martes, 21 de junio de 2016

Un cura de pueblo

Por Conxita Casamitjana.

—Mi nombre es Mariano Ramírez García, soy cura de este pueblo desde hace veinte cinco años. Llegué recién salido del seminario, fue mi primer destino y aquí me aposenté. Hoy algunos quieren que muera, están exaltados, fuera de razón, los oigo muy cerca y tengo mucho miedo, mucho—.Tragué saliva mientras miraba a la cámara, era una sensación muy extraña estar contando allí, delante de aquel desconocido que lo apuntaba todo y de aquella lente que no dejaba de grabar—. Enfócame muchacho, quiero que se vea bien que soy un cobarde, que nada de lo que he dicho a lo largo de los años desde mi atril era cierto. No existe nada después de muerto, no existe ni el paraíso ni el infierno, aquí es donde todo se vive. Mírame a mí, hasta ayer en el paraíso, un edén modesto pero mío y hoy el infierno. No, no creo ni en la resurrección ni en Dios ni en el Santo Padre y ese es uno de mis pecados, no aquello de lo que me acusan.
El hombre joven me miró mientras seguía enfocándome con su cámara profesional y mis ojos se empañaban en lágrimas. El calor era sofocante o quizás solo era mi miedo, fuese lo que fuese, la camisa empapada se pegaba a mi cuerpo, rechoncho y ya maduro, como intentando añadir más ofensas a mi pobre apariencia. El pelo liso y escaso, humedecido, adherido a mi cuero cabelludo y las gotas de sudor que se deslizaban, raudas, por mis mejillas. Mis ojos parecían aún más pequeños sin aquellas gafas que los protegían y que los primeros empujones habían roto en mil pedazos. Lo sé, lo sé…No soy un ser agraciado y en estos momentos me siento como un gusano y no lo soy, aunque todos se empeñen en acusarme y en castigarme por un delito que no he cometido.
Enfócame bien, quiero que al menos se me distinga perfectamente. Déjame que te cuente cómo ha pasado y después el cámara y tú podréis juzgar si me creéis o no, antes de que toda esa jauría justiciera acabe conmigo. ¿Te das cuenta de lo fácil que es ser valiente cuando se está rodeado de gente? Esos mismos que hoy me increpan, arropados por otros, son los mismos que serían incapaces de mirarme a los ojos si estuvieran solos. Eso, es algo muy propio del ser humano, siempre despreciable y cobarde. Pero no, no quiero distraerme…Chico, dame un pañuelo para secarme el sudor. No, no te preocupes, no voy a marcharme…¿A dónde podría ir con todos esos que me esperan ahí fuera? Quiero contarlo, quiero explicar aquello qué ha pasado y que alguien intente entender algo porque yo no lo consigo.
Hace un tiempo que esto empezó. Las primeras desapariciones son de hace un año, siempre mujeres, de distintas edades, jóvenes y también viejas. Creo que la primera fue María. A María no la querían mucho en el pueblo y se la acusó de largarse con su amante, quizá fuese cierto o tal vez habladurías, el caso es que se dijo que la habían visto en la capital besuqueándose con un tipo. Yo no lo sé. 
Después el turno fue para Antonia, la del panadero. Un buen día desapareció y en su caso a nadie le pasó por la cabeza que se hubiera fugado, no podía ser, era ya vieja y sin ganas de aventuras, ya tenía bastante con soportar al panadero. No se encontraba nada que hiciera intuir lo que había pasado, todos hablaban, se pensó que igual se había caído en alguna zanja y se encontraría más tarde su cuerpo. Se hicieron batidas, participaron todos los del pueblo y del de al lado, pero nada. Se removió cielo y tierra pero no se encontró ni una sola pista.
Carolina fue la siguiente, era apenas una chiquilla flacucha y poca cosa, empezaba a vivir la vida y desapareció una noche que volvía de una fiesta. Fue horrible, sus pobres padres no levantaban cabeza, su única hija y había desaparecido. No había novios, ni malos entendidos, nada había pasado, simplemente se había esfumado. Aún recuerdo su foto con aquella chaqueta verde pistacho que tanto le gustaba. Estábamos aterrorizados, ¿qué estaba pasando? ¿Quién lo hacía?
Este siempre ha sido un pueblo muy tranquilo, siempre y ahora de repente era como un avispero de rumores, de suspicacias, de visitantes que, como vosotros, micrófono en mano, nos asaltaban para conocer nuestra opinión, cómo eran las mujeres, qué pie calzaban o cualquier rumor que quisiéramos difundir. Nuestro pueblo se había convertido en un circo y nosotros en peleles para aumentar audiencias, algunos ya sacaban tajada de tanta desgracia.
Yo seguía dando mis sermones, citando a todos los santos habidos y por haber, mentando el nombre de Dios, en vano porque allí nada pasaba, ninguna volvía. Desde mi púlpito clamaba una y otra vez pidiendo que los culpables se entregaran, que dejaran libres a las mujeres…pero nadie parecía escuchar.
¿Puedes acercarme un vaso de agua? Estoy seco, me duele la garganta aunque eso ya no importa…Oigo los gritos, ¿cuánto tardarán en entrar a por mí? ¿No me preguntas nada? ¿Solo escuchas? ¿Qué clase de periodistas sois vosotros, los dos callados? ¿Qué reportaje es este? Cada vez están nerviosos quieren ajusticiarme. ¿Justicia? ¿Qué es eso? ¿Quién puede hacerla? Lo divino y lo terrenal. ¿Cuándo va a llegar la policía? ¿No me habíais dicho que la habíais avisado? ¿Dónde están? No, no quiero calmarme…¿Están llegando? Dios que calor que hace aquí dentro, ¿puedes subir el aire acondicionado?
