lunes, 12 de abril de 2021

El Sr. Wolf y las 7YG

 

—Hola, preciosa, ¿qué te parece la fiesta que he montado en vuestro honor?

—La verdad, pensé que vendría más gente.

—Me lo imagino, pero es que hoy quería hacer algo más íntimo para celebrar el primer éxito a nivel mundial de las 7YG —dice invadiendo el espacio personal de la chica.

—Está bien, pero creo que deberíamos ir con los demás, me apetece comer y beber algo.

—Tranquila, aquí tengo una delicia que te gustará más —le suelta mientras se agarra el paquete—. Acompáñame a una de las habitaciones y veras como no te engaño —dice cogiéndola de la cintura y acercándosela al cuerpo.

Ella se zafa del abrazo con un mal gesto mientras lo mira con asco.

—Creo que ha bebido más de la cuenta, Sr. Wolf —dice mientras intenta alejarse.

De pronto, él se abalanza con violencia hacia ella arrinconándola con su cuerpo gordo y seboso contra una puerta.

—Me parece que no lo has entendido —dice manoseándole las tetas—. No es una invitación. Ahora, como la buena chica que eres, vas a venir conmigo a pasar un buen rato —susurra para después besarla en el cuello.

Es entonces cuando ella le da un rodillazo en la entrepierna y aprovecha que él se retuerce de dolor para entrar en la habitación y echar el pestillo.

—Ábreme, chiquilla —dice el Sr. Wolf sin levantar la voz—. Me has malinterpretado. Sal y vayamos con tus amigas, te juro que no volverá a pasar. Solo ha sido un calentón.

—Váyase —dice sollozando la chica—. No voy a salir.

El Sr. Wolf levanta el brazo dispuesto a golpear con el puño la puerta y si es necesario tirarla abajo, pero se lo piensa mejor. Con cuidado acerca su cara a la madera.

—No te creas tan especial —dice en voz baja—. Me importa una mierda si no veo tu culo esquelético en toda la noche. En el comedor hay un bufé para mí con seis chochitos más suculentos que el tuyo. Es más, mira lo que te digo, como me has cabreado tanto, voy a saltarme la dieta y voy a probarlos todos. Y como se te ocurra aparecer y joderme, tú también caerás, serás la guinda del pastel.

Dejando encerrada a la chica en el cuarto, comienza a bajar las escaleras maldiciendo el día en el que puso cerrojos en las habitaciones. Hasta hoy le habían venido bien para tener un poco de privacidad y así poder jugar tranquilo con sus muñequitas. La verdad es que nunca pensó que pudieran volverse en su contra y dejarle sin su presa.

En fin, ya en el piso inferior, saca del bolsillo interior de su chaqueta un pequeño estuche metálico. En él se ven dos compartimentos. Abre el primero y, con la uña del dedo meñique, se lleva un poco de coca a la nariz y la esnifa. Ya más entonado, abre el otro y coge dos pequeñas pastillas azules con el logo de Pfizer y se las mete en la boca. Mientras siente como resbalan por su garganta piensa que, con los cincuenta tacos que tiene, la única explicación posible a que necesite ayuda química para funcionar es que está sometido a mucho estrés. Seguro que después de esta noche volverá a empalmarse como cuando tenía treinta y tres años. Mientras tanto hoy tendrá que esperar una hora a que hagan efecto sus amiguitas.

Una vez entonado, corre la puerta deslizante del comedor y entra en él. Desde el umbral saluda a su ayudante con un movimiento de cabeza, luego se dirige al grupo de chicas que están charlando y riendo en el salón.

—¡Aquí están mis ángeles! —exclama con una voz estridente y falsa—. ¿Os estáis divirtiendo? —las seis adolescentes que están sentadas en los sofás sonríen a su mánager y asienten—. ¿Os pone buenos pelotazos? —comenta señalando al camarero que está haciendo un cóctel tras la barra.

—No lo sabemos, Sr. Wolf. Solo hemos tomado unos refrescos. Nuestras madres nos advirtieron que tuviésemos cuidado con el alcohol y las drogas. Nos insistieron en que no nos fiásemos de nadie. Además, todavía no tenemos edad para beber.

