lunes, 14 de noviembre de 2016

El Señor Presidente


Los demás lo llaman "la caverna". Y a él, "el monstruo". Para él, es su santuario. Y él es Dios. Resuenan los acordes iniciales de "Carmina Burana" bajo la elevada bóveda, de cuyo óculo central cae un único haz de luz que atraviesa los densos vapores. En la penumbra, seis gárgolas vomitan las aguas oscuras de las que emerge el cráneo sin pelo del Excelentísimo Señor Presidente Constitucional de la República. Una profunda cicatriz baja por su rostro, cruzando en diagonal el ojo vaciado, la nariz quebrada, los labios partidos. Asciende su monstruosa humanidad de ciento cincuenta kilos repartidos en dos metros y un centímetro. Sube por la amplia escalinata de mármol, aferrándose con fuerza al pasamanos. Se cubre con la bata. Se calza las sandalias. Se sirve otra copa de ajenjo. Coge el bastón y empieza a renquear por las baldosas, iniciando así su acostumbrado paseo nocturno por las altas galerías del Palacio de Gobierno. Su palacio.
A su izquierda contempla la ciudad que duerme al otro lado del río. La contempla a través de los vitrales que narran las más importantes hazañas de sus casi tres décadas en el poder, sirviendo sacrificadamente a su amado pueblo. Algunos traidores a la patria intentaron interrumpir la esforzada obra de su gobierno. Mas la Providencia, que acompaña siempre a los justos, permitió que fuesen derrotados. Aunque en varias partes de su cuerpo quedasen las marcas de esos atentados. Y, como en las más apoteósicas construcciones de la historia, los cuerpos de los enemigos de la Patria pasaron a formar parte de cimientos y paredes de este imponente palacio. Dios bendiga a la Patria.
El Señor Presidente arrastra los hinchados pies gotosos por la penumbra espesa, apenas interrumpida por las franjas de luz lechosa que arroja la luna llena a través de los vitrales, tiñéndolo todo con una tonalidad azulina. Frente a esa ventana se yergue el añoso roble bajo el cual se apostaron los jefes gremiales para protestar cuando asumió el poder. Eso quiere decir que ahora, al pasar junto a esa ventana, camina sobre sus cuerpos cubiertos de cal. Bebe un largo sorbo. Sigue andando, apoyado en su bastón como un venerable patriarca. Contempla la terraza que se abre sobre el río varios metros más adelante, tras aquel recodo. Veintiocho banqueros organizaron una huelga de hambre cuando se les expropió sus bancos. Esa terraza está elevada varios metros sobre el río. Pocos saben que la prominencia original era algunos centímetros más baja. Aproximadamente la altura de veintiocho cuerpos calcinados. Bebe otro trago.
Entonces oye el primer ruido.
Es como un largo lamento. Un sonido gutural, inhumano, que se rompe hacia el final en un quiebre agudo. El Señor Presidente no puede evitar el escalofrío que recorre su espalda torcida. Se detiene. Recorre con la mirada ambos extremos de la galería vacía. Mira hacia arriba, pero sólo ve las pesadas arañas que penden de las vigas sobre su cabeza, tintineando con el aire frío de la noche, como descomunales atrapasueños de cristal. Se arrebuja en su bata. Bebe otro largo trago, pensando en aquellos que decían ser sus camaradas y lo apuñalaron por la espalda. Literalmente.
    De ahí colgaban, los bastardos, como guayabas maduras, pataleando con la lengua afuera.
Oligarcas vendepatria, gremios obstruccionistas, traidores sin conciencia. Todos los enemigos de la Patria coludidos contra él.
    ¡Sangre!
El ronco bramido llena la galería, retumbando en sus oídos. Apoyando firmemente el bastón en el piso, el Señor Presidente gira en redondo con su único ojo muy abierto.
    ¿Quién está ahí?
    ¡Tus muertos!
El Señor Presidente arroja al piso la copa, que se hace añicos sobre las baldosas. Con la mano libre, empuña el pistolón que lleva siempre escondido bajo la bata.
    ¡Sal de donde estés, cobarde hijo de mil putas!
    Estoy aquí.