Sí, ya sigo. ¿Dónde me he quedado? Ahhh sí, no había pistas, nadie encontraba nada pero la policía seguía investigando en nuestro pueblo, alguien cercano era el culpable, eso decían, aunque seguían sin encontrar a las muchachas ni vivas ni muertas. Nada, se habían esfumado.
En las fiestas de la patrona, hace apenas un par de días, todo se precipitó. De nuevo, una chiquilla, apenas una niña, volvió a desaparecer. Regresaba desde casa de una amiga hasta la suya y no llegó, nadie la había vuelto a ver. En este caso, si encontraron su camisetita tirada y rota. Ya nadie tenía dudas de que teníamos a un monstruo dentro de nuestro pueblo. Solo era cuestión de buscar.
Podéis imaginar que se montaron, de nuevo, pandillas para explorar todos nuestros montes, para revisar cada rincón del pueblo. Sacaron a los perros para seguir rastros, se peinó cada centímetro de nuestro municipio. Los perros desorientados se acercaban una y otra vez al cementerio que hay detrás de la iglesia pero no conseguían ubicarse, gruñían, ladraban y daban vueltas pero no encontraba un rastro nítido, aunque volvían allí, una y otra vez.
Empezaron las voces y los bulos, afianzados por todas esas noticias de curas pederastas y de gente de mal vivir que se estaban esparciendo en las televisiones sobre los religiosos, una iglesia que había sembrado el dolor en aquellos que la seguían. Yo mantenía mi capilla llena, con un público fiel de viejas y beatas, pero estas también empezaban a murmurar, primero a mis espaldas y después, se atrevían cuando yo estaba. No podía parar las habladurías aunque no les había dado ningún motivo.
No tardó en presentarse la Guardia Civil para registrar la sacristía, no sé qué querían encontrar pero encontraron, había ropa de mujer en mi armario, entre ellas una chaquetilla de un color verde pistacho que, según la familia de Carolina y la fotografía que circulaba de mano en mano, era de ella. Yo intenté decirles que aunque sé poco de moda, que era un color que ese verano llevaban todas las chicas, que esa chaquetilla era grande pero no conseguí que me escucharan. ¡Qué sabrá un cura de moda! ¿Qué hacía con esa ropa en su armario? Los rumores se acrecentaron, y yo seguía siendo el protagonista.
Volvieron enseguida con una orden para registrar el cementerio, exhumaron varias tumbas y allí apareció la primera de las desaparecidas. La habían golpeado hasta matarla…¡¡¡¡Yo, no!!! Por Dios, soy incapaz de pegar a nadie, pero no me escuchaban, todas las pruebas parecían estar en mi contra…Por más que negaba, ellos insistían. Y allí estaba yo, alelado, mirando cómo iban apareciendo las desaparecidas, otra en el panteón del crisantemo. Hacía años que allí no se enterraba a nadie…Y en la tumba más reciente la última chiquilla…Aquí, ya sabéis que ha pasado, como todo se ha descontrolado y han empezado primero a abuchearme, a insultarme, a darme empujones y a romperme la ropa. El pobre sargento no podía pararlos, por eso estoy aquí dentro y por eso os habéis colado vosotros para que os lo cuente. Ya tenían asesino. ¿Sabéis? No los culpo, tienen miedo y necesitan encontrar a un culpable, no sirve de nada que niegue, ellos me lincharan porque así parecerá que todo está controlado.
Dicen que no tengo coartada para esa última noche, la tengo pero no puedo decir nada.
Juro por ese Dios en el que no creo, que yo no he hecho nada a esas mujeres. Desconozco cómo han llegado allí, pero yo no he sido. Sé que el pueblo necesita un culpable y Luisito habló de mí, de que lo había tocado y le había hecho hacer atrocidades…Eso es mentira, es una odiosa mentira solo porque lo pillé robando el cepillo. ¿Por qué no quieren creerme? Tengo mucho calor, se me nubla la vista, por favor necesito aire…Deja de grabar y atiéndeme…
Yo no he hecho nada a esas mujeres….Oigo como están subiendo la escalera, los gritos y la rabia, me van a matar, lo sé y nadie alzará una mano para defenderme. No sé quién puede haber cometido estos crímenes pero yo no he sido.
Chico graba, graba…No quiero morir, soy un cobarde y no quiero que me apaleen como un perro. Por Dios…Mi único delito, mi único delito…Me ahogo, por Dios, , no he hecho nada…Mi delito, os contaré cuál es mi delito…¡¡¡¡No quiero morir, no quiero morir!!! ¡¡No los dejéis entrar!!!
Y entonces…sobresaltado, con el corazón desbocado, boqueando intentando que el aire entrara en mis pulmones, me vi en el sofá de la sacristía, delante de mí, estaba la televisión emitiendo una vibración monótona acompañado de un feo gris, no había cámaras, no había periodistas, no había ruido, no había nada.
Me levanté a trompicones, desorientado, empapado en un sudor frío, miré por la ventana, fuera todo estaba oscuro y silencioso, sobre la televisión, la funda de la película del vídeo club: “El cura asesino”. Temblaba, aún desencajado, era increíble, no había muertos ni a mí me iban a linchar. Estaba solo en la rectoría.
Me acerqué hasta mi habitación, abrí el armario que parecía llamarme y allí, delante de mí, esa chaqueta verde pistacho XL de la mujer del alcalde, mi amante desde hacía muchos años.