—Tranquilas, nadie se enterará de lo que vaya a pasar aquí esta noche, os lo prometo. Hacedme caso a mí, si en este dos mil veintiuno no podemos celebrar, con un poquito de desfase, que las Seven Young Gals sois el primer grupo de K-pop que consigue llegar a los cinco mil millones de visualizaciones en YouTube que baje Dios y lo vea. Venga, disfrutad sin complejos que yo me encargaré de que no os pase nada malo —dice mientras va pasando una copa a cada una.

Ellas, reticentes al principio, al final se dejan llevar y no tardan en apurarlas. El mánager hace una señal al barman dejándole claro que no debe parar de servir a las muchachas. De pronto, una de ellas se acerca a él.

—Sr. Wolf, una pregunta, ¿dónde está Jirai?

—No se encontraba bien y se ha acostado en el piso de arriba. Pero no os preocupéis, me ha dicho que no hace falta que vayáis a verla ya que seguro que mañana estará mejor y quiere que disfrutéis de la noche por ella —dice poniendo la música aún más alta—. Ahora perdonadme, pero he de tratar un tema con Jung —dicho esto se separa de ellas y se dirige al jardín seguido por su ayudante.

—Jung, sé que llevas poco tiempo trabajando para mí pero te necesito para subir el nivel de esta fiesta.

—¿Qué quiere que haga?

—Deseo que esta sea una gran noche para mí y, si te portas bien, también para ti. Quiero que dentro de media hora hayas vuelto con la suficiente burundanga como para dejar a estas bellas ninfas totalmente indefensas. Antes, me conformaba con aprovecharme de vez en cuando de alguna de mis pupilas, pero hoy me apetece probar algo nuevo. Creo que es hora de montar una buena orgia y creo que tú eres la persona que la va a hacer posible, así te estrenas por la puerta grande y me demuestras que eres el sustituto perfecto del pobre Ming, que en paz descanse. Trae la mercancía y te aseguro que lo pasaremos en grande.

—Ni de coña. Yo no trafico ni me meto en estos líos.

—No me jodas, Jung. Sé de buena tinta que tienes los contactos necesarios para traerme lo que te pido sin problemas.

—Aunque pudiera no lo haría. Está usted loco —y se gira para marcharse.

—Yo de ti me lo pensaría. Conforme salgas por esa puerta estarás acabado ya que me aseguraré de que tu vida sea un infierno. Sabes muy bien de lo que soy capaz. Así que te lo vuelvo a preguntar, ¿te apuntas?

Jung mira a su jefe a los ojos y agacha la mirada. Sin despedirse siquiera de las chicas sale por la puerta dispuesto a cumplir con la orden.

***

Han pasado treinta minutos durante los cuales las chicas han continuado bebiendo bajo la atenta mirada de su mánager. Cerca de la medianoche suena el timbre de la entrada. Al abrir la puerta, el Sr. Wolf se encuentra cara a cara con Jung.

—Aquí la tiene —dice mientras le deja un paquete anodino en las manos y se da la vuelta para irse.

—¿De verdad que no quieres pasar? Te aseguro que triunfaremos —Jung sigue alejándose—. Está bien, tú te lo pierdes, pero ya que te vas llévate al camarero. Con tu actitud me has demostrado que en este territorio solo puede haber un macho alfa y ese soy yo. ¡Daehyun! —dice en voz alta—. ¡Es hora de que te largues! Jung te llevará a casa y te pagará la tarifa completa —le dice al camarero—. En cuanto a ti —susurra a Jung—. Mantén la boca cerrada si sabes lo que te conviene. Nos vemos mañana.

Una vez se han ido los dos hombres, aprovechando que las chicas ya están bastante borrachas, el Sr. Wolf se coloca en la barra dándoles la espalda y pone varios vasos sobre la encimera dejando caer en ellos el polvo de seis pastillas. Luego, para enmascarar el sabor, prepara unos Little Pink Pearl.

—Princesas, venid. Tengo algo especial para vosotras —obedientes, las jóvenes se acercan tambaleándose y cogen una bebida cada una.

—¿Qué es?

—Para que veáis que os cuido, he preparado unos combinados sin alcohol marca de la casa. Espero que no me hagáis el feo y os los acabéis hasta la última gota. Apurad hasta el fondo de un solo trago —así lo hacen.

—¡Está increíble! —dice una de las chicas.

—Sabéis, al veros venir hacia mí correteando felices y desinhibidas casi me ha apetecido cambiar el nombre del grupo a Seven Young Goats —dice creyéndose gracioso—. Ha sido una imagen deliciosa e inspiradora —y se relame el labio sin poder evitarlo—. Venga, continuemos con la fiesta.

