Por Robe Ferrer.
“Cuando dos mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar.” Apocalipsis 20; 7 y 8.
“Cuando dos mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar.” Apocalipsis 20; 7 y 8.
24
de diciembre de 2013. Yusuf se encuentra solo en su cuarto. Se ha vestido con
su mejor traje y enciende una videocámara que tiene anclada sobre un trípode.
En la pequeña pantalla enfoca el sofá y pulsa el botón indicado con un círculo
rojo y bajo el cual aparece la palabra inglesa REC. Después su propia imagen aparece en el visor y se sienta en el
sofá. La escena ya está completa. Sin saber bien que decir, comienza a hablar.
A quién vea este video. Me
llamo Yusuf y quiero confesar un crimen que cometí hace dieciocho años. El peor
crimen que puede cometer una persona. Todo comenzó el 14 de diciembre del año
1995.
Yo, por aquel entonces, tenía
veintiún años y era joven y necio. Sobre todo necio. Vivía con mi mujer Meryem,
que era tan joven como yo y esperábamos un hijo. Habíamos acudido a las
consultas médicas para saber que todo iba bien, pero nos negamos a conocer el
sexo del bebé; queríamos que fuera una sorpresa. Teníamos algunos nombres
pensados, pero los que más nos gustaban eran Isa para niño y Anwaar para niña.
Mi mujer me dijo que una noche tuvo un sueño revelador y que en él aparecían
aquellos dos nombres. Yo no creía mucho en aquello, pero los nombres me
gustaron y a ella le hacía ilusión.
Meryem tenía que salir de
cuentas alrededor del 25 de diciembre. Una fecha tan emblemática para los
nosotros, que éramos cristianos y que para nuestros vecinos musulmanes no tenia
mayor trascendencia. Vivíamos en Turquía y pertenecíamos a la minoría cristiana
del país.
Aquel día, a falta de menos de
dos semanas para el nacimiento de mi hijo, dos extraños personajes se
presentaron en la fábrica de muebles en la que yo trabajaba y me pidieron un
momento de atención, ya que tenían que decirme algo muy importante acerca del
nacimiento de mi hijo. Al principio no les hice caso, pero cuando mencionaron
el nombre de mi mujer y la fecha prevista para el parto me pudo la curiosidad y
los acompañé a una tetería cercana. Una vez que tuvimos intimidad, comenzaron a
hablar.
—Mi nombre es Alessandro
Ferrara y soy teólogo, y mi acompañante es el doctor en arqueología James Croft
—se presentó el más anciano de los dos—. Llevamos muchos años estudiando un
hecho que se va a dar próximamente y que acabará con la humanidad, y todos los
datos nos llevan hasta usted y el nacimiento de su hijo.
—¿Cómo dice? —No daba crédito
a lo que oía. No me podía ver la cara, pero me imagino que tenía los ojos
abiertos como platos y la mandíbula desencajada—. Está de broma, ¿verdad? No
tengo ganas de perder el tiempo con ustedes.
Y amablemente me levanté de mi
asiento y salí del local. Los dos hombres me siguieron casi a la carrera, pues
mis pasos eran más ligeros que los suyos.
—Yusuf, tu hijo será el
anticristo —me dijo el teólogo cuando me dio alcance. No lo había notado pero
me sujetaba con fuerza por el brazo. Podría considerarse un acto amenazante. Di
un fuerte tirón y me libré de su mano vieja y apergaminada.
Cuando llegué a mi hogar, mi
esposa ya me esperaba con la cena sobre la mesa. Apenas hablé con ella y en
cuanto acabé de cenar me acosté alegando que no me encontraba bien. Cuando
Meryem se acostó, yo fingí estar dormido. No quería hablar de lo sucedido
aquella tarde.
No conseguía conciliar el
sueño y en los momentos que me vencía el cansancio y cerraba los ojos,
horribles imágenes poblaban mi mente: edificios ardiendo, mujeres y niños
cayendo en precipicios que no tenían fin, gigantes olas de barro que arrasaban
todo lo que se encontraban a su paso y sobre todo personas muertas cuyas almas
abandonaban los cuerpos en medio de un terrible sufrimiento.
Me desperté con un terrible
dolor de cabeza y grandes ojeras. Meryem me insistió para que me quedara en
casa y no fuera a trabajar, pero no quería tener que explicarle el porqué de mi
situación. Le dije que me encontraba bien y que no se preocupara por mí.
Llegué a mi trabajo y allí me
esperaban de nuevo aquellos dos hombres.
—Yusuf. Tenemos que hablar con
usted. Es muy importante —comenzó a decirme el arqueólogo.
