Por Alejandra López.
La personalidad de mi hermana
había hecho una especie de cortocircuito. Sabía que mis padres la llevaban
contra su voluntad, al psiquiatra. También sabía que tomaba medicamentos.
Cuando me cayó la ficha de que ella estaba peor de lo que yo creía, mi
sentimiento de culpa se exacerbó.
Por supuesto que todo giraba en
torno a ese episodio de la infancia, pero no quiero volcarlo aquí; es demasiado
tortuoso.
Si bien durante la niñez Lucila
se comportó como una criatura normal, al llegar a la adolescencia se tornó
agresiva. Especialmente con mi madre, a la que culpaba porque “se tendría que
haber dado cuenta”. Comenzó a encerrarse en sí misma y casi no salía. Su ropa
era toda negra. Solo encontraba placer en la pintura y mimar a su gato.
Realmente dibujaba muy bien. Se dedicaba a la figura humana, pero todas eran
caras doloridas y los colores que utilizaba para pintar, oscuros.
En cuanto a mí, les diré que el
sentimiento de culpa aumentó. Por qué le hizo eso a ella y no a mí. Yo era
cuatro años mayor que ella y tendría que haber hecho algo. En mi interior
estaba esa deuda pendiente con mi hermana y la necesidad de saldarla. Hace poco
comencé a pagarla.
Fue una tarde en la que quedamos
solas porque nuestros padres cruzaron a la vereda de en frente para darles el
pésame a unos vecinos por la muerte del hijo, se había arrojado a las vías del
tren porque la familia no aceptaba su homosexualidad.
Lucy pintaba en la planta alta y
yo, abajo, leía un libro en mi cuarto. Los gritos de mi hermana y los maullidos
del gato me sobresaltaron. A pesar de mi fobia a las escaleras (cosa que no sé
a qué se debe), las subí precipitadamente.
Cuando entré en la habitación,
vi a Lucy llorando y al gato tirado e inmóvil en un charco de sangre. Entonces
noté el cuter que ella tenía en la mano y comprendí.
Me hervía la sangre de bronca y
dolor al ver a nuestro gatito inerte, con los ojos abiertos y la lengua afuera.
Le pegué una bofetada a mi hermana y, mientras la sacudía, empecé a gritarle:
“Qué le hiciste a Toby, estúpida, qué le hiciste”. Ella se limitó a mirarme con
sus ojos grises y helados, y me dijo: “También es tu culpa”.
Inmediatamente mi actitud
cambió. La abracé y traté de tranquilizarla. Balbuceó que el minino había
arañado uno de sus dibujos, se obnubiló y lo atacó con el cuter por el cuello.
Yo le dije que lo entendía, que la iba a ayudar. La hice acostar y fui a buscar
una bolsa de consorcio. Introduje al pobre gato con el cuello bamboleante en la
bolsa y salí de la casa. Hacía mucho frío y nubarrones grises se extendían por
el cielo. Verifiqué que mis padres no estuvieran cerca y caminé cuatro cuadras
hasta llegar al terreno baldío, donde había un basural, y allí deposité la
bolsa con nuestra querida mascota.
Me apuré para volver a casa y
limpiar todo antes de que regresaran nuestros padres. Luego hablé con Lucy que
sollozaba en la cama. Le dije que no contara nada, que fue un simple error, y
después de todo, el gato era viejo. Quizás hasta le hubiese hecho un favor porque
le evitó que sufriera una penosa enfermedad.
En fin, nadie se enteró de lo
sucedido. Simplemente al gato no lo habíamos visto. Se fue a vagabundear por
ahí y no regresó más.
Sabía que Lucila empeoraba.
Empezó a hacerse cortes en los brazos con los cuchillos de cocina. Decía que
eso se lo había enseñado una “amiga”, que lo hacía para descargar tensiones.
Un día entré a su habitación, ya
no recuerdo para qué, y la vi sentada en la cama haciéndose cortes en los
brazos. Diminutos hilos de sangre corrían por su piel. Me abalancé sobre ella y
le grité: “Dame eso, dámelo”. Ella lo sostenía con fuerza a pesar de su
delgadez extrema y me dijo: “¡¿Ahora te acordás de mí?! ¿Por qué no me ayudaste
antes?”. Forcejeamos por el cuchillo hasta que pude quitárselo haciéndome unos
cuantos cortes en la mano derecha.
Luego Lucila se tiró sobre la
cama emitiendo un llanto débil, me pareció un animalito en agonía.
Yo veía a nuestros padres cada
vez más preocupados. Las consultas con los médicos eran más frecuentes. Daba
pena ver a mi hermana al día siguiente de su visita al psiquiatra. Como le
aumentaban dosis o le agregaban medicamentos, parecía un zombie.