Y mientras las chicas vuelven a bailar al son de su canción we are young and gals, el Sr. Wolf se sienta en un enorme sillón de mimbre situado en una esquina disfrutando del espectáculo. Ahora ya solo tiene que esperar a que caigan bajo los efectos de la droga mientras él va sintiendo como su polla termina de reaccionar a los potentes efectos de la viagra. Desde su atalaya las vigila como un halcón hasta que todas van sumiéndose en el letargo previsto. Es entonces cuando el Sr. Wolf se levanta con tranquilidad, se baja los pantalones y los calzoncillos y libera a la bestia que tanto tiempo aullaba por ser libre. Y él va a responder a esa llamada con mucho gusto, probando el dulce néctar de cada una de ellas.

A la primera la posee, con un ansia incontrolable, sobre la mesa central del comedor. Tras un par de empellones rápidos se corre en ella. Tras esta primera descarga de adrenalina, va en busca de su segunda víctima a la que encuentra en una de las habitaciones. Allí, sobre un edredón decorado con flores de cerezo, dibujadas con tenues trazos rosas, mordisquea con lujuria cada centímetro del juvenil cuerpo mientras la penetra sin remordimientos.

Al acabar, la deja sola e inconsciente y vuelve al comedor dispuesto a gozar de la que es su favorita después de Jirai. Verla tirada sobre la piel sintética de tigre blanco que descansa frente a la chimenea despierta su imaginación salvaje y se lanza hacia ella como un sátiro desquiciado y la viola recreándose en la faena. Reconoce que la ha disfrutado mucho más que a las dos anteriores, pero como necesita más acción se levanta y otea el horizonte en busca de su cuarto pastelito. A su próxima víctima la ve sentada en un taburete de la barra, con la cabeza descansando sobre sus brazos, mascullando palabras inconexas. Con una delicadeza impropia del hijo de puta en el que se ha convertido, la baja del taburete y mientras la aguanta con uno de sus brazos por debajo de sus pechos, para que sus piernas de gelatina no la hagan caer, la sodomiza de forma brutal.

Al terminar, la deja como un fardo sobre la tarima de parqué y se toma una copa de güisqui para recuperar fuerzas. Tan bueno está que decide llevárselo con él como compañero de cacería. Así, mientras va buscando a sus dos últimas víctimas, no deja de dar tragos sin fin a la botella.

A la quinta joven la encuentra dormitando dentro del enorme vestidor en donde guardan toda la ropa cara y exclusiva que les ha ido regalando mientras las introducía en el maravilloso mundo de las girl bands coreanas. A esta, primero, la penetra casi con desgana mientras se revuelcan entre camisetas de unicornios y ropa interior plagada de brillantes arcoíris. Pero como nunca le gustó, pasa de follarla e intenta que ella le haga una felación aun estando casi inconsciente. Mientras mete y saca su miembro de la boca de la chica piensa que ella jamás habría entrado en el grupo ya que no daba el perfil que él estaba buscando, pero la discográfica siempre apostó por el número siete como el óptimo para formar la banda así que tuvo que tragar. Y es gracioso, piensa el Sr. Wolf, ya que es ella ahora la que está tragando.

Por último, ya casi sin fuerzas, pero con la firme convicción de no dejar nada a medias, termina el macabro tour en el jacuzzi forzando a la sexta niña. Después, al terminar, en un acto que para él es de máxima bondad, la saca del agua para evitar que se ahogue. Eso sí, le deja desnuda y tirada sobre la hierba del jardín, bajo la luz mortecina de las estrellas.

Exhausto, se echa sobre una de las hamacas que rodean la piscina iluminada solo por los focos submarinos. Esta iluminación tan irreal da al entorno un ambiente pacífico y relajante. Acunado por la ligera brisa de la noche comienza a adormecerse. Lo hace pensando que seguro que tendría hermosos sueños húmedos si todo hubiera salido a pedir de boca, pero la idea de que Jirai se ha escapado de sus garras es una espina clavada en el corazón que deberá quitarse cuanto antes. Pero como sabe que al final caerá, se deja llevar por el sueño contando y poniendo cara a todas las jovencitas que pasaron por sus garras desde que empezó en esto de la música. Y no han sido pocas en todos estos años.