El Señor Presidente gira hacia su izquierda, de donde proviene el débil susurro. Ve al pálido hombre semidesnudo de pie junto a la ventana, mirándolo fijamente. Dispara su arma sobre él. Pero el sindicalista ya no está ahí. Los vitrales han estallado en mil fragmentos, permitiendo la entrada de una fuerte corriente helada. El Señor Presidente tiembla.
    Estoy aquí.
El Señor Presidente gira hacia su derecha. El aristocrático caballero vestido de frac lo contempla a través del monóculo. Tiene la mitad del cráneo rota; sus sesos sanguinolentos parecen palpitar.
    ¿Quién mierda eres? ¿Quiénes son?
    ¡Tus muertos!
Dispara con furia sobre él. Pero el banquero ya no está ahí.
    ¡Yo no tengo muertos!
Un reloj deja oír en alguna parte sus broncas campanadas. El Señor Presidente observa el cielo. Nubes negras lo han cubierto casi todo. Pero se puede apreciar aún la luna en lo alto. Es medianoche. Hoy su revolución cumple treinta gloriosos años.
    ¡Feliz día!
Ve a su hermano junto al muro. No lo ve viejo, como él. Lo ve vestido con su uniforme de gala, joven y gallardo, como entonces, cuando se levantaron en armas juntos en una lejana guarnición perdida entre las montañas. Pero lo traicionó. Traicionó a la causa. Lo traicionó a él. Fue el primer gran traidor en ser ejecutado.
Descarga su arma sobre él, hasta vaciarla por completo.
    "¡Revolución o muerte!" ¿Recuerdas?
Arroja el arma vacía. Levanta en alto el bastón, empuñándolo como una espada. Lo coge con ambas manos. Con un rápido movimiento, desenvaina la brillante hoja de metal. Se arroja sobre el oficial en uniforme de gala.
    ¡Muerte!
Lo traspasa por completo. La hoja queda trabada entre las piedras. Debe emplear todas sus fuerzas para intentar zafarla. Lo consigue cuando el reloj da su última campanada. Entonces la tormenta estalla. La hoja sale junto a una de las piedras, que rueda a sus pies. Relumbra el primer relámpago. En el vacío que queda en el muro aparece una cabeza. Tiene la boca abierta, como si hasta el último instante hubiese intentado infructuosamente llevar aire a sus pulmones. El Señor Presidente retrocede varios pasos. Retumba el trueno. En las cuencas de los ojos de la cabeza dos cucarachas se agitan como una mirada inquieta. La mandíbula se mueve. La voz retumba, como el trueno.
    ¡Muerte!
Sin el apoyo de su bastón, el tambaleante Señor Presidente trastabilla. Pierde el equilibrio. Cae sobre su espalda, con un crujido de huesos viejos. Deja escapar un grito ahogado. Y así se queda, agitando los brazos como una cucaracha.
    ¡Muerte!
Con gran esfuerzo, el Señor Presidente logra girar sobre sí mismo, apoyándose sobre el prominente vientre. Y así se arrastra por el suelo.
Ahora parece un gusano.
Las piernas no le responden. Debe valerse únicamente de sus brazos para avanzar, arrastrándose por las baldosas. Hasta que en sus manos se clavan los vidrios rotos. Lanza un alarido. Mira sus manos ensangrentadas. Y las baldosas mojadas. No, no es sangre.
    ¡Es el ajenjo!
Lanza una carcajada que se multiplica al infinito. Vuelve a darse la vuelta para encarar a sus muertos.
    ¡Ustedes no existen! ¡No están ahí! ¡Es sólo una alucinación! ¡Es el ajenjo!
Sus muertos rodean al Señor Presidente.
    ¡Ustedes no existen!
La espada atraviesa el vientre del Señor Presidente, cuyo alarido deja impávidos a sus muertos. Logra arrancarse la espada. Se da la vuelta. Se arrastra por el suelo, dejando un rojo rastro de sangre, hacia el agujero de la ventana. Su única esperanza sería arrojarse al río.
Si el cauce no estuviese seco.