Mariano Ramírez García

***

Consigna: Debe contar un sueño en el cual es cura y lo quieren linchar por un pecado que no cometió.

La increíble historia de Albert Camus

Por Carmen Gutiérrez.     

     —Tranquila, vengo a ayudarte le dije cuando me distinguió en la penumbra.
   
     Abrió más los ojos y trató de moverse. Me acerqué a su cama. Su habitación era casi una copia de la mía. Ropa tirada en el suelo, libros en el tocador, un aparato de música en una repisa, el teléfono celular en la almohada y un montón de objetos personales desperdigados en la mesa de noche. Había observado esa recamara a través de un telescopio en el edificio de enfrente y nunca me percaté de esas pequeñas similitudes. Quizá porque la mente esta entrenada para encontrar diferencias. El tono rosa pastel de las paredes había sido como una bofetada, los posters de películas románticas me hicieron dudar. Pero después de mucho observarla me di cuenta de que mis paredes blancas y mis cuadros de acuarela estaban dispuestos casi de idéntica forma a los suyos, lo que me llevó al siguiente paso: Intrusión.
Busqué la silla que había visto y la coloqué al lado de la cama dejándome caer en ella. Luisa me miraba espantada pero no se movía. No podía.

     Te juro que sólo quiero ayudar aseguré, y dentro de poco sabrás a qué he venido.

     De mi mochila saqué una linterna y el folio con copias de un libro, cuyo original se perdió hace muchos años y del cual solo quedaban esas fotocopias de fotocopias de fotocopias. Me senté en la posición de flor de loto, tal y como se lo había visto hacer durante las noches en que estuve espiándola.

     —Todo esto es culpa de Alberto Camus le dije mostrando la portada de las copias, pero antes de decirte por qué, debemos establecer comunicación. Sé que no puedes moverte, así que parpadea dos veces seguidas para decir , y una para no. Si quieres más información trata de hacer bizcos, voy a apuntarte con la linterna para verte, porque si prendo la luz te dolerá la cabeza. ¿Entendiste?

