Basado en Vendetta de José Alonso Casas
Con la furia contenida, de un hachazo.
Castigó a quien le quitó lo más preciado,
si simplemente su papá no le hubiera escondido la bicicleta.
-Papá...
Papá... Vení, rápido…Dale, apurate… Mirá… Lo ves… Ahí está en el patio andando
en mi bicicleta…
Ramón no
podía dar crédito a las palabras de su hijo. Acudía a su llamado pero jamás podía
comprobar lo que le decía. Él no veía nada. Ni por un segundo era capaz de detenerse
a analizar la situación, de imaginar que su hijo no mentía. En cambio sólo se
limitaba a reprenderlo:
-Ya no
sigas con esa historia…
Pedro
era un chico flacucho, algo alto para sus diez añitos. Era muy inteligente, muy
estudioso. Jamás tenía problemas de conducta en el colegio.
Las
mayores dificultades en su vida eran la falta que le hacía su mamá, había
muerto hacía cinco años después de un parto muy complicado al nacer su hermano,
y la mala relación que tenía con su padre a causa de estas visiones que desde
muy chico experimentaba.
Según su
padre, sufría de “alucinaciones”. De noche se despertaba llorando, aterrado.
Unos seres espeluznantes, desprovistos de piel, una especie de esqueletos de
alambre negro, con una calavera triangular, sus piernas y sus manos terminaban
en larguísimas garras, trepaban por la reja
de la ventana de su habitación a oscuras. Él los veía a través de la luz de la
calle que los estampaba sobre las rendijas de la persiana de madera. Esto
duraba apenas unos segundos los precisos para sumir a Pedro en una total
consternación. Así sucedía todas las noches, aparecían, dejaban dos caramelos,
uno para cada hermano y huían. Si los niños llegaban a chupar esos dulces, morirían,
sus almas serían succionadas de su cuerpo y vagarían en las tinieblas.
Pedro se
ocupaba de recoger los caramelos y hacerlos desaparecer.
Una
noche no pudo contener su temor…
-Papá…
Papá…Ahí vienen… Ahí vienen… Tengo mucho miedo…-exclamó.
Al oírlo
Ramón corrió a su habitación, lo tomó fuertemente de un brazo, lo llevó al
baño, lo sometió a una ducha de agua fría y luego lo dejó desnudo allí
encerrado.
David,
su hermano menor, al quedar solo en el dormitorio, descubrió los caramelos.
A la
mañana siguiente David yacía inerte en su cama.
El odio
que sentía Pedro hacia su padre se iba agigantando cada vez más.
Hasta
que un día el niño se cansó de la incredulidad, la indiferencia y la crueldad
de su padre.
Con la
furia contenida, de un hachazo, castigó a quien le había quitado lo más
preciado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario