Por Sergio Bonavida Ponce.
Ganar la XVI edición de versus, patrocinada por El Edén de los Novelistas Brutos con un premio en metálico de dos millones de pesos argentinos, permitió a Ismael Manzanares cumplir su sueño de revisitar Japón con calma y tranquilidad. Agarró su maleta de viaje -la que tenía pegatinas de Tokio, Osaka, Kioto, Nagasaki y Chimpún- e introdujo calcetines, calzones, pantalones, camisetas y su antigua cámara Canon para emular a los nipones en su afán de inmortalizar los viajes. También añadió al contenido de su maleta, que estaba hinchada hasta los topes, un libro: Groucho y yo. El libro, de humor, se lo leería en algún parquecito urbano de esos que tanto predominaban en el país nipón.
Ganar la XVI edición de versus, patrocinada por El Edén de los Novelistas Brutos con un premio en metálico de dos millones de pesos argentinos, permitió a Ismael Manzanares cumplir su sueño de revisitar Japón con calma y tranquilidad. Agarró su maleta de viaje -la que tenía pegatinas de Tokio, Osaka, Kioto, Nagasaki y Chimpún- e introdujo calcetines, calzones, pantalones, camisetas y su antigua cámara Canon para emular a los nipones en su afán de inmortalizar los viajes. También añadió al contenido de su maleta, que estaba hinchada hasta los topes, un libro: Groucho y yo. El libro, de humor, se lo leería en algún parquecito urbano de esos que tanto predominaban en el país nipón.
Ya con todo lo necesario para tan
opíparo viaje se dirigió al aeropuerto de barajas -desafortunado nombre que no
tiene nada que ver con los juegos de cartas- y aguantó las interminables colas
de embarque, los cacheos corporales, los apretones en clase turista... Todo
ello en el primer vuelo, pues necesitaría realizar tan solo cuatro escalas más
para poder llegar a su destino: Tokio. Después de un viaje corto de tan solo 28
horas -ni el sol tarda tanto en dar la vuelta al mundo- aterrizó, ya por fin,
en al aeropuerto internacional de Haneda, situado a un tiro de piedra de la
capital de Japón. Solicitó un taxi. Pronunció el konnichiwa al que su interlocutor respondió con el riguroso konnichiwa de vuelta; se sentó y disfrutó
de la primera visión de la ciudad desde la ventanilla del vehículo que avanzaba
con honorable orden por las calles relucientes de impoluta limpieza. Una vez
llegado al lujoso Hotel Sakura Tantimao,
entregó una suculenta propina al taxista, pues no quería que se notara que era Español
de la virgen del puño cerrado; agarró la maleta, hizo el chequín en recepción y con su maleta agarrada entre las manos, cual
osito de peluche, entró en la habitación. La depositó con cariño en una esquina
y, sin desnudarse ni ducharse, cayó rendido cual tronco recién cortado sobre la
cama -Ismaeeeel vaaaa- y patapúm... Durmió unas catorce horas sobre el dulce colchón.
Los dineros ganados en el Edén sumaban tal suculenta cantidad que no hacía
falta visitar el país de sus sueños con ninguna clase de prisas.
Al despertar tomó un espléndido desayuno
japonés a base de sopa de miso, arroz blanco y pescado a la parrilla. Para
beber no perdonó el café y arrinconó el té verde para la tarde-noche. Subió de
nuevo a la habitación, cargó una pequeña mochilita de espalda e introdujo Kleenex
-era muy mocosín-, su libro, Groucho y yo,
y su cámara fotográfica. Al salir del vestíbulo del hotel inspiró con fuerza,
abrió con desmedida rapidez sus manos en horizontal para llenarse del aire
nipón tan beneficioso, pero tan loco estaba de alegría que no calculó bien la
trayectoria de sus largas manos y golpeó en la nariz a un enjuto anciano japonés
de vestido trajeado que poseía todo el cuello tatuado. Inmediatamente, cuatro hombres
vestidos de riguroso negro, con similares tatuajes en el cuello, surgieron por
los lados del hombre. El primero le propinó tal puñetazo a Ismael que este cayó
redondo al suelo. Después de una consecución de honorables golpes, sin
intención de matar, le dejaron en paz. Al escritor le dolía hasta el tuétano,
pero aquel pequeño incidente no haría que sus merecidas vacaciones como ganador
del Edén fueran perturbadas. Renqueando, con la pierna un poco fastidiosa, y
aun con legañas en los ojos, se dirigió al destino marcado en el mapa.
A medida que caminaba y la alegría se
apoderaba de él sentía menos el dolor. El buen humor comenzó a instalarse en su
optimista alma, pues a pesar de los sinsabores de la existencia era un hombre
con una innegable actitud positiva. Al llegar al parque observó que en una
tarima se celebraba lo que parecía un festival de canto karaokizado. Una pantalla gigante transcribía en inglés y japonés
las letras de las canciones; aunque predominaban canciones de estilo J-pop y
K-pop, también se podía escuchar las comerciales baladas estadounidenses de los
cantantes de moda, y ocasionalmente algún cantante más exótico. Le hubiera
gustado acercarse a la tarima y cantar algo delante de toda la gente congregada
en el improvisado festival, pero le asustaba sobremanera hablar en público. Se
alejó buscando la tranquilidad de un banco de madera. Los cerezos en flor
abrían sus pétalos y mecían sus ramas ante la agradable brisa que soplaba. El
camino de tierra con pequeñas piedras le conducía hasta un pequeño banquito de
madera situado detrás de una fila de hermosas aucubas, unas plantas verdosas de
enormes hojas, bien cuidadas que separaban con elegancia el camino de la zona
de reposo... Una hermosa japonesa surgió de repente de detrás de las plantas, el
pecho blando de la muchacha impactó contra el torso de Ismael y el hombro le
propinó un fuerte golpe a la altura del riñón; aunque bajita y de constitución
delgada, el inesperado golpe hizo trastabillar al escritor, este perdió el
equilibrio y la inercia le envío en dirección contraria, justo contra una homónima
fila de arbustos situados al otro lado del sendero. Shitsurei shimasu pronunció la muchacha vehemente con rostro de
auténtico arrepentimiento, pero no paró de correr y continuó en dirección hacia
el espectáculo de canciones; los hombres trajeados, los mismos que habían
asestado una pequeña paliza de bienvenida al escritor, la seguían de cerca. Por
suerte para Ismael caído de espaldas, con ramas y hojas por toda la cara, no
repararon en su presencia.
«¿Qué chica tan linda? ¿Por qué la
perseguirán esos malvados? ¿Serán yakuzas?», al levantarse notó un bulto en el
bolsillo de la chaqueta que antes no tenía. Metió la mano y extrajo un
colgante. La cadena dorada poseía una bonita piedra azulada encasquetada en
medio de una circunferencia plateada. Al incidir los rayos de luz sobre la
piedra lanzó destellos hermosos al aire. Guardó la joya de nuevo en el mismo
bolsillo y tomó asiento en el ansiado banco de madera oculto del camino principal
por la alta fila de aucubas. Observó en derredor, pero ya no había rastro de la
chica ni de los yakuzas. La tarima del karaoke quedaba en el limbo de lo suficientemente
cerca y lejos, ya que si no prestaba atención podía no escuchar las melodías,
pero por otra parte las canciones podían ser escuchadas si así lo deseaba.
Extrajo Groucho y yo, el volumen no muy pesado, arrancaba con una
fotografía en portada de un envejecido Julius Henry Marx; bigote blanco, gran
puro en los labios y un bocadillo, al más puro estilo de las viñetas de cómic,
donde el lector observaba al alter ego de Julius, un Groucho Mark acaramelado
con una hermosa mujer que observaba al humorista extasiada. Ismael abrió el
libro por la página donde tenía el punto de libro de Smoking Dead, lo situó en la primera página y continuó leyendo;
mientras, el cansancio y los recientes sustos comenzaban a realizar mella en
los ojos, que a pesar de querer leer, se entornaban con lentitud...
