Basado en Pesadilla de Carmen Gutiérrez
Al
despertar, mis manos aún apretaban su cuello y
siguieron hasta que su corazón
se detuvo.
Esta noche ningún monstruo volverá a molestarme.
Los
gritos ahogados de Anton se escucharon por todo el lugar. Abigail corrió
despavorida hasta su habitación, y ahí lo vio, tirado en el suelo sobre un
gigantesco charco de sangre. “Esto ha sido mi culpa” dijo, pero bien sabía que
en el momento en que Anton falleció, ella se encontraba dentro de aquella
habitación misteriosa charlando con Valfar, su amigo imaginario según su madre.
“Anton te ha hecho daño ¿verdad?” le preguntó la sombra con gigantescos ojos
rojos y luminosos, y ella, asintió, en aquel momento los gritos interrumpieron
su charla.
Abigail
se arrodilló junto a Anton y notó su rostro rojo e hinchado, y sus ojos,
cubiertos del líquido rojo, como si hubiese llorado lágrimas de sangre, el
denso aroma putrefacto ya se había esparcido por la habitación casi
impidiéndole respirar sin toser, y las huellas esqueléticas marcadas sobre su
cuello le provocaron una horrible sensación de vértigo.
—
¡Anton!—Exclamó entre lágrimas, lamentando su muerte, si bien el tipo había
abusado de ella en múltiples ocasiones, aquello no se comparaba con lo que la
pequeña Abigail le había hecho, pues ella se había convencido de que tenía la
culpa de ello.
El
cadáver de Anton convulsionó, y luego, una bandada de moscas salió desde su
boca.
Abigail
vio la sombra de ojos encendidos de furia como el fuego acercarse a ella, e
inundar todo el lugar extinguiendo hasta la última partícula de luz en la
habitación, mientras los envolvía a ella y a Anton en una nube de horribles
pesadillas. Todo se tornó completamente negro.
Repentinamente
unas manos frías atenazaron los hombros de Abigail y luego, la voz de su madre
la despojó bruscamente de sus sueños, ¡cuando se alegraba de que ello no fuese
más que una pesadilla! Sonrió, y observó el rostro de su madre plasmado en una
expresión de horror. Al menos, las moscas y el furioso Valfar habían
desaparecido, y ahora tenía claro que jamás volvería a visitar aquella
misteriosa habitación habitada por la sombra de ojos luminosos.
El
tejido húmedo y duro entre sus manos la asqueó. Cuando bajó su mirada se
encontró con los ojos líquidos y opacos de un Anton agonizante observándola
fijamente, como si mediante su mirada el hombre lograse acusarla de lo que
había hecho, sin embargo, las diminutas manos de Abigail continuaban pegadas a
su cuello, no podía apartarlas de ahí, no hasta que su corazón se detuviera.
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