—Déjenme en paz —les pedí sin
detenerme ni un instante.
Ocupé mi puesto en la cadena
de fabricación, pero antes de media hora tuve que irme. Las imágenes que
aquella noche me habían asaltado seguían rondando mi cabeza. Tenía que hablar
con aquellos dos hombres y dejarles bien claro que yo no tenía nada que ver con
lo que fuera que se traían entre manos. Como supuse, seguían en la puerta
esperándome.
—Vayamos a un sitio tranquilo
—les pedí antes de que ninguno pudiera decir nada.
—Nuestro apartamento será
perfecto. Allí tenemos todos los datos para mostrarte y que nos creas.
Casi una hora después llegamos
a un viejo edificio de apartamentos. Entramos en su vivienda y me quedé
sorprendido al ver la cantidad de documentos que había sobre las camas, las
mesas y pinchados en las paredes con alfileres.
—¿Qué quiere tomar? —me
ofrecieron.
—Nada. Quiero que vayan al
grano y me dejen en paz de una vez. Desde ayer que sembraron la idea de que mi
hijo será el aniquilador de la humanidad, no han dejado de inundar mi mente
imágenes horribles.
—Tenemos pruebas —comenzó el
arqueólogo—. En mi última excavación en la frontera de este país, descubrí unos
extraños manuscritos sobre la llegada del anticristo. —Desplegó un montón de
folios sobre el suelo y continuó su relato—. Mira. Aquí dice que Satanás
llegará al mundo mil años después de haberlo hecho nuestro salvador Jesucristo.
Que será vencido y que mil años más tarde saldrá de su prisión para reunir a
las naciones del mundo, Gog y Magog y entonces atacarán la tierra de Israel y
el mal vencerá en el mundo.
—¿Gog y Magog? ¿Quiénes son
esos? —quise saber.
—No son personas. Son lugares.
Según nuestros estudios esos lugares bíblicos hacen referencia a las actuales
Rusia y Turquía. En uno de esos países nacerá el hijo de Satanás y someterá a
toda la humanidad. El caos y el terror imperarán en el mundo. En los documentos
está escrito que en los albores del nuevo milenio tendría lugar el segundo
advenimiento del demonio.
—Pero nosotros estamos aquí
para impedirlo —intervino el teólogo.
—Para el cambio de siglo
todavía faltan cuatro años. Vamos a entrar en 1996 y el milenio no cambia hasta
el 2000
—Te equivocas. —El teólogo se
quitó las gafas metálicas que llevaba y limpió cuidadosamente los cristales
haciendo una pausa que me pareció eterna. Entonces tomó los mandos de la
conversación—. El actual calendario por el que se rige el mundo es el
calendario gregoriano, instaurado en el siglo XVI y tiene un desfase de cinco
años. Al realizar los cálculos del nacimiento de Jesús se erraron en cuatro
años, más otro adicional al no contar el año cero. Con lo cual nos situamos a
15 de diciembre de 2000 y no de 1995.
—Entonces el milenio ya ha
empezado hace casi un año —protesté.
—Te equivocas de nuevo. El
milenio son mil años, desde el año 1 al 1000 y del 1001 hasta el 2000; con lo
cual el milenio empieza en el 2001, dentro de diecisiete días. Días antes
nacerá el anticristo. Concretamente el día de Navidad.
—¿Cómo pueden estar tan
seguros?
—El diablo siempre ha querido
burlarse de Dios y de su creación y ha hecho todo como él pero a la inversa.
Dios creó y él destruye. Dios deja al hombre a su libre albedrío y Satanás lo
intenta llevar al lado de las tinieblas.
»Tu esposa y tú os llamáis
como los padres de Jesús, y vais a tener un hijo en la misma fecha y le
pondréis el mismo nombre. Claro está que tu esposa no es virgen como nuestra
Santa Madre, pero seguro que ha recibido la visita de un ángel caído que le ha anunciado
que va a ser la madre del hijo de Lucifer. Posiblemente no se lo haya planteado
así, pero alguna señal habrá tenido.
—Bueno, un día me dijo que
soñó con el nombre de nuestro hijo. Se llamarían Isa. Yo no creo en esas cosas,
pero el nombre no me disgusta y a mi mujer le pareció bien seguir lo que le
indicaba el sueño.
—Debí suponerlo; Isa es la
forma árabe del nombre de Jesús. Otra prueba más de que estamos en lo cierto.
