El error
Por Juan Esteban Bassagaisteguy.
Se despierta
sobresaltado y ve a Federico junto a su cama, los ojos llenos de lágrimas.
—¿Qué pasa,
Fede? —pregunta y mira el reloj despertador: las cuatro de la mañana.
—Hay un
monstruo en el ropero, pá. Tiene… unas garras… enormes —solloza.
—Okey, te
propongo algo. Vos acostate con mami y yo me voy a tu cama, ¿sí?
—¡Sí!
—responde Federico, aliviado.
El hombre le
cede su lugar en la cama matrimonial y le da un beso fraternal. Recién cuando
lo escucha dormir va hacia la habitación del pequeño y abre las puertas del
ropero.
Ningún
monstruo, solo ropa y juguetes.
Apaga la luz y
se acuesta en la cama de su hijo.
Es entonces
cuando siente las zarpas filosas abriéndole el pecho de par en par, y la humedad
de su propia sangre manchando las sábanas.
Y se da cuenta
del error: no miró debajo de la cama.
El niño que sentía culpa por tener hambre
Por Raúl Omar García.
—¿Qué quieres?
El muchachito
que había llamado a la puerta, y de seguro venía a manguear algo, hundió su
cabeza entre los hombros y se echó a llorar.
—Perdón
—balbuceó—. Tengo hambre.
El hombre,
tocado por la escena, invitó a pasar al nene, que se enjugaba las lágrimas con
las mangas de un buzo rotoso.
—No tienes que
pedir perdón por querer comer, papito.
—No es por
eso.
—¿Entonces?
—inquirió confundido el mayor.
—Es por lo que
voy a comer.
A
continuación, el niño saltó sobre el anfitrión y clavó sus colmillos en la
yugular de la víctima, la cual intentaba zafarse de la criatura, pero esta se
aferraba como una garrapata.
El propietario
cayó de rodillas, desvaneciéndose por la pérdida de sangre, y su espalda se fue
inclinando hasta quedar sobre sus talones.
El pequeño
espectro sorbió y tragó hasta saciarse.
Ni bien
terminó de alimentarse, volvió a llorar.
Lágrimas de muerte
Por Antonio Tomé Salas.
La habitación se encontraba en
penumbra, tan solo iluminada por el leve resplandor que despedía el
televisor.
El niño estaba sentado en su sillín de Bob Esponja, su personaje favorito; en la pantalla, flotaba entre colores chillones un mensaje de "Fin de emisión".
Rodee el sillín, me incliné para cogerlo en mis brazos y llevarlo a dormir a su cama. Mañana tendría que madrugar para otro día duro de escuela.
Algo no iba bien. Me acerqué a él, para darle un beso de buenas noches.
Al besar sus suaves mejillas pude
saborear la sal de sus lágrimas, lágrimas que habían corrido por sus mejillas
cuando aun tenia vida.
Sintiendo mi cuerpo clavado al suelo, empecé a llorar. Eran lágrimas de muerte.
[Sin título]
Por Nati Lou.
Miro a su hijo una vez más, sin
poder entenderle todavía debajo de sus lagrimas. Pensó, como madre, que ese
momento no llegaría, o que llegaría, al menos, en la adolescencia. Pero
no, tenia a su hijo de 5 años llorando en la cocina.
Llamo a su marido al trabajo,
antes de ponerse a llorar ella también.
- Tiene hambre, dale de comer.
- Para eso, no te llamaba
pelotudo.
- Amor tranquilízate, que no debe
ser nada.
Dejo de llorar. Lo obligo a
lavarse la cara y le compro una cajita feliz.
- Lucio ¿ahora me podes decir que
te paso hoy?
- Mimi no me quiere más Ma. Hoy
se sentó en la mesa de Pablo.
Cuando Lucio entro, de la mano de su novia, ya se había olvidado de esta anécdota. Cuando supo el nombre de esa hija de puta… supo que no seria una buena suegra.
El niño solitario.
Por Gean Rossi.
Caminando de regreso a mi casa, me encuentro con un niño a un lado de la
calle con la cabeza entre las rodillas, me acerco a él:
—¿Qué te ocurre? —le pregunto y levanta su cabeza bañada en lágrimas de
desesperación.
—Estoy solo. Solo para toda la vida.
—¿Por qué lo dices, niño?
—Mi hermano murió ayer, era quien me cuidaba luego de que mamá falleciera por
la fuerte gripe, y pronto yo también moriré porque no tengo a donde ir, ni sé
qué haré con mi vida. Tengo miedo… —Sus palabras se cortaron por la
cascada de lágrimas que volvieron a correr sobre sus mejillas.
—Ven conmigo —le digo extendiendo mi mano—. Yo cuidaré de ti, y te prometo que
estarás en un buen lugar.
Él se aferra a mi mano y juntos empezamos a caminar. Con la otra mano toco el
bolsillo posterior de mi pantalón, allí estaba la calibre 6 mm cargada y lista para la acción. Sonrío ,
volteo a ver al niño y pienso: Uno
más para la colección.
Comprender…
Por Muriel Menendez.