Dos meses después del episodio
del gato, yo me encontraba con Lucy en el jardín. Ella había mejorado bastante,
se notaba más tranquila, hacía un par de semanas que no se autoflagelaba y,
hasta de vez en cuando, sonreía y hacía alguna broma. Mientras yo regaba las plantas, ella barría las hojas. Papá se
había ido a trabajar y mamá, que vivía encerrada cuidando a mi hermana, como la
veía mejor, fue a comprar algo que necesitaba para la comida, en el barrio.
Vivíamos en un departamento tipo casa, el nuestro era el último y el jardín
daba a un pasillo común. Se escuchaban
gritos de chicos vecinos que jugaban a la pelota. Algunas lagartijas y
mariposas se veían entre las plantas, pronto llegaría la primavera. Yo me
regocijaba con el arco iris formado por la lluvia que salía de la manguera,
contra un sol que se iba apagando.
Luego, todo sucedió muy rápido.
El golpe de la pelota de los pibes que cayó sobre nuestra hortensia. La carita
de Iván, el nieto de la vecina, que se asomó entre las rejas y solicitó la
pelota. Lucy, que la tomó junto a la escoba con la que estaba barriendo. Y
después, el palo de la escoba chocando una y otra vez contra el cuerpo del
nene. Cada vez más rápido. Cuando salí de mi estupor me abalancé sobre mi
hermana y se la pude quitar, no sin esfuerzo.
El cuerpo del nene quedó tirado
en el piso salpicado de sangre, otros niños comenzaron a rodearlo y lloraban.
Ya se escuchaban pasos rápidos y los gritos de los vecinos, cuando de un
empujón, metí a Lucy en el living y cerré la puerta con llave. Nos dejamos caer
en el sofá, la abracé y acaricié sus
cabellos. Ambas hicimos oídos sordos a los gritos, los golpes en la puerta, los
reclamos de los vecinos y la sirena que se iba acercando.
Esta sería para mí la prueba más
importante para saldar la deuda con Lucy. Le expliqué que yo me adjudicaría los
hechos, que no debía contradecirme. Cuando le pregunté si lo comprendía y
estaba de acuerdo, solo asintió con la cabeza, sollozando. Así lo hicimos.
Esta habitación no me gusta, las
paredes son blancas y entra mucha luz por la ventana. Yo hubiera preferido un
poco más de oscuridad. Todavía no quieren traerme mis lápices y mis dibujos,
dicen que cuando yo esté mejor, que los lápices son peligrosos. Ja,ja, pero qué
estupidez. La psicóloga que me visitó ayer es un amor. Solo me hizo algunas
preguntas tontas y unos tests. Le pregunté por el nene y me dijo que se va a
recuperar aunque tal vez pierda el ojo izquierdo. Bueno, después de todo, mi
hermana no es una asesina.
Pero la psicóloga que me vio hoy no me gusta nada. Es incisiva, cruel. Primero comenzó preguntándome qué recordaba yo de las visitas a la casa de mis abuelos paternos cuando tenía tres años. No le contesté. Luego me preguntó qué recuerdos tenía cuando presencié cómo mi abuelo arrojó a mi hermana por las escaleras después de haberla violado. Solo la miré interrogativa. Y por último, preguntó si yo era consciente de que esa caída provocó la muerte de Lucy. Yo me pregunto dónde estudió la estúpida esta, cómo se puede ser tan maldita. Entonces ahí fue cuando le dije que de ese tema yo no hablo.
Pero la psicóloga que me vio hoy no me gusta nada. Es incisiva, cruel. Primero comenzó preguntándome qué recordaba yo de las visitas a la casa de mis abuelos paternos cuando tenía tres años. No le contesté. Luego me preguntó qué recuerdos tenía cuando presencié cómo mi abuelo arrojó a mi hermana por las escaleras después de haberla violado. Solo la miré interrogativa. Y por último, preguntó si yo era consciente de que esa caída provocó la muerte de Lucy. Yo me pregunto dónde estudió la estúpida esta, cómo se puede ser tan maldita. Entonces ahí fue cuando le dije que de ese tema yo no hablo.
Fin
¡¡¡¡Al principio parecía muy normal, y luego se fue complicando un poco! pero el final es lo que me ha encantado!!!!!!!1 *-----*
ResponderEliminarEs algún tipo de esquizofrenia tal vez?, muy interesante, muy interesante. :D
*----*
Muchas gracias. Y sí, la protagonista es esquizofrénica.
EliminarAlejandra
Fantástico, Alejandra, me encantó.
ResponderEliminarUn terrible drama, donde la fantasía juega entremezclada con la realidad formando un hilo conductor del relato donde la locura abruma (para bien...).
Las protagonistas del cuento, en un muy buen desarrollo tuyo como autora: imposible no sentirse identificado con lo que les está pasando.
¡Felicitaciones!
Gracias, Juan. Tus críticas son siempre muy benévolas conmigo, las aprecio mucho porque sos muy buen escritor.
EliminarAlejandra
Interesante, crudo y genial, me gustó. Saludos!!
ResponderEliminar