***

Desde la ventana del piso de arriba Jirai ha visto como el Sr. Wolf se ha quedado dormido. Antes de hacer algo, espera unos minutos mientras intenta quitarse de la cabeza la imagen de él violando a su compañera en el jardín. Cuando piensa que ya está profundamente dormido abre la puerta de la habitación y baja despacio sin hacer ruido. Al ver a sus compañeras y amigas desperdigadas por todo el comedor como si fueran trapos viejos y usados se le revuelve el estómago y maldice haberse dejado el móvil allí.

Coge su bolso y saca el teléfono y unas esposas. Sin perder ni un segundo sale y se acerca con sigilo al Sr. Wolf. Agradece la ayuda de Sang-je, el Dios supremo, ya que el violador está tumbado junto a la valla que rodea la propiedad. Con mucho cuidado, engancha una de las anillas a la misma y después, como si estuviera enhebrando una aguja grasienta y asquerosa coloca la otra en la muñeca del Sr. Wolf. Al cerrarla, este se mueve un poco, pero está tan dormido que no se despierta.

Tras encadenarlo, se levanta y, mientras una gota de sudor le resbala por la sien izquierda, retrocede para entrar de nuevo en la casa. Desde allí, vigilando con el rabillo del ojo a su exmánager, hace una llamada.

—Tenías razón —dice a la persona que responde—. Algo grave ha ocurrido. Ven cuanto antes, por favor.

Mientras espera, Jirai coge seis mantas y seis almohadas del vestidor y, una a una, va tapando a sus amigas que están tan colocadas e inconscientes que no se enteran de nada. Una vez hecho esto, comienza a andar por toda la casa recogiendo todas las minicámaras espía que colocó en su día por todos lados y las va guardando en el bolso. Una vez las tiene todas a buen recaudo, coge su móvil y ejecuta una aplicación para visualizar las grabaciones. La barbarie que ve es demasiado para ella. Con una brutal arcada vomita todo lo comido en las últimas horas dentro del jarrón Ming que tiene a su derecha. Después se enjuaga la boca y en ese momento recibe un mensaje en el WhatsApp: “ya estoy en la puerta”. Sin perder ni un segundo corre a abrir. Allí le espera una mujer de unos treinta y cinco años. Al verla, Jirai se lanza a sus brazos sollozando.

—¿Qué te ha hecho ese bestia?

—A mí nada, yo conseguí encerrarme en la habitación, pero, pero... —se ve incapaz de terminar la frase.

—¿Qué ha ocurrido?

—¡Las ha violado a todas!

—Tranquila, hoy no podrá salirse con la suya, ¿dónde está?

La chica señala al jardín. Ambas salen y se dirigen hacia el Sr. Wolf.

—Veo que has utilizado las esposas que te di —susurra la mujer—. Bien hecho.

—No me felicites. Me confié y me quedé a solas con él sin nada de lo que me diste para protegerme. Ni siquiera apliqué alguna de las técnicas de defensa que me enseñaste. Al final escapé con una simple patada en los huevos pero, por mi estupidez, después se cebó con todas mis compañeras —dice volviendo a sollozar.

—No llores —dice abrazándola de nuevo—. Tú no tienes la culpa. Es hora de despertar al cabrón que sí la tiene —y la mujer se acerca y le suelta una bofetada al Sr. Wolf sin pensárselo dos veces.

—¡Qué coño! —el Sr. Wolf tarda en reaccionar y ver lo que tiene alrededor—. ¡Jirai! ¿Quién es esta tía?

—¿No me reconoces, Michael?

Tras un par de pestañeos aparece un halo de comprensión en su mirada.

—¿Ilgobai? ¿Qué haces tú aquí?

—Justicia. He tardado pero al fin me voy a poder vengar de ti.

—¿Otra vez con la misma milonga de siempre? Jamás pudiste probar nada de lo que tu mente calenturienta inventó. Por algo ni siquiera llegaste a denunciarme. Tuviste suerte de que te dejara marchar acabando solo con tu carrera.

—Tienes razón, fui una cobarde y otras tras de mí sufrieron por ello, pero es hora de que pagues por tus pecados. Jirai, ¿dónde las has puesto? —La chica abre el bolso y le da una cámara a la mujer.

—Aquí tienes el primer clavo de tu ataúd —dice mostrándosela al Sr. Wolf—. Y como esta tenemos unas cuantas.

—¿Qué es eso?

—¿Esto? Recuerda que sé tus gustos. Jirai puso decenas de estos aparatitos por toda la casa ya que le dije que intentarías abusar de ella, pero no sabíamos dónde. Durante años la entrené para convertirla en la perfecta candidata para entrar en una de tus bandas. Pero jamás imaginé que llegarías al nivel de depravación y perversión que has mostrado hoy aquí. Debería cortártelo —dice mientras saca un enorme cuchillo de su bolso y lo acerca al pene del Sr. Wolf que sigue al aire ya que él ni siquiera se molestó en guardarlo. La mujer, con movimientos precisos, roza el glande que sangra al ser cortado por el filo.

—Mamá, ¡no! —grita Jirai—. Lo tenemos todo grabado y en cuanto llamemos a la policía será detenido.

—¿Mamá?

—¿De verdad Michael que no ves el parecido? —dice levantando la mano y acercando el cuchillo manchado de sangre a la cara del Sr. Wolf—. Te presento a tu hija, la que me ha ayudado a acabar contigo y también la que ha conseguido que nadie pueda dudar de que me violaste hace diecisiete años —y con un movimiento rápido saca una bolsa de plástico del bolsillo y mete el arma en ella—. Ya sabes, para la prueba de paternidad —dice mientras la balancea frente a su prisionero.

—¡Cabronas! ¡Soltadme! ¡Estáis muertas! —dice el Sr. Wolf gritando como un loco.

—No lo entiendes —dice mientras marca el 112 en el móvil—. El que lo tiene jodido eres tú. Con lo cobarde que eres, sé que serás incapaz de matarte para evitar entrar en prisión por lo que estoy segura de que allí dentro, mientras te estén metiendo una polla tras otra por todos los agujeros de tu cuerpo, serán nuestras caras las que se te aparezcan cuando cierres los ojos deseando estar muerto. Adiós, Michael —y las dos se alejan sin mirar atrás.

Argentum

 

Lo más difícil de estar perdido es caer en cuenta que uno lo está. Esa fue la conclusión a la que llegó Fernando después de notar que había estado caminando en círculos durante varias horas. Mientras desayunaba esa mañana, había tenido la idea de recorrer el bosque, el cual, servía de patio trasero a la antigua posada en la que se hospedaba. Todo el tiempo, mientras duró el paseo, creyó estar andando en línea recta; eso le dejaba la conciencia tranquila, por lo menos. Siempre fue un explorador nato, había recorrido su país de residencia, Estados Unidos, de Este a Oeste y jamás le había pasado esto. Tuvo que cruzar el Atlántico para que le pase, en fin, cosas de la vida. La idea de visitar España para hacer senderismo fue de Pamela, su exnovia; era el tipo de mujer que tomaba decisiones sin pensar y sin consultarlo. Lamentablemente, también era el tipo de mujer que no había tenido el menor prurito en dejarlo por otro tipo cuando ya había organizado su ausencia de la oficina y comprado los boletos de avión. Por añadidura, el viaje lo realizó más por enfado que por gusto, aunque secretamente le sedujese la idea de conocer el viejo continente. Pero, lo que hizo que al fin se decidiera a hacer el viaje solo, fue que no tendría ningún problema con el idioma. Él era argentino, sus padres se habían radicado en Estados Unidos cuando él tenía dos meses, por lo tanto, hablaba ambos idiomas a la perfección.

Mientras recordaba, trató de encontrar las señales características que había aprendido de niño en los Scouts. Buscar telas de araña o musgo. El musgo suele crecer orientado hacia el norte. Las telas de araña, en cambio, suelen encontrarse en la parte sur de los árboles. Llevaba unas cinco horas perdido, su móvil no tenía señal y por mucho que lo guiara el musgo no lograba salir del maldito bosque.

Decidió seguir el curso de las pocas nubes que veía en el cielo. Por regla básica, cuando no soplaba el viento, se movían hacia el oeste. Supuso que a algún lado llegaría antes que cayera la noche.

Llegó a un pequeño claro por el que no había pasado antes y eso le pareció buena señal. Se sentó a descansar unos minutos bajo un roble añejo mientras buscaba conexión con el móvil. Algo llamó su atención desde la izquierda, algo que se movía entre los árboles. Apareció una niña de unos siete años toda andrajosa y mugrienta, llevaba en sus manos siete correas con seis cabritillos muy pequeños.

—Hola, pequeña —saludó—. ¿Podrías ayudarme?

—De seguro se ha perdido en el bosque —dijo—, por aquí pasa seguido. Yo estoy buscando a mí cabritillo, también se ha perdido.

—Siento oír eso, ¿sabes para dónde debo dirigirme?

—No, señor. Pero venga conmigo a mi casa y mi padre le acompañará. Nosotros vivimos en el bosque —respondió rápido la niña.

Muy educada, pensó, lástima la mugre que lleva; seguramente su madre es una tirada.

—¿Tu madre te deja andar sola por el bosque? —preguntó, mientras pensaba: “¿y con extraños a los que quieres llevar a tu casa?”.

—Yo no tengo mamá, murió al tiempo que nací.

—Lo siento, niña —contestó mordiéndose la lengua, si tenía que decir otra vez “lo siento”, reventaría.

—No juzguéis y no seréis juzgados, dice el buen libro del Señor —respondió la niña como si le hubiera leído el pensamiento.

Dispuso guardar silencio. Esa niña le resultaba bastante espeluznante, a decir verdad. Y seguirla por el bosque le parecía fantástico y alucinante, en algún sentido. Toda la escena parecía sacada de un cuento de los hermanos Grimm, si no fuera por la mugre que cargaba, por supuesto.

—Yo vivo con mi padre, mi abuelo y mi hermano. Ellos me protegen —dijo la niña, como si Fernando se lo hubiera preguntado.

—Claro que sí —le respondió Fernando, cada vez más asombrado—. ¿Esos cabritillos son de cría o son tus mascotas?

—¡Son mis mascotas! Jamás me comería a mis cabritillos, señor —respondió enfurecida—. ¡Qué asco!

Justo en ese momento apareció un niño con una horrible marca de nacimiento en la frente, para evitarle el bochorno de repetir el “lo siento”.

—¡Manuel!, mira lo que he encontrado —gritó la niña, eufórica.

—No grites así, Carmen. Hola, señor. ¿Se ha perdido?

—Hola, así parece. Mi nombre es Fernando.

—Venga a nuestra casa, mi abuelo está preparando un guisado para chuparse los dedos —invitó el niño.

—Gracias, pero me esperan en la posada —mintió.

Su sentido de la orientación había fallado por completo, pero algo le decía que cada vez se internaban más en el bosque. Esos niños eran extraños en ambos sentidos de la palabra. Extraños, por ser desconocidos y extraños por su actitud; y seguirlos por la densidad del bosque era lo más surrealista que había hecho en su vida.

Llegaron a una especie de cabaña, antigua y destartalada. En uno de los laterales había un pequeño, pero hermoso huerto, en donde un hombre joven trabajaba con la azada. Al otro lado, en contraposición, había una especie de jaula muy grande que un hombre viejo limpiaba con esmero. La niña corrió hacia él.

—¡Abuelito, mira lo que he encontrado! —gritó la niña, corriendo hacia él.

El viejo giró sobresaltado por el grito y, en la distancia que los separaba, Fernando creyó ver una sonrisa en su rostro. 

—Encontré el cabritillo que te faltaba, el séptimo —dijo en un tono más bajo, aunque audible, la niña—. El tuyo.

El viejo le hizo una seña para que callara. Al acercarse a él, Fernando notó que tenía la misma marca horrible en la frente que el niño.

—Supongo que se ha perdido —dijo el viejo, sin siquiera presentarse.

—Claro que supone bien, mi nombre es Fernando —respondió tendiéndole la mano.

—Y es un forastero —dijo el viejo, y como pensándoselo mejor añadió—. ¿De dónde es ese horrible acento que trae?

—Soy argentino, pero me crie en los Estados Unidos —dijo con la voz tomada, carraspeó y continuó—. Este acento que tanto le molesta lo heredé de mis padres.

—Argentino —respondió y escupió al piso para luego limpiarlo con la bota—. No nos gustan y jamás nos han gustado. Traen desgracia solo con su nombre.

Fernando, que no entendía nada, y a esa altura ya esperaba una golpiza al grito de: ¡Matemos al sudaca que nos roba el trabajo!, retrocedió visiblemente y no dijo una palabra. Nunca imaginó la explicación que vino a continuación.

—Abuelo —dijo la niña, acongojada—, ¿no te gusta lo que te he encontrado?

—No es eso, Carmen —respondió y mirándola a los ojos, continuó—. Por esta parte del bosque odiamos la plata, es un metal despreciable; tu madre, murió por su causa. Y usted, señor, lleva la plata en la sangre.

—Me temo que no le entiendo ni media palabra de lo que dice —espetó Fernando, ya cansado. ¿Acaso había plata en España?, ¿habían sufrido una desgracia familiar en una mina o algo por el estilo?, pensó. No recordaba que hubiera metales preciosos por esos lares, es más, estaba seguro que no los había.

—Argentina, del latín argentum, cuya traducción es plata —respondió el viejo—. No me venga con que no lo sabía.

¿Y eso que tenía que ver con nada?, están más locos que la familia Manson, pensó. Notó que el padre de familia ya no estaba en el huerto, la azada yacía olvidada entre guisantes y judías verdes. Y como si el solo pensamiento lo convocara, vio que estaba sobre el tejado con una gran escopeta apuntándolo.

—¡Quédese quieto o le vuelo la cabeza! —dijo el padre y volviéndose se hacia el viejo, continuó—. Yo que tú, lo haría rápido; no me fío de este. Y ustedes, chavales, adentro.

Al decir esto con un ademán exagerado trastabilló, el tejado cubierto de años de musgo hizo lo suyo provocando que resbalara. Intentó asirse de una madera saliente pero no lo logró y cayó de cabeza al duro piso de tierra.

—¡Papaíto! —gritó la niña corriendo hacia él.

La noche caía, pero aún quedaba luz para divisar que el hombre tenía el cuello quebrado. La luna, en todo su esplendor hizo su aparición estelar por el este. Fernando quiso huir, pero en ese mismo momento comenzó la transformación.

Todo el ímpetu que había sentido se disolvió en un instante. Un momento antes, su cuerpo se había atiborrado de la preciosa adrenalina que lo sacaría de esa situación de locos a la que se enfrentaba, pero entonces, vio que la camisa sucia del viejo comenzaba a rajarse por distintos lugares, dejando ver pelos en dónde no debería haber. Cada desgarro sonaba como un pedo y la histeria le hizo lanzar una carcajada escalofriante. Eran pelos de animal, enmarañado e hirsuto. El tiempo pareció detenerse y sus piernas se convirtieron en un millón de gomas de borrar, unidas por un finísimo, pero potente alambre que le generaba descargas intermitentes. Cuando la boca del viejo se estiró formando un hocico, toda su voluntad cedió y cayó de rodillas. Hasta tuvo ganas de ponerse en posición fetal y succionarse el dedo, esa costumbre infantil, que a fuerza de sopapos le había quitado su padre. Pero, ese recuerdo increíblemente se enlazó con otro; su madre regalándole para su primera comunión una hermosa cadena con una cruz, tallada en exquisita plata y sus palabras llegaron a él desde el limbo de un pasado lejano: “Cuando te encuentres en apuros, solo sostenla en tus manos y encomiéndate a Él”. Entonces, Fernando, supo que hacer.

El viejo, que ya no era un viejo, sino, la suma de todas sus pesadillas, aulló a la enorme luna. Esta lo iluminaba todo. Tanto así, que pudo distinguir como las gotas de esa saliva inmunda quemaban el poco verdor del piso como si de ácido sulfúrico se tratase. Fernando arrancó la cruz de plata que pendía de su cuello y esperó a que lo derribara. La fuerza del lobo era descomunal y por un segundo temió no poder realizar su cometido. Se encomendó a Jesús, tal y como lo había prometido veinte años atrás, y entonces, una luz, como un rayo de fuerza, poseyó su mano, regalándole la fuerza del infinito. Solo un instante, solo un efímero instante en la mente de un hombre, o quizás en otras realidades fuesen eones, pero eso fue lo que demoró su mano derecha en perforar el ojo de la bestia. Y solo eso bastó para que pereciera; desde luego, era de plata.

—¡Soy argentino, viejo de mierda! ¡Soy argentum! ¡Yo soy de PLATA! —gritó a los cuatro vientos.

Tomó la azada del huerto y abrió con ella la panza del lobo. Sacó sus fétidas entrañas y rellenó el hueco con las piedras que bordeaban el camino. Al terminar lo lanzó al pozo que estaba a un costado, tal y cómo recordaba habían hecho en el cuento que le leía su madre de pequeño antes de dormir. Su mente era un torbellino, pero aún le quedó un vestigio de conciencia para recordar que los niños aún vivían.

Y con el poco aliento que le quedaba escapó. No era un infanticida y nunca lo sería. Que Dios, en su infinita gracia, se ocupe de los engendros que Él mismo creó.