    ¿Recuerdas por qué nos sublevamos un día como hoy? Porque nos apremiaba la época de lluvias. Si demorábamos más, no podríamos vadear los ríos. Hoy es la primera lluvia. Como entonces.
A través del agujero, el Señor Presidente ve la lluvia precipitarse furiosa desde el cielo negro. Ve los relámpagos alumbrar el cauce seco. Oye los truenos retumbar en el lecho vacío. Ve crecer el charco que forma la lluvia sobre las baldosas al pie del agujero. Ve reflejado en él el cielo negro y los relámpagos.
    ¡Es el ajenjo, el maldito ajenjo!
    ¡Somos tus muertos!
El Señor Presidente termina de arrastrarse hasta el agujero. Tal vez habría podido dar la vuelta al recodo, llegar a la terraza, escapar... Pero resbala en ese charco que refleja el cielo. Se precipita al vacío sin saber dónde es arriba y dónde es abajo. Cuál es el cielo y cuál el abismo. Y su último pensamiento es que nunca lo supo. Porque, desde donde él flota ingrávido, se ven exactamente iguales.
    ¿Se resbaló?
    Yo creo que se arrojó.
    ¿Habrá sido el ajenjo?
    Repetía que no tenía muertos.
    El maldito mató a más gente que la peste.
    Yo no cometeré ese error.
Los demás observan al del uniforme de gala. Éste prosigue.
    ¿Por qué eliminar a los adversarios, si puedes comprar sus conciencias y mantenerlos fieles a ti, rendidos y serviles?
    ¡Muy cierto!
    ¡En efecto, tiene razón!
    ¡Es usted muy sabio, Señor Presidente!
El del uniforme  de gala sonríe, mirando a las alimañas que salen a la luz con la primera lluvia.
Sus ojos son dos cucarachas inquietas.


FIN

Consigna: deberás escribir un relato de terror con la POLÍTICA como temática central.

Y el monje desnudo tenía razón


     El monje desnudo saludó sin inmutarse ante mi mirada de asombro. Estrechó mi mano y me deseó buen día; luego se inclinó ante el Abad y dijo algo sobre una nueva escultura. El abad me miró consternado pero guardó silencio hasta que el monje, en bolas, se alejó por el pasillo.
     Es el hermano Joaquín. Es un artista aclaró como si eso explicara el espectáculo que acababa de presenciar. ¿Continuamos?
     Me guió a través de un callejón bordeado de bugambilias moradas y me indicó que tuviese cuidado con las espinas. Yo estaba extasiado. Había peleado contra cielo, mar y tierra para que alguien me consiguiera un permiso para poder recorrer  el convento y cuando lo logré, me sentí pequeño ante la majestuosidad del recinto. Desde que comencé a escribir me obsesioné con las esculturas de los templos de la época de la colonia. Mientras España tuvo el control de más de la mitad del mundo, centenares de escultores fueron exportados de Europa para adornar extravagantes recintos religiosos por todo el continente, por eso es común en América Latina encontrar templos en medio de la nada con adornos en oro y mármol dignos de Viena o Bruselas.
     El convento de San Felipe Mártir fue construido en medio de la selva Lacandona, sobre un cerro sesgado en la cima para que las bases del convento fueran eternas. Pocas personas, aparte del clero, habían tenido la oportunidad de recorrer sus pasillos y contemplar la obra del escultor Enrico Turé, un italiano nacido en 1675 en Florencia y  muerto en Nueva España en el año 1758, según los datos de la Iglesia, envenenado por el Abad regente de entonces. El motivo de mi insistencia en conocer ese convento, es porque no hay registro de las obras de Enrico en ningún otro lado. Busqué en todas las bibliotecas a mi alcance (pues no confío en todo lo que dice Internet), molesté al cardenal Polinius de Nueva York tantas veces que me contactó con  monseñor Posadas en México, luego me dediqué a molestar al monseñor hasta que una mañana recibí una carta del Abad Rodríguez, rector de San Felipe, invitándome a pasar unos días con ellos. Fue tanta mi emoción que tomé mi equipaje y corrí al aeropuerto.
