miércoles, 13 de diciembre de 2017

No tengas hijos

Por Asier Rey.

   Naciste un buen día en un chamizo destartalado, en el páramo desierto que envuelve la heroica ciudad. Cuando preguntan por ti, por tu lugar de alumbramiento, no citas el Cerro Bola, el cochambroso jacal en las faldas de la sierra, las vistas de la cercana Tejas que tanto te apasionaba y que tantos quebraderos de cabeza te ha dado a lo largo de tu vida. Hablas de Ciudad Juárez, de su maraña de calles y casas bajas, de tu felicidad al ver por primera vez un partido de béisbol en la colonia Aztecas. Ya no recuerdas el olor de la tierra que se inoculaba en tus pulmones a cada batida de viento, ya no trepas a los riscos escarpados. Solo piensas en huir hacia adelante.
Es lo que tienes que hacer, nomás. Huir, correr por las llanuras salpicadas de cactus y astrágalus. Tienes que dejar atrás todo aquello que fuiste. No importa, piensas, no es la primera vez. Huiste de Cerro Bola, huiste de Juárez, huirás de Utah. Pasarás página y todo empezará de nuevo.
Aún recuerdas tus primeros intentos de cruzar el río Bravo, tus encontronazos con los guardias de tránsito. Eras puro fuego y no dudabas en arriesgar tu funesta vida por cumplir tu sueño dorado: atravesar la frontera, ganar miles de dólares y disfrutar de la vida que, intuías, existía más allá de las montañas Franklin. Ahora, que caminas por la pedregosa tierra de las oportunidades, sabes que no es así, pero es tarde para arrepentimientos. Dos policías, dos pinches tecolotes os siguen a ti y los tuyos.
Cuando al decimoquinto intento conseguiste llegar a la soñada Tejas, en la cabina de un tráiler de la General Motors, pensaste que la vida te había dado ese vuelco con el que sueñan todos los personajes de las películas de Hollywood, esas que antes devorabas a diario y que ahora te resultan pura charlatanería. El camión se adentró en la tierra prometida y esperaste a que el azar te mostrara un nuevo lugar en que detener tus pasos. Y fue el azar, sin duda, el que hizo que la portezuela del tráiler, donde te escondías entre cientos de piezas metálicas, se abriera frente a la ciudad de Pecos. La sonoridad de su nombre y el recuerdo de John Wayne fueron suficientes motivos para descender de un salto y probar suerte en aquel ignoto lugar.
Pasaron uno, dos, tres años. la vida en Pecos es divertida si eres un jodido gringo blanquito con ínfulas de sheriff, pero un calvario si eres una mejicanita linda y con buenas tetas. Encontraste un trabajo de camarera en un salón con la oscuridad pegada en las paredes, y pronto supiste que aquello no era para ti. Los hombres te miraban con lascivia, las mujeres escupían a tus pies por la calle. Todos pensaban que vendías tu cuerpo, de la misma forma que vendías tu tiempo en aquel antro inmundo.
Harta de habladas, decidiste marchar una vez más. Pero, ¿a dónde?
Los reclutamientos estaban a la orden del día en aquella época. Carne de cañón para una guerra que a nadie le apetecía continuar, pero tampoco se sabía cómo detenerla. Te vestiste con ropas de hombre, te presentaste en una oficina y el Tío Sam te acogió con los brazos abiertos. Tal vez tu disfraz era muy bueno, o simplemente no les importó saber quién eras. Al fin y al cabo, solo erais números en mitad de una escabechina. Pero eso tú ya lo sabes, ¿verdad?
Os lanzaron a toda la compañía al interior del conflicto, al valle de Ia Drang. Thomas os subía y bajaba con el helicóptero con gran habilidad, y vosotros solamente teníais que vaciar los cargadores. Era un espectáculo veros a todos: a Troy, a Smith, a Cousins... buenos tipos que fingían no ver tus inflamados pechos, tu rostro de mujer. En mitad de la destrucción, de los bombardeos masivos contra aldeas de vietnamitas desarmados, de ataques aleatorios y sanguinarios contra la población inocente, sentías por primera vez en tu vida que nadie osaba juzgarte. Estaba todo el mundo bastante despistado con intentar sobrevivir.
—¡Dantés! —te dijo el capitán Morris—. ¿Por qué narices no estás disparando a todo lo que se mueve?
—¡Señor! ¡No quiero malgastar balas, señor! —el bigote gris de Morris se torció con tu respuesta. No le caías especialmente bien.
—¡Si las malgastas, es que tienes que apuntar mejor! ¡Vamos, jodido recluta! ¡A matar unos cuantos amarillos!
Y te unías a la orgía de balas, al aniquilamiento de otros seres humanos que, hasta ese momento, apenas habían oído hablar de América en la radio. La llamada tierra de las oportunidades había llegado a la selva asiática para quedarse, y tú, en medio del huracán, no eras capaz de ver hasta qué punto habías perdido la cabeza.
Un día, cerca de Pleiku, mientras avanzabais lentamente en una misión de reconocimiento del terreno, oíste un ruido extraño, diferente. Troy, que estaba a tu lado, te miró con indiferencia y siguió caminando. Al parecer él no había escuchado nada, pero Troy siempre estuvo duro de oído. El caso es que, para cuando qusiste dar la voz de alarma, estabais en mitad de una emboscada.
El griterío era ensordecedor. La humedad se pegaba a tu piel como un adhesivo industrial, lo que unido al calor de la batalla te hacía sentir como si te estuvieras cociendo en tu propia ropa. Las balas cruzaban cerca de tu cabeza, silbantes, en busca de un trozo de carne al que aferrarse.
El primero en caer fue Smith, con una docena de balas en su enorme cuerpo. Después, sin tiempo para lamentarte, viste caer a Cousins. El Viet Cong os estaba apretando las pelotas, y no teníais forma de escapar. Hasta el helicóptero de Thomas estaba recibiendo de lo lindo, así que nadie podía sacaros de ahí. Era cuestión de tiempo que sucediera.
La primera bala te atravesó limpiamente el hombro, lo que agradeciste más tarde, pero no en ese doloroso instante. Después, el costado izquierdo, la rodilla derecha y la cadera fueron las siguientes víctimas. A partir de ese momento, la maleza circundante se convirtió en nebulosa para ti, por lo que no pudiste ver cómo el apoyo de otra unidad os echaba un cable y el capitán Morris os sacaba de aquel infierno a rastras hasta quedar a salvo.
Lo siguiente que recuerdas es la mirada profunda y fija de LeGrant clavada en ti.
Como médico destinado a aquel remoto lugar, LeGrant se aseguraba de que todos sus pacientes sanaban y se involucraba en sus cuidados. Por eso, no fue extraño que él fuera el primero en descubrir tu femenil secreto. Lo observabas como se observa un insecto, como si fuera él el postrado sobre el catre maloliente del hospital.
Fue vuestro rechazo mutuo lo que os hizo más atractivos para el otro. Cuando tus heridas sanaron y decidieron devolverte a Estados Unidos, ya como mujer, a LeGrant le faltó tiempo para acompañarte.
Diez años y dos hijos después, estás aquí. Huyendo. Pero, ¿de quién?
Cuando tienes toda una vida de sosiego y paz por delante, el vértigo puede sobrecogerte por completo. Pasar de tu independencia montaraz a la beatífica vida marital es un cambio para el que pocas personas están preparadas, y tú no eres una de ellas.  Así, en vez de recordar tus inicios en Cerro Bola, la aridez del desierto, la lenidad del viento acariciando los agaves, te emperraste en rememorar la emoción de la aventura, las noches de Ciudad Juárez, los convoyes de las maquiladoras... fue sencillo entablar conversaciones con camioneros, con trabajadores, con cualquiera dispuesto a venderse por dos o tres billetes. Entablaste una vida sencilla y rutinaria con LeGrant, mientras que, cuando él viajaba, o trabajaba, o simplemente miraba hacia otro lado, robabas las mercancías y las vendías en el mercado negro. Es tan emocionante sacarse uno o dos de los grandes sin apenas mover las petacas del sofá... solo hay que asomarse a la noche de Utah, con una Pacífico bien helada en la mano, a miles de kilómetros de todos tus problemas.
Desgraciadamente, fueron los problemas los que decidieron venir a ti.
Aquellos dos rangers, con su ropa recién planchada y estrenada, apestaban a trampa a kilómetros de distancia. Los viste llegar sentada en tu porche, los niños jugando en el patio, la tarde caliginosa empapando tu cuerpo. LeGrant está operando a un hombre a vida o muerte, por lo que no hay que preocuparse de que descubra tus problemas. Solo tienes que agarrar a tus hijos, meterlos en la pickup y salir a rajamadre antes de que esos pinches mecos vuelvan a abrirte los orificios del cuerpo.
La Ford os saca del barrio antes de que los recién llegados se atrevan a desenfundar sus armas, pero os deja tirados en poco tiempo. Los niños están confundidos, apenas jugaban tranquilamente diez minutos atrás y ahora huyen de no uno, varios coches de policía en su búsqueda. Solo os queda adentraros en el desierto y rezar por que nadie os encuentre.
Repasas la situación. Estás sola, con tus dos hijos, en mitad de la nada, esperando que unos sicarios con sed de dinero no os encuentren en un paraje yermo y extenso, en un solar donde es difícil no ser visto. Si al menos, te dices, estuvieras sola, podrías esconderte entre las rocas, enterrarte bajo tierra, simular un suicidio. Podrías escalar aquella colina, divisar una escapatoria para todos.
Pero no puedes.
Tienes dos hijos lentos y quejosos. Te ralentizan. Frenan tu escapada.
Debes quedarte junto a ellos y esperar el fatal desenlace. O puedes abandonarlos a su suerte y escapar con vida. Quizá a ellos no les hagan nada. Tal vez se apiaden de unas personitas diminutas. De unos querubines de ocho años.
No, sabes que no lo harán. Morirán si les atrapan. Morirán de todos modos.
Ellos están condenados. A ti aún te queda una posibilidad.
¿Qué vas a hacer, Irene?

--FIN--

Datos del receptor:
Nombre: Irene Dantés.
Lugar de naciemiento: Cd. Juarez, Chihuahua en la mera tierra de los dorados del norte y en frontera con El Paso, Texas, si ñor.
Aficiones: Leer y pelear con el mundo.
Lugar donde quiero que pase mi relato: en el viejo Oeste. Toma!
Edad: 38 veranos.
Miedo: a perder a la gente que amo, y a las muñecas clásicas.
Consigna: Relato bélico que tenga que ver con la Guerra de Vietnam.



--SIN TÍTULO--

Por Luna Droz.

-         
Era ese sueño, ese maldito sueño que lo atormentaba años después. Se levanto empapado en un sudor frio aturdido y desorientado, se encamino hacia el baño, frente al espejo contemplo su reflejo, sus heridas de guerra su cara mutilada y su brazo faltante. Era difícil olvidar el infierno que vivió en los campos de concentración nazi cuando su reflejo se lo recordaba todas las mañanas. Había caído en uno de los campos junto con otros soldados norteamericanos al sufrir una emboscada. Se lavo la cara y se dispuso volver a la cama junto a su mujer que dormía a su lado. Vanamente intento conciliar el sueño, las imágenes recorrían su mente en una especie de Flashback. Había perdido el brazo y parte de su cara al intentar escapar por un campo minado, lo que había sucedido después no lo recordaba con claridad. Había recobrado la conciencia en un cuarto sucio y oscuro sin saber donde estaba. Deliraba de fiebre a causa de las infecciones de sus heridas, las del escape y las que recibía por parte de los oficiales, ese era el castigo por intentar escapar. Cada tanto aparecía alguno de ellos para hacerle preguntas sobre los planes del ejército norteamericano.
La noción del tiempo era inexistente, no le daban agua ni comida, sus heridas seguían infectándose. Muchas veces se vio obligado a beber su orina para no morir deshidratado. Vivió todo ese infierno deseando cada segundo su muerte.
Parte de su memoria había reprimido todo lo que había vivido en ese infierno nazi, lo que vivió el y lo que le toco ver, las torturas hacia las otras personas eran terribles, en sus pocos momentos de lucidez pensaba como un ser humano era capaz de semejantes atrocidades, como se sentían dueño de la vida ajena y como dios si es que habría algún dios permitía que los torturen de esa manera. Muchas veces al despertar atormentado en el medio de la inmensa oscuridad se preguntaba si realmente no había muerto y eso era el infierno si era el castigo de dios por todas las personas que mato en la guerra antes de ser capturado.
Recordaba haber despertado en una especie de hospital, una persona limpiaba sus heridas, su cara era borrosa como todo lo que había vivido, vagamente se disipaba en su mente como una persona se disipa entre la niebla de un callejón oscuro. La persona le dijo que se encontraba a salvo, Que la guerra llegaba a su fin, le pregunto si recordaba su nombre y se sorprendió al descubrir que no había pensado en eso en todo ese tiempo, como si la persona que habría sido antes de que inicie la guerra ya no existía, intento recordar y lo logro, se llamaba Juan. Todo parecía tan lejano… aun sin tener noción del tiempo se durmió y en su interior sintió el deseo de no despertar jamás. Pero despertó. Al abrir los ojos se encontró con los de su mujer, Ella lo miro y en sus ojos el noto un destello de lastima y rechazo al examinar su cara y lo que quedaba de su brazo derecho. Cuando Juan ya había recobrado la conciencia le conto que la guerra había terminado cuando Estados Unidos lanzo bombas atómicas a Japón.
Para cuando la guerra fría comenzó ellos ya se encontraban lejos tratando de rehacer su vida. Con el tiempo tuvieron dos hijos que crecieron sanos y fuertes.
Todo eso había vuelto muy de repente, era mucho para recordar en una sola noche, el estomago se le revolvió a causa de los recuerdos. Miro a su lado y ahí se encontraba su mujer durmiendo serena como todas las noches, ella no tenia recuerdos que la atormentasen. Se dispuso a dormir y para su sorpresa lo logro, por la mañana llegarían sus hijos a pasar navidad con ellos. Por la mañana al despertarse todo lo de la noche anterior había quedado casi en el olvido.

