martes, 22 de septiembre de 2020

Las dos caras de la luna (Talismán)

                                                                                                          17 de Julio de 2012

Mi nombre es Neil Armstrong y soy el primer hombre que pisó la Luna. Aunque estas líneas puedan parecer una autobiografía, debo dejar en claro que no lo son. El objetivo de este escrito es contar la verdad. Tal vez la verdad sea más dura que todas las mentiras que dijimos y todas las cosas que ocultamos. Supongo que tendrán que vivir con eso, así como lo hicimos el resto de mis compañeros y yo. Tantos años, tanto tiempo…, creo que ya es hora. No, esto no es una autobiografía, quizás sea, una confesión.

Todo comenzó con la famosa carrera espacial, la cual fue una competencia entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Sucedió durante la guerra fría, y la hazaña que se disputaba era llevar al primer hombre a la Luna. Como los soviéticos se nos venían adelantando en todo, en 1961 el presidente Kennedy, que en paz descanse, no tuvo mejor idea que vociferar a los cuatro vientos que su objetivo era llevar humanos a la Luna antes que termine la década. Entonces creó el programa Apolo. Es en este punto, en donde la verdad y los libros de historia, dejan de ser amigos.

Los soviéticos tenían planeado alunizar en el 67, pero algo malo pasó y empezaron a morir misteriosamente. Primero el ingeniero Korolev, después komarov y Gagarin, en extraños accidentes. Y nosotros, que íbamos un poco retrasados, los alcanzamos; maldita sea la hora, porque poco después empezaron a morir los nuestros. Los cohetes tripulados no volvían. La prensa sabía una sarta de mentiras que se encargaba de transmitir al mundo, pero la realidad era otra. Fue entonces que me convocaron. Yo era un aviador experto, un piloto de combate que siempre había estado interesado en ser astronauta, les vine como anillo al dedo. Llegar a la Luna y volver a salvo a la Tierra era la misión, pero lo que no se contó, fue el armamento nuclear que llevamos ni el porqué. Algo habitaba en la Luna, algo que no nos permitía llegar. Pero nosotros, como buenos americanos, lo haríamos, debíamos ganarle al Kremlin.

Algunos simplemente desaparecían. En los vuelos espaciales siempre volvía un astronauta menos, y cuando se les preguntaba a los demás por el que faltaba, la respuesta era sencilla, no lo recordaban. Se les hicieron una serie de pruebas médicas y nada arrojó luz sobre el asunto, hasta que se recurrió a la hipnosis. Se convocó a Milton Erickson, un profesional de renombre en la materia. Se le hizo firmar algunos papeles de confidencialidad y comenzó el festival. En un principio las sesiones eran largas y tortuosas, llegar al inconsciente de esos pobres tipos era casi imposible. Después de algunos intentos fallidos, se logró un pequeño avance en uno de ellos. Erickson, utilizaba un método bastante nuevo que se basaba en la asociación de ideas, llevaba a sus pacientes hasta un estado de trance que facilitaba que brotaran pensamientos y recuerdos reprimidos. La sesión fue grabada y yo la vi un par de días después. En ella, Erickson, suelta un par de palabras al azar provocando diferentes clases de reacciones, hasta que dice “Luna”. Es ahí en donde el sujeto comienza a desquiciarse de la nada. Aún conservo su voz grabada en mí propio inconsciente.

—Si le digo “Luna”, ¿qué significa eso para usted? —inquirió Erickson.

—¡John! ¿Dónde estás, John? —dijo gritando. El pánico era palpable en el ambiente.

—Tranquilo, Stuart. Solo siga mi voz, nada puede hacerle daño.

—¿John? Joooooooohn! —respondió a voz en grito, arrancándose los cables del electroencefalógrafo.

—A la cuenta de tres, va a salir de… —Erickson no llegó a terminar la oración.

—Usted no entiende, ¡está viva! —vociferó zamarreando a Erickson.

—Stuart, a la cuenta de tres va a regresar aquí conmigo, aquí está a salvo —aseveró, aún mientras veía al pobre astronauta levantarse del sillón con la cara demudada en una expresión pavorosa.

—¡Negaré todo lo que me hizo decir! ¡Lo negaré siempre! Y cuando Dios tenga la piedad de llevarme, si me pregunta, ¡también se lo negaré a él! —bramó, mientras salía corriendo del consultorio.

Esto es lo que recuerdo de esa cinta, palabras más, palabras menos. Hoy en día no se que habrá sido de ella, quizás esté guardada bajo siete llaves en los archivos ultrasecretos de la NASA, aunque me inclino en que fue destruida. Más aun sabiendo que Stuart, cuando salió corriendo del consultorio, subió hasta la terraza del edificio y se arrojó suicidándose. Naturalmente se ocultó, se hizo pasar por accidente laboral y a otra cosa.

Después del desafortunado incidente la hipnosis dejó de utilizarse. Se empezaron a enviar misiones sin tripulación con la finalidad de observar la Luna en detalle, usando telescopios espaciales superiores a los antes utilizados. Como en los años 60 aún no se comprendía muy bien la dinámica de los cinturones de radiación, se culpó a los cinturones de Van Allen de las desapariciones; cosa que, a mi entender, era por demás de absurda. Se hicieron nuevos trajes espaciales resistentes a las radiaciones y a las partículas solares y, también, y no menos importante, se creó el Saturno V, ese fue el cohete con el que alunizamos. Se lo probó en varias misiones, una de ellas con tripulación a bordo, y todo funcionó bien.