Toby jugaba con Jackson, su
hermano mayor, cerca del lago. Pero entre tanto juego el globo quedó enganchado
en unas ramas que quedaban sobre las aguas. Jackson se adentró sin dudarlo para
recuperarlo. Pero cuanto más se acercaba al globo más profundo se encontraba.
Al empezar a oscurecer, los
padres de Toby se acercaron a la zona donde sabía que los pequeños jugaban.
Encontraron a Toby sin parar de llorar mirando un globo que había engancho
sobre el árbol del lago y de repetir una y otra vez “ha ido a buscarlo”. Pero
Jackson no salió y Toby comprendía por qué.
El golpe
Por Ricardo José Vega.
Encontre esta
foto
perdida entre
papeles…
y recordé esa
noche
de discusión
brutal
ya no habia mas
familia
solo odio en dos seres
que algún día
creyeron
en el amor
total.
Yo no entendia como
aquello fue
posible...
como aquel hogar
mio,
tan sólido,,, se
hundió
y por que
entramos llorando
en la noche y el
frío
mi mama
sollozando
abrazada al
cuerpo mio
y fuimos
caminando
en medio del
gentio,
los dos.
Aprendi que una cosa
que se llama
Destino
de un sopapo dá
vuelta
tu camino o el
mío...
sin avisarte
nada
sin
decirte:
"
CUIDADO
Que como no te
apartes te voy a atropellar "!!
y cuando te das cuenta
ya sucedió a tu
lado
aquella cosa
horrible, hundiendo tu pasado
que nunca
...nunca...nunca
podrá resusitar
!
El deseo
Por Evelia Garibay.
Valentina estaba
sentada en la banca del parque donde siempre esperaba a Fede pero él no
aparecía, suspiró mientras miraba a la gente a su alrededor y fue cuando notó
al pequeño parado unos metros enfrente de ella; la miraba fijamente y gruesos
lagrimones resbalaban por sus mejillas, verlo hizo que le doliera el corazón
pero ella tenía sus propios problemas.
Valentina miró
hacia otro lado sin notar que el chiquillo no apartaba la mirada de ella.
"Sólo
quería una segunda oportunidad, ¿quién iba a pensar que la primera estrella me
concedería un deseo? De haberlo sabido hubiera sido más específico."
Fue el último
pensamiento de adulto de Fede, todo lo demás se había desvanecido con las
horas, ahora sólo era un chiquillo de 5 años que lloraba profundamente sin
saber exactamente por qué, mientras miraba a una hermosa pelirroja a la que no
conocía de nada.
La sorpresa
Por Marje Musa.
Era el día de
Navidad, Israel se despertó con el ruido.
—¡Feliz Navidad,
Isra! —le gritaron sus papás al unísono.
Él empezó a
llorar amargamente.
—¿Por qué lloras
así? —preguntó la mamá, temiéndose lo peor.
—¡Ven, acércate,
abre los regalos! —sugirió el padre.
—No quiero, ya
veo que no hay bici. No sé si podré esperar otro año. ¡Odio tener que ser
bueno!
«Liberación»
Por Héctor Priámida Troyano.
Se enfadarían cuando
volvieran, de eso el hombretón estaba seguro. Esperaba que la cosa no llegara a
mayores: al fin y al cabo, traían la pasta, y habría tanta guita que se les
quitarían las preocupaciones de un plumazo. A no ser, claro, que hubieran
surgido complicaciones: de aquellos cabrones no podía uno fiarse nunca.
¡Millonetis de mierda! En cuanto te descuidabas, te partían el ojete.
Además, la culpa no era suya.
Aunque jamás había sido un tipo sensible, el machacón llanto del niño había
crispado sus nervios. Lo había desquiciado.
El jodido cachorro no había
dejado de llorar ni por un momento. La mordaza sofocaba los sollozos, mas las
lágrimas continuaban incesantes. Y eso antes incluso de que le hubieran cortado
el dedo meñique hasta la segunda falange…
Pero ahora, tras el accidente, disfrutaba del silencio
mientras aguardaba.
El crío llevaba ya un buen
rato sin llorar. Sin respirar.
La vida es dura
Por Marje Musa.
—¿Qué te pasa,
cariño? —le preguntó la maestra.
Él lloraba como
un Madalena, empezaba a tener hipo.
—Es que...
—intentó contestar Rubén.
—Tranquilo.
cuando estés preparado me lo cuentas —sugirió la señorita.
—Es que me duele
mucho al escribir —explicó al fin, levantando la mano derecha, dejando a la
vista una herida minúscula en su dedo meñique.
El peor día
Por Camila Carbel.
El pequeño
Ramiro se sentía completamente solo en el mundo, abandonado, sin nadie con
quien contar.
Estaba convencido que recordaría ese maldito día por toda su vida, nunca se había sentido tan triste. Ni cuando, hace cinco meses, su papá había salido de casa para no volver.
—Tranquilo, Ramiro. Ya no llores más, podemos comprar otro osito de peluche mañana. —Propuso la madre del niño.
—¡No quiero otro oso! Quiero el mió, quiero a Rafa—grito mientras las lágrimas le resbalaban por sus mejillas. Y miraba al perro del vecino con un odio que jamás había experimentado anteriormente.
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