Es la prueba definitiva. —Entonces el teólogo se acercó a la cama y cogió más
papeles—. Mira, el mal está haciendo de las suyas antes de la llegada
definitiva del hijo de Satanás: graves inundaciones en Corea del Norte a lo largo
de todo el año que están desembocando en hambruna, los terremotos de
Neftegorsk, Cali, Antofagasta y el que sufristeis aquí en Kobe, huracanes y los
atentados de Madrid, Oklahoma y el del metro de Tokio… Son datos irrefutables
de que la llegada de Satanás está próxima. Y necesitamos tu ayuda. Tú eres el
encargado de acabar con la vida de tu hijo cuando nazca; igual que Dios encargó
a Abraham acabar con la vida de su hijo, el Señor te pide que hagas el mismo
sacrificio.
—¡Jamás! Sois unos chiflados
—espeté justo antes de levantarme. Tiré todos los papeles que me encontré de
camino al suelo y abandoné el apartamento dando un tremendo portazo.
Aquellos dos fanáticos de la
religión y del fin del mundo me estuvieron siguiendo e intentando convencerme
de que mi mujer llevaba al mismísimo hijo de Satanás en su vientre. También me
aventuraron que mi hijo no nacería en un hospital, si no que lo haría a la
intemperie, resguardado por alguna especie de portal, al igual que hizo Jesús.
Durante los días siguientes,
tuve horribles pesadillas que no me dejaban dormir. A mi mujer le dije que eran
los nervios de ser padre. Que estaba muy emocionado y que por eso no dormía en
condiciones.
Por fin, la noche de
Nochebuena mi mujer se puso de parto. A partir de ese día, los días de Navidad
tendrían doble celebración en nuestra familia. Antes del ocaso le comenzaron
las contracciones y pasada la media noche rompió aguas. Con calma cogimos todo
lo que teníamos preparado para pasar unos días en el hospital, tal como nos
había indicado la comadrona, y nos montamos en el coche.
Meryem respiraba rítmicamente
y con pausa, como aprendió en las clases a las que asistió para el parto. Yo,
mientras tanto, conducía más nervioso que cualquier otra cosa, pero con la
precaución de no tener un accidente.
Entonces sucedió. En una calle
despoblada, una rueda del coche se reventó y me hizo perder el control del
vehículo. Tuve que dar varios volantazos hasta que chocamos con un muro y allí
nos detuvimos. Mi esposa se golpeó en la cabeza y perdió el sentido durante
unos minutos. Mientras intentaba sacarla del interior, escuché una voz a mis
espaldas.
—Te ayudaremos. —Era el
arqueólogo, que junto a su acompañante se encontraban allí. Habían ido
siguiéndome desde que salí de mi casa—.Va a matar a su madre. Así como Jesús
amó a su progenitora, tu hijo odia a la suya y acabará con ella. Tienes que
matarlo con este puñal sagrado antes de que sea demasiado tarde. —Y me tendió
un puñal con la hoja curva y extrañas filigranas en la empuñadura
—No lo permitiré. Mi mujer y
mi hijo van a vivir los dos —respondí sin coger el arma.
Cuando sacamos a Meryem de mi
coche, la trasladamos hasta el de los dos estudiosos del Apocalipsis.
Intentaron una y otra vez poner en marcha el motor, pero todos los intentos
fueron en vano.
La noche era fría y con el
motor parado la calefacción del auto no funcionaba y mi esposa y el bebé,
cuando saliera, necesitaban calor; por lo que decidimos cobijarnos en el portal
de un edificio abandonado. Nada más tumbarla en el suelo, Meryem recuperó la
consciencia debido a una nueva contracción.
—¡Ya está aquí! —gritó. No se
había percatado de que no estábamos solos ni de que estábamos en un portal
lejos del hospital.
El teólogo llegó con un par de
mantas. No había notado que se había separado de nosotros.
—Toma. Las tenía en el coche.
Nunca vienen mal unas mantas, por si acaso.
Con ellas tapamos a mi mujer e
intentamos asistirla en el parto. No sabíamos como hacerlo, pero nos dejamos
llevar por los instintos naturales.
Ella empujaba con todas sus
fuerzas a la vez que gritaba. Cuando descansaba un instante para tomar aire de
nuevo y empujar me decía llorando que la dolía como si la estuvieran arrancando
las entrañas. Entonces otro empujón más y un nuevo grito. Aquel grito era
diferente a los anteriores, no era de esfuerzo ni de un dolor físico normal.
Era un grito desgarrador, como un aullido.
—¡¡¡AAAHHH!!! ME DUELE.
SÁCAMELO. SÁCAMELO. ME ESTÁ MATANDO —gritaba mientras apretaba mi mano. La
presión era tan fuerte que no podía soltarme. Si continuaba así me partiría los
dedos.