—¿Qué lee? —Una voz socarrona le arrancó
de la divertida lectura. Se giró y abrió, tal búho, los ojos en una redondez
pasmosa.
Un hombre de complexión delgada, con un
inmenso bigote negro rectangular, peinado con una impecable raya en medio del
cabello bien almidonada, gafas redondas y de sonrisa pícara le dirigía una
mirada traviesa. La boca de Ismael se desencajó, ante él la mismísima visión de
Groucho Marx en su máximo esplendor le sonreía. La mudez se apoderó del joven
escritor y los ojos, aún abiertos como lo de un búho, observaban incrédulos la
aparición.
—Observo, Jovencito; que prefiere estar
callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente.
—No, yo... —Salivó un poco e intentó no
parecer tan tonto como se supone que todo buen escritor debe parecer—. Estaba...
leyéndole.
El hombrecillo, pues no era muy alto, se
acercó con diligencia hasta su lado y tomó asiento.
—¡Qué honor! Pero no me hable de usted,
por favor, aunque yo si le trataré así. Buen libro, ciertamente algo vetusto,
pero sigue siendo gracioso. ¿Qué ven mis ojos? ¿Y esa cadenita dorada que asoma
inquieta en el bolsillo de su chaqueta? Amigo, ¿acaso colecciona joyas de
fantasía nipona?
Ismael, quien extrajo con rapidez la
joya en su mano, sostuvo entre los dedos pulgar e índice el colgante encontrado
después del fortuito choque con la hermosa chica japonesa.
—¿Sabes de quién es?
—Me ofende, por supuesto que lo sé. Yo
sé todo lo que sé, menos aquello que no sé. ¡Qué cosas de decirme! —Groucho
gruñó alegre y continuó el monólogo—. Pero deberá pagarme para obtener dicha
información.
—¿Cuánto debo pagarle?
—¿Cuánto? Me ofende de nuevo, no cuánto,
si no ¡cómo!
—¿Cómo? Perdona Groucho, no comprendo.
—La cara de Ismael se transfiguró en un antiguo poema del cantar de mio Cid.
—¡Qué juventud tan apocada! No importan
los cuántos sino los cómos. ¿Por qué un viejo humorista debería aceptar algo
tan ingrato como el dinero? Vil metal que solo ayuda a sucios banqueros,
políticos corruptos y prevaricadores jueces. ¡Cómo! ¡Cómo! Empápese bien de ese
palabro si desea llegar a ser algo en la vida, aunque algo nunca cayó bien a nadie.
Ismael parpadeó con viveza, una gota de
perlado sudor le bajó por la sien y tragó de nuevo saliva.
—Y... —dudó—. ¿Cómo debo pagarle?
—Hete aquí una inteligente cuestión al
fin. ¡Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero... pero cuestan tanto! ¿Qué es
lo que le da miedo, mi entrañable joven compañero?
Tragó saliva y rememoró aquella vez en
quinto de EGB -primaria digasemelé-
cuando la maestra Antonia Badmilk le hizo salir a la pizarra y le obligó a
deletrear la tabla del siete. Se encasquillaba al llegar al siete por ocho...
Las risas de la clase completa y la posterior amonestación de la señorita
Badmilk le avergonzaron, quizá... más de lo que el paso del tiempo debería
haber permitido a un ingeniero hecho y derecho como lo era él.
—Me da miedo... hablar en público.
Groucho propinó una larga calada a su
enorme puro y observo -acción que no había dejado de hacer— a Ismael.
—Pues debe cantar Happy Birthday Mr. President de Marilyn Monroe.
—¿Qué? —dijo Ismael en esa simpleza del
lenguaje que es el decir.
—¡Qué no, cómo! —gruñó Groucho sin
fiereza pero si con cierta irritación—. ¡Cómo! ¿Recuerda?