     Ahora, después de haber atravesado la selva con un guía nativo, cortesía de la iglesia, tenía el corazón acelerado a medida que el Abad me llevaba desde su oficina hasta los jardines donde, según mis investigaciones, encontraría a La Magdalena. Cuando la tuve frente a mí estuve a punto de arrodillarme. No me mal entiendan, nunca he sido religioso, pero ante esa perfección tallada en mármol, tuve el impulso de dar gracias al creador por permitir que algunos de sus hijos fueran capaces de realizar tales obras de arte. La estatua representaba a María Magdalena, de rodillas frente a la tumba cerrada de Jesús. Era de tamaño natural y sus cabellos caían sobre sus hombros con tal naturalidad que miré su pecho esperando captar su respiración. Pero lo que más me impresionaba era su rostro. De rasgos fuertes, cejas anchas y mentón firme, tenía los ojos cerrados y su boca se torcía en una mueca de dolor tan real que causaba lástima.
     El Abad me dejó contemplar a La Magdalena sin decir nada, respetando mi asombro y admiración. Cuando pude separar mis ojos de esa mujer de piedra, me indicó el camino hacia la biblioteca, en silencio. Varias estatuas de Enrico representando árboles, animales y ángeles, nos vigilaban inmóviles desde varios lugares, cada una de ellas impresionante en su naturaleza realista y detallada. Me habían pedido que tomara fotografías sin flash, ya que el Instituto Nacional de Arte e Historia las había declarado como patrimonio mundial y le había dejado al convento la responsabilidad del cuidado y mantenimiento de las mismas.
     La biblioteca era un recinto enorme, construido con cantera traída del centro del país. Al entrar, el contraste de la penumbra con el sol del exterior me dejó ciego por un instante pero, al acostumbrarse mis ojos a la poca luz del interior, pude apreciar enormes estanterías cargadas de libros antiguos y modernos; el olor a libro y tinta me llenó los sentidos, de un modo que sólo los lectores asiduos podemos comprender. El lugar estaba iluminado por unas cuantas lámparas de aceite y por la luz que entraba por los ventanales.
     Enrico pasó más de treinta años en este lugar, embelleciéndolo con sus obras –comentó el Abad en voz baja, era tal su talento y dedicación que los monjes llegaron a considerarlo uno más de la familia, no se le conoció mujer alguna y su única falla era que nunca asistió a misa. Dicen que un artista paga con su obra el precio de la inmortalidad y creo que Enrico logró vivir para siempre entre nosotros, gracias a su trabajo dijo con una sonrisa llena de complacencia.
     Dicen que el Abad de entonces lo envenenó repliqué a sabiendas de que estaba tocando un tema controversial.
     Claro que lo envenenó dijo una voz grave a nuestras espaldas. Estaba loco.
     Me giré sobresaltado y me tope de frente con el hermano Joaquín, quien seguía desnudo. Su cabeza calva armonizaba de maravilla con su barba poblada y canosa, le calculé unos cincuenta años, pero caí en cuenta de que una persona desnuda es difícil de analizar, por no mencionar la incomodidad de tratar de adivinar la edad de alguien cuando su pene se balancea flácido mientras camina a tu lado.
     Lo asesinó porque Enrico Turé usaba técnicas muy poco apreciadas por la sociedad. Su arte era tan realista que llegó a convencer al Abad de que era obra del demonio, pero no tuvo corazón para pedirle que dejara de crear aunque no podía seguir permitiéndoselo.
     Miré al Abad Rodríguez, esperando una explicación o alguna aclaración pero este me señalaba un muro lateral de la biblioteca. Me quedé sin aliento al verlo. Tenía unos veinte metros de alto y unos cien metros de ancho, pero toda la superficie estaba cubierta de esculturas en relieve que representaban la caída de Lucifer al infierno. Había muchos cuerpos tratando de subir, todos con alas mutiladas o miembros faltantes, fundidos en la pared, todos con expresiones de dolor o intensa agonía, mirando a una figura central, también en tamaño natural, al cual se le veía sólo el torso sobresaliendo del montón de cuerpos.
