sábado, 29 de junio de 2013

Piedras coloridas (Serranilla Medieval )


Por Ricardo José Vega.


Elisa y Eulalia,
que sabían de amores
como de sandalias…

querían los colores
de todas las flores…
querían la fragancia
del bosque y del pino,
Elisa y Eulalia.

Sabían que tendrían
que beber el vino
de una cepa rancia,
y aún así insistían
sonriendo al destino
desde una muralla.
Elisa y Eulalia.

Siguiendo el camino
de las dos hermanas,
solitario monje
vió flores quemadas
por nieve y por frío
alejarse sobre
las aguas del río.

Cayeron las hojas
amarillas, rojas,
de muchos otoños
sobre los retoños
de las viejas cosas.

Campanas llamaron
solemnes a misa…
que nunca escucharon
ni Eulalia ni Elisa.

El bosque y el río
el pinar y el frío,
la aldea que despierta
cuando una ballesta
deja un ciervo herido.

Dos destinos juegan
con Tiempo y Ensueño,

- piedras coloridas -

círculo de fuego
los ojos atiza
de Eulalia y Elisa.

Las nubes olvidan
que las trajo el viento,
el arroyo teje
su tenue lamento,
pájaros serranos
su vuelo desmayan,
el monte cercano
- que contempla y calla -
sorprendidas miran
Elisa y Eulalia,

-que sabían de amores-
como de sandalias.

sábado, 22 de junio de 2013

Ese tema no se toca


Por Alejandra López.


La personalidad de mi hermana había hecho una especie de cortocircuito. Sabía que mis padres la llevaban contra su voluntad, al psiquiatra. También sabía que tomaba medicamentos. Cuando me cayó la ficha de que ella estaba peor de lo que yo creía, mi sentimiento de culpa se exacerbó.
Por supuesto que todo giraba en torno a ese episodio de la infancia, pero no quiero volcarlo aquí; es demasiado tortuoso.
Si bien durante la niñez Lucila se comportó como una criatura normal, al llegar a la adolescencia se tornó agresiva. Especialmente con mi madre, a la que culpaba porque “se tendría que haber dado cuenta”. Comenzó a encerrarse en sí misma y casi no salía. Su ropa era toda negra. Solo encontraba placer en la pintura y mimar a su gato. Realmente dibujaba muy bien. Se dedicaba a la figura humana, pero todas eran caras doloridas y los colores que utilizaba para pintar, oscuros.
En cuanto a mí, les diré que el sentimiento de culpa aumentó. Por qué le hizo eso a ella y no a mí. Yo era cuatro años mayor que ella y tendría que haber hecho algo. En mi interior estaba esa deuda pendiente con mi hermana y la necesidad de saldarla. Hace poco comencé a pagarla.
Fue una tarde en la que quedamos solas porque nuestros padres cruzaron a la vereda de en frente para darles el pésame a unos vecinos por la muerte del hijo, se había arrojado a las vías del tren porque la familia no aceptaba su homosexualidad.
Lucy pintaba en la planta alta y yo, abajo, leía un libro en mi cuarto. Los gritos de mi hermana y los maullidos del gato me sobresaltaron. A pesar de mi fobia a las escaleras (cosa que no sé a qué se debe), las subí precipitadamente.
Cuando entré en la habitación, vi a Lucy llorando y al gato tirado e inmóvil en un charco de sangre. Entonces noté el cuter que ella tenía en la mano y comprendí.
Me hervía la sangre de bronca y dolor al ver a nuestro gatito inerte, con los ojos abiertos y la lengua afuera. Le pegué una bofetada a mi hermana y, mientras la sacudía, empecé a gritarle: “Qué le hiciste a Toby, estúpida, qué le hiciste”. Ella se limitó a mirarme con sus ojos grises y helados, y me dijo: “También es tu culpa”.
Inmediatamente mi actitud cambió. La abracé y traté de tranquilizarla. Balbuceó que el minino había arañado uno de sus dibujos, se obnubiló y lo atacó con el cuter por el cuello. Yo le dije que lo entendía, que la iba a ayudar. La hice acostar y fui a buscar una bolsa de consorcio. Introduje al pobre gato con el cuello bamboleante en la bolsa y salí de la casa. Hacía mucho frío y nubarrones grises se extendían por el cielo. Verifiqué que mis padres no estuvieran cerca y caminé cuatro cuadras hasta llegar al terreno baldío, donde había un basural, y allí deposité la bolsa con nuestra querida mascota.
Me apuré para volver a casa y limpiar todo antes de que regresaran nuestros padres. Luego hablé con Lucy que sollozaba en la cama. Le dije que no contara nada, que fue un simple error, y después de todo, el gato era viejo. Quizás hasta le hubiese hecho un favor porque le evitó que sufriera una penosa enfermedad.
En fin, nadie se enteró de lo sucedido. Simplemente al gato no lo habíamos visto. Se fue a vagabundear por ahí y no regresó más.
Sabía que Lucila empeoraba. Empezó a hacerse cortes en los brazos con los cuchillos de cocina. Decía que eso se lo había enseñado una “amiga”, que lo hacía para descargar tensiones.
Un día entré a su habitación, ya no recuerdo para qué, y la vi sentada en la cama haciéndose cortes en los brazos. Diminutos hilos de sangre corrían por su piel. Me abalancé sobre ella y le grité: “Dame eso, dámelo”. Ella lo sostenía con fuerza a pesar de su delgadez extrema y me dijo: “¡¿Ahora te acordás de mí?! ¿Por qué no me ayudaste antes?”. Forcejeamos por el cuchillo hasta que pude quitárselo haciéndome unos cuantos cortes en la mano derecha.
Luego Lucila se tiró sobre la cama emitiendo un llanto débil, me pareció un animalito en agonía.
Yo veía a nuestros padres cada vez más preocupados. Las consultas con los médicos eran más frecuentes. Daba pena ver a mi hermana al día siguiente de su visita al psiquiatra. Como le aumentaban dosis o le agregaban medicamentos, parecía un zombie.


Dos meses después del episodio del gato, yo me encontraba con Lucy en el jardín. Ella había mejorado bastante, se notaba más tranquila, hacía un par de semanas que no se autoflagelaba y, hasta de vez en cuando, sonreía y hacía alguna broma. Mientras yo regaba  las plantas, ella barría las hojas. Papá se había ido a trabajar y mamá, que vivía encerrada cuidando a mi hermana, como la veía mejor, fue a comprar algo que necesitaba para la comida, en el barrio. Vivíamos en un departamento tipo casa, el nuestro era el último y el jardín daba a un pasillo común. Se escuchaban  gritos de chicos vecinos que jugaban a la pelota. Algunas lagartijas y mariposas se veían entre las plantas, pronto llegaría la primavera. Yo me regocijaba con el arco iris formado por la lluvia que salía de la manguera, contra un sol que se iba apagando.
Luego, todo sucedió muy rápido. El golpe de la pelota de los pibes que cayó sobre nuestra hortensia. La carita de Iván, el nieto de la vecina, que se asomó entre las rejas y solicitó la pelota. Lucy, que la tomó junto a la escoba con la que estaba barriendo. Y después, el palo de la escoba chocando una y otra vez contra el cuerpo del nene. Cada vez más rápido. Cuando salí de mi estupor me abalancé sobre mi hermana y se la pude quitar, no sin esfuerzo.
El cuerpo del nene quedó tirado en el piso salpicado de sangre, otros niños comenzaron a rodearlo y lloraban. Ya se escuchaban pasos rápidos y los gritos de los vecinos, cuando de un empujón, metí a Lucy en el living y cerré la puerta con llave. Nos dejamos caer en el sofá,  la abracé y acaricié sus cabellos. Ambas hicimos oídos sordos a los gritos, los golpes en la puerta, los reclamos de los vecinos y la sirena que se iba acercando.
Esta sería para mí la prueba más importante para saldar la deuda con Lucy. Le expliqué que yo me adjudicaría los hechos, que no debía contradecirme. Cuando le pregunté si lo comprendía y estaba de acuerdo, solo asintió con la cabeza, sollozando. Así lo hicimos.


Esta habitación no me gusta, las paredes son blancas y entra mucha luz por la ventana. Yo hubiera preferido un poco más de oscuridad. Todavía no quieren traerme mis lápices y mis dibujos, dicen que cuando yo esté mejor, que los lápices son peligrosos. Ja,ja, pero qué estupidez. La psicóloga que me visitó ayer es un amor. Solo me hizo algunas preguntas tontas y unos tests. Le pregunté por el nene y me dijo que se va a recuperar aunque tal vez pierda el ojo izquierdo. Bueno, después de todo, mi hermana no es una asesina.
   Pero la psicóloga que me vio hoy no me gusta nada. Es incisiva, cruel. Primero comenzó preguntándome qué recordaba yo de las visitas a la casa de mis abuelos paternos cuando tenía tres años. No le contesté. Luego me preguntó qué recuerdos tenía cuando presencié cómo mi abuelo arrojó a mi hermana por las escaleras después de haberla violado. Solo la miré interrogativa. Y por último, preguntó si yo era consciente de que esa caída provocó la muerte de Lucy. Yo me pregunto dónde estudió la estúpida esta, cómo se puede ser tan maldita. Entonces ahí fue cuando le dije que de ese tema yo no hablo.

Fin

sábado, 15 de junio de 2013

3º Especial de Sábados de Brutos Escritores



El error
Por Juan Esteban Bassagaisteguy.

Se despierta sobresaltado y ve a Federico junto a su cama, los ojos llenos de lágrimas.
—¿Qué pasa, Fede? —pregunta y mira el reloj despertador: las cuatro de la mañana.
—Hay un monstruo en el ropero, pá. Tiene… unas garras… enormes —solloza.
—Okey, te propongo algo. Vos acostate con mami y yo me voy a tu cama, ¿sí?
—¡Sí! —responde Federico, aliviado.
El hombre le cede su lugar en la cama matrimonial y le da un beso fraternal. Recién cuando lo escucha dormir va hacia la habitación del pequeño y abre las puertas del ropero.
Ningún monstruo, solo ropa y juguetes.
Apaga la luz y se acuesta en la cama de su hijo.
Es entonces cuando siente las zarpas filosas abriéndole el pecho de par en par, y la humedad de su propia sangre manchando las sábanas.
Y se da cuenta del error: no miró debajo de la cama.

El niño que sentía culpa por tener hambre
Por Raúl Omar García.

—¿Qué quieres?
El muchachito que había llamado a la puerta, y de seguro venía a manguear algo, hundió su cabeza entre los hombros y se echó a llorar.
—Perdón —balbuceó—. Tengo hambre.
El hombre, tocado por la escena, invitó a pasar al nene, que se enjugaba las lágrimas con las mangas de un buzo rotoso.
—No tienes que pedir perdón por querer comer, papito.
—No es por eso.
—¿Entonces? —inquirió confundido el mayor.
—Es por lo que voy a comer.
A continuación, el niño saltó sobre el anfitrión y clavó sus colmillos en la yugular de la víctima, la cual intentaba zafarse de la criatura, pero esta se aferraba como una garrapata.
El propietario cayó de rodillas, desvaneciéndose por la pérdida de sangre, y su espalda se fue inclinando hasta quedar sobre sus talones.
El pequeño espectro sorbió y tragó hasta saciarse.
Ni bien terminó de alimentarse, volvió a llorar.

Lágrimas de muerte
Por Antonio Tomé Salas.

La habitación se encontraba en penumbra, tan solo iluminada por el leve resplandor que despedía el televisor.

El niño estaba sentado en su sillín de Bob Esponja, su personaje favorito; en la pantalla, flotaba entre colores chillones un mensaje de "Fin de emisión".

Rodee el sillín, me incliné para cogerlo en mis brazos y llevarlo a dormir a su cama. Mañana tendría que madrugar para otro día duro de escuela.

Algo no iba bien. Me acerqué a él, para darle un beso de buenas noches.
Al besar sus suaves mejillas pude saborear la sal de sus lágrimas, lágrimas que habían corrido por sus mejillas cuando aun tenia vida.