Ismael negó con la cabeza, un tanto
aturdido por intentar seguirle el ritmo a aquella mente tan despierta, pero
recobrado del estupor se animó a continuar bajo la atenta observación de la ávida
mirada bajo el amparo de aquellas pobladas cejas.
—¿Cómo? —preguntó al fin.
—Bien sencillo, amigo. ¿Observa la lejana
tarima del karaoke?
Ismael gesticuló con aquiescencia
girando el rostro para observar el no muy lejano espectáculo de luces y
canciones.
—Vaya allí... y márquese un buen birthday al estilo Monroe.
—Pero... no puedo. ¡Es mucha vergüenza!
Groucho se levantó del banco, una brisa
suave avivó la llama en la punta del puro. Levantó su mano derecha y miró en
dirección a la muñeca, con la otra mano repiqueteó con suave insistencia la
superficie acristalada del reloj.
—O está muerto o se ha parado mi reloj.
—Gruñó de nuevo y con actitud amable extendió la mano en dirección a Ismael que
retiró de súbito—. Mejor... La próxima vez que lo vea, recuérdeme no saludarlo.
Dicha esta frase le asestó un duro golpe
con su bastón en la cabezota a Ismael, quien se desmayó.
El escritor abrió los ojos de nuevo, su
libro Groucho y yo estaba caído en el
césped a los pies del banco. A lo lejos, la gente aplaudía a un improvisado cantante,
que entregaba el micrófono a una mujer. Guardó el libro en la mochila, cerró la
cremallera y caminó en dirección al caldeado ambiente de canciones.
Comenzó a abrirse paso entre la gente,
algunos niños, hombres asiáticos, jóvenes, turistas con cámaras fotográficas,
preciosas mujeres de ojos rasgados y en ese momento un camión de la cadena
Tokyomira aparcó a lado del escenario. Observaba la tarima con cierto pesar,
las tripas le hacían ruidos extraños; el malestar, el nerviosismo y el miedo
crecían en su interior. No avanzó ni un paso más en dirección a la plataforma. En
ese momento, un hombre trajeado de negro señaló el bolsillo de su chaqueta por
el que asomaba el dorado colgante. «Mierda con la joyita», murmuró mientras los
yakuza se le acercaban con caras de pocos amigos. Comenzó a correr dando empujones
entre la gente; un nuevo matón le cortó el paso, retrocedió, pero dos metros
más atrás un tercer hampón, también de negro, le cortaba la retirada. Solo
quedaba libre el acceso a la escalera en dirección al escenario y, con pasos
ágiles, subió los escalones de dos en dos.
La presentadora del evento, una mujer de
piel blanca, ojos rasgados, pelo corto, minifalda kawaii, orejeras de gato en el pelo y una inmensa sonrisa en el
rostro le entregó el micrófono a Ismael.
—Where are you from? —Le preguntó en un
excelente inglés percatándose de la lejanía del recién llegado.
—Yo, esto... —Tragó saliva—. I mean. I
am Spanish.
Un alargado ooohhh surgió de algunos gargantas. La presentadora aplaudió con
elegancia y dirigió unas frases al público de mayoría japonesa. Algunas risas
se escaparon de la boca de los congregados, pero no existía malicia en la broma;
después, se giró de nuevo hacia Ismael y le entregó el micrófono.
—What song do you want to sing?
—Happy... birth... Happy birthday Mr.
President of... —tartamudeó un poco— of
Marilyn Monroe.
El rostro de la presentadora realizó una
mueca extraña pero en seguida recuperó la sonrisa y levantó el pulgar en
dirección al cielo. Le dio la espalda y se alejó a una esquina detrás de las
improvisadas cortinas que hacían las veces de bambalina. Con el micrófono en la
mano y sudando un mar de gotas saladas, observó las dos salidas del escenario.
A cada lado dos trajeados yakuza le observaban con cara de pocos amigos. Dos
hampones más estaban situados entre el público. Y tragó saliva.... de nuevo.