Preparo café y se dirigió hacia la tienda a comprar algunas cosas que necesitarían para la noche, ya se había acostumbrado a la mirada de pena de las personas, muchas veces veía esa mirada en su propia familia. El vendedor le pregunto si se le ofrecía algo mas y respondió que no, agarro las bolsas y se marcho. Cuando llego a su casa sus hijos ya se encontraban allí, lo recibieron con un abrazo y rieron toda la mañana recordando viejas cosas. El espíritu navideño se sentía por toda la casa, esa navidad prometía ser fabulosa. Cenaron y rieron como nunca. Bebieron vino y miraron la televisión, estaban viendo unos de los programas favoritos de su hija, ese en el que la familia debía responder una serie de preguntas para ganar un viaje a cualquier parte del mundo una cosa o cosas por el estilo. Por un momento sintió como si fuera el personaje de algún reality show o de alguna historia escrita por una adolecente aficionada a la escritura. Se sentía confundió, algo parecido a lo que se siente cuando uno tiene un déjá vu. Salvo que lo que sentía no era eso sino la sensación de estar viviendo en una realidad alternativa. Descarto la idea rápidamente, era una locura. Pero el trascurso de la noche le demostraría que quizá no era del todo una locura. La noche siguió su curso pero la sensación de realmente no estar viviendo no desaparecía, por un momento todo se torno oscuro, sentía nausea y mareos, les dijo a sus hijos y su mujer que quizá había tomado mucho vino y se marcho a la cama. Se recostó y eso no le ayudo mucho, la habitación le daba vueltas como si estuviera envuelto en un remolino feroz los colores se intensificaban y se apagaban a su vez. Las voces del piso de abajo se distorsionaban y aumentaban convirtiéndose en una especie de aullidos y gritos desesperados. Una vez en su juventud había experimentado con LSD y había tenido lo que llamaban un mal viaje, la sensación que sentía ahora era idéntica a la de esa vez, el terror se apoderaba de el. Estaba en la boca del huracán, envuelto en el remolino, mientras todo a su alrededor se distorsionaba. De repente todo se volvió oscuro, ya no sentía las voces del piso de abajo, intentaba gritar, pedir ayuda pero su voz se ahogaba en su garganta. Era como estar en una especie de túnel oscuro. Empezó a escuchar voces débiles y en la desesperación trato de seguirlas, estaba perdido en el medio de esa oscuridad cuando de repente una luz blanca se intensifico delante de sus ojos como si hubiera encontrado la salida de ese túnel tenebroso, pero lo que vio lo asusto aun mas que la propia oscuridad, se vio tendido en una cama y a su alrededor había otras personas que no podía reconocer. Lo que lo asusto no fue verse a el en una cama sino en el estado en el que se encontraba. Era exactamente como había despertado en ese hospital después de que la guerra había terminado, pero a diferencia de que su mujer no era como había sido siempre, simplemente no tenia rostro al igual que las demás personas que la rodeaban, pronto se dio cuenta que ya no podía recordar el rostro de su mujer, con la que había estado apenas unos minutos antes siquiera podía recordar la de sus hijos tampoco, de repente ya no podía recordar nada. Aterrado intento huir por donde había llegado ahí pero al darse vuelta el túnel negro se alejaba cada vez mas hasta quedar reducido a la nada misma. Las voces volvían a intensificarse y en su cabeza retumbaban como un eco que le recorría el cerebro entero y hacia explosiones en el. Lo último que pudo captar antes que todo quede en la oscuridad era ver a esas personas abalanzarse sobre él, tratando de asistirlo aunque para sus ojos parecían una manada de leones devorando a su víctima, todo al grito desesperado que explotaba en su cabeza “LO PERDEMOS”.

--FIN--

Datos del receptor:
- Nombre: Juan Esteban Bassagaisteguy.
- Dos aficiones: el fútbol y la escritura.
- Un lugar: Claromecó (provincia de Buenos Aires, República Argentina).
- Edad: 44 años.
- Lugar de nacimiento: Rauch (provincia de Buenos Aires, República Argentina).
- Estado civil: casado.
-Trabajo: contador público en forma independiente.
- A qué le tienes miedo: a las alturas.
- Dos libros: «Las tumbas», de Enrique Medina, y «Misery», de Stephen King.
Consigna: Relato bélico en el que se mencione o tenga que ver con la Segunda Guerra Mundial

Un billete para Aokigahara, solo ida

Por Robe Ferrer.

   Droz Luna leía «Las aventuras de Sherlock Holmes» aquella tarde a la vez que escuchaba una canción de Spinetta, «seguir viviendo sin tu amor»; minutos antes había escuchado «Hey you».
A sus diecinueve años, aquella buhardilla era su Fortaleza de la Soledad particular contra la soltería, donde disfrutaba de sus libros y su música. Dejó el libro que leía junto al de «Cementerio de animales» que reposaba en la mesita de café. Se acercó al poster de Leo Messi que tenía decorando la puerta de entrada y lo arrancó de golpe. La cara del futbolista quedó rajada al medio.
El último chico que le había roto el corazón no había vuelto a dar señales de vida desde el mensaje que le había mandado a su teléfono móvil una semana atrás. En él, cobardemente, le decía que su relación se había acabado. Desde entonces no respondía a sus llamadas ni a sus mensajes. Lo había buscado por todo Adrogue, pero era como si se lo hubiera tragado la tierra. Aquello había hecho que la depresión se comenzara a apoderar de ella. No quería comer, no podía dormir y lo único que le reconfortaba era pasar las horas leyendo en su buhardilla.
—¡Luna! —la voz de su madre le llegó desde la cocina en la planta de abajo. Por el tono, la chica notó que estaba enojada—. La mesa no se va a poner sola.
Odiaba poner la mesa y más en el estado en el que se encontraba. No tenía fuerzas mentales para enfrentarse con su progenitora, así que cerró el libro y salió de la buhardilla. Su santa sanctorum quedó cerrado y esperando su regreso, pero este no se produciría. Su Adrogué natal iba a quedar muy lejos en pocas horas, pero ella aún no lo sabía. Un nuevo grito de su madre asustó a la chica. Temía a aquella mujer cuando estaba enfadada. Aquellos ojos que la miraban destilando odio, como encendidos en fuego le causaban pavor.
Desde pequeña había temido a su madre y a sus ataques de ira. Cuando hacía algo mal, ella le gritaba y la humillaba llamándola inútil, desgraciada y recordándole una y otra vez que había sido una hija no deseada. Después de aquello, en ocasiones la golpeaba y en otras la encerraba en el sótano, en lo que ella llamaba el cuarto de las ratas. Allí realmente no había ratas, sin embargo en una ocasión, durante las inundaciones de 2011, ella estuvo allí castigada durante toda la tormenta y algunas ratas se colaron allí escapando de la tromba de agua. Desde aquel día temía a las ratas tanto como la ira de su madre.
—Perdoná, vieja —le dijo la chica—, tuve que acabar de recoger algunas cosas de mi cuarto.
La mujer pareció conformarse con la excusa. Luna cogió dos platos, dos vasos y dos juegos de cubiertos y se encaminó hacia la puerta para llevar el menaje hasta el comedor. Entonces su madre la agarró por la cola de caballo con la que adornaba su pelo y jaló hacia atrás. La vajilla se hizo añicos contra el suelo y los cubiertos repiquetearon contra él cuando la chica dio un paso de espaldas. Después su frente se estrelló con la encimera de mármol ayudada por la mano de su madre. La sangre comenzó a brotar unos centímetros por encima de su ceja.
—Cuando yo te llamo, quiero que vengás enseguida.
—Soltame, pelotuda —pataleaba la joven.
Otro golpe llegó por parte de su madre, pero esta vez fue un fuerte puñetazo contra las costillas, a la altura de los riñones. Después otro más. Luna seguía revolviéndose intentando zafarse de su madre. La mujer adulta agarró una sartén e intentó golpear la cabeza de la muchacha, pero esta, esperándose ese movimiento se protegió con su brazo. El sonido metálico vibró por toda la habitación.
Luna se consiguió soltar de la presa de la madre e intentó ponerse a salvo. Una lluvia de vasos calló sobre ella, que se protegía la cara con sus brazos. Cuando los jarros se terminaron, la madre comenzó a buscar algo con lo que atacar a la chica; momento el cual ella aprovechó para devolverle a su madre alguno de los proyectiles que ella le había lanzado segundos antes.
Después intentó abandonar la cocina, pero antes de que pudiera salir su madre atacó de nuevo golpeándola con otra sartén en un hombro. La chica empujó a su madre contra la nevera. Un nuevo golpe, esta vez con la mano vacía, atinó sobre la oreja de su hija. La chica se tiró a morder el brazo de la madre y apretó con todas su fuerzas. Un grito desgarrador se elevó hacia el cielo. La chica continuó apretando cuando otro golpe se estrelló otra vez contra su oreja. Luna soltó a su presa y la empujó, esta vez contra la encimera.
Las discusiones, e incluso los golpes, entre ambas eran frecuentes, pero nunca habían llegado a aquella magnitud. Discutían, se insultaban y alguna vez su madre le había dado una cachetada, pero ahí se había acabado siempre.
La madre agarró un cuchillo largo y afilado y lanzó varias estocadas contra su hija, aunque todas erraron. Un nuevo empujón hizo caer a la madre y que se golpeara en la cabeza perdiendo el conocimiento.
Aquello había sido la gota que había colmado el vaso de la paciencia de Luna. Corrió hacia su cuarto, sacó una gran bolsa de viaje y comenzó a llenar de ropa y objetos de aseo. También recogió sus documentos personales y el dinero del que disponía. Sin volver a pasar por la cocina, abandonó la casa para siempre.
Haciendo autostop y cogiendo un autobús llegó hasta el aeropuerto de Buenos Aires. Allí deambuló durante casi doce horas sin saber a dónde ir, hasta que encontró un folleto tirado al pie de una papelera. Era de Japón, del bosque de Aokigahara. Al principio no le llamó la atención hasta que llegó al párrafo donde decía que aquel era conocido como el bosque de los suicidios. En él, se decía, habitaban las almas errantes de las personas que había decidido acabar con su vida de una manera temprana y terrible.
A Droz Luna siempre le había fascinado el tema de los espíritus y las almas errantes. Entonces decidió que viajaría a Japón y visitaría aquel bosque.
—Hola —le dijo al hombre del mostrador—. Un billete para Aokigahara, solo ida.
Dos días después la chica deambulaba por los parajes bucólicos de aquella zona maldita del país del Sol Naciente. A pesar de haber ciertas zonas restringidas al público, la chica consiguió burlar la seguridad y logró llegar hasta la zona más profunda del bosque. La más interesante.
Según las leyendas locales, allí, Yamatohime Mako, hija del emperador Koichi Mako, se quitó la vida por culpa de un amor prohibido. Yamatohime se había enamorado de un mozo de cuadra. Una relación prohibida llevada en secreto durante algunos años, hasta que el Emperador convino el matrimonio con un príncipe europeo. La joven escapó con su amante en una noche sin luna y se refugiaron en el bosque de Aokigahara. Cercados por el ejército imperial, caminaron hasta el interior, pero fue en vano. Los soldados los capturaron y bajo las órdenes del Emperador, el mozo fue ahorcado allí mismo acusado del secuestro de la Princesa. La muchacha, al observar impotente como su amante era asesinado, le arrebató la katana a un soldado y se atravesó de parte a parte con ella. Bajo  las lágrimas de su padre murió desangrada en el interior del bosque. Desde aquel día el espíritu de la princesa se aparece a las personas que visitan el bosque. Les pide ayuda para evitar que maten a su novio y cuando no lo consiguen les quita la vida ahorcándoles del mismo árbol del que colgaron al mozo de cuadra.
Luna conoció aquella historia y quiso comprobar la realidad de la misma. Sabía que era poco probable que un fantasma pidiera su ayuda y que si no se la prestaba la asesinara, pero no tenía nada que perder.
Miró en todas direcciones, sobre todo hacia arriba, en busca de la princesa o del cadáver ahorcado de su amante, pero no halló rastro de ninguno de los dos. La noche iba cayendo y la vista se le iba haciendo cada vez más corta; sin embargo, el oído se le iba afinando debido al silencio del lugar. Entonces un ruido la alertó. Tenía que ser un cuidador del parque que fuera avisando a la gente que se acercaba la hora del cierre y debían de abandonar el lugar.
Luna, lejos de querer irse, se ocultó entre unos arbusto. Tendida en el suelo y tapada por algunas ramas, pasó inadvertida a los ojos del vigilante, no así de otros ojos, más profundos y tenebrosos.
—¡Corre! —le dijo una voz cercana. La muchacha se asustó y se puso en pie con el corazón latiéndole con gran velocidad—. Estás en peligro, corre.
Miró a derecha e izquierda pero no encontró al propietario de la voz.
—Aquí arriba —le dijo de nuevo.
Miró hacia donde le indicaban y se encontró con una silueta masculina que colgaba de uno de los árboles más altos del lugar. En su busca anterior, no había reparado en él porque estaba demasiado alto y oscuro. Luna emitió un grito y enseguida se llevó las manos a la boca para acallarlo.
—¡Ayúdame! —pidió la voz con dificultades respiratorias—. Me han colgado de este árbol y me estoy ahogando.
—Conozco tu historia. Los soldados del Emperador te han colgado ahí pensando que has secuestrado al a princesa.
—¡NO! Yo no he secuestrado a nadie —dijo—. Ni soy un fantasma como dice la leyenda. Me llamo Akira Nohara y vine desde Tokio a visitar el bosque.
—Voy a buscar la forma de bajarte de ahí.
La chica comenzó a mirar los árboles cercanos en busca del otro extremo de la cuerda del que pendía el joven, pero no encontró nada. Decidida, empezó a trepar por el tronco del árbol del que suponía que colgaba el chico. Cuando llegó a las primeras ramas y se tomó un descanso, escuchó otra voz, esta vez femenina.
—¡Nadie nos volverá a separar jamás! —le dijo—. Mi padre ya lo intentó, pero fue en vano, porque yo conseguí unirnos para siempre. Mataremos a todas las personas que lo intenten.
—Yo no quiero separaros —argumentó Luna—. Solo quiero salvar la vida de ese muchacho, que creo que tampoco tenía intención de separaros.
—Son muchos los que lo han intentado y no lo hemos permitido —dijo ahora otra voz de hombre: el amante de la princesa Yamatohime.
—No os miento. Yo no quiero separaros, y seguramente nadie de los que por aquí pasean lo intente. De hecho lo que se cuenta es que la princesa pide ayuda a los vivos para evitar que el Emperador te mate. La gente no quiere separaros, si no ayudaros.
—¡Ayúdame! —pidió el chico ahorcado.
—Dejad que le baje de ahí. Va a morir y, al igual que vosotros, seguro que está enamorado y alguien lo espera en su casa, no hagáis lo que os hicieron a vosotros. Permitid que viva y así vosotros podréis continuar viviendo vuestro amor  eterno ahora que sabéis que nadie os quiere volver a separar.
Y así lo hicieron. Como flotando, el muchacho llegó al suelo y quedó tendido inconsciente. Luna descendió por su propio pie y se arrodilló a su lado.
—No temas —le dijo el espíritu de la princesa Mako—. No está muerto. En breve recuperará el sentido y no recordará nada de lo sucedido. Gracias por salvar nuestro amor.
Los dos espíritus se desvanecieron. El chicho fue abriendo los ojos mientras estos iban enfocando la imagen de la chica más guapa que jamás había visto y la que sería el amor de su vida.

--FIN--

Datos del receptor:
Nombre: Droz Luna.
Edad: 19 años.
Lugar de nacimiento: Adrogue, Argentina.
Estado Civil: Soltera
Libros: Cementerio de animales y Las aventuras de Sherlock Holmes
Canciones: Seguir viviendo sin tu amor(spinetta) hey you (pink floyd)
Miedo: A mi Mamá y a las ratas.
Lugar: Aokigahara (bosque del suicidio en Japón)
Aficiones: La literatura y el fútbol
Consigna: Relato romántico con final feliz

Un día absurdo

Por Luis Irónicus Maximus.