     Doble parpadeo.

     —Perfecto. Lo que te pasa es que sufres de Parálisis del sueño, pero esto ya lo sabías. Me di cuenta por la cantidad de pastillas que tomas, las clases de yoga y la música clásica que escuchas. Sí, te he estado vigilando pero ya  te digo que es por culpa de Alberto Camus.

     Bizcos.

     —A eso voy. No es por el hecho de que hayas leído “El Extranjero”, lo vi en tu mesa cuando entré. Aunque estarás de acuerdo conmigo en que si el protagonista hubiera ido a terapia le habrían diagnosticado una sicopatía de las buenas. Deja de hacer bizcos, ya llego al punto. El caso es que Alberto Camus falleció en un accidente de auto en mil novecientos sesenta y, en mil novecientos sesenta y uno, su editorial publicó con su nombre un ensayo llamado “La Pesadilla”. La versión oficial dice que el manuscrito se encontró entre las cosas personales del autor y la editorial decidió hacer la publicación a modo de homenaje póstumo. ¿Te suena?

     Un parpadeo.
     —Me lo imaginé. En mil novecientos sesenta y dos, la Universidad de Navarra publicó parte de este ensayo en la revista de neurología universitaria y se propagó por el mundo como un hecho. En mil novecientos sesenta y cuatro, la Universidad de Oxford desacreditó el ensayo basándose en pruebas meramente científicas y con datos “comprobables”. Los detractores de Camus entre ellos un patán de nombre Sartré se mofaron del pobre escritor fallecido y de paso ridiculizaron a la comunidad médica por tomarse a pecho los desvaríos de un pobre idiota.  Pero eso no es por lo que estoy aquí, no soy una gran fan de ese escritor ni voy a matarte en su nombre.

     Bizcos.

     —Escucha esto abrí el folio en la primera página marcada con una notita amarilla y leí, “El paciente que sufre de la parálisis de sueño es bombardeado por corrientes eléctricas cerebrales durante el descanso, esto debido a que el cerebro de dichos pacientes está en constante evolución, en un proceso idéntico al que sufre el recién nacido al comenzar a desarrollar las habilidades que le permiten convertirse en un ser independiente. El cerebro de los pacientes con PdS no deja de evolucionar, por lo mismo es frecuente encontrar que los afectados se dediquen al arte o tengan habilidades especiales para el proceso creativo.” ¿Te dijo eso tu médico?

     Parpadeo.

     —Camus dice, entre otras cosas, que “la PsD otorga o incrementa habilidades inútiles, en su mayoría artísticas, a partir de la primera manifestación, llegando a la perfección en etapas avanzadas del trastorno.” En mi caso no duermo una mierda, pero pinto mejor de Miguel Ángel solté una risita.

     Bizcos.

     —Lo sé, lo sé dije tratando de calmarla. Te he escuchado cantar. Lloré el otro día cuando cantabas el Ángelus, lloré porque tienes la voz más hermosa que he escuchado, lloré porque supe que eras la indicada, lloré por lo que hemos sufrido y por lo que aún te falta sufrir. Pero deja que te lea esta parte: “El trastorno se puede clasificar en las siguientes etapas:
1.- Parálisis transitoria: el paciente no puede moverse a pesar de estar consciente pero recupera el control al cabo de unos minutos.
2.- Parálisis de miedo: el paciente ve y escucha a seres de sombras que le acosan e incluso llegan a hacerle daño. Estos seres se alimentan del terror del paciente y cuando aparecen, el paciente puede tardar hasta una hora en recuperar el control de su cuerpo.
3.- Parálisis etérea: el paciente busca como defenderse y provoca un desdoblamiento, en el cual puede verse a sí mismo y lo que pasa en la habitación desde ángulos externos. Algunos pueden incluso salir de su casa dejando el cuerpo detrás. Hay casos en los que se registran horas perdidas en este trance.
4.- Parálisis contagiosa: Un paciente en el nivel cuatro de la enfermedad, puede llegar a contagiar a otros son el simple hecho de contar a alguien más su sufrimiento. No todas las personas se contagian, pero está registrado que las personas creativas son más susceptibles a adquirir este trastorno.
5.- Parálisis dimensional: En este punto el paciente pierde toda facultad de movimiento de su cuerpo y puede morir de inanición. Su mente, sin embargo, llega a perderse entre las dimensiones y su comprensión de la existencia llega a ser tan amplia que su cuerpo no puede acatar esa grandeza y evita que el paciente recupere su cualidad corpórea.” ¿Entiendes?