Los gritos no cesaban y el
dolor de mi mujer tampoco. Yo no podía ver lo que sucedía por allí abajo ya que Meryem me tenía
cogida la mano con tal fuerza que no me dejaba separarme de su lado. Los dos
eruditos se encontraban arrodillados entre sus piernas y parecía que tiraban de
algo. De mi hijo.
—Empuje, que ya está acabando
de salir —indicó el teólogo levantando un poco la cabeza.
—¡¡AAAHHH!! —El último grito
de mi mujer me partió el alma al medio. Entonces la presión sobre mi mano se
aflojó y pude separarme de ella e ir hacia el teólogo y su acompañante para ver
a mi hijo.
—Ha matado a la madre —anunció
el arqueólogo.
Yo supuse que el aflojarme la
mano se debía a que ya no tenía que hacer esfuerzos para que saliese el bebé,
pero aquel hombre estaba en lo cierto. Volví a colocarme a la altura de la cara
de mi mujer; no respiraba. Le busqué le pulso pero fue inútil. Le hice la
respiración artificial y el masaje cardíaco hasta que caí casi desfallecido.
Todo fue en vano. Entonces, le presté atención al causante de aquella muerte. A
mi hijo. Los dos eruditos estaban en lo cierto y aquella criatura era el hijo
de Satanás y tenía que acabar con él.
—Dadme a ese hijo de puta que
voy a matarlo y acabar con esto —les dije.
Para mi sorpresa, el arqueólogo
tenía cogido al bebé y lo acunaba.
—Estábamos equivocados. No es
el hijo de Satanás. Es una niña preciosa. Tantos estudios y horas de trabajo
para nada. —El hombre me tendió a mi hija.
La cogí en mis brazos y dos
emociones enfrentadas aparecieron en mi corazón. Una era el amor incondicional
de un padre a su hija y otra el odio hacia el ser que me había arrebatado a mi
esposa.
El arqueólogo y el teólogo se
apartaron de nosotros varios pasos. Pude ver que el teólogo llevaba el puñal en
la mano, pero no lo sostenía con gesto amenazante, si no con el fin de
guardarlo en su funda.
Entonces la niña comenzó a llorar.
Aquel llanto me comprimió el corazón. Un segundo después, el muro más cercano a
los dos hombres que nos acompañaban se vino abajo aplastándolos. Varios
disparos sonaron por la zona y una explosión se produjo en una fábrica nocturna
que se encontraba a varias cuadras de distancia. Después la niña empezó a reír,
aquella risa me trajo tal congoja que no podría describirla
—No puede ser verdad —murmuré
a la vez que bajaba mi mirada al suelo con resignación. Allí vi el puñal del
teólogo—. Tenían razón, Satanás se burla de la obra de Dios y la copia a la
inversa. El Señor nos envió a su hijo para salvarnos y él nos envía a su hija para
condenarnos.
No lo dudé un instante y
coloqué a aquel bebé en el suelo, le quité la manta con la que lo habían tapado
los estudiosos y levanté el cuchillo por encima de mi cabeza para acabar con la
vida de la hija del demonio.
—Entonces
cometí el mayor crimen imaginable —dijo Yusuf—. Han pasado dieciocho años y…
—¡Papá!
—Se escuchó una voz juvenil proveniente de otra habitación de la casa—. Date
prisa o llegaremos tarde. Una no cumple dieciocho años todos los días.
—Voy,
Anwaar, hija mía. Han pasado dieciocho años y hoy quiero pedir perdón por
cometer el crimen de condenar a la humanidad. Cuando aquella criatura me miró,
no fui capaz de matarla.
»Nos cambiamos de ciudad y de país para alejarla
(alejarme) de los recuerdos de la noche en que murió su madre. Hasta ahora solo ha provocado algún accidente cuando
no se le concedía un capricho y se enfadaba. También provocó el tsunami de
2004, porque por su noveno cumpleaños no le regalé la mascota que tanto quería.
Ahora, que está a punto de cumplir los dieciocho años, no sé qué sucederá, pero
temo que libere toda la maldad que lleva en su interior. Hace dieciocho años no
fui capaz de matarla y he condenado a la humanidad. Desde que nació, en mi
familia hay una doble celebración: conmemoramos el nacimiento del hijo de Dio y
de la hija de Satanás. Que el Señor me perdone.
– FIN –
Original Segundo Advenimiento, pleno de ingeniosos recursos y sazonado con humor.
ResponderEliminarTan ficticio como casi toda teología.