Era una mañana clara y fría en la sierra madrileña donde El joven ganador de varios premios para escritores pasaba gran parte del año, Robe como sus amigos lo llamaban prefería desaparecer entre las montañas y los miles de árboles antes que lidiar con gente estúpida que al parecer solo tenía como diversión comer beber y joder.

Todas las mañanas salía a correr al bosque equipado con una mochila donde llevaba un par de botellas de agua, un bocata de chorizo y tomate un cuaderno y una pluma por si tenía una idea interesante o le venía a la mente como terminar un capítulo de su nueva novela, la novela llamada

“Por la gloria de mi madre” en esta se cuenta la vida de un tipo tan flojo tan flojo tan flojo que cogía los caracoles en una curva, este trabajaba o eso pretendía en una confitería que estaba tan sucia tan sucia tan sucia que el cabello de ángel tenia caspa bueno este gandul era tan vago que trabaja menos que el sastre de tarzan, bueno era un cobarde en pocas palabras.

Robe recordaba mientras corría cuando hizo la mili los ejercicios extenuantes y como el sargento gritaba “arl ataque” y en eso tenían que salir tirando leches y el que llegara último se hacía acreedor a un castigo que es mejor no describir.

Robe se destacaba por ser un corredor competitivo era tan dedicado a su hobbie que a veces se olvidaba del camino y seguía por donde quería en una de esas tantas veces llego hasta un lago y en la orilla vio a una chica de cabello corto con un corte de pixie de piel blanquísima falda de color amarillo y una blusa blanca súper sencilla parecía sacada de una película 80tera ella estaba  sentada con un libro y riendo como una loca

Entonces Robe bajo el ritmo hasta llegar a caminar bebió un poco de agua y llego hasta donde la chica se sentó a lado de ella con la idea de ligar entonces le dijo:
Oye que bien se está aquí, nunca había pasado, parece un paisaje pintado por un maestro no crees, es como la portada de un libro que tenía cuando estudiaba arte porque he estudiado arte, era hermoso sabes, estudiar estos monstros visitar los museos trabajar con las manos para crear algo hermoso… como tu

Robe esperaba una respuesta o una mirada al menos pero cuando se giró lo vio y dio un salto y un grito, se quitó los audífonos y le dijo, pero que joder contigo?, una colleja debería de darte por acosadorrrrrr, pero es que no se puede NO se puede venir y sentarse con tía como yo y así como así pretender que yo una dama joder una dama… que te estaba diciendo? Perdona que de repente me lio y ya no sé porque estoy discutiendo pero la cosa es que no deberías de llegar así sin avisar…
y ¿bueno quién eres y que tanto decías?


Pues te decía unas chorradas del arte y este puto paisaje, pff arte que pereza me da todo eso, dijo ella poniendo la cara de Robe como un tomate
Al escuchar esto robe se levantó con la idea de despedirse pero ella se levantó también y empezó a levantar su mochila y guardar el libro que tenía en manos, con los ojos entre cerrados y una mirada de no saber qué está pasando le dice al fin, ¿Y tú adónde vas?
pues contigo, ¿no me acabas de decir acosador?, si pero también eres mono y nunca le diré que no a un café, además con este frio uff podría tomar 2 y un biscocho


Robe con la cara medio desencajada le dijo: es que no puedo contigo, pero bueno ya lo decía mi psiquiatra “si es guapa está loca” tú lo bordas cariño
Empezaron a caminar y la chica le dijo tomándolo por el brazo, ¿y entonces cómo te llamas?, ya te lo he dicho mis amigos me dicen Robe, ¿y tú cómo te llamas? Tú me puedes decir cariño o bonita

Para este unto Robe no sabía si estaba loca o él estaba en un episodio de la dimensión desconocida, pero bueno ya estaban ahí y no perdía nada con invitarle un café o 2, así que caminaron hasta llegar a la casa, recién había comprado una caja de muffins de chocolate y vainilla y tenía café que le había mandado Irene desde México.

Estando ya en la casa ella se dedicó a caminar y explorar las cosas que tenía, por ejemplo se sentó en el sofá y ojeo las revistas que tenía en la mesita de centro, admiro y cambio de lugar las fotos enmarcadas que encontró en un librero y ya estando ahí tomo varios libros de la colección y leyó ávidamente la contraportada hasta que dio con el libro de Robe y dijo: este chico de la contraportada se parece mucho a ti… mira que podrían ser hermanos… el parecido es increíble

Pero hija se parece a mí porque soy yo, bramo Robe desde la cocina
y ella dijo, anda ya ahora vas a salir ahora con que eres escritor y de los buenos ¿no te jode?
pues si hasta público.

Sale Robe de la cocina con 2 tasas y una bandeja con los muffins, ella estaba sentada sobre el sillón con sus largas piernas sobre un cojín y el libro en su regazo
Wow , pues si puede ser que seas tú entonces sí.

¿Si qué? Le dijo Robe ya más resignado que intrigado
pues sí, sí quiero ser tu novia, ¿no era esa la idea de hablarme en el rio? ¿O solo querías tener mi número para no llamarme nunca?

No no pues era para conocerte y ver si podíamos llegar a algo bueno,
pues ya tienes lo bueno cariño ya te dije que si entonces ven dame un abrazo y un beso, este sofá me encanta esta tan mullido que podría quedarme aquí todo el día, oye y ¿si nos quedamos aquí todo el día?
Pues vale…

desde ese día ella no se fue y el no quiso sacarla, él no sabía bien de donde venía pero le daba igual, ese carácter y esos ojos podían más que el sentido común.

--FIN-- 

Datos del receptor:
Nombre: Robe Ferrer.
Aficiones (2): Correr y leer.
Lugar: Montaña.
Lugar de nacimiento: Madrid.
Miedo: envejecer solo.
Libros (2): El Señor de los Anillos y La milla verde.

Consigna: Relato de humor en el que aparezca o se mencione a Chiquito de la Calzada.

Un grito en O'Fendoal

Por María Galerna.