     A primera vista pensé que representaba a Dios o a un ángel, pero era un torso muy humano, detrás del cual sobresalían unas hermosas y dañadas alas de murciélago, tenía las manos extendidas como bendiciendo a los caídos en contraste con su cara de odio encarnizado hacía el espectador. Parecía mostrar, a quien se pusiera enfrente, la masacre que presidia y de la cual no era responsable. No tenía cuernos, ni barbita de cabra, ni uñas largas, representaba al Ángel de la Mañana justo en el momento de ser expulsado, antes de las leyendas, antes de que lo acusáramos de todo lo malo que tenía la humanidad. Sobre su cabeza, escrita con letra gótica se podía leer: Et non meliores quam nobis.
     Ellos no son mejores que nosotros dijo el hermano Joaquín traduciendo sin que se lo pidiera.
     ¿A qué se refiere? pregunté sin dejar de admirar esos realistas rostros atormentados.
     Supongo que a la eterna batalla de Lucifer contra los hombres, quizá un grito de rebeldía, tratando de hacer notar a su padre que los humanos no somos mejores que los ángeles.
     Turé era un genio dije en un suspiro y me acerqué a tocar una mano que salía de la pared, una mano suplicante, como si alguien pidiera ayuda para escapar.
     No lo toque dijo Joaquín con voz autoritaria, por favor. De todas las obras de Enrico en el convento, ésta es la más delicada pues no está hecha en mármol, sino en yeso italiano. Requiere de constantes cuidados y es tan delicada que hemos incluido una oración en cada misa para que no haya una tormenta fuerte o un temblor, pues sería una pérdida total.
     Así es dijo el Abad. Creo que Joaquín es el experto en la obra de Enrico. Si no tiene inconveniente señor Lorca, sugiero que el hermano le cuente todo lo que sabe al respecto mientras yo atiendo algunos asuntos en la rectoría. Lo veré en la cena.
     Y se despidió dejándome con el hermano Joaquín, quien me sonrió complacido. Muchas preguntas se me vinieron a la mente al mismo tiempo. Había tratado de encontrar el origen del escultor, saber algo más de la familia desde que vi en una revista arquitectónica en un café de Barcelona, la fotografía de La Magdalena, y no había encontrado nada más que rumores y negativas de la iglesia para darme acceso al historial, y ahora frente a la obra más hermosa que hubiese contemplado el ser humano y del cual no había fotografías ni bocetos, sólo se me ocurrió preguntar:
     ¿Por qué no va vestido como los demás?
     Porque no soy como los demás dijo con una sonrisa y continuó con la clase. Enrico tenía varias costumbres muy curiosas, y al contrario de lo que dice el Abad Rodríguez, los monjes se sentían consternados con algunas de ellas. Por ejemplo, salía del convento y tardaba días en regresar, pero siempre llegaba con su carreta llena de materiales, o eso decía él. Sacos de yeso, mortero, cantera, herramientas…mármol no, porque la iglesia lo proveía cuando el abad hacía el requerimiento acercó un par de sillas y se sentó en una, con las piernas cruzadas.
     ¿Y por qué les molestaba a los monjes? pregunté más concentrado ahora que no tenía su pene a la vista.
     Porque cada vez, justo después de su regreso, se reportaba una desaparición en los pueblos vecinos. Los lugareños comenzaron a relacionar las visitas de Enrico a sus poblados con las personas constantemente reportadas como perdidas. Las mujeres desaparecidas eran hermosas, se encontraban sus ropas pero nunca sus cuerpos. Los hombres también eran conocidos por la armonía de sus rasgos, pero no se encontró nada.
     ¿Los usaba de modelo?
     Puede ser. El abad controló los rumores por mucho tiempo, hasta que Turé terminó el muro. Ya sabe pueblo chico, infierno grande. O eso dicen. Lo acusaron de hombre lobo o de vampiro, dependiendo del pueblo. Pero él continuó su obra sin detenerse. Le tomó más de diez años ¿sabe? Era un perfeccionista. Lucifer, por ejemplo dijo señalando el rostro pálido, está tan bien proporcionado que si no fuera blanco, uno pensaría que está a punto de bajar a castigarnos por causar que Dios lo expulsara. ¿Ve las alas? Con cierta luz pueden notarse las venas y las grietas entre las mismas. He pasado muchos años frente a este muro y me sé de memoria muchos de los rostros lastimeros que lo adornan. He intentado igualar la técnica con materiales parecidos, pero no estoy ni cerca de lograrlo.