La reconocida tonadilla de cumpleaños
comenzó a sonar, pero Ismael se quedó congelado en medio de la pista de madera;
de su boca no surgía ni una sola palabra. Algunos entre el público comenzaron a
señalarle y de nuevo, como años atrás, la ansiedad comenzó a crecer dentro de
él. Tragar saliva seguía sin ayudarle a articular palabra. De repente -las
cosas raras siempre suceden de repente- un pequeño tumulto se formó a los pies
del escenario, la chica que había chocado con él huía de los yakuza situados
entre el público. Sin pensárselo, Ismael le tendió una mano, ella la vio y
rápido la asió. La chica pesaba poco, un ligero salto y la colosal fuerza de
Ismael hizo el resto. La muchacha ya estaba al lado de él en el escenario.
Ahora los espectadores no reían, observaban a la pareja sin llegar a comprender
que sucedía. La chica se le acercó, posó sus manos sobre las manos de él y, dirigiéndose
a la audiencia, pronunció un largo discurso -obviamente en japonés - que
arrancó un nuevo ooooohhhhh más largo
que el anterior. La música paró y ella, sin soltarle las manos a Ismael, le
sonrió. La muchacha le dijo algo en japonés pero él no entendió. Ismael le replicó
con una frase en inglés, pero ella tampoco comprendió. Al final, ella gesticuló
con sus manos alrededor del cuello, como sosteniendo un colgante. Ismael comprendió
al acto, sacó la joya de su bolsillo y se la entregó. Ella la agarró con una
gran sonrisa y, sin soltarle de la mano, le susurró al oído: Happy Birthday Mr. President... Entendió
que le animaba a cantar juntos. Tragó saliva y acercó el micrófono a la cara de
la chica; por su lado la chica sostenía el colgante en alto con una mano y con
la otra agarraba el micrófono para situarlo en medio de las caras de ambos. Las
palabras Happy Birthday Mr. President
surgieron de la voz de Ismael resonando con hermosa armonía con la de la joven.
Y desde aquel extraño-onírico-fantasioso día nunca más tuvo miedo de hablar en
público.
Epílogo:
En fin... podría narraros que sucedió
después de aquel bello canto de Ismael agarrado de la mano con aquella hermosa
mujer asiática. También, como narrador omnisciente y omnipresente que soy os
podría contar lo que Groucho no contó al bueno de Ismael: que el colgante
pertenecía a Mariko, hija del jefe yakuza Mushopego Kehagodayno de Tokyo; sí, estimados, una aburrida historia de mafia japonesa, gánsteres
nipones, honorabilidades rotas e hijas despechadas. No entender idiomas es un
problema, sobre todo cuando una bella joven japonesa, para poder huir de su
padre y de sus secuaces se compromete en público con un desconocido en un
evento público. El honor nipón no funciona exactamente como nosotros los
occidentales imaginamos, es más sutil, si una hija dice que se casa ante miles
de personas, con una cadena de televisión grabando y ofreciendo un presente
milenario perteneciente a la familia... pues, eso quiere decir exactamente...
eso. La honorabilidad -fuera lo que fuese que estaba en juego- se recuperó e
Ismael se vio forzado ante las graciosas circunstancias a contraer nupcias en
una bonita ceremonia sintoísta con Mariko. Cabría añadir que todo sucedió ante
la atenta vigilancia del padre, el honorable patriarca yakuza Mushopego, que no
dejaba de prestar atención a su extraño yerno de ojos redondos.
Quizá, lo más gracioso de todo el
asunto, era el chichón que llevaba en la cabeza Ismael y que aún no se le había
marchado...
--FIN--
Datos del receptor:
Nombre:
Ismael Manzanares
Aficiones:
Pasear en soledad, leer
Lugar:
Japón
Edad:
41
Trabajo:
Ingeniero
Miedo:
Hablar en público
Consigna: Relato de humor en el que aparezca o se mencione a Groucho Marx,
Consigna: Relato de humor en el que aparezca o se mencione a Groucho Marx,
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