     Doble parpadeo.

     —Por lo que he podido observar, estás pasando a la etapa dos. A veces los ves y a veces no, ¿cierto?

     Doble parpadeo.

     —Va a llegar el momento en que los veas cada noche, Luisa. No debes tener miedo. Ellos seguirán viniendo siempre que te noten espantada. Entre más terror sientas, más fuertes de hacen y te harán pasar a la etapa tres. Ojalá hubiera yo tenido a alguien que me dijera esas cosas. Pero yo lo descubrí muy tarde.

Bizcos.

     —¿Ves estas cicatrices? me apunté a la cara con la linterna. A mi padre se le ocurrió quedarse dormido con un cigarro encendido. Él murió en su cama, calcinado. Mi hermana salió a pedir ayuda cuando las llamas alcanzaron el pasillo, pero yo… no podía moverme. Estaba en la etapa tres y había decidido que quedarme en la habitación viéndome dormir era muy aburrido, así que dejé que mi espíritu vagara un poco por el tejado, es una sensación liberadora dejar que las cosas fluyan a través de ti, puesto que tu cuerpo está en la cama pero al mismo tiempo puedes moverte por donde quieras… El ardor me hizo regresar a mi recamara. Las llamas me rodeaban y mi pijama estaba encendiéndose. Pero no podía entrar en mi cuerpo a pesar del dolor. Me vi a mi misma viéndome aterrada, mi mirada de angustia, mi grito silencioso pero no podía recuperar el movimiento y huir. Un vecino me sacó en brazos pero mi cuerpo ya estaba muy quemado.

     Bizcos.

     —Soy etapa cuatro ahora. Alguien me habló del libro, así como lo estoy haciendo contigo, hace casi un año. Ese alguien me siguió durante meses, se metió en mi cuarto y me ayudó como ahora trató de hacerlo contigo. Pero ya era muy tardé. Había estado enamorada de un compañero de mi clase de pintura. Tuvimos sexo algunas veces y una noche le conté de mi trastorno. ¿Entiendes?

     Doble parpadeo.

     —Comenzó a sufrir de lo mismo. Me repudió, dejó de ir a clase y a los pocos meses terminó suicidándose. Cuando ese alguien se coló en mi habitación para darme “La Pesadilla” hacía un mes que Pedro había fallecido.

     Doble parpadeo.

     —Gracias. Ahora regreso a Camus, ya que aún no puedes moverte. El libro tiene la cura.

     Bizcos.

     —Así es. El capítulo final describe paso a paso el modo de curarse. Pero ya lo leerás, te dejaré mi copia. El alguien que entró en mi habitación no se había curado y no sé qué pasó con él. Solo me dejó las copias y me explicó algunas cosas. Escucha esto abrí el folio en la siguiente notita amarilla y leí, “No digas nada o contagiarás a alguien. Busca a tu igual fuera de la zona donde vives. Cuando viajes, abre bien los ojos, busca a los que son como nosotros y escoge a alguno para que le des la copia del libro y el remedio y olvídate de esa persona. Nunca se lo des a alguien que viva cerca de ti.” Esto lo escribió alguien al margen de la página 50. Es un resumen del punto que se trata en esa hoja. Lo que me hizo llegar a la conclusión de que la editorial equivocó por completo al publicar el manuscrito a nombre de Albert Camus, creo que el autor sufría de PdS alguna persona le hizo llegar este manuscrito y por eso lo tenía. ¿No crees?

     Doble parpadeo.

     —En fin. Te encontré porque vine de vacaciones a Guadalajara y te escuché cantar en el templo del Refugio. Te investigué y comencé a seguirte; no sólo te delató la voz, amiga mía. Los que somos PdS caminamos entre los normales con el signo de Caín. El cabello sin arreglar, el caminar cansado, la mirada hundida y los labios apretados nos delatan. He ayudado a dos personas antes de ti y he seguido las reglas. Pero contigo, Luisa, he tenido la suerte del mundo. Eres mi igual.

     Bizcos.

     —Bueno, yo también me llamo Luisa, tu habitación es casi una copia de la mía. Soy huérfana, como tú, he vivido en la misma ciudad toda mi vida, mi hermana también trabaja para el gobierno y sobre todo… me acerqué la luz a los ojos también tengo heterocromía. Mi ojo derecho es color gris y el