    De pronto el lugar me pareció tenebroso, como una tumba silenciosa cargada de muerte, un escalofrío recorrió mi espalda y le pedí que saliéramos. Asintió y se puso de pie al mismo tiempo que yo. Perdí el equilibrio y al tratar de sostenerme, cometí el error de aferrarme a la mano de yeso que había intentado tocar antes. Evité la caída, pero el dedo índice se desmoronó en mi palma, dejando al descubierto un hueso de falange que continuó señalándome. Cuando caí en cuenta de lo que había hecho, sentí un golpe en la cabeza y comencé a desvanecerme, me sostuve de la misma mano que continuó deshaciéndose revelando una estructura ósea, escalofriantemente humana, luego perdí la conciencia.
     Desperté en una habitación muy iluminada. Estaba desnudo, sobre una estera de yute en el piso. Me dolía la cabeza horrores pero me las arreglé para mirar a mí alrededor. El hermano Joaquín estaba sentado a mi lado, en flor de loto, mostrándome sus partes de nuevo, dibujaba algo con carboncillo en una raída hoja amarillenta. En un rincón estaba el Abad, quien al darse cuenta de que me movía, se acercó presuroso y me ofreció una taza con una infusión. Bebí con placer pues era deliciosa, aunque casi al instante sentí que los músculos se me tensaban y apenas pude preguntar qué me pasaba, entre balbuceos.  
     Ha cometido un grave error, hijo mío respondió el Abad compasivo. Hemos de reparar lo que destruyó pero la estructura no podrá resistir, es necesario reemplazarla.
     Se refiere a la mano que rompió aclaró Joaquín y agregó. El esqueleto está muy deteriorado y no soportará que lo parchemos.
     Abrí mucho los ojos, estaba aturdido. El Abad me ofreció otro trago, tuve muchas dificultades para beber.
     Té de mandrágora. Deberá paralizarle del todo en unos segundos dijo el Abad. No le dolerá mucho.
     Sentí como Joaquín me sostenía contra la estera, traté de resistirme pero mis miembros ya no me respondían. Cuando el Abad bajó el machete y me cercenó el brazo  derecho, efectivamente, no me dolió demasiado. Joaquín se apresuró a llevarse mi miembro y salió de la habitación.
     Lo siento mucho, hijo mío dijo el Abad mientras me vendaba. Los rumores eran ciertos, Enrico usaba cuerpos como moldes para crear el muro de Lucifer. Hemos tenido que hacer esto porque si el Instituto o la Iglesia se enteran lo derrumbarán, y no podemos permitirlo. Espero que pueda perdonarnos. Lógicamente no podemos dejarle ir. Deberá convertirse en uno de nosotros, le acogeremos y le daremos asilo. Pero aquí apreciamos a los artistas; podrá usted seguir escribiendo esas maravillosas historias que nos ha regalado durante años…en cuanto aprenda a escribir con la mano izquierda, claro.



FIN

Consigna: deberás escribir un relato de terror con la RELIGIÓN como temática central. La religión abarca infinidad de temas para tratar, y solo te pedimos que no escribas nada que tenga que ver ni con posesiones ni con exorcismos.

La carretera


Madre siempre nos dijo que la familia es lo primero. Que es el pilar indiscutible en el que todos nos deberíamos apoyar en esta mísera vida.   La familia tiene que seguir adelante, sobrevivir como sea. No importa el modo, ni las consecuencias.
Mi trabajo es bastante fácil, puedo decir que hasta cierto punto, aburrido, si separamos la parte final que es con la que disfruto... Suelo ir al pueblo los fines de semana. Es cuando algún viajero se aventura a visitar la localidad atraído por la belleza salvaje de los bosques y la soledad. Ya que por fortuna está parte del país es una reserva natural y no está explotada turísticamente. Bajo la carretera serpenteante con mi vieja bici BH. Aún recuerdo cuando Padre me la regaló por mi cumpleaños en aquellos últimos años de su vida en los que dejó de beber y quería redimirse por todo el daño que nos había causado, obsequiándonos con regalos y tratando bien a Madre, que con desahogo agradecía que ya no la pegara más.
