Basado en QEPD de Perdón Camila
Deseó ver a su amada solo una vez más.
Sonó su celular, era su voz. Le dijo: “Voy por ti”.
Minutos más tarde escuchó sus rasguños en la puerta.
Scrash…
scrash… scrash.
Sonó
su celular, era su voz.
—Prometiste
que estaríamos juntos para siempre, ahora veo que todo fue un error —le dijo la
chica sollozando—. No debió pasar, se que eres inteligente y me podrás olvidar
—los rasguños en la puerta fueron su despedida.
—Voy
por ti —contestó el hombre, era demasiado tarde.
Agradeció
a las nubes de tormenta que cubrieron la luna llena. La oscuridad fue su
aliada. Se paró frente a la tumba y dejó caer la punta de la pala que rompió la
tierra. En ese mismo instante un relámpago pinto el cielo, la llovizna comenzó
a caer, tenía que darse prisa. El deseo de ver a su amada una vez más bien
merecía cubrirse de barro y podredumbre. Los tres metros de arcilla que lo
separaban del cajón fueron superados sin dificultades, con manos temblorosas
acarició la tapa del ataúd, dentro descansaban los restos de su amor.
—¡Puedo
escucharla bajo tierra! —gritó temblando.
—Tranquilo,
ya hemos hablado de esto, no hay nada. Son alucinaciones.
—¡La
defraude! ¡Llegue tarde! Si hubiera…
—Toma
tus medicamentos.
—No
necesito más medicinas.
—Te
relajaran —contestó su colega.
—Solo hay una
forma en que se vayan esos malditos sonidos
—sentenció.
Descendió
del coche tiritando, el lodo escurrió por las perneras de sus elegantes
pantalones blancos, caminó con poca elegancia hacía el maletero y lo abrió. En
su interior tenia los restos y en su laboratorio los objetos faltantes para
consumar su obra. Con total respeto colocó el cuerpo sobre la fría plancha de
acero y comenzó a cortar delicadamente con el escalpelo. No había sangre; la
funeraria había hecho un buen trabajo en la mortaja.
—Pronto
nos reuniremos nuevamente —dijo al cadáver de su novia.
La
tormenta eléctrica arreció entrada la madrugada, cada relámpago iluminaba la
sala de operaciones dejando ver la tétrica escena. Él sabía que lo perdería
todo, su brillante carrera de cirujano se esfumaría cuándo vieran el resultado
de este trabajo. Pero no le importaba, cada puntada que era dolorosa pero ya no
podía parar.
A la mañana siguiente las enfermeras lo encontraron agonizante, delirando con una
sonrisa maniática en el rostro, en su nuevo rostro.
—¡He cumplido mi promesa! —vociferó ante la concurrida sala—. ¡Ahora se irán!,
¡tienen que irse! Ahora estamos unidos y nada, ni nadie podrá separarnos.
Scrash…scrash... scrash.
Escuchó
cuando se cerró la puerta del coche patrulla que se lo llevó.
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