Por Babel Aldajaskary.
Cuando Alfonso
abrió los ojos lo primero que sintió fue como una quemadura en el abdomen,
seguido de un dolor muscular terrible. Luego se percató de que su pantalón
estaba mojado en la zona de las entrepiernas. Pero lo que más le preocupó fue verse
atado al sillón reclinable en medio del salón, con una mordaza de esas que
llevan una pelota de goma que encaja en la boca, la cual era de su propiedad.
— ¡Hombre! Me
tenías asustado. Pensé que me había pasado con la descarga. Yo mismo lo
fabriqué — señaló el aparató que estaba sobre la mesa — Es sencillo de
fabricar, lo difícil fue encontrar una cámara de las viejas. Parece mentira
¿No? Tuve que ir a un mercadillo al centro hasta que di con una adecuada…
Alfonso intentaba
gritar, pero su mordaza cumplía muy bien su función, y él lo sabía. No era la
primera vez que la usaba consigo mismo, en realidad no era la primera vez que
se encontraba amordazado y atado frente a alguien, y de no ser por el detalle
de no tener idea de que pasaba, estaría
disfrutando de una “casi erección”.
—… Aprendí a
fabricarlas con manuales de internet— tal vez lo más inquietante de todo era la
sonrisa y el tono de voz. Hablaba de forma amigable y desenfadada, y su actitud
era cuanto menos jovial — Adoro internet. Puedes aprender lo que sea. Por
ejemplo… no sé, a robar señales wifi por ejemplo— arrastró una silla y se sentó
frente a Alfonso, quien intentaba decir algo— Ambos sabemos que las paredes de
estos bloques son gruesa ¿cierto? Y que a estas horas los vecinos de A y del C
están trabajando… y el del B está de vacaciones en su pueblo, y que tu vecina
de abajo está sorda como una piedra, y bueno, dudo que alguien esté en el
tejado. Así que gritar te servirá de poco. Teniendo esto claro ¿tienes algo que
decirme o sólo vas a gritar?
Alfonso asintió con
vehemencia. Cuando se vio libre de la mordaza pensó en gritar, pero se abstuvo
de hacerlo por miedo y por saber que era inútil.
— Tengo dinero, te
lo puedes llevar. Te puedes llevar lo que sea. No se lo diré a nadie, pero no
me hagas daño por Dios— y sin más rompió a llorar mientras suplicaba que no le
hiciesen daño. Intentaba recordar el nombre de su captor, estaba convencido de
que debía saberlo, tenían más de diez años viviendo en el mismo edificio, le
había visto ciento de veces jugando con su hija, Carla, en el parque —
¿¡Carlos!? Sí, te llamas Carlos ¿cierto?— Carlos asintió sonriente — Carlos por
favor, no me hagas daño. Te lo juro, no diré nada a la policía.
— Bueno, siendo
sinceros, el dinero no me vendría mal. Tengo casi dos años sin trabajo…
— Claro, claro.
Esta crisis nos afecta a todos. Cualquiera con una hija y esposa haría lo que
fuese por alimentar a su familia. Te entiendo.
— Pero… No estoy
aquí por dinero, aunque técnicamente llegué aquí por el dinero. Te explico:
Cuando me quedé sin trabajo, lo
primero en lo que pensamos mi esposa y yo fue en reducir los gastos al mínimo.
Y lo primero que pensamos fue en dar de baja al internet. Y bueno, después de
aguantar a los pesados de la compañía haciéndonos ofertas y tal, le dimos de
baja. Y estuvimos sin conexión casi un mes, hasta que un amigo me dijo que
habían unos programas muy buenos para robar internet y al otro día me regalo un
pendrive con un sistema operativo hecho exclusivamente para eso, el WifiSlax. Y
bueno, a mí nunca se me dio mal la informática y cuestión de nada ya tenía más
o menos controlado el asunto, internet gratis. Pero claro, yo es que soy muy
curioso y como tenía tanto tiempo libre me puse a investigar más sobre esos
programas y la seguridad informática, o sea, hackear ¿Tienes sed? — Alfonso
asintió. Carlos se puso de pie y fue hacia la cocina, para volver de inmediato
con un vaso con agua, el cual le ayudó a beber con calma y paciencia — ¿Bien? —
Alfonso asintió y musito un gracias
— ¿por dónde iba?
— eh, que te
pusiste a investigar sobre… sobre los programas
— ¡Ah, sí! Pues
eso, me metí en foros, en páginas, vi tutoriales en YouTube, y en un mes tenía
una buena base. Vamos, no es que fuese un genio ni nada, pero entendía los
términos y lo básico. A ver, le dedicaba casi cinco o seis horas al día.
Imagínate si se aprende.
— Claro, y tú
tienes cara de que eres un tipo listo.
— ¡Hombre! Se hace
lo que se puede. En fin, la cosa es que cuando me sentí seguro en el tema, lo
primero que hice fue robar números de tarjetas de crédito y datos bancarios.
