lunes, 31 de julio de 2017

Wimsey

Por Carmen Gutiérrez.

Joshua Adler entró en el pub protegiéndose de la lluvia torrencial que pintaba las calles de Londres de un tono grisáceo salpicado del amarillo de las farolas. Con una mueca comprobó que el lugar estaba atestado de trabajadores de fábrica, carpinteros, herreros y todo aquel que trabajase en el mundo industrial y que viviese a tres cuadras a la redonda. El recinto apestaba a sudor, cigarro y cerveza tibia, pero era el único pub en el que nadie le reconocía ni pedía favores así que se quitó el abrigo empapado y sacudió disimuladamente el sombrero, dejando unas gotitas de agua sobre el piso de madera.
Solo había un lugar disponible en la barra, aquel que colindaba con la entrada a los sanitarios y que olía a meados de gato por mucho que el dueño pusiera aserrín en el suelo. Encogiéndose de hombros se dirigió a ese sitio que los demás evitaban y dejó caer su enorme humanidad en el banco de madera que crujió en protesta por el esfuerzo, pero que estaba acostumbrado a soportar pesos mayores. Joshua pidió una cerveza al encargado y esperó a que se la sirvieran mientras jugaba con una servilleta. Quería evitar el contacto visual con cualquier parroquiano. Era lo que hacía desde dos meses atrás. Cumplir con su guardia, venir al pub, beber una cerveza tras otra sin hablar con nadie hasta que fuese tan tarde que no se encontrara a nadie de camino a su casa. Comía y cenaba en el pub así que no necesitaba variar mucho su rutina.
Su cerveza llegó. Al darle el primer trago tuvo que respirar por la nariz, cosa que venía evitando para no oler nada, pero al pasarse la bebida descubrió con sorpresa que su olfato se inundaba de un aroma a limpio, mejor dicho, a hombre limpio. Miró alrededor para encontrar al responsable de ese olor a colonia cara y se encontró con que venía del anciano sentado a su lado. No pudo evitar observar a tan extraño parroquiano. Y decimos extraño porque desentonaba en ese lugar como desentonaría él mismo en el palacio de Wimbledon tomando el té con la reina.
El anciano bebía bourbon sin hielo, llevaba un traje oscuro de tela fina y un monóculo le colgaba con gracia del bolsillo del chaleco. Se volvió hacia Joshua al notar su mirada atónita y sonrió un poco, de medio lado, como disculpándose por su presencia en ese pub.
Siento haberlo molestado, señor dijo Joshua y trató de concentrarse en las burbujas de su cerveza.
No es molestia, caballero. Su mirada, sin embargo, me sacó de mis pensamientos, cosa que le agradezco mucho.
¿Qué cosas tan horribles le pasarían por la cabeza si me lo está agradeciendo? preguntó Joshua en voz baja.
Terribles, sin duda el anciano se inclinó hacia él y le extendió una mano, a modo de saludo. Mi nombre es Peter Wimsey y estoy a su servicio, caballero.
Le estrechó la mano como hacía siempre, con desconfianza. Murmuró su nombre de mala gana pero agregó:
No soy ningún caballero. Llámeme Joshua como lo hacen todos y yo lo llamaré Peter, su nombre a secas, como hago con la gente normal.
Me parece perfecto, Joshua. Permítame invitarle un trago y sin esperar respuesta, Wimsey pidió otra ronda para ambos con ese tono afectado que adoptan las personas de alta alcurnia.
Los tragos llegaron y después de brindar con un gesto ambos bebieron sin mirarse.
Lamento que haya muerto su mayordomo dijo Joshua sin pensar y al darse cuenta de lo que había dicho dio otro trago muy largo a su tarro.
Winsey lo miró con curiosidad sin disimular su asombro, pero no dijo nada. Solo asintió. Y fue ese simple gesto el que hizo que Joshua cambiara su actitud hacia él. De pronto sintió por el anciano un profundo respeto y pensó que si le pidiera cualquier favor lo haría sin pensarlo, pero no podía quedarse con la duda así que preguntó:
¿No me va a interrogar? ¿No quiere saber cómo lo supe?   
El anciano lo miro con una chispa de picardía en sus ojos azules y dijo:
Creo que lo sé, o al menos creo saber cómo lo supo jugó un poco con el vaso medio vacío de bourbon y continuó. Usted notó mi presencia por mi olor, lo supe cuando lo vi olfatear el aire de reojo. Por mi vestir y mi manera de hablar sabe que no soy de este barrio, también notó que mi traje es negro y que estoy bebiendo solo. Eso le dijo que estoy en este pub por dos razones: O espero a alguien o estaba recordando a alguien. En vista de que le invité una bebida sabe que no espero a nadie o sea que la segunda opción es la probable. No estoy recordando a una mujer porque este sitio es visitado casi en exclusiva por hombres trabajadores y las señoras decentes no se paran en lugares como este. Así que dedujo que recordaba a un amigo muy querido. También pensó que un amigo de mi infancia o juventud  no estaría en su vida en un sitio como este y tiene razón. Así que quizá fuera alguien que se convirtió en mi amigo pero que originalmente trabajaba para mí. Mis manos son delicadas y mi traje es caro, así que lo más probable es que esa persona fuera mi mayordomo y dado que él no está aquí conmigo es lógico suponer que está muerto. ¿Acerté?
Sí, en casi todo afirmó Joshua mirándole con más respeto que antes. Le faltó decir que tiene los zapatos salpicados de barro negro y el único lugar que tiene tierra tan oscura en estos rumbos es el cementerio de Little Whitey.
¡Bravo, amigo mío! exclamó Wimsey entusiasmado En otros tiempos hubiera utilizado ese don de deducción para mi trabajo. ¡Habríamos logrado tantas cosas! A Bunter, mi amigo y mayordomo, le habría encantado conocerlo.
Joshua murmuró un ininteligible gracias y sus mejillas se llenaron de rubor.
¿A qué se dedica, Joshua?
¿No puede deducirlo usted mismo?
Veamos dijo Peter mientras se calaba el monóculo en el ojo izquierdo y lo observaba con detenimiento. Viste usted como empleado de fábrica, su abrigo lleva varios remiendos pero su calzado es de buena calidad aunque no es nuevo. Lo que me dice que trabaja para alguna empresa de calzado, no ha saludado a nadie así que creo que no conoce a ningún parroquiano, y además las fábricas de calzado están del otro lado del rio, supongo que no vive por aquí. Huele un poco a humo de tabaco pero no ha fumado así que supongo que la que fuma es su casera, y sé que no está casado porque no lleva anillo y no ha visto la hora en ningún momento, nadie le espera en casa. 
Joshua levantó el tarro a modo de brindis y asintió.
Tiene un rostro amable pero es muy huraño para conversar continuó el anciano, eso significa que la gente siempre lo busca para pedirle favores y a usted le cansa porque no sabe decir que no. Sus manos son suaves, no tienen la aspereza de los empleados comunes, así que es guardia de seguridad en la fábrica y deja su uniforme en su trabajo para que no le confundan con policía de camino a aquí.
Con una carcajada sorpresiva, Joshua festejó a su interlocutor y pidió otra ronda de buena gana.
¿Sabe? Siempre me ha molestado saber tantas cosas sobre las demás personas porque no me gusta que la gente sepa tanto sobre mí. Pero ¿Qué oportunidad tenía de encontrarme a una persona que piense como yo? preguntó Joshua y agregó en voz baja La mayoría de mis colegas o vecinos son como borregos sin aspiraciones. Solo quieren llegar a fin de mes sin morirse de hambre y no se preocupan por observar a su alrededor.
Le sorprendería lo mucho que se parecen en eso nuestras clases sociales. Mis compañeros de estudios se han dedicado a hacer dinero y presumirlo sin hacer nada más de lo que les pide la sociedad. Cumplen las reglas sin rechistar y violan las normas a su gusto en secreto. Cuando conocen a alguien que se sale del molde lo tachan de libertino…en especial si es mujer dijo Wimsey con un toque de amargura.
Es por eso que no me he casado dijo Joshua ensimismado. No soporto a las mujeres que solo hablan de tener hijos y de tener esto y aquello. Comparan a sus maridos como a caballos de carreras siempre presumiendo lo que gana o exagerando sus habilidades. Es asqueroso como se arrastran detrás de unos pantalones que les saquen de su miseria e insisten en llenarse de hijos para que el marido no se les vaya.
A usted le habría encantado mi esposa. Era una rebelde que no creía en el matrimonio y me costó media vida conseguir que se casara conmigo. Ahora que no la tengo siento que lo mismo que usted. No podría tolerar a una mujer sumisa.
Siguieron hablando por muchas horas hasta que el encargado les pidió que se fueran. Joshua estaba feliz de encontrar en ese lugar a un hombre con quien hablar de cosas diferentes que no fueran las mismas nimiedades que hablaban sus compañeros. A Peter Wimsey le encantaba el tono desenfadado con el que Adler soltaba sus opiniones y le hacía recordar a Bunter, quien habiendo crecido en cuna humilde, frecuentaba lugares como ese y decía las cosas con la confianza de saber que tenía razón. Por un momento fantaseó con reclutar a Joshua y volver a resolver crímenes y ayudar a la policía, pero los tiempos eran otros, él ya no tenía la misma fuerza de antes y Joshua, evidentemente, no era Bunter.
Bunter, su gran amigo. Habían resuelto más de treinta casos de asesinatos y fraudes, siempre con la ayuda del poder de deducción de Wimsey y la agudeza de pensamiento de Bunter. Cuando Harriet, su esposa, lo abandonó fue Bunter el que estuvo a su lado y el que continuó investigando aunque Peter ya no tenía ánimos ni para salir de la cama. De hecho era la primera vez que dejaba la casa por tanto tiempo desde que renunció oficialmente a la investigación privada. No necesitaba el dinero y sin su amada Harriet, tampoco necesitaba la aprobación pública. Se había opuesto, eso sí, a que Bunter buscara al asesino del 9, apodado de ese modo por el tamaño de las huellas que dejaba el criminal en las escenas. Bunter no hizo caso. Bunter descubrió quién era y el asesino lo mató a sangre fría tres días atrás en ese mismo barrio.
Wimsey sacudió la cabeza para alejar el recuerdo de su amigo en la morgue y se concentró en lo que Joshua le decía.
No sé preocupe, mi buen amigo dijo Peter sonriendo. Mi chofer vendrá por mí en unos momentos, le di precisas indicaciones. Puede usted marcharse a casa con tranquilidad.
Joshua se despidió de Wimsey con la esperanza de volver a verle. Era refrescante el chorro de inteligencia que emanaba el anciano, la galanura con la que se movía, la gracia con la que hablaba. Se alejó pensando en lo que hubiera sido de su vida si no fuera pobre. ¿Habría asistido a Oxford? ¿Tendría algún departamento en Picadilly? ¿Se habría casado? Pensó que quizá lo llamarían Lord con una reverencia. La lluvia había parado y las calles de Londres estaban desiertas. Pero Joshua se sintió, por primera vez en muchos años, libre de su mediocridad, ligero como una pluma, emocionado como un chiquillo con un regalo de navidad. Siempre supo que era diferente a los demás y ahora a sus treinta y tres años entendía por qué. No es que fuera extraño, es que era inteligente. Muy inteligente. La vida se había encargado de cagarse en sus sueños y de ponerle trabas a su manera de pensar.
       Ensimismado, no notó que lo seguían, ni escuchó los pasos ligeros de la persona que, con mucho cuidado de no dejarse ver, lo observaba de cerca. Se metió en el callejón de los turcos para llegar a las vías del tren y recorrerlas, como cada noche, para llegar a casa. A veces se topaba con algún borracho o algún trabajador que había perdido el tren y tenía que recorrer el camino a pie. Los odiaba. Odiaba a todos por ser unos idiotas perdidos en un mar de estupidez. A veces fantaseaba con matar a todos los de la fábrica, a veces quería estrangular a su casera, a veces…
   No supo que lo golpeó pero de pronto tenía un dolor inmenso en el cráneo y cayó en medio del callejón, de rodillas, con la cabeza sangrando. Trató de localizar a su agresor pero solo vio un bastón elegante que le golpeó con fuerza en el rostro. Perdió la vista, todo se volvió oscuro y se dejó caer en el piso, inconsciente.
El agresor siguió golpeando su cuerpo inerte, el bastón de mango de marfil abrió la piel de Joshua en varios puntos y las paredes se salpicaron de sangre. Más golpes, más sangre, el ojo derecho de Joshua se salió de su cuenca y el asesino lo pisó con saña, desparramando materia ocular en las baldosas.
Un disparo se escuchó en la oscuridad. El asesino cayó con un balazo en la frente, muerto al instante. De entre las sombras salió Lord Peter Wimsey, caminaba sin poder evitar el temblor en sus piernas. Ignorando al atacante, se inclinó sobre Joshua Adler, cuyo cuerpo se sacudía con espasmos incontrolables.
-Lo siento, amigo mío –murmuró con lágrimas en los ojos-. Pensé que usted era el asesino del 9, lo seguí pero no fui lo suficientemente rápido. Si no fuera tan viejo habría visto que lo atacaban, amigo, y lo habría salvado.  
Lord Peter Winsey se alejó hasta la avenida donde lo esperaba un auto negro. El anciano le pidió al chofer que lo llevara a casa, donde volvió a encerrarse para siempre, alejándose de los horrores cotidianos, de las pérdidas humanas y del recuerdo de que la única vez que se equivocó, le costó la vida de un inocente…maldijo en voz alta a su cuerpo decrepito y a su mente inservible. Al llegar a su departamento se sirvió un té, puso un poco de música, y se durmió para siempre.    