     Un grito resonó en el bosque. Una asustada lechuza remontó el vuelo y se alejó del lugar…
     La noche empezó como tantas otras. Asier se acomodó en un viejo sillón de cuero marrón después de servirse una copa. En el tocadiscos una obra clásica, la sonata para piano Claro de luna, una melodía tranquila para acompañar la lectura.
     Hacia tiempo que se había aislado en esa antigua edificación,  un viejo castillete bastante bien conservado, enclavado en un espeso bosque del norte de España.  Se había escondido ahí huyendo de Ellos.
     Durante el tratamiento experimental al que lo sometían, intentando cambiar y controlar su naturaleza escapó. Solo con pensar en el dolor… pero temía más a los efectos secundarios de las drogas que le administraron. Oía voces, veía sombras.
     No se concentraba en la lectura. Una insaciable sed que nunca se paliaba con la bebida, lo atormentaba. Decidió salir a caminar por el bosque. Pero las voces… Cogió su mp8, los cascos y poniéndose algo de abrigo, salió a la noche.
     Enseguida las vio, sombras que le rodeaban, que le hablaban, pero que Asier silenciaba con un poco de AC/CD a todo volumen. Así, medio sordo y evitando mirarlas, se adentró en la espesura.
     En el campamento todo eran risas a pesar de que Sergio se empeñara en contar historias de fantasmas. Nadie lo tomaba en serio. El alcohol y algo más, rulaba de forma constante. Todos habían pensado que sería una buena idea ir un fin de semana a O Fendoal, hasta que…
     —Es hora de irse a dormir.
     —Yo voy a echar una meada —dijo uno— Igual veo una de esas ánimas que dicen hay por estos sitios.
     Los demás rieron y se fueron metiendo en sus tiendas.
     —¡Chicos! —Llamó Rubén— Juan no ha regresado y ha pasado más de una hora.
     Preocupados, cogieron las linternas y fueron a echar un vistazo por los alrededores, no podría estar muy lejos.
     —Seguro que se está quedando con nosotros. Y ahora sale y…
     No llegó a terminar la frase, la luz de su linterna alumbraba el cuerpo sin vida de Juan.
     En los cascos de Asier sonaba Send me and Angel. Caminaba orientado por la luna que asomaba entre los jirones de las nubes. Pensó en regresar a su refugio. Odiaba las tormentas y el aire olía a una. No temía extraviarse, conocía la orografía del lugar, pero los relámpagos y los truenos si le asustaban. Era cuanto menos irónico viviendo en el norte, donde estos eran tan abundantes.
     Notaba la presencia de las sombras, a veces sólo una, otras veces eran varias las que lo rodeaban. Nunca callaban…
     Los campistas no sabían que hacer. Habían regresado al campamento con el cuerpo del compañero. No tenía heridas, sólo dos pequeñas marcas en el cuello y una palidez extrema.  Sergio y Rubén se alejaron de la hoguera.
     —Esperemos que no se asusten y salgan corriendo —susurró Sergio acercándose a Rubén— Hay que calmarlos, los necesitamos de cebo si queremos cogerle.
     —¿Crees que ha podido ser él?
     —Los últimos informes lo sitúan por esta zona.
     Un revoloteo los dejó callados. El fuego se proyectaba hacía la oscuridad creando sombras que se movían…
     De repente se desató el caos. Una sombra cruzó ante la hoguera apagándola. Gritos llamándose, linternas encendidas… Un ligero olor a gasolina y el fuego crepitó de nuevo. El resplandor mostró otro cuerpo tirado. Igual que el cadáver  de Juan, no mostraba más heridas que un par de orificios en el cuello por el que resbalaban algunas gotas de sangre caliente.
     Asier vio una especie de fogonazo entre unos árboles. No se encontraba lejos y decidió acercarse. Apagó la música, se quitó los cascos y oyó unos gritos. Provenían de esa misma dirección.
     Con cautela se acercó. Lo que vio le heló la sangre. Había dos hombres allí a los que conocía, eran Ellos, los que lo habían creado, convirtiéndolo en el monstruo que era.
     Sin pensarlo entró en el círculo de luz. Las sombras empezaron a rodear el lugar. Los supervivientes del grupo estaban aterrados.
     —Asier —balbuceó Sergio— Hemos venido a buscarte, debes volver con nosotros al laboratorio. Es por tu bien…
     —¿Mi bien? ¿Ya no recordáis el sufrimiento al que me sometíais hora tras hora, día tras día? Yo no os pedí que me crearais. No pedí ser “esto”.
     Mientras hablaba, las sombras tomaron una forma consistente. Parecían humanos, pero no lo eran. Grandes bocas se abrían en sus caras, y en ellas dos afilados colmillos rebelaban su naturaleza. En un instante acabaron con todos los del campamento, a excepción de Sergio y Rubén. A éstos los empujaron hacia Asier al tiempo que decían:
       Te esperábamos, Maestro.
Una cruel sonrisa cubrió su cara. Y al entreabrir los labios… dos enormes colmillos brillaron…

Ahora que sabía realmente quién era, reclamaría su venganza.

--FIN--

Datos del receptor:
Nombre: Asier / Asier Rey (lo que prefiera el autor)
Nacido y pacido en Barakaldo / Bizkaia / Euskadi / España / Europa
33 años
Trabajo de administrativo
Aficiones: Ciclismo, literatura, footing,senderismo, la cartografía, la geografía...
El relato podría ambientarse en zona urbana o en la naturaleza, si se decanta por este último caso, podría ambientarse en una zona boscosa (por el norte de España hay bastantes, Selva de Oza / Macizo del Gorbea / Asturias / Pirineos / etc...)
Miedo tengo a las tormentas (brontofobia) y al resto de fobias habituales (a la muerte, al dolor, a la enfermedad, a las agujas, a que me toque la polla chilena y haya extraviado el décimo (o peor, a ir a cobrarlo y que el del banco se quede con mi pasta)
Música: Soy bastante flexible, desde clásica (Grieg, Schubert, Mozart, Beethoven...) hasta el rock (Iron Maiden, Berri Txarrak, Scorpions, Kiss...) pasando por reaggeton (vale, esto NO)
Libros: Sorpréndeme ??    (me gusta el cómic europeo y narrativa contemporánea, entendiendo esto último como autores españoles de principios de siglo XX. También me va el rollo histórico, pero sin pasarse)
Películas: La naranja mecánica, Chacal (la original), yo qué sé, tampoco metas películas con calzador en el relato que quedaría raro ??
Consigna: Relato de terror en el que aparezcan vampiros

El Japón de los líos

Por Sergio Bonavida Ponce. 

        Ganar la XVI edición de versus, patrocinada por El Edén de los Novelistas Brutos con un premio en metálico de dos millones de pesos argentinos, permitió a Ismael Manzanares cumplir su sueño de revisitar Japón con calma y tranquilidad. Agarró su maleta de viaje -la que tenía pegatinas de Tokio, Osaka, Kioto, Nagasaki y Chimpún- e introdujo calcetines, calzones, pantalones, camisetas y su antigua cámara Canon para emular a los nipones en su afán de inmortalizar los viajes. También añadió al contenido de su maleta, que estaba hinchada hasta los topes, un libro: Groucho y yo. El libro, de humor, se lo leería en algún parquecito urbano de esos que tanto predominaban en el país nipón.
Ya con todo lo necesario para tan opíparo viaje se dirigió al aeropuerto de barajas -desafortunado nombre que no tiene nada que ver con los juegos de cartas- y aguantó las interminables colas de embarque, los cacheos corporales, los apretones en clase turista... Todo ello en el primer vuelo, pues necesitaría realizar tan solo cuatro escalas más para poder llegar a su destino: Tokio. Después de un viaje corto de tan solo 28 horas -ni el sol tarda tanto en dar la vuelta al mundo- aterrizó, ya por fin, en al aeropuerto internacional de Haneda, situado a un tiro de piedra de la capital de Japón. Solicitó un taxi. Pronunció el konnichiwa al que su interlocutor respondió con el riguroso konnichiwa de vuelta; se sentó y disfrutó de la primera visión de la ciudad desde la ventanilla del vehículo que avanzaba con honorable orden por las calles relucientes de impoluta limpieza. Una vez llegado al lujoso Hotel Sakura Tantimao, entregó una suculenta propina al taxista, pues no quería que se notara que era Español de la virgen del puño cerrado; agarró la maleta, hizo el chequín en recepción y con su maleta agarrada entre las manos, cual osito de peluche, entró en la habitación. La depositó con cariño en una esquina y, sin desnudarse ni ducharse, cayó rendido cual tronco recién cortado sobre la cama -Ismaeeeel vaaaa- y patapúm... Durmió unas catorce horas sobre el dulce colchón. Los dineros ganados en el Edén sumaban tal suculenta cantidad que no hacía falta visitar el país de sus sueños con ninguna clase de prisas.