Necesitaba el dinero y no conseguía trabajo en ninguna parte.
— Te entiendo, yo
habría hecho lo mismo
— La cosa es que al
principio no se me daba bien, no es tan fácil como lo ponen en las películas,
pero bueno, algo pillé, y fui tomando más práctica. No es que fuese el puto amo
ni nada, también es que la gente es muy descuidada con los ordenadores y la
información perso…— el móvil de Carlos sonó. Lo sacó y leyó un mensaje de
WhatsApp a la vez que soltaba un resoplido— Mi esposa, me dice ahora que compre
carne para la cena. Pero le pregunté antes de irse para el trabajo y me dijo
que no, ahora que sí ¿Quién les entiende?
— Nadie, eso es
imposible— Dijo con una sonrisa nerviosa.
— Bueno, mejor la
compro ahora, porque si llega y no la he comprado me arranca los huevos… que
será lo que yo te haré cuando vuelva.
El pánico se adueñó
de Alfonso mientras Carlos le colocaba de nuevo la mordaza.
— Vuelvo en unos
minutos— dijo con una gran sonrisa mientras cerraba la puerta.
***
Miraba el monitor
con las pupilas dilatadas mientras la mano izquierda manoseaba su lánguido y
poco funcional pene –Joder… que buen material- y la mano derecha manejaba el
puntero abriendo las fotos que había recibido aquella misma mañana. También
había un video que prometía ser bueno, pero quería degustar las fotos y dejar
lo mejor para el final.
Después de unos
minutos al fin llegaba el turno del video. Su corazón se aceleró cuando el
cursor de posó sobre el enlace de descarga. Tres minutos para que bajase
completo, podía verlo desde la misma página, pero prefería guardarlo en su
ordenador y así verlo si cortes. Se puso de pie y fue a buscar lubricante y una
toalla. Cuando volvió a su asiento aún faltaba algo más de un minuto.
Ding Dong, Ding Dong.
El timbre de la
puerta le sobresaltó – ¡Maldita sea!–.
Ding Dong, Ding
Dong.
– ¡Joder!– menos de
cuarenta segundos para finalizar la descarga.
Ding Dong, Ding
Dong.
– Me cago en la
puta madre de…– se abrochó el pantalón y fue hacia la puerta. Vio por la
mirilla. Era el vecino del tercero B, el padre de la niña de los risos –que
mierda querrá– respiró profundo y abrió la puerta. El vecino sonrió, mostrando
una dentadura digna de un anuncio de pasta dental.
— Se dice Barritar—
Dijo sin dejar de sonreír.
— ¿Qué? ¿Cómo dic …
— Sintió un pinchazo en el abdomen, antes de poder reaccionar una descarga de
electricidad le sacudió por completo. Perdió el conocimiento antes de chocar
contra el suelo.
***
Todos sus intentos
por liberarse fueron inútiles. Las tripas se le contrajeron al escuchar el
chirrido de la puerta. La respiración de Alfonso era agitada y descontrolada.
La saliva que se aposaba en su boca
corría en caída libre en su pecho.
— Hola. La
carnicería estaba hasta arriba de gente. Y para colmo, me tocó una señora mayor
delante, de esas de pelo blanco que van a paso lento y encorvadas, ya sabes, de
las que dicen «Espera mi niño, creo que tengo cambio en el bolso» y comienzan a
rebuscar centimillos, joder, a veces me dan ganas de soltarles un guantazo,
pero es que son tan adorables – La sonrisa afable desapareció sin previo aviso.
Sus ojos se movían de un lado a otro, como quien escarba en su interior en
busca de un recuerdo – Soy una de esas personas que se esfuerza por comprender
las posturas y los gustos de las demás personas, y aunque a veces no llegue a
entender a los demás, al menos intento respetarles. Pero, a las personas como
tú… – un resoplo a medio camino entre la decepción y la ira– Una noche,
mientras escaneaba redes en busca de vulnerabilidades, algún blanco fácil.
Rompí la seguridad de una de ella… y bueno, no te voy a marear con tecnicismos,
la cosa es el dueño de esa red estaba en un chat hablando con otros usuarios
mientras intercambiaban fotos — Carlos miró fijamente a los ojos huidizos de
Alfonso.
— Mmm Mmmm mmmm.
— No. No me interesa lo que tengas que contar.
Ya dijiste lo que tenías que decir «La trompa de mi elefante aúlla». No me
costó mucho dar con el origen de la señal. Llevo meses espiándote a ti y tus
compañeros de… a esos. He leído las cosas que… es asqueroso, es enfermizo. En
fin… al lio.
Carlos llevaba una mochila a cuestas, de la cual sacó un traje de esos que se
usan para pintar y no mancharse, también se colocó unos guantes de látex y unas
gafas de protección. Cuatro días después, cuando las autoridades fueron
llamadas por los vecinos a causa de fuertes olores, los policías se
encontrarían con un cuerpo ensangrentado, con ambas manos cortadas e
introducidas en recto, y con los testículos y el pene en la garganta.