lunes, 5 de noviembre de 2012

Abigail

Por Karina Alejandra.

 Basado en Pesadilla de Carmen Gutiérrez

                                                                                       Al despertar, mis manos aún apretaban su cuello y 
                                                                                       siguieron hasta que su corazón se detuvo. 
                                                                                       Esta noche ningún monstruo volverá a molestarme.   


Los gritos ahogados de Anton se escucharon por todo el lugar. Abigail corrió despavorida hasta su habitación, y ahí lo vio, tirado en el suelo sobre un gigantesco charco de sangre. “Esto ha sido mi culpa” dijo, pero bien sabía que en el momento en que Anton falleció, ella se encontraba dentro de aquella habitación misteriosa charlando con Valfar, su amigo imaginario según su madre. “Anton te ha hecho daño ¿verdad?” le preguntó la sombra con gigantescos ojos rojos y luminosos, y ella, asintió, en aquel momento los gritos interrumpieron su charla.
Abigail se arrodilló junto a Anton y notó su rostro rojo e hinchado, y sus ojos, cubiertos del líquido rojo, como si hubiese llorado lágrimas de sangre, el denso aroma putrefacto ya se había esparcido por la habitación casi impidiéndole respirar sin toser, y las huellas esqueléticas marcadas sobre su cuello le provocaron una horrible sensación de vértigo.
— ¡Anton!—Exclamó entre lágrimas, lamentando su muerte, si bien el tipo había abusado de ella en múltiples ocasiones, aquello no se comparaba con lo que la pequeña Abigail le había hecho, pues ella se había convencido de que tenía la culpa de ello.
El cadáver de Anton convulsionó, y luego, una bandada de moscas salió desde su boca.
Abigail vio la sombra de ojos encendidos de furia como el fuego acercarse a ella, e inundar todo el lugar extinguiendo hasta la última partícula de luz en la habitación, mientras los envolvía a ella y a Anton en una nube de horribles pesadillas. Todo se tornó completamente negro.
Repentinamente unas manos frías atenazaron los hombros de Abigail y luego, la voz de su madre la despojó bruscamente de sus sueños, ¡cuando se alegraba de que ello no fuese más que una pesadilla! Sonrió, y observó el rostro de su madre plasmado en una expresión de horror. Al menos, las moscas y el furioso Valfar habían desaparecido, y ahora tenía claro que jamás volvería a visitar aquella misteriosa habitación habitada por la sombra de ojos luminosos.
El tejido húmedo y duro entre sus manos la asqueó. Cuando bajó su mirada se encontró con los ojos líquidos y opacos de un Anton agonizante observándola fijamente, como si mediante su mirada el hombre lograse acusarla de lo que había hecho, sin embargo, las diminutas manos de Abigail continuaban pegadas a su cuello, no podía apartarlas de ahí, no hasta que su corazón se detuviera.


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