Basado en Venganza de Paris Legaz
Los sesos esparcidos en el suelo le hicieron cagarse.
Olor a humo y sangre. Su última visión,
un hombre llorando antes de jalar del gatillo.
Había experimentado un temor
supersticioso por lo que pudiera acontecer después, pero jamás imaginó lo que
ocurrió.
Lo primero fue la increíble
cantidad de sesos desparramados que se esparcieron como un caldo blanquecino.
Luego vino la sangre, una mancha roja bajo el cuerpo desplomado. Y por último
el olor a pólvora, que inundó las fosas nasales de César en una vaharada tan penetrante
que le lagrimearon los ojos.
Paradójicamente, esto último
fue lo que más le impresionó. Había previsto la desagradable carnicería, pero
nunca antes había disparado un arma, y no contaba con el pestilente hedor que
sucedió al disparo. De hecho, pensaba estar muy lejos a esa altura, pero las
cosas habían tomado un giro imprevisto.
Ella había sido la culpable.
Ella se lo había buscado.
César trató de evitarlo, pero
se hallaba ante una situación que había llegado a su límite. Uno muy jodido.
A veces la vida es un maldito
callejón sin salida.
La amaba, y mucho, y le había
dado todo, pero al final ella había decidido que lo mejor era la separación.
Una separación definitiva, de raíz. Encima tenía el cinismo de decir que era
por su bien. Sí, cómo no, pensaría
más tarde cuando se enteró de que llevaba un par de meses saliendo con alguien.
Un estúpido con muchos músculos y poco cerebro.
Cómo le había dolido eso, por
Dios. Nunca pensó que sufriría tanto. Pero ahora ella tendría lo que se había
buscado. Sí, señor.
Así que compró el arma, y
aprendió algunas bases para su uso observando un video en internet. Nada
complicado. La madre de César solía decir que su hijo aprendía rápido, aunque a
falta de tiempo y de un lugar para practicar, solo cuando llegara el momento
decisivo sabría qué tan efectivo había sido su aprendizaje.
Se moría por ver la cara aterrada
que pondría ella.
Se dirigió a la habitación que
solían compartir juntos, abrió la puerta, entró y disparó.
Sesos desparramados, sangre por
doquier… Una escena desagradable, sí. Y ni hablar del olor a pólvora.
Pero lo peor era que su temor
se había materializado.
Sabía que nunca iría al cielo,
pero ver su propio cuerpo tirado en el piso segundos después de haber disparado
le hizo tomar consciencia de que tampoco iría al infierno.
Un alma en pena, errante.
Lo que tanto temía…
…Aunque al menos podría verle
la cara a ella después de todo…
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