El trayecto hasta el pueblo no es muy largo, a penas unos kilómetros de mi hogar. Suelo quedarme cerca de los dos únicos restaurantes de la villa esperando la presa idónea. Cuando están consumiendo entró en los locales me pido una Coca cola y una hamburguesa con queso y escucho sus conversaciones. Cuando estoy seguro que se dirigen al bosque me levanto con sigilo, apuro mi consumición y le pago a la camarera que con una dulce sonrisa agradece mi propina. Yo le agradecería que me sobara el pantalón en la parte de atrás mientras estrujo sus tetas enormes. Pero no hay tiempo...
El regreso es más dificultoso. Subir las cuestas pedaleando no es tarea fácil, pero la recompensa final me anima.
Espero con paciencia en la cuneta de una curva. Desde allí puedo visualizar la carretera que sube en mi dirección. Entonces recuerdo cuando era pequeño y los domingos me despertaba el aroma de las tortas fritas. Bajaba con los ojos llenos de sueño y mi abuela y mi madre amasaban la masa con una botella. Una vieja radio emitía canciones ligeras encima de la chimenea y todos reíamos disfrutando de aquella porción minúscula de felicidad. Porque sabíamos que después llegaría Padre, apestando a vino barato y sudor, dispuesto a desahogar su frustración zurrandonos con el cinturón y violando a Madre. En los ojos de Madre podía adivinar el motivo de porque no escapábamos de allí.¿Dónde iríamos tres niños, una vieja y una mujer con la irrisoria paga de la abuela?... Yo solía escaparme a la parte de atrás del caserón. Vivimos en el campo, rodeados por el bosque. La casa es vieja, pero amplia, con un enorme cobertizo, suficiente para la familia y para lo "otro". Allí, detrás, donde están los animales siempre se forma un charco de agua sucia. De pequeño pasaba las horas  recolectando insectos, las libélulas eran mis preferidas. Las agarraba y las mutilaba arrancándoles las alas, con ahínco, animado por los gritos e insultos de Padre. Hacia frío y antes del anochecer arrojaba sus pequeños cuerpos al charco y regresaba dentro. Una calma de culpa  reinaba en el hogar. Desde mi habitación mis hermanos y yo podíamos escuchar los muelles de una cama y los gruñidos de Padre... Cuando amanecía corría escaleras abajo e iba a ver el charco. Se había congelado y los insectos tenían extrañas formas y posiciones dentro del hielo. Diminutas formas de vida atrapadas en la muerte.
Veo venir el coche, zigzagueante por el asfalto. El plan es fácil. Me tiendo en medio de la calzada en una zona visible donde los coches no van rápidos. Me hago el herido y en una mano tengo el trapo con cloroformo y en la otra un garrote. No suelo elegir a más de dos personas, sería complicado reducirlas... Siempre ocurre igual. Detienen el coche a pocos metros de mí y pido auxilio de forma convincente. No pueden llamar desde el móvil, no hay cobertura en este lugar, así que se acercan prestos a ayudarme. El químico hace efecto rápidamente, el garrote aún más.
Los transporto en su propio coche. Después limpio todas las huellas y me deshago del auto en una profunda cima, tan abrupta e inaccesible que jamás lo encontrarán.
Madre pregunta, lo hace como si ellos fueran ganado. En realidad para nosotros, la familia, lo son.
-¿ Son jóvenes?
- Si, Madre. Estos lo son.
- Bien, porque los anteriores sirvieron de poco. "Ellos" no los quieren viejos, no les sirven. Pagan poco y no tenemos otro medio para subsistir, ahora que la Abuela y tu hermano nos dejaron.
- Madre, puedo?...
-Claro, chico. Pero cuidado, sabes bien que hay partes que no debes dañar. Avisa a tu hermana, ella le gusta mirar.
Mi recompensa.