Al despertar tomó un espléndido desayuno japonés a base de sopa de miso, arroz blanco y pescado a la parrilla. Para beber no perdonó el café y arrinconó el té verde para la tarde-noche. Subió de nuevo a la habitación, cargó una pequeña mochilita de espalda e introdujo Kleenex -era muy mocosín-, su libro, Groucho y yo, y su cámara fotográfica. Al salir del vestíbulo del hotel inspiró con fuerza, abrió con desmedida rapidez sus manos en horizontal para llenarse del aire nipón tan beneficioso, pero tan loco estaba de alegría que no calculó bien la trayectoria de sus largas manos y golpeó en la nariz a un enjuto anciano japonés de vestido trajeado que poseía todo el cuello tatuado. Inmediatamente, cuatro hombres vestidos de riguroso negro, con similares tatuajes en el cuello, surgieron por los lados del hombre. El primero le propinó tal puñetazo a Ismael que este cayó redondo al suelo. Después de una consecución de honorables golpes, sin intención de matar, le dejaron en paz. Al escritor le dolía hasta el tuétano, pero aquel pequeño incidente no haría que sus merecidas vacaciones como ganador del Edén fueran perturbadas. Renqueando, con la pierna un poco fastidiosa, y aun con legañas en los ojos, se dirigió al destino marcado en el mapa.

A medida que caminaba y la alegría se apoderaba de él sentía menos el dolor. El buen humor comenzó a instalarse en su optimista alma, pues a pesar de los sinsabores de la existencia era un hombre con una innegable actitud positiva. Al llegar al parque observó que en una tarima se celebraba lo que parecía un festival de canto karaokizado. Una pantalla gigante transcribía en inglés y japonés las letras de las canciones; aunque predominaban canciones de estilo J-pop y K-pop, también se podía escuchar las comerciales baladas estadounidenses de los cantantes de moda, y ocasionalmente algún cantante más exótico. Le hubiera gustado acercarse a la tarima y cantar algo delante de toda la gente congregada en el improvisado festival, pero le asustaba sobremanera hablar en público. Se alejó buscando la tranquilidad de un banco de madera. Los cerezos en flor abrían sus pétalos y mecían sus ramas ante la agradable brisa que soplaba. El camino de tierra con pequeñas piedras le conducía hasta un pequeño banquito de madera situado detrás de una fila de hermosas aucubas, unas plantas verdosas de enormes hojas, bien cuidadas que separaban con elegancia el camino de la zona de reposo... Una hermosa japonesa surgió de repente de detrás de las plantas, el pecho blando de la muchacha impactó contra el torso de Ismael y el hombro le propinó un fuerte golpe a la altura del riñón; aunque bajita y de constitución delgada, el inesperado golpe hizo trastabillar al escritor, este perdió el equilibrio y la inercia le envío en dirección contraria, justo contra una homónima fila de arbustos situados al otro lado del sendero. Shitsurei shimasu pronunció la muchacha vehemente con rostro de auténtico arrepentimiento, pero no paró de correr y continuó en dirección hacia el espectáculo de canciones; los hombres trajeados, los mismos que habían asestado una pequeña paliza de bienvenida al escritor, la seguían de cerca. Por suerte para Ismael caído de espaldas, con ramas y hojas por toda la cara, no repararon en su presencia.
«¿Qué chica tan linda? ¿Por qué la perseguirán esos malvados? ¿Serán yakuzas?», al levantarse notó un bulto en el bolsillo de la chaqueta que antes no tenía. Metió la mano y extrajo un colgante. La cadena dorada poseía una bonita piedra azulada encasquetada en medio de una circunferencia plateada. Al incidir los rayos de luz sobre la piedra lanzó destellos hermosos al aire. Guardó la joya de nuevo en el mismo bolsillo y tomó asiento en el ansiado banco de madera oculto del camino principal por la alta fila de aucubas. Observó en derredor, pero ya no había rastro de la chica ni de los yakuzas. La tarima del karaoke quedaba en el limbo de lo suficientemente cerca y lejos, ya que si no prestaba atención podía no escuchar las melodías, pero por otra parte las canciones podían ser escuchadas si así lo deseaba.
Extrajo Groucho y yo, el volumen no muy pesado, arrancaba con una fotografía en portada de un envejecido Julius Henry Marx; bigote blanco, gran puro en los labios y un bocadillo, al más puro estilo de las viñetas de cómic, donde el lector observaba al alter ego de Julius, un Groucho Mark acaramelado con una hermosa mujer que observaba al humorista extasiada. Ismael abrió el libro por la página donde tenía el punto de libro de Smoking Dead, lo situó en la primera página y continuó leyendo; mientras, el cansancio y los recientes sustos comenzaban a realizar mella en los ojos, que a pesar de querer leer, se entornaban con lentitud...

—¿Qué lee? —Una voz socarrona le arrancó de la divertida lectura. Se giró y abrió, tal búho, los ojos en una redondez pasmosa.
Un hombre de complexión delgada, con un inmenso bigote negro rectangular, peinado con una impecable raya en medio del cabello bien almidonada, gafas redondas y de sonrisa pícara le dirigía una mirada traviesa. La boca de Ismael se desencajó, ante él la mismísima visión de Groucho Marx en su máximo esplendor le sonreía. La mudez se apoderó del joven escritor y los ojos, aún abiertos como lo de un búho, observaban incrédulos la aparición.
—Observo, Jovencito; que prefiere estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente.
—No, yo... —Salivó un poco e intentó no parecer tan tonto como se supone que todo buen escritor debe parecer—. Estaba... leyéndole.
El hombrecillo, pues no era muy alto, se acercó con diligencia hasta su lado y tomó asiento.
—¡Qué honor! Pero no me hable de usted, por favor, aunque yo si le trataré así. Buen libro, ciertamente algo vetusto, pero sigue siendo gracioso. ¿Qué ven mis ojos? ¿Y esa cadenita dorada que asoma inquieta en el bolsillo de su chaqueta? Amigo, ¿acaso colecciona joyas de fantasía nipona?
Ismael, quien extrajo con rapidez la joya en su mano, sostuvo entre los dedos pulgar e índice el colgante encontrado después del fortuito choque con la hermosa chica japonesa.
—¿Sabes de quién es?
—Me ofende, por supuesto que lo sé. Yo sé todo lo que sé, menos aquello que no sé. ¡Qué cosas de decirme! —Groucho gruñó alegre y continuó el monólogo—. Pero deberá pagarme para obtener dicha información.
—¿Cuánto debo pagarle?
—¿Cuánto? Me ofende de nuevo, no cuánto, si no ¡cómo!
—¿Cómo? Perdona Groucho, no comprendo. —La cara de Ismael se transfiguró en un antiguo poema del cantar de mio Cid.
—¡Qué juventud tan apocada! No importan los cuántos sino los cómos. ¿Por qué un viejo humorista debería aceptar algo tan ingrato como el dinero? Vil metal que solo ayuda a sucios banqueros, políticos corruptos y prevaricadores jueces. ¡Cómo! ¡Cómo! Empápese bien de ese palabro si desea llegar a ser algo en la vida, aunque algo nunca cayó bien a nadie.
Ismael parpadeó con viveza, una gota de perlado sudor le bajó por la sien y tragó de nuevo saliva.
—Y... —dudó—. ¿Cómo debo pagarle?
—Hete aquí una inteligente cuestión al fin. ¡Hay tantas cosas en la vida más importantes  que el dinero... pero cuestan tanto! ¿Qué es lo que le da miedo, mi entrañable joven compañero?
Tragó saliva y rememoró aquella vez en quinto de EGB -primaria digasemelé- cuando la maestra Antonia Badmilk le hizo salir a la pizarra y le obligó a deletrear la tabla del siete. Se encasquillaba al llegar al siete por ocho... Las risas de la clase completa y la posterior amonestación de la señorita Badmilk le avergonzaron, quizá... más de lo que el paso del tiempo debería haber permitido a un ingeniero hecho y derecho como lo era él.
—Me da miedo... hablar en público.
Groucho propinó una larga calada a su enorme puro y observo -acción que no había dejado de hacer— a Ismael.
—Pues debe cantar Happy Birthday Mr. President de Marilyn Monroe.
—¿Qué? —dijo Ismael en esa simpleza del lenguaje que es el decir.
—¡Qué no, cómo! —gruñó Groucho sin fiereza pero si con cierta irritación—. ¡Cómo! ¿Recuerda?
Ismael negó con la cabeza, un tanto aturdido por intentar seguirle el ritmo a aquella mente tan despierta, pero recobrado del estupor se animó a continuar bajo la atenta observación de la ávida mirada bajo el amparo de aquellas pobladas cejas.
—¿Cómo? —preguntó al fin.
—Bien sencillo, amigo. ¿Observa la lejana tarima del karaoke?
Ismael gesticuló con aquiescencia girando el rostro para observar el no muy lejano espectáculo de luces y canciones.
—Vaya allí... y márquese un buen birthday al estilo Monroe.
—Pero... no puedo. ¡Es mucha vergüenza!
Groucho se levantó del banco, una brisa suave avivó la llama en la punta del puro. Levantó su mano derecha y miró en dirección a la muñeca, con la otra mano repiqueteó con suave insistencia la superficie acristalada del reloj.
—O está muerto o se ha parado mi reloj. —Gruñó de nuevo y con actitud amable extendió la mano en dirección a Ismael que retiró de súbito—. Mejor... La próxima vez que lo vea, recuérdeme no saludarlo.
Dicha esta frase le asestó un duro golpe con su bastón en la cabezota a Ismael, quien se desmayó.
El escritor abrió los ojos de nuevo, su libro Groucho y yo estaba caído en el césped a los pies del banco. A lo lejos, la gente aplaudía a un improvisado cantante, que entregaba el micrófono a una mujer. Guardó el libro en la mochila, cerró la cremallera y caminó en dirección al caldeado ambiente de canciones.

