar varias copas en El Monte de los Olivos y bailar los últimos éxitos del año, se encaminaron al Monte Gólgota, donde iban a cerrar la noche viendo amanecer con una jarra de vino en las manos, como era habitual en ellos.

—¡¡Yo derribaré este templo y lo levantaré en tres días… con la fuerza de mi polla!! —gritaba Jesús mientras orinaba en la pared del tempo—. Cuando lleguemos al Gólgota, si hay algún hijoputa crucificado, voy a tirarle una piedra, a ver si le acierto entre los ojos.

—Menudo pedo lleva el Yisus —susurró Pedro entre risas a su hermano Andrés—. ¡Calla, a ver si te vamos a crucificar a ti!

—¡No tenéis cojones! —desafió Jesús dando un traspiés mientras apuntaba a Pedro con el dedo.

Al llegar al monte, Jesús iba abrazado a Juan haciendo exaltación de la amistad. Judas (que se había guardado las treinta monedas de plata que le había dado Jesús y escapado de la posada sin pagar) cuchicheaba con Pedro sobre la idea de atar a su amigo a una cruz vacía si las había.

—¡¡Amaos los unos a los otros como yo os amo!! —gritó el novio. Después dio dos pasos y echó una vomitona.

—Yisus, tío, vas a atraer a los romanos y nos van a poner una multa de cinco talentum por montar escándalo.

—¡AHORA! —gritó Judas. Varios de los discípulos se echaron encima de Jesús cuando localizaron una cruz vacía en el suelo. Le desnudaron y le tumbaron sobre ella atándole de pies y manos. La izaron y comenzaron a reír.

—¿Qué no había cojones a ponerte en una cruz? —le recordó Pedro la broma de unos minutos antes—. Y aquí te vamos a dejar hasta que venga La Mari a bajarte. Chicos, vamos a buscarla y nos reímos un rato.

—¡Eh, no me dejéis aquí! ¡Cabrones! ¡Hijos de puta!

Los doce amigos se apartaron de la cruz y se escondieron detrás de un muro en ruinas que estaba a varios metros de la posición de Jesús.

—Que escandaloso, se le oye desde aquí —se quejó Mateo.

—Venga, vamos a bajarlo, que si entera de esto La Mari, nos mata —dijo Pedro.

Cuando se encontraba a pocos metros de su amigo, alguien le llamó.

—¡Eh, usted! ¡Altum! —Era un soldado romano haciendo su ronda—. ¿Conoce al individuo de la cruz? El que grita y llama a un tal Pedro.

—No, yo no le conozco de nada. Yo me llamo Simón. Aquí tiene mis papelaes donde lo dice bien clarum.

—¡Pedro! —gritaba Jesús al más puro estilo Penélope Cruz en los Oscar.

—¿Seguro que no le conoce? —insistía el romano.

—No le conozco de nada.

—¡Pedro, hijoputa, no mientas!

—Acérquese y mírele a la cara, a ver si le conoce y le podemos bajar de ahí. Eso sí tendrán que pagar una buena multa por usar cruces del Imperio sin permiso.

—Ya le digo que yo no le conozco, ni a él ni al tal Pedro al que llama. Yo he salido a dar un paseíto por aquí y ya me volvía a casa.

—Muy bien, continúe. —Otros dos soldados más se acercaron al escuchar el escándalo que estaba formando Jesús con sus gritos

Pedro, nervioso, pero intentando mantener la calma para no llamar la atención de los soldados, regresó junto al resto de discípulos. A contarles lo sucedido.

—¡Joder, joder, joder!, cada vez llegan más soldados —dijo Juan al ver a otro grupo de soldados acercarse. Llevaban a dos ladrones detenidos para crucificarlos al lado de donde estaba su amigo—. No vamos a poder bajarlo de ahí. ¿Por qué no dijiste que sí le conocías?

—Porque no tengo dinero para pagar la multa y no quería que me detuvieran —se excusó Pedro.

—Ahora sí que la hemos cagado. La Mari nos mata fijo —sentenció Judas.

Y el resto es historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario