Por Palomba Lainez.
El crepúsculo con su cielo acelajado, el lúgubre manto de
la noche presagiaba.Domitila era una mujer añosa, robusta, su vestimenta
extravagante y su cabellera, hirsuta, una maraña enguedejada.
En Buenaventura las casas se acerrojaban inútilmente a la
noche que había caído ya y a la historia que aquella mujer pregonaba, cuando
como por arte de magia el cruel y macabro obrar del destino adarvaba a los
ciudadanos.
Aquel fabuloso relato bloqueaba sus pensamientos e
implacable se aseguraba de no dejar una sola mente sin amedentrar.
Cierto día llegó a aquella ciudad una hermosa mujer.Tenía
una bella figura, ojos muy azules y cabellera larga y dorada.Llevaba a un
pequeño de la mano tan bello como ella, los mismos ojos, el mismo cabello.Su
dulce hijo era muy lindo en verdad y despertó la envidia de las otras madres
que inconscientemente trasmitían este vil sentimiento a sus hijos.
Una tarde el pequeño paseaba a orillas del río,
disfrutando del sol y de la belleza del lugar.
En la verde pradera, pinos y árboles se regocijaban
felices anidando a los pájaros que entre sus ramas alegres cantaban.
Ya empezaba a anochecer cuando de entre las sombras
aparecieron pequeños duendecillos.
Acercándose cada vez más al niño atemorizado lo empujaron
a las profundidades del río.Así el pobre indefenso murió ahogado y los
duendecillos no eran más que un grupo de perversos niños del pueblo motivados
por la maldad y la envidia.Expertos nadadores eran; al salir del agua
escondieron sus trajes donde nadie jamás pudiera hallarlos.
Al otro día, ante la noticia de la desaparición del niño,
en el pueblo resurgió la leyenda de unos duendecillos.Se decía que éstos
capturaban a los niños y los transformaban a su imagen y semejanza.
Así, la crueldad de aquellos malvados quedó encubierta.Jamás
apareció cadáver alguno y la desdichada madre casi estuvo al borde de la locura
sin conocer el destino real de su hijo.
Del pequeño no hubieron rastros, en su lugar, en el sitio
de su desaparición misteriosamente se instaló una escultura con la figura de un
ángel, la imagen perfecta del niño era pero su rostro dejaba traslucir una
mezcla de dulzura y venganza a la vez.
Desde ese momento, nadie osaba visitar el lugar.
Los presagios de Domitila dividían a los
habitantes.Estaban los que opinaban que era una vieja hechicera y que con su
atemorizante relato sólo quería mantenerlos alejados del río para poder llevar
a cabo en la oscuridad de la noche allí sus maleficios.No faltaban los que por
miedo se negaban a creer en esto o aquello y no querían ni oír hablar de dicha
historia ni los que no ocultaban su miedo encerrándose en sus casas ante el
último rayo de sol.
Así fue hasta que un día un niño se escapó de la
protección de su madre y desafiando tantas supersticiones, se dirigió hacia el
río.Y efectivamente allí estaba el ángel
malvado escondiendo tras su dulce apariencia su sentimiento de maldad y venganza.
Se fue acercando tímida y despaciosamente hasta que el
ángel lo vio y con una sonrisa maléfica lo hizo estremecer.
No sabía si seguir acercándose cuando, de repente, el
ángel pareciendo adivinar sus sentimientos le habló:
-No temas que daño alguno te haré.
A lo que el pequeño contestó:
-¿Cómo puedo creerte?
-Sólo mira mis ojos, en ellos verás al niño que un día la
maldad y la envidia a este destino condenó y hoy tú salvarás.
-Sí creo en ti, tus ojos me dicen lo que dicen tus
palabras.Pues, entonces ¿qué debo hacer?
-Sin dejar de mirar mis ojos toma mis manos y a la vida
me devolverás.
Así el pequeño de un salto se liberó de aquella prisión
de mármol.Sin embargo en ella quedó eternamente inmortalizada la maldad para
que nunca fuera olvidada ni volviera a ocurrir algo así en aquel pueblo.
Nunca se supo de la salvación del niño quien junto a su
madre escapó de allí para jamás regresar huyendo aún de
aquel sentimiento de venganza que a su inocencia de niño
impusieron.
Allí dejó a la estatua angelical bautizándola con el nombre de Ariel porque precisamente su significado era ángel malvado.
Fin