Comenzó a abrirse paso entre la gente, algunos niños, hombres asiáticos, jóvenes, turistas con cámaras fotográficas, preciosas mujeres de ojos rasgados y en ese momento un camión de la cadena Tokyomira aparcó a lado del escenario. Observaba la tarima con cierto pesar, las tripas le hacían ruidos extraños; el malestar, el nerviosismo y el miedo crecían en su interior. No avanzó ni un paso más en dirección a la plataforma. En ese momento, un hombre trajeado de negro señaló el bolsillo de su chaqueta por el que asomaba el dorado colgante. «Mierda con la joyita», murmuró mientras los yakuza se le acercaban con caras de pocos amigos. Comenzó a correr dando empujones entre la gente; un nuevo matón le cortó el paso, retrocedió, pero dos metros más atrás un tercer hampón, también de negro, le cortaba la retirada. Solo quedaba libre el acceso a la escalera en dirección al escenario y, con pasos ágiles, subió los escalones de dos en dos.
La presentadora del evento, una mujer de piel blanca, ojos rasgados, pelo corto, minifalda kawaii, orejeras de gato en el pelo y una inmensa sonrisa en el rostro le entregó el micrófono a Ismael.
—Where are you from? —Le preguntó en un excelente inglés percatándose de la lejanía del recién llegado.
—Yo, esto... —Tragó saliva—. I mean. I am Spanish.
Un alargado ooohhh surgió de algunos gargantas. La presentadora aplaudió con elegancia y dirigió unas frases al público de mayoría japonesa. Algunas risas se escaparon de la boca de los congregados, pero no existía malicia en la broma; después, se giró de nuevo hacia Ismael y le entregó el micrófono.
—What song do you want to sing?
Happy... birth... Happy birthday Mr. President of... —tartamudeó un poco— of Marilyn Monroe.
El rostro de la presentadora realizó una mueca extraña pero en seguida recuperó la sonrisa y levantó el pulgar en dirección al cielo. Le dio la espalda y se alejó a una esquina detrás de las improvisadas cortinas que hacían las veces de bambalina. Con el micrófono en la mano y sudando un mar de gotas saladas, observó las dos salidas del escenario. A cada lado dos trajeados yakuza le observaban con cara de pocos amigos. Dos hampones más estaban situados entre el público. Y tragó saliva.... de nuevo.
La reconocida tonadilla de cumpleaños comenzó a sonar, pero Ismael se quedó congelado en medio de la pista de madera; de su boca no surgía ni una sola palabra. Algunos entre el público comenzaron a señalarle y de nuevo, como años atrás, la ansiedad comenzó a crecer dentro de él. Tragar saliva seguía sin ayudarle a articular palabra. De repente -las cosas raras siempre suceden de repente- un pequeño tumulto se formó a los pies del escenario, la chica que había chocado con él huía de los yakuza situados entre el público. Sin pensárselo, Ismael le tendió una mano, ella la vio y rápido la asió. La chica pesaba poco, un ligero salto y la colosal fuerza de Ismael hizo el resto. La muchacha ya estaba al lado de él en el escenario. Ahora los espectadores no reían, observaban a la pareja sin llegar a comprender que sucedía. La chica se le acercó, posó sus manos sobre las manos de él y, dirigiéndose a la audiencia, pronunció un largo discurso -obviamente en japonés - que arrancó un nuevo ooooohhhhh más largo que el anterior. La música paró y ella, sin soltarle las manos a Ismael, le sonrió. La muchacha le dijo algo en japonés pero él no entendió. Ismael le replicó con una frase en inglés, pero ella tampoco comprendió. Al final, ella gesticuló con sus manos alrededor del cuello, como sosteniendo un colgante. Ismael comprendió al acto, sacó la joya de su bolsillo y se la entregó. Ella la agarró con una gran sonrisa y, sin soltarle de la mano, le susurró al oído: Happy Birthday Mr. President... Entendió que le animaba a cantar juntos. Tragó saliva y acercó el micrófono a la cara de la chica; por su lado la chica sostenía el colgante en alto con una mano y con la otra agarraba el micrófono para situarlo en medio de las caras de ambos. Las palabras Happy Birthday Mr. President surgieron de la voz de Ismael resonando con hermosa armonía con la de la joven. Y desde aquel extraño-onírico-fantasioso día nunca más tuvo miedo de hablar en público.

Epílogo:

En fin... podría narraros que sucedió después de aquel bello canto de Ismael agarrado de la mano con aquella hermosa mujer asiática. También, como narrador omnisciente y omnipresente que soy os podría contar lo que Groucho no contó al bueno de Ismael: que el colgante pertenecía a Mariko, hija del jefe yakuza Mushopego Kehagodayno de Tokyo; sí, estimados, una aburrida historia de mafia japonesa, gánsteres nipones, honorabilidades rotas e hijas despechadas. No entender idiomas es un problema, sobre todo cuando una bella joven japonesa, para poder huir de su padre y de sus secuaces se compromete en público con un desconocido en un evento público. El honor nipón no funciona exactamente como nosotros los occidentales imaginamos, es más sutil, si una hija dice que se casa ante miles de personas, con una cadena de televisión grabando y ofreciendo un presente milenario perteneciente a la familia... pues, eso quiere decir exactamente... eso. La honorabilidad -fuera lo que fuese que estaba en juego- se recuperó e Ismael se vio forzado ante las graciosas circunstancias a contraer nupcias en una bonita ceremonia sintoísta con Mariko. Cabría añadir que todo sucedió ante la atenta vigilancia del padre, el honorable patriarca yakuza Mushopego, que no dejaba de prestar atención a su extraño yerno de ojos redondos.


Quizá, lo más gracioso de todo el asunto, era el chichón que llevaba en la cabeza Ismael y que aún no se le había marchado...

--FIN--

Datos del receptor:
Nombre: Ismael Manzanares
Aficiones: Pasear en soledad, leer
Lugar: Japón
Edad: 41
Trabajo: Ingeniero
Miedo: Hablar en público
     Consigna: Relato de humor en el que aparezca o se mencione a Groucho Marx,