Sintiendo mi cuerpo clavado al suelo, empecé a llorar. Eran lágrimas de muerte.

[Sin título]
Por Nati Lou.

Miro a su hijo una vez más, sin poder entenderle todavía debajo de sus lagrimas. Pensó, como madre, que ese momento no llegaría, o que llegaría, al menos, en la adolescencia. Pero no, tenia a su hijo de 5 años llorando en la cocina.
Llamo a su marido al trabajo, antes de ponerse a llorar ella también.
- Tiene hambre, dale de comer.
- Para eso, no te llamaba pelotudo.
- Amor tranquilízate, que no debe ser nada.
Dejo de llorar. Lo obligo a lavarse la cara y le compro una cajita feliz.
- Lucio ¿ahora me podes decir que te paso hoy?
- Mimi no me quiere más Ma. Hoy se sentó en la mesa de Pablo.

Cuando Lucio entro, de la mano de su novia, ya se había olvidado de esta anécdota. Cuando supo el nombre de esa hija de puta… supo que no seria una buena suegra.

El niño solitario.
Por Gean Rossi.

Caminando de regreso a mi casa, me encuentro con un niño a un lado de la calle con la cabeza entre las rodillas, me acerco a él:
            —¿Qué te ocurre? —le pregunto y levanta su cabeza bañada en lágrimas de desesperación.
            —Estoy solo. Solo para toda la vida.
            —¿Por qué lo dices, niño?
            —Mi hermano murió ayer, era quien me cuidaba luego de que mamá falleciera por la fuerte gripe, y pronto yo también moriré porque no tengo a donde ir, ni sé qué haré con mi vida. Tengo miedo…  —Sus palabras se cortaron por la cascada de lágrimas que volvieron a correr sobre sus mejillas.
            —Ven conmigo —le digo extendiendo mi mano—. Yo cuidaré de ti, y te prometo que estarás en un buen lugar.
            Él se aferra a mi mano y juntos empezamos a caminar. Con la otra mano toco el bolsillo posterior de mi pantalón, allí estaba la calibre 6 mm cargada y lista para la acción. Sonrío, volteo a ver al niño y pienso: Uno más para la colección.

Comprender…
Por Muriel Menendez.

Toby jugaba con Jackson, su hermano mayor, cerca del lago. Pero entre tanto juego el globo quedó enganchado en unas ramas que quedaban sobre las aguas. Jackson se adentró sin dudarlo para recuperarlo. Pero cuanto más se acercaba al globo más profundo se encontraba.
Al empezar a oscurecer, los padres de Toby se acercaron a la zona donde sabía que los pequeños jugaban. Encontraron a Toby sin parar de llorar mirando un globo que había engancho sobre el árbol del lago y de repetir una y otra vez “ha ido a buscarlo”. Pero Jackson no salió y Toby comprendía por qué.

El golpe
Por Ricardo José Vega.

Encontre esta foto
perdida entre papeles…
y recordé esa noche
de discusión brutal
ya no habia mas familia

solo odio en dos seres
que algún día creyeron
en el amor total.

Yo no entendia como 
aquello fue posible...
como aquel hogar mio,
tan sólido,,, se hundió
y por que entramos llorando
en la noche y el frío
mi mama sollozando
abrazada al cuerpo mio
y fuimos caminando
en medio del gentio,
los dos.

Aprendi que una cosa
que se llama Destino
de un sopapo dá vuelta
tu camino o el mío...
sin avisarte nada
sin decirte: 
" CUIDADO 
Que como no te apartes te voy a atropellar "!!

y cuando te das cuenta
ya sucedió a tu lado 
aquella cosa horrible, hundiendo tu pasado
que nunca ...nunca...nunca
podrá resusitar !

El deseo
Por Evelia Garibay.