- FIN -

Consigna: Título:«Wimsey». Esta historia incompleta es un relato policíaco ambientado en Inglaterra en la primera mitad del siglo XX. Su protagonista es lord Peter Wimsey, el detective creado por la escritora Dorothy Sayers, a la que King admira.


Pero solo la oscuridad me ama

Por Evelia Garibay.

INTRODUCCIÓN
Cuando me preguntan si recuerdo el momento exacto en que nacieron mis historias puedo contestar que sí en algunos casos, por ejemplo, la idea para Eso me vino a la cabeza cuando escuchaba el sonido de los tacones de mis botas sobre un puente de madera mientras pensaba en una canción infantil, como este ejemplo podría darles varios más pero esto no es lo que nos ocupa el día de hoy sino esté pequeño relato que escribí junto a mi hijo Joe.
Una tarde vino Joe de visita y me enseñó una página en dónde se perfilaba la historia de un tipo cualquiera en un bar hablando con una mujer sumamente hermosa, tan hermosa que no se atrevía a mirarla de frente, después de leerla varias veces nos pusimos a garabatear ideas en un cuaderno, al final de la visita guardé su hoja mecanografiada con la mía llena de mi, a veces, indescifrable letra y por desgracia nos olvidamos de ella hasta que llegó el momento de hacer espacio en mi atestado despacho y llevé esta historia, junto con algunas otras, a la Biblioteca Raymond H. Fogler en dónde pueden encontrarla, si es que les interesa, dentro de la caja  número 1012.
Por alguna razón estos personajes reaparecieron en cabeza hace unos días y se que no me van a dejar en paz hasta que vuelque su historia en palabras, pero no solo quieren eso, quieren que cuente la historia en forma de guión televisivo, quizá entre mis lectores constantes haya alguno que quiera llevar a la pantalla esta pequeña historia.
Pues allá vamos mis Lectores Constantes, espero que la mayoría de ustedes disfruten con esta colaboración entre mi hijo mayor y yo. Y si no la disfrutan espero que puedan perdonarme y lean alguna otra cosa.
Largos días y placenteras noches les deseo a cada uno de ustedes.
STEPHEN KING                                                                                                   Bangor, Maine, 30 de julio del 2017


PRIMERA PARTE
EL BAR
I
FUNDIDO
1
Exterior, calle fuera del hotel, Ledge Cove, Maine. Noche.
La calle está desierta, vemos a nuestro personaje principal masculino desprenderse de las sombras y cruzar la vía para entrar en el hotel. En la fachada distinguimos un gran letrero que dice: Bienvenidos a “La Convención” con grandes letras doradas perfiladas en negro.
FUNDIDO
2
Interior, lobby del hotel. Noche
Hay algunas personas en el lobby del hotel, sentadas en parejas o en grupos más grandes, riendo y pasándoselo bien, al lado izquierdo del escritorio de recepción están los elevadores y podemos ver algunas parejas muy acarameladas listas para seguir la fiesta en sus habitaciones. Del lado derecho están las puertas que conducen al bar del hotel, algunas personas salen ya es tarde y quedan pocos clientes.
Entra a cuadro Lucien. Lleva un sombrero cuya ala le ensombrece la cara y una gabardina negra larga, con el cuello levantado, no se distinguen sus facciones. Toda su indumentaria es negra excepto por la camisa que es blanca.
FUNDIDO
3
Interior, bar. Noche
Lucien entra en el bar y lo recorre con la mirada, el lugar está prácticamente vacío solo quedan algunos clientes en la mesa del fondo y una pelirroja vestida con un ceñido vestido gris claro sentada en uno de los taburetes del centro de la barra. Ella parece sentir su mirada y levanta la vista hacia el gran espejo que ocupa toda la pared detrás de la barra, en ese instante Lucien se quita el sombrero y cubre su cara con el, sus miradas no se encuentran. Ella inclina su rostro como para concentrarse en su bebida y él se dirige hacia ella.
Lucien toma asiento junto a ella.
LUCIEN: Hola Ángel.
Ella se estremece pero no voltea a verlo.
ÁNGEL: No puedo creer que estés aquí.
LUCIEN: Yo tampoco, estuve a punto de no venir pero me dije a mi mismo: ¡que diablos! Han pasado tres años bien puedo darme el lujo de ir un momento y conversar.
ÁNGEL: ¿Solo un momento?
Ángel sonríe pícaramente como si su intención hubiera sido preguntar ¿solo conversar?
El cantinero se acerca.
CANTINERO: Buenas noches señor, bienvenido a “la convención” ¿qué le sirvo?
LUCIEN: Whiskey en las rocas por favor.
El cantinero se retira a servir el trago mientras Lucien se acerca a Ángel pero sigue sin mirarla de frente.
LUCIEN: Estas hermosa Ángel, como siempre.
ÁNGEL: ¡Adulador! Deberías decírmelo de frente.
Lucien frunce el entrecejo y se retira unos centímetros como si ella lo hubiera golpeado.
LUCIEN: Lo haría si pudiera y lo sabes.
El cantinero coloca el trago frente a Lucien y se retira, él levanta el vaso y lo inclina un poco hacia ella.
LUCIEN: Por los reencuentros.
ÁNGEL: Y por lo que pueda pasar en ellos.
Brindan y ambos beben, claramente podemos ver como suspiran cuando dejan sus vasos vacíos en la barra, la mano izquierda de Lucien casi roza la mano derecha de Ángel.
ÁNGEL: ¡Tres años! Ahora que estoy aquí siento que se fueron volando.
El camarero se acerca y rellena los tragos.
ÁNGEL: Aunque no puedo decir que las cosas hayan cambiado, en realidad todo sigue igual, la misma monotonía de siempre.
LUCIEN: No te creo, ¿cuántos años tiene Taylor ahora? ¿quince? Las cosas definitivamente deben de ser más interesantes que cuando tenía doce.
Ángel pone cara de fastidio y apura el trago, cuando el camarero se acerca le arrebata la botella de las manos y se sirve ella misma. Lucien le quita la botella, rellena su trago y devuelve la botella al cantinero.
ÁNGEL: Se nota que tú no tratas con adolescentes ¿doce? ¿quince? No importa, siempre hay un pretexto para hacer drama y para decir que no vale la pena vivir ¡no tienes idea de la cantidad de navajas de afeitar que he tenido que esconder para que a Taylor no se le ocurrieran malas ideas! Y encima el mentado Netflix y las redes sociales presentando el suicidio como una opción viable para llamar la atención ¡Claro que llamas la atención! Lo que no se ponen a pensar es que ya no estarán ahí para recibirla.
Poco a poco su voz sube de volumen, cuando llega al final de su discurso toma el vaso con las dos manos como si estuviera anclándose a la realidad.
ÁNGEL: Lo siento, han sido tres años pesados, lo único que me ha ayudado a superarlos es saber que este día llegaría y tener la certeza de verte aquí, por un momento me asuste cuando comenzó a hacerse tarde y tú no aparecías.
LUCIEN: Estuve a punto de no venir.
Lucien toma la mano de Ángel y entrelaza sus dedos. Ella vuelve su rostro hacía él y mira su perfil estupefacta, no puede creer lo que está escuchando. Él sigue mirando al frente.
LUCIEN: Para mi estos tres años han sido maravillosos y muy productivos, se puede decir que la balanza se está inclinando a nuestro favor, por cada navaja que tú escondes yo pongo diez al alcance de manos necesitadas de “sentir algo, lo que sea” o para los que quieren terminar con todo de forma rápida. Lo que no saben es que cuando terminan “aquí” siguen “allá” y “allá” es donde a mi me importan, donde los quiero para que por toda la eternidad sigan alimentando el fuego que necesitamos, que necesito para seguir existiendo, para seguir influyendo; para que las redes sociales sigan haciendo ovejas fáciles de manejar por mi, ovejas que cada vez pasan más de ti y de los tuyos Ángel, lo siento, pero así son las cosas y así seguirán siendo hasta el fin.
Ángel lo mira con horror pero no suelta su mano, poco a poco su expresión se vuelve una de aceptación.
ÁNGEL: Sé como son las cosas, estoy aquí por ti y lo sabes, esta “Convención” es el único día en que tenemos permitido fraternizar con el enemigo, olvidarnos de nuestras responsabilidades, de nuestras diferencias y de la lucha constante entre nuestros bandos. Hoy solo quiero que seamos tú y yo en mi habitación, sin nada entre nosotros.
Ángel se levanta y conduce de la mano a Lucien hacia la salida del bar.


FUNDIDO
4
Interior, Lobby. Noche
Ya es muy tarde y el Lobby esta desierto, están casi frente a los elevadores cuando Lucien se detiene.
LUCIEN: Espera Ángel, no voy a subir.
Ella mira sin comprender el pecho de él, en ningún momento levanta la vista para verlo a la cara. Lucien toma su mentón y la obliga a mirar hacia arriba, horrorizada ella se tapa la cara con las manos.
ÁNGEL: ¿Qué haces? Lo único que no tenemos permitido es mirarnos de frente a los ojos. ¡Por favor Lucien! Sube conmigo, te necesito. Han sido tres años de no poderte sacar de mi mente. Te quiero.
Lucien obliga a Ángel a descubrirse la cara, la mira directo a los ojos aunque le hace daño.
LUCIEN: Se que me deseas Ángel, puedo sentirlo y yo también te deseo con la misma lujuria o incluso más por ser quien soy. Te creo cuando dices que me quieres y que constantemente piensas en mi pero lo que yo quiero es amor. Un amor al que pueda mirar de frente sin sentir el dolor que siento cuando miro tu increíble luz. Esta es la última vez que nos vemos Ángel, por fin lo comprendí. Sé quien soy y sé lo que soy y por fin estoy dispuesto a entregarme por completo y a admitir que solo la oscuridad me ama.
Lucien le besa la frente a Ángel. Da media vuelta y sale por la puerta del hotel dejándola a ella sola y con el rostro bañado en lágrimas.
FUNDIDO A NEGRO.
FIN


- FIN -

Consigna: Título: «Pero solo la oscuridad me ama». Esta historia presenta a un muchacho hablando en el bar con una chica que es demasiado hermosa y a la que solo puede vérsela de reojo o a través de parpadeos. Ella invita al joven a su hotel, pero él solo accede a ir hasta el lobby, no a la habitación.

Peinado

Por Robe Ferrer.

—Buenos días y bienvenido a la Clínica de Rehabilitación para Jóvenes de Macaulay Culkin, señor…
—Hola —saludó el joven mirando en todas direcciones para reconocer el que sería su nuevo hogar, a la vez que se pasaba un viejo peine por su cabello—. Brigham, Tom Brigán; pero todos me llaman Tommy.
—Muy bien señor Brigham, le estábamos esperando. Rellene el formulario con los datos de contactos de sus familiares más cercanos y déjeme su documentación para poder rellenar la ficha de acceso.
—Mis padre están fuera, si quiere puedo llamarlos para que ellos mismos les den sus datos.
—No, señor Brigham, tenemos una política de entrada para personas no adictas muy estricta: "De la puerta para afuera son todos bienvenidos: de puertas para adentro son entrometidos".
El chico la miró cariacontecido y guardó su peinilla de concha. No entendía muy bien lo que significaba la frase que acababa de decirle la recepcionista. Bajó la vista de nuevo hacia el papel que le había entregado la mujer y comenzó a escribir el nombre y los teléfonos móviles de sus padres.
—¿Motivo de la entrada? ¿Qué fue lo que le impulsó a querer apartarse de las drogas definitivamente? ¿Alguna mala experiencia personal, problemas de dinero, sus familiares?
—¿Es eso importante? Yo lo que quiero es desintoxicarme, el motivo no creo que sea algo que les importe.
—El motivo es lo más importante —sentenció una voz masculina a sus espaldas. Era una voz potente, cargada de autoridad y seguridad en sí mismo del que hablaba.
Tommy se giró para ver de quién provenía aquella voz y se encontró cara a cara con un hombre trajeado. Era tan alto como él pero mucho más fornido. Su cabello rubio peinado hacia atrás y sus azules le eran familiares, pero no sabría decir por qué.
—Bienvenido a mi centro. Mi nombre es Macaulay Culkin, pero puedes llamarme Mac. Soy el director de este lugar, y soy extoxicómano, por eso sé que el motivo es lo más importante.
Entonces recordó de qué le sonaba aquella cara. Era aquel famoso actor que destacó de niño con una película y varias secuelas de la misma y que luego se hundió en el mundo de las drogas. Nunca más se supo de él, cinematográficamente, pero sí por otros motivos, sobre todo relacionados con las drogas.
—Mi mejor amigo, Adam, murió hace unas semanas por culpa de la cocaína. Salimos de fiesta un viernes por la noche y comenzamos a tomar copas y meternos rayas. Llegó un momento que perdimos el control y la noción del tiempo y del espacio. No sabía dónde estábamos, ni qué hora era, ni siquiera si seguía siendo viernes o ya era sábado o, incluso, domingo. Aún así no paramos y el alcohol y la cocaína pasaba por nuestras manos y desaparecía dentro de nuestros cuerpos en cuestión de minutos. Lo último que recuerdo es que estábamos en alguna discoteca; después, el siguiente recuerdo que tengo es el de despertarme en la cama de un hospital. Nos encontraron a mi amigo y a mí tendidos en la calle, entre unos contenedores, llenos de magulladuras y con la ropa rota. Yo tuve suerte y acabé en un hospital; mi amigo acabó en un cementerio. Según me dijeron mis padres días después, la cocaína le produjo un fallo cardíaco y murió por un infarto. Semanas después, sobre su tumba, le juré que conseguiría apartarme de la droga.
—Es un gran motivo —le dijo Mac—, y a él debes de aferrarte para lograr tu propósito. Ahora, cuando acabes de rellenar todos los papeles, te acompañarán a tu nueva habitación. Yo he de retirarme para solucionar otros asuntos que me ocupan, pero si en alguna ocasión necesitas de mi ayuda, no dudes en pedir una reunión privada. Hasta pronto, y no olvides nunca el motivo que te trajo aquí.

Una vez asentado en la habitación en la que pasaría algún tiempo, repasó la planificación que le había entregado la chica de la recepción para. Aquel día, por ser el primero, no tendría que presentarse a las terapias matutinas, por lo que tenía por delante tres horas para recorrer el centro y familiarizarse con sus instalaciones.
—Perdón —le dijo a un celador—, ¿por dónde queda el comedor? Es mi primer día y no lo encuentro. —Después sacó su peine y repasó su flequillo con él-
—Es por allí —respondió señalando hacia un largo pasillo que había a su espalda—. Bienvenido, espero que consigas tu objetivo. Bonito peine, por cierto.
—Gracias.
De vuelta de nuevo en su cuarto, aún tenía media hora para descansar antes de empezar su primera sesión de terapia. Se sentó sobre su cama, pero enseguida se levantó al notar algo en el bolsillo trasero de su pantalón. Era el viejo peine, su inseparable compañero desde sus años de instituto. Lo utilizó una vez más y lo guardó de nuevo. Salió de la habitación y se encaminó hacia la sala donde se reunían los adictos. De nuevo tuvo que preguntarle al celador por su situación.
—Hola de nuevo. La sala que buscas está al otro lado del comedor, por ese pasillo. Por cierto, me llamo Pedro Ramos. Mañana te daré un plano de las instalaciones, para que no tengas que ir siempre preguntando. Aunque si quieres saber cosas no dudes en buscarme. Soy el que más sabe de la Clínica.
—Muchas gracias.
Tras varias horas de conversación grupal en las que conoció a los que iban a ser sus nuevos compañeros, se dirigió de nuevo al comedor para la cena y posteriormente se metió en su cuarto a leer un libro antes de irse a dormir. Se había llevado los libros de El Hobbit y El Señor de los Anillos; su amigo Adam se los había recomendado hacía unos meses, después de prestarle El guardián entre el centeno, el cual le había maravillado. Si aquellos libros eran la mitad de buenos que el anterior, los disfrutaría sin ninguna duda. Entonces se le empañaron los ojos pensando en su fallecido amigo. Minutos después, se quedó dormido con el libro abierto y los nombres de los trece enanos rondándole en la mente. Tuvo una noche muy inquieta en la que se despertó cada poco y no descansó como debería.

Al día siguiente se levantó, se peinó, acudió al desayuno y después se dio una rápida ducha, se peinó otra vez, se lavó los dientes y acudió a la primera charla con su psicólogo personal. Al regresar cerca de la hora de la comida, se encontró con que en la repisa del baño había otro peine, igual al suyo. Sería cosa del centro, al igual que en los hoteles le habían dejado un cepillo de dientes, jabón y útiles de afeitado; se les habría olvidado el peine y se lo dejaron al día siguiente, seguro que era eso.
El segundo día pasó muy similar al primero, con la diferencia que aquel día el grupo dio un largo paseo por los jardines del centro de rehabilitación. La noche fue menos agitada que la anterior y cuando se despertó se encontraba descansado para afrontar el nuevo día. Entró al baño y se encontró con un nuevo peine, igual que los dos que ya tenía. Lo cogió en su mano y salió para dirigirse había la recepción e indicar que dejaran de ponerle peines, que ya tenía tres, y sobre todo, que nadie entrara en su habitación mientras él dormía.
—Buenos días.
—Hola, Pedro —saludó el joven al celador, al cual no había visto hasta que este le saludó—. Oye, ¿tú sabes por qué me han puesto dos peines iguales al que traía yo?
—¡Shhh! —El celador miró en todas direcciones antes de continuar—. Sígueme.
Tommy siguió al celador, que le condujo hasta un pequeño cuarto de limpieza.
—Aquí podemos hablar sin peligro de ser oídos. Nadie te ha puesto ningún peine. En este lugar los peines se duplican.
—¿Cómo que se duplican? —preguntó extrañado Tommy.
—En algunos casos peines se duplican hasta tal punto que llegan a hacer perder la cabeza a los internos. En la mayoría de las ocasiones, vuelven a recaer en las drogas y así la dirección se asegura que sigan más tiempo en el centro. Pronto dejarás de notarlo porque te darás unas drogas que inhiben tu precepción para que no te des cuenta de esa replicación y dirán que no estás curado y que tienes paranoias y delirios para retenerte aquí por más tiempo.
—Es de locos, ¿qué función tiene que los peines se vayan reproduciendo?
—Lo desconozco, pero según he ido comprobando con los años es para conseguir reteneros aquí y ganar más dinero por vuestro ingreso.
—Tengo que salir de aquí cuanto antes, tengo que avisar a mis padres.
Y así lo hizo, Tommy acudió a la recepción de la clínica a solicitar una llamada de teléfono, pero le informaron que en aquellos momentos era imposible, ya que tenían las líneas fuera de servicio. Que probase al día siguiente, que seguro que la compañía telefónica ya habría solucionado el problema.
Cuando llegó a su dormitorio al anochecer, seguía habiendo dos peines iguales al que él tenía en los bolsillos, el cual sacó y utilizó para acicalarse. Se acostó y al amanecer, el número de peines continuaba igual. Seguro que había sido cosa de la gente de la limpieza que se habían equivocado. No podía ser que los peines se duplicasen. Se peinó y salió dispuesto a comenzar con un nuevo día de terapias.
A la mañana siguiente, al despertar, en su cuarto de baño había una docena de peines, algunos sobre la repisa y otros caídos sobre el lavabo. De regreso a la habitación se encontró que habían aparecido cientos de peines sobre su cama y muchos más en el suelo, cubriendo todo el enlosetado. Salió corriendo al pasillo haciendo saltar peines por todas partes. Buscaba ayuda, a ser posible del celador con el que había hablado sobre la duplicación de los peines. Al girar una de las esquinas chocó contra el director del centro que caminaba leyendo unos informes.
—¿Qué sucede muchacho?
—Los peines. El celador. Tengo que hablar con él. —Y de nuevo echó a correr.
—Espera, ¿a qué celadora buscas?
—A Pedro Ramos. —Desapareció tras una nueva esquina dejan al director comentando en solitario que no tenían ningún celador que se llamara Pedro Ramos; que todo el personal de la clínica era femenino.
Una hora después, Tom Brigham se encontraba en su cama, atado con correas especiales para casos especiales de delirio agresivo, como el que estaba sufriendo en ese momento. En su mano derecha sostenía su viejo peine, ya que había sido imposible hacer que lo soltase. Dos doctoras y una enfermera esperaban a que los calmantes hiciesen efecto y poder quitarle aquel objeto que lo tenía obsesionado.

—Su hijo ha sufrido un delirio debido a la del consumo de drogas; lo que se conoce como síndrome de abstinencia o mono. No tiene de qué preocuparse, ya que no es algo nuevo ni es algo infrecuente —le comunicaba Macaulay Culkin a los padres de Tom. Les había citado para informarles sobre el estado de su hijo y para conocer algún detalle sobre la obsesión con los peines
—¿Y qué es lo que le pasa? —preguntó la madre.
—Dice que los peines se duplican y le persiguen. No sabemos de dónde ha sacado semejante idea.
—Tommy siempre llevaba un viejo peine en sus bolsillos y no paraba de peinarse. Presumía mucho de su pelo y quería llevarlo bien colocado —mencionó el padre—. En alguna ocasión llegamos a decirle que lo iba a desgastar de tanto usarlo.
—Comprendo. Una cosa más, ¿saben quién es Pedro Ramos?
Los padres del chico lo miraron desconcertados, pues era la primera vez que escuchaban aquel nombre.

—¡Los peines! Se están duplicando y pronto controlarán todo. ¡Ayúdame, Pedro! ¡Pedrooo! —gritaba una y otra vez. Pero su voz se perdía en la insonorización de la sala. Por fin el sedante hizo efecto y sus músculos se relajaron, dejando caer el peine que siempre utilizaba de la mano. En uno de los laterales todavía se podía distinguir el nombre del fabricante objeto, casi borrada por el uso. «Pedro Ramos».


- FIN -

Consigna: Título: «Peinado». Tommy Brigán es un joven adicto a la cocaína que decide ingresar en una clínica de rehabilitación después de que un amigo de su edad sufriese un infarto debido a la droga. Al ingresar en el centro llevaba un viejo peine en un bolsillo, el cual, una vez dentro de la clínica, comienza a duplicarse a sí mismo. Preocupado por su salud mental, Tommy habla con un celador, quien le confirma que lo que ve es real, que los peines se están duplicando.

Héroe nacional

Por Facundo Dassieu.

-Esta es una situación ridícula – se dice a sí mismo – Tener que volar desde Washington sólo por un estúpido baño que… - se interrumpe. El pomo de la puerta deslizó una fría vibración que le trepó por el brazo, erizándole cada pelo de la nuca. Un terror visceral, netamente primitivo se instaló cómodamente bajo su piel, amenazándolo con tomar el control de sus nervios y destrozarlos. Tragó saliva y se obligó a sonreír. Después de todo, las cámaras de todos los medios de comunicación más importantes del mundo estaban detrás de él, grabando cada momento en el que el cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos de América entra a un polémico baño de aeropuerto donde a un grupo de personas se les ha dado por gritar y no salir.
Es ridículo – masculló nuevamente entre dientes dándole la espalda a las cámaras. Una gruesa gota de sudor corría desde su nuca hasta sus pies sin escalas. Dudaba si poner la mano de nuevo en el picaporte o no. De todos modos, la puerta no iba a abrirse sola y él, el hombre más poderoso del mundo, no podía tenerle miedo a un trozo de metal, era sencillamente ridí…
Su cuerpo se paralizó.
La mano, nuevamente apoyada en el pomo, giraba lentamente hacia la derecha sin su consentimiento. Quiso gritar para pedir ayuda, pero fue en vano. Condenado a atestiguar cómo su cuerpo era la marioneta de una fuerza superior a su voluntad, el presidente vio su mano derecha empujar la puerta; la izquierda saludar a las cámaras por detrás de su espalda; y ambos pies avanzando con actitud hacia el interior del cuarto. Toda esta secuencia no duró más que un segundo que a él le parecieron años.
Cerró los ojos y al abrirlos, se encontró mirándose al espejo sobre los lavabos. Pese a estar un poco pálido, no podía apreciar a simple vista ninguna diferencia entre él mismo y la imagen que le devolvía el cristal. De los tres tubos de luz encima de su cabeza, el del medio titilaba intermitentemente.
Respiró hondo, exhalando ruidosamente. Relajarse no le resultaba una tarea sencilla. Todavía le resultaba imposible explicar su comportamiento anterior, pero al menos ya podía moverse libremente. Despacio, se aflojó la corbata y avanzó hacia el fondo, donde se encontraban los inodoros.
El baño, pese a ser el de un aeropuerto, no era un lugar tan grande como cabría esperarse pero sí era extraño que no hubiera ninguna de todas las personas que entraron allí y no volvieron a salir. Sacó el teléfono para avisar que no había peligro alguno, que era sólo un baño vacío. No tenía señal. Siguió caminando, envalentonado por la situación, hasta llegar a las hileras de los inodoros.
De la misma forma en la que se siente un experto antes de cortar el cable de la bomba, empujó bruscamente las puertas de los cubículos, revelando sólo un inodoro vacío y reluciente.
El eco de sus zapatos reverberaba contra cada pared de la habitación. El zumbido de las luces de tubo se colaba en cada pisada. Volvió a mirar el teléfono: nada de señal. Bien podría volverse, salir por la puerta y con toda seguridad decir que el baño estaba vacío; que bien podría tratarse de una broma o un plan de marketing de la aerolínea. Sería dejar en papel de idiotas a más de uno, pero ese sería el precio que pagarían por hacerle perder el tiempo. Así y todo, con esa misma curiosidad que siendo boy scout de niño lo caracterizó, no dejaría puerta cerrada antes de irse. Debía investigar a fondo. Después de todo había sido por la nación más poderosa para ser su líder.
El pensarse como un héroe nacional lo hizo sonreír desmesuradamente; si resolviera un caso como este podría pensar sin duda alguna en una reelección, habría calles con su nombre, un desfile y – si contaba bien la historia – tendría su propio día en el calendario.
Quedaba sólo una puerta por abrir. Confiado, le dio la espalda y la abrió con el taco del zapato. Un golpe seco hizo rebotar la puerta de nuevo a su pie.
Giró sobre sí mismo, y apoyando la mano izquierda empujó suavemente la puerta, hasta encontrar el tope. Se agachó y al mirar encontró unos piecitos que no llegaban a tocar el suelo. El pudor le ruborizó las mejillas. La sola idea de abrirle la puerta del inodoro a una niña lo hacía sentir un depravado, así que golpeó.
Apoyó una oreja contra la puerta y usando su voz más convincente (Sonrisa, Clive, nunca te olvides de sonreír) pidió: Discúlpeme, pequeña señorita, soy el presidente de los Estados Unidos de América y necesito que me permita abrir esa puerta.
Esperó atentamente sin despegar la cabeza de la tabla y tras unos segundos abrió el cubículo. No quisiera importunarte, niña, pero es que me resulta extraño que estés sola acá, siendo que… - El espacio estaba vacío. La puerta terminó de abrirse sin ninguna resistencia. Clive retrocedió espantando, cayendo de culo al piso a la vez que gritaba. Por fuera, la puerta del baño era violentada para ser abierta, seguramente, por sus guardaespaldas.
Muchachos, estoy bien – gritó, recobrando el aliento – ¡No pasa nada! – afirmó, mientras su sien martillaba intensamente. Escuchó unos murmullos como respuesta desde el otro lado, mientras se levantaba sintiendo el culo mojado por el agua del suelo. Alisó su ropa y ajustó la corbata infundiéndose valor. Lo que sea por el desfile y la gloria. Ya sea que hubiera sido un fantasma o una ilusión del estrés, todo lo que podía ver frente a sí era un inodoro con la tapa baja y algo sobre ésta que no podía precisar a esa distancia.
La luz que titilaba dejó de hacerlo. El zumbido eléctrico parecía sonar más fuerte. El presidente se acercó con paso decidido a la taza y vio lo que allí se posaba: una esfera de vidrio con una reproducción a escala del aeropuerto. Clive la puso de cabeza y la enderezó para ver como la nieve artificial caía sobre el pequeño edificio.
Salió del cubículo pensando en que sería un souvenir del free shop. En la base tenía un pequeño interruptor que rezaba on/off. Distraído prendió la luz.
Súbitamente, un coro de gritos desgarradores transformó el silencio del baño en una sinfonía de horror. Como salido de la película Constantine, el baño se hallaba sin techo en un páramo desértico de cielo rojizo y aroma a azufre, donde las voces de montones de personas se clavaban en el cerebro de Clive como una trampa para osos de mil dientes. Presa de la sorpresa y el terror, el presidente miró a los seres deformes que, encadenados al suelo desde las tetillas, los testículos, clítoris, pezones, pestañas o lenguas extendían sus brazos suplicantes, llamándolo a medias lenguas para que los salvara, para que rompiera esas cadenas que los mantenían en ese tormento sin final.
Pudo reconocer rostros familiares: El gobernador de Colorado, el alcalde de Denver; todos ellos desnudos y encadenados grotescamente al suelo por el glande o con finas cadenas que bajaban desde el espacio entre los dedos y sus uñas. Ellos gritaban junto a otros hombres y muchas mujeres en ese espacio de pesadilla.
Miró a su alrededor tratando de entender cómo había podido llegar hasta ahí y más importante aún: Cómo haría para salir.
Todos gritaban queriendo decirle algo, señalándolo con desesperación como si la respuesta a toda esa locura fuera él mismo o estuviera en sus manos.
En sus manos…
El presidente miró la esfera de vidrio y desde fuera del pequeño aeropuerto – ahora en llamas – una silueta negra diminuta caminaba, buscando ingresar. El aire era escaso e insoportablemente cálido; ese ser estaba más cerca de lo que parecía ser la entrada al edificio, hacia donde se dirigía sin pausa.
¡Señor Presidente! – Alcanzó a escuchar entre los gritos - ¡Huya! ¡No deje que lo atrape! – La voz le resultaba conocida: Patrick Phillips, gobernador de Colorado, ahora encadenado desde el ombligo, donde su fofa panzota se derretía como la suela de los zapatos de Clive, dejando entrever llagas enormes en distintos niveles de putrefacción. Al presidente le dio entre asco y lástima verlo así. Se habían conocido hace algunos años jugando al golf en un campo de Castle Rock, y si bien nunca le había caído particularmente bien – como le pasaba con la mayoría de los ebrios cerdos de enormes cachetes rosados, en su opinión – no sentía por él una repulsa tal que lo complaciera saberlo en tal nivel de tormento.
¡Mire la bola! ¡Qué no lo atrape! – llegó a gritar mientras la burbujeante masa de su cara bullía, deshaciéndose por partes. Clive vomitó violentamente ante esa visión. El hedor a grasa quemada era nauseabundo y penetrante; colándose en su cuerpo a través de sus fosas nasales.
Al enderezarse bajó la mirada hacia la bola. El ser de negro ya no era visible a simple vista. Se acercó el adorno a los ojos y pudo divisar con toda claridad como las diminutas ventanas del edificio estallaban en mil pedazos, marcando el sendero que aquel Ente Sin Forma dibujaba mientras se acercaba a la otra punta del aeropuerto, dónde estaban los baños próximos a la pista.
El terror lo atenazó. Con o sin persecución, él tendría que ser capaz de salir de allí. Quedarse en el infierno no era una opción y, además, su retorno le agregaría a su relato un toque épico increíble. Se dijo que necesitaba pruebas; pese a no tener señal, su teléfono aún estaba prendido. Filmó todo lo que pudo para poder probar a su regreso que él había estado en el infierno y había regresado con vida. Qué héroe nacional ni ocho cuartos ¡Él sería adorado por las naciones del mundo como un profeta! ¡Como el nuevo Mesías! 
Río a mandíbula batiente un buen rato, pero los aullidos de dolor opacaban su carcajada. ¡Qué importaban los condenados, los desaparecidos! Ellos estaban atrapados en ese Reino de pesadilla, pero él seguía libre y libre volvería. Él: ¡El hombre más poderoso de la Tierra y ahora también el sobreviviente de la visión infernal!
La risa dio lugar a un llanto amargo.  No tenía una sola idea de cómo salir.
Se acercó a los encadenados. Algunos todavía permanecían vivos pese a las intensas quemaduras que mostraban sus cuerpos. ¿Cómo llegamos acá? ¿Cómo salimos? – Les gritó Clive pero sólo conseguía por respuesta gemidos de dolor y ojos desorbitados – No se preocupen – concluyó - yo voy a sacarlos de acá.
Miró alrededor buscando pinzas, barretas o cualquier elemento que pudiera servirle para cortar las cadenas o separar las argollas del suelo. Se le hacía casi imposible ver por los vapores de azufre y de los propios cuerpos en ardiente descomposición. Dando la espalda a los condenados, asió una de las cadenas que ataban al cuerpo ya muerto del gobernador como para probar que tan fuerte estaban clavadas al suelo, pero chilló por lo caliente que estaba el metal.
Sin poder moverse ni soltarse, quedarían atrapados en ese infierno.
Les diré a sus familias que fueron muy valientes – recitó de repente – haré que se sientan orgullosos de cada uno de ustedes – les hizo la venia y, dándoles la espalda, los abandonó.
Fuera de los límites del baño, la llanura se extendía desértica hasta un horizonte que parecía no terminar. Pensó que perderse en ese páramo sería totalmente inútil, que era mil veces preferible morir allí con sus compatriotas que solo.
¿Qué sentido tiene dilatar lo inevitable? ¿Cuál es la gallardía de morir arrasado por el infortunio? – dijo y sacó un pequeño revólver que sus agentes habían dejado en su saco. Lo metió dentro de su boca y estuvo a punto de disparar cuando el frío lo abrazó por detrás como una corriente de aire gélido dentro de ese horno.
Se dio vuelta y allí estaba ese par de zapatitos de charol que había visto en el inodoro. La niña lo miraba con enormes ojos verdes y una expresión tímida, totalmente ajena al calor irreal, a la peste y a los gritos. Extendía su manito hacia él, como pidiéndole algo.
¿Qué querés? – Le gritó Clive - ¿Cómo llegaste hasta acá? ¡Mostrame como salir! ¡Salgamos los dos! – pero la niña no decía palabra. Era pelirroja y tenía el pelo lacio en un corte carré. Lucía un vestido beige, a lunarcitos rojos.
Acercándose despacio, haciendo uso de todas sus fuerzas restantes, el presidente guardo el arma en su bolsillo llegando así a tocar la bola de vidrio. La sacó del bolsillo. ¿Esto querés? – volvió a gritarle - ¿Si te lo doy me sacás de acá? – siguió repitiendo eso hasta que la tuvo al alcance del brazo.
En ese momento, la nena miró detrás de Clive. Cuando este se dio vuelta, una forma humanoide completamente negra con ojos rojos lo miraba. Las suelas de sus zapatos derretidos lo estaquearon al suelo, impidiéndole huir.
La enorme cara del ser oscuro se acercó a milímetros de la del presidente, moviéndose ligeramente como si lo oliera. Se quedó quieto unos segundos hasta que abrió una boca desproporcionada arrancando la piel de Clive con un solo grito gutural.
Arrastrado por el dolor y la locura, el presidente se perdió en el abismo insondable que era el cuerpo de ese monstruo.
Silencio.
Una mano levantó la esfera de vidrio del suelo la contempló unos momentos y buscando el interruptor que hay debajo, la puso en off. Toda la visión infernal desapareció.
El frío del baño del aeropuerto de Stapleton era total. La luz de uno de los tres tubos titilaba mientras él se acercaba a la puerta.
Tomó el picaporte con firmeza y antes de girarlo echó un vistazo al espejo. Los ojos de quien había sido alguna vez Clive Smith le devolvían la mirada desde el otro lado del cristal.
Sonrió y salió.


- FIN -

Consigna: Título: «Baño de mujeres». El 25 de marzo de 1982, en un discurso en la Universidad de Dayton, Stephen King contó una historia que se le ocurrió en el aeropuerto de Stapleton, en Denver. Su mujer fue al baño, y él se quedó esperando fuera. De pronto se dio cuenta de que había otros hombres aguardando como él, con las manos en los bolsillos e idéntica mirada. Así comenzaba su historia: una pareja está en el aeropuerto, la mujer tiene que ir al baño, y el hombre se queda esperándola en la puerta de los servicios. Pero su mujer no regresa, y los otros hombres que también aguardan empiezan a ponerse nerviosos porque sus mujeres tampoco salen del baño. La preocupación aumenta incomprensiblemente. Después de todo, no están frente a la hidra de tres cabezas, sino fuera del servicio de mujeres. Finalmente, un hombre decide entrar y, apenas se cierra la puerta, se oye su grito desgarrador. La situación comienza a adquirir otros matices cuando entran las fuerzas de seguridad, la policía, el alcalde, el gobernador, y nadie sale de los servicios. Por último le llega el turno al presidente…