Aquí en el zulo del cobertizo siempre huele a meados. Todos, sin excepción, se lo hacen encima. Si les queda un atisbo de valentía se evapora cuando les hago la primera visita y les muestro mi colección de cuchillos, ganchos, sierras y hojas de afeitar. Es como mi carta de presentación. Entonces comienzan con los lloriqueos, con las súplicas, con esas miradas de corderos, de cobardes. Y les digo lo que va a ocurrir, les soy sincero porque no me gusta jugar con la gente. Para reconfortarlos les comento que sus muertes no van hacer inútiles, que vivirán   en parte de forma diferente.
Cuando les hablo de la muerte es cuando se muestran más sumisos, dispuestos a realizar cualquier cosa para salvar sus miserables vidas. No sé como son tan ilusos, de creer que van a sobrevivir, de tener la más mínima esperanza. Yo no se la doy. Les deletreo con claridad su destino.
-¡Vais a morir aquí!
Hoy mis invitados son una pareja joven. Cuando es así suelo comenzar por la mujer. Me encanta la cara de rabia que ponen. Aún en estas circunstancias sacan su halo de machito frente a sus hembras... Me acerco a ella y la desnudo lentamente. Es fácil, están colgados por unas argollas, encadenados a la pared. Quiere gritar pero la mordaza se lo impide. Miro a los ojos a su hombre, noto la rabia chisporrotear en sus pupilas. Agita sus brazos, mueve las cadenas, inútil.
Las lágrimas le corren por las mejillas cuando mi cuchillo acaricia sus senos. Son turgentes, con la vitalidad propia de la juventud. Es preciosa y mi cuerpo me pide desahogarme. Aflojo las cadenas, su cuerpo se dobla, suficiente para que su hermoso trasero esté a la altura de mis caderas. Se está tan caliente dentro.
-Hermano, Madre te ha preparado un bocadillo antes de que empieces con la tarea.
Mi hermanita siempre tan inoportuna.
-Ah, veo que ya has comenzado... Sigue no es la primera vez que te veo hacerlo.
No es la primera vez, no será la última. Acabo pronto. El hombre se agita demasiado, me pone nervioso. Me acerco a él con destreza y le pido a mi hermana que le baje los pantalones. De un tajo acabo con su hombría.
-Que lástima, estaba bien dotado.
-Con éste no vas a follar, la próxima... Tal vez.
-¡Capullo!
-¡Cállate!, que se me desangra el muy cabrito. No me sirve muerto.

Según las instrucciones de los jefes es mejor cuando la sangre aún bombea en los órganos. Los mantiene frescos. Me costó aprender, mantenerlos con vida el mayor tiempo posible. Muchos se me fueron a los primeros cortes. Pero ahora soy un profesional, con buenas herramientas... La chica llora desconsolada observando como su hombre sangra por el feo tajo donde estaba su pene. Le quito la ropa por completo y comienzo el ritual... Mi hermana me ayuda a introducir las partes que necesito en neveras refrigeradas. Madre ya habrá llamado a los jefes. Este tipo ha tenido suerte después de todo, no ha sufrido mucha tortura. Pero me queda la chica. Momentos antes de morir, el hombre la mira. Es una mirada de disculpa,de impotencia por no poder ayudarla...
Cuando salgo al exterior la luz del sol me deslumbra. Mis perros están como locos, huelen la carne fresca, la sangre con su sabor a óxido.
Una furgoneta negra se detiene frente a nuestro porche. Mi madre y mi hermana se acercan lentamente. Cuatro neveras en sus manos. Un hombre perfectamente vestido comprueba el interior de los refrigeradores, sonríe y asiente con la cabeza mirando al interior del coche. Por la ventanilla un brazo alarga un maletín de cuero marrón. Por el género que se llevan podremos sobrevivir todo el año. Por un lado lo agradezco, sin embargo la espera para mí será larga y tediosa hasta que vuelva a actuar de nuevo. Porque Madre es clara y contundente, esto lo hacemos por el bien de la familia y no por mi diversión. 
La furgoneta se aleja lentamente por la carretera oculta entre los altísimos árboles. Cuando miro a mis queridos perros ya han devorado el último trozo de carne.




FIN

Consigna: deberás escribir un relato de terror con la TRATA DE PERSONAS como temática central.