Entonces, el 16 de julio de 1969, llegó el día. Mis compañeros y yo estábamos muy nerviosos y angustiados, pero tratábamos de no demostrarlo. Buzz no dejaba de hacer bromas sobre si habíamos hecho el testamento o no, mientras Michael reía como un niño. Yo no podía reírme de sus chistes, estaba muy asustado. Unos cuantos días antes intenté dimitir, pero no me fue permitido.

Todo salió bien, el despegue fue un éxito. No voy a aburrirlos con el viaje espacial, porque no pasó nada más llamativo de lo que ya saben. Los primeros problemas se dieron cuando empezamos a orbitar la cara oculta de la Luna. Todo estaba oscuro y podíamos por fin ver las constelaciones. Ninguna nos era conocida, el cielo parecía otro.

—Houston, no reconocemos ninguna constelación, no entendemos que sucede —manifesté asustado.

A lo que Houston rápidamente responde diciéndonos que la humanidad entera está pendiente de nosotros y nuestras propias familias están por darnos un mensaje. Entendimos la indirecta, por supuesto.

Houston, ha sido un verdadero cambio para nosotros. Ahora podemos volver a ver las estrellas y reconocer las constelaciones por primera vez en el viaje. El cielo está lleno de estrellas. Exactamente igual que desde el lado de noche en la Tierra —respondí mintiendo—. La vista de la Luna que tenemos es realmente espectacular. Llena tres cuartos de las ventanas de las escotillas y, por supuesto, podemos ver la circunferencia entera, aunque parte de ella está en completa oscuridad y la otra bajo la luz cenicienta. Es una vista que vale el precio del viaje.

En ese instante la transmisión se cortó. Una luz fulgurante lo invadió todo por un momento, cegándonos. No queríamos entrar en pánico, nos habíamos preparado para algo así, pero vivirlo fue distinto. Collins comenzó a gritar y, el espanto, se apoderó de toda la tripulación.

—¡Dios mío, muchachos! ¿Pueden ver eso? —dijo Buzz, con un hilo de voz. Ya no gritaba, no podía, sus cuerdas vocales estaban destrozadas.

Miles, millones o trillones, ¿cómo saberlo?, de figuras luminosas emergían de la superficie lunar y se acercaban a la nave. Eran como fantasmas corpóreos, como si su materia fuera de espesa luz blanca. El primero en llegar se asomó por la ventanilla central observándonos fijamente. Sus rasgos eran indefinidos, demasiado brillantes como para que nuestra mente les encontrara forma; pero sus ojos, de un negro profundo, lo abarcaban todo. Era imposible desviar la vista de esos ojos, lo ocupaban todo. Uno sentía que se caía dentro de ellos y era una muerte dulce, anhelada. No eran hostiles, pero tampoco eran buenos, uno podía sentirlo, no querían ser molestados por humanos. Una serie de imágenes, en un microsegundo, pasaron por mi mente y las de mis compañeros, diciéndonos lo que debíamos hacer a continuación, lo que nos convenía hacer.

Ellos se retiraron y cuando salimos de la cara oculta de la Luna, el sol lo iluminaba todo y ya no los volvimos a ver. Lo demás, es historia. Pudimos alunizar bien, dije la famosa frase y Buzz recolectó rocas para estudios geológicos. Mientras cada uno hacía lo suyo, sabíamos que estaban ahí, que nos acechaban, solo que no podíamos verlos. El mensaje ya había sido dado. Teníamos que irnos y no volver jamás. Dejamos algunas cosas, entre ellas mi cámara, y nos fuimos antes de lo previsto, ninguno de ustedes lo supo.

Hoy, como un ciudadano más, es mi obligación civil y moral revelar esto. Sé que van a negarlo, pero ustedes, el pueblo de los Estados Unidos, piénsenlo un momento… ¿Por qué creen que los rusos jamás pisaron la Luna?, o ¿qué pasó realmente con el Apolo 13?, o ¿por qué desde el año 1972 se perdió todo interés en nuestro satélite natural? Preguntas, demasiadas preguntas para pocas y tontas respuestas. Si no hablé antes fue porque creí que todo había terminado, pero ayer me desperté con esta noticia: “China y EE.UU. están desarrollando naves para llevar astronautas y establecer una base en el satélite natural de la Tierra. Fines políticos y económicos detrás de los proyectos.”

Espero, con mí viejo y gastado corazón, que no lo hagan, lo que podrían desencadenar sería catastrófico. La Luna no solo se encarga de las mareas, sin ella no habría vida en este planeta; se imaginan, por un segundo, ¿qué sería de nosotros si estos seres cortaran nuestra conexión con la Luna? Pueden hacerlo, créanme. Lean sobre esto, infórmense y díganles NO a nuestros políticos. No lo permitan, por favor. Hay demasiado en juego, nuestra vida…

Alguna vez alguien volará de vuelta y levantará esa cámara que dejé allí arriba. Espero que ese día este muy lejos. Solo Dios sabe los horrores que guarda en su interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario