Los campanilleros
En
los cielos cuajados de estrellas,
que ya es nochebuena vamos a cantar,
todos juntos con los pastorcillos llevando jazmines al
niño Jesús,
al niño Jesús, al niño Jesús,
que ha nacido a mitad de la noche los animalitos le han
dado calor.
que
se ha detenido sobre un olivar,
hay luciérnagas revoloteando la escarcha y la luna le van
a adorar,
le van a adorar, le van a adorar,
hay fragancia de los limoneros aunque es pleno invierno
florecieron ya.
va
endulzando a los corazones,
no saben que lejos ha nacido ya,
ha nacido ya, ha nacido ya,
por Belén en un pobre establo adoran a un niño, al niño
de Dios.
Por Pepe Martinez.
Jonah entra feliz, radiante y una ráfaga de arena y
guijarros se cuela detrás de él. Me mira con emoción y bendice al aire.
—Abba ¡Lo he sentido! —exclama dando saltitos— Eso que
decías; la piel erizada, los ojos a punto del llanto. ¡Creo que lo he
conseguido! ¡Soy el campanillero del pueblo!
Y se pone frente al fuego estirando sus manazas para
calentarlas. A pesar de lo mucho que lo quiero, guardo un impasible silencio
mientras Jonah masculla algunas palabras emocionadas. Él ha sido el mejor hasta
ahora. Escucha con paciencia, tiene un alma sencilla, le gusta la leche tibia y
guarda silencio cuando me ve dormitar.
¿Cómo puedo explicarle que no ha sentido nada? ¿Qué eso
que sintió no es más que la sonora respuesta a la vibración de la campana?
—Abba,
cuéntame esa historia de nuevo —pide Jonah con los ojos en rojo por las llamas
del hogar.
Me señalo la seca garganta para hacerle notar que estoy
afónico. Se disculpa y me acerca un poco de agua. Sus enormes ojos negros me
miran piadosos y yo no puedo hablar, ¡estoy tan cansado!
Le digo que no con un movimiento de cabeza y cierro los
ojos, últimamente duermo mucho durante el día y en las noches ando como alma en
pena tomando leche y procurando no hacer ruido para no despertar a Jonah, pero
esta noche estoy agotado.
Jonah hace un mohín y se retira al fuego tratando de
concentrarse, debería dormir. Mañana deberá tocar a las seis de la mañana y ya
es tarde. Nuestra insípida cena navideña se ha enfriado y es probable que ahora
esté llena de polvo pero al parecer no está hambriento, ¡Ah, la juventud! Él se
parece tanto a mí cuando…cuando… no quiero recordar, pero el cúmulo de imágenes
y sonidos viene a mi mente como un latigazo.
“Ahí voy, corriendo por las calles atestadas de gente,
con la emoción de mi nombramiento y la arena colándose en mis gastadas
sandalias y mi túnica enredándose entre mis piernas. Mi madre me había enviado
pan y vino para la merienda y el sonido de la gente a mi alrededor me ilumina.
Me transforma. Voy a las afueras del pueblo y tomo mi posición en la
atalaya principal, donde todos puedan escucharme y verme estrenar mi puesto,
tengo permiso del Maestro así que tendremos una sesión de melodías para
festejarlo.
Desde ahí la veo, resplandece como ninguna otra lo ha
hecho y me llama, me hipnotiza su candor, y su calor es tan fuerte que pienso
que se ha caído. Me quedo embelesado admirando su hermosa luz, cuando caigo en
cuenta de que debo dar la alarma ¡Ese es mi trabajo! ¡Esto puede ser un
desastre como los de las escrituras y yo aquí parado viendo como las estrellas
se caen!”
Me remuevo en mi rincón al recordar el dolor en el
tobillo mientras subía las escaleras de la atalaya, el tirón en mi túnica al
pisarla y mi cara dando contra el piso. Mejor evito el recuerdo de la caída y
paso a lo asombroso.
“El yo joven trata de levantarse pero la túnica se ha
enredado más y la luz me ciega. Tengo que avisar al pueblo, tengo que
advertirles, pero mi cuerpo no responde mi tobillo se ha inflamado tanto que no
puedo apoyarme. Y entonces lo siento. Ha llegado el Mesías, el salvador, el
redentor del mundo. Mi piel se eriza al momento y me siento feliz y tranquilo.
La luz pasa y puedo moverme al fin. Subo las escaleras con cuidado y adolorido.
Doy la alarma acompañando cada campanada con gritos de
alegría, en un momento tengo al pueblo reunido en la Atalaya, preocupados
temerosos.
—No teman —les digo a gritos—. El Mesías ha nacido ¡Ha
nacido ya! Y debemos ir a adorarle, allá donde las estrellas se caen, allá
donde su madre le acuna. ¡Ha venido a cuidarnos!
Abro las puertas de la fortaleza y los insto a salir y
adorarle. ¡Qué felices estábamos todos! ¡Qué esperanzas habían nacido en
nuestros corazones!”
El siguiente recuerdo me duele en cada hueso y me ha
dolido cada día de mi vida, de mi larga vida.
“Entro a la ciudad en medio de la muchedumbre, sé que han
soltado a Barrabás y temo por la seguridad de mi pueblo, no puedo creer lo que
mis ojos están viendo, gente que corre, llora, grita y mis entrañas luchan por
sostener todo dentro y no vomitar. ¿Cómo es posible? ¡Si hace unos años
estábamos felices!
Me tiemblan las manos y tengo una enorme necesidad de
apoderarme del campanario del palacio y llamar a la gente hacia mi y pedirles
que se detengan y escuchen sus corazones. Pero aquí no tengo el nombramiento y
soy un hombre mayor, ya no puedo correr, ya no puedo subir las escaleras como
antes y me siento atrapado. Corro dentro de mis fuerzas a la atestada calle
principal y veo la pared de seres humanos remolineando alrededor de él, a pesar
de los soldados. Mis callosas manos agarran mantos, túnicas y cabellos y aparto
a la gente hasta quedar frente a él. Y me suelto en lagrimas y me desgarro las
ropas. ¿Qué hemos hecho? ¿Por qué?”
Una rebelde lágrima se escurre por mis arrugadas mejillas
y trato de contener un sollozo, no quiero asustar a Jonah, quien devora su
porción de cena, el chico está emocionado y no quiero arruinar su glorioso día.
Quiero pasar de este penoso recuerdo, pero estoy condenado a repetirlo cada
noche.
“Ahí está, frente a mí, malherido y con su frágil cuerpo
destrozado a punto de derrumbarse, aparto a uno de los soldados que lo
custodian y me acerco a sostenerlo, justo antes de que se desplome en mis
brazos, deja caer el madero y alcanza a poner las manos para amortizar el peso.
Saco mi zurrón y le ofrezco algo de agua fría. Me agradece con ti tibia mirada.
—Regresaré —me dice en un susurro.
—Te esperaré —contesto ahogando un gemido—. Te lo juro,
hasta que vuelvas.
Me mira con intensidad y sonríe un segundo antes de que
un latigazo le obligue a levantarse.”
Y aquí estoy esperando. Tantos años esperando, buscando
las señales, rogando para que este ciclo termine. He recorrido el mundo tocando
campanas aquí y allá, buscando alguien que se quede con mi promesa, alguien que
sienta lo que es ser el mensajero. Pero no ha pasado, no ha regresado. Quizás
es que la humanidad no es buena ni mala, es simplemente tonta.
Quiero dormir y no soñar. No quiero volver despertar en
otro lado, en otro pueblo, con otro Jonah, en otro
siglo. Veintiún siglos ya han sido suficientes.
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