Valentina estaba sentada en la banca del parque donde siempre esperaba a Fede pero él no aparecía, suspiró mientras miraba a la gente a su alrededor y fue cuando notó al pequeño parado unos metros enfrente de ella; la miraba fijamente y gruesos lagrimones resbalaban por sus mejillas, verlo hizo que le doliera el corazón pero ella tenía sus propios problemas.
Valentina miró hacia otro lado sin notar que el chiquillo no apartaba la mirada de ella.
"Sólo quería una segunda oportunidad, ¿quién iba a pensar que la primera estrella me concedería un deseo? De haberlo sabido hubiera sido más específico."
Fue el último pensamiento de adulto de Fede, todo lo demás se había desvanecido con las horas, ahora sólo era un chiquillo de 5 años que lloraba profundamente sin saber exactamente por qué, mientras miraba a una hermosa pelirroja a la que no conocía de nada.

La sorpresa
Por Marje Musa.

Era el día de Navidad, Israel se despertó con el ruido.
—¡Feliz Navidad, Isra! —le gritaron sus papás al unísono.
Él empezó a llorar amargamente.
—¿Por qué lloras así? —preguntó la mamá, temiéndose lo peor.
—¡Ven, acércate, abre los regalos! —sugirió el padre.
—No quiero, ya veo que no hay bici. No sé si podré esperar otro año. ¡Odio tener que ser bueno!

«Liberación»
Por Héctor Priámida Troyano.

Se enfadarían cuando volvieran, de eso el hombretón estaba seguro. Esperaba que la cosa no llegara a mayores: al fin y al cabo, traían la pasta, y habría tanta guita que se les quitarían las preocupaciones de un plumazo. A no ser, claro, que hubieran surgido complicaciones: de aquellos cabrones no podía uno fiarse nunca. ¡Millonetis de mierda! En cuanto te descuidabas, te partían el ojete.
Además, la culpa no era suya. Aunque jamás había sido un tipo sensible, el machacón llanto del niño había crispado sus nervios. Lo había desquiciado.
El jodido cachorro no había dejado de llorar ni por un momento. La mordaza sofocaba los sollozos, mas las lágrimas continuaban incesantes. Y eso antes incluso de que le hubieran cortado el dedo meñique hasta la segunda falange…
Pero ahora, tras el accidente, disfrutaba del silencio mientras aguardaba.
El crío llevaba ya un buen rato sin llorar. Sin respirar.

La vida es dura
Por Marje Musa.

—¿Qué te pasa, cariño? —le preguntó la maestra.
Él lloraba como un Madalena, empezaba a tener hipo.
—Es que... —intentó contestar Rubén.
—Tranquilo. cuando estés preparado me lo cuentas —sugirió la señorita.
—Es que me duele mucho al escribir —explicó al fin, levantando la mano derecha, dejando a la vista una herida minúscula en su dedo meñique.

El peor día
Por Camila Carbel.

El pequeño Ramiro se sentía completamente solo en el mundo, abandonado, sin nadie con quien contar.

Estaba convencido que recordaría ese maldito día por toda su vida, nunca se había sentido tan triste. Ni cuando, hace cinco meses, su papá había salido de casa para no volver. 

—Tranquilo, Ramiro. Ya no llores más, podemos comprar otro osito de peluche mañana. —Propuso la madre del niño. 

—¡No quiero otro oso! Quiero el mió, quiero a Rafa—grito mientras las lágrimas le resbalaban por sus mejillas. Y miraba al perro del vecino con un odio que jamás había experimentado anteriormente.


sábado, 8 de junio de 2013

Mi Locura


Por Ricardo José Vega.


Yo llevo mi locura 
como un guerrero medieval 
llevó su azor al hombro...

... hermanados en la caza o en la lucha...

cabeza cubierta por capuz 
- lo engaño en negra
soledad-...
hasta avistar la corza..
la liebre ... 
o la recóndita maldad espúria
.
Retiro el cuero de su testa innoble...
le muestro la víctima con furia
y lo comando ,... alzando mi enguantado puño... 

Suelto despues a mi asesino por el aire... 

y ya fuera de quicio...- el miserable -
vuela feliz a su final sangriento ...


Clavo las espuelas cual cilicio 
soltando rienda a mi cabalgadura
Galopo rumbo a un hondo precipicio, 
persiguiendo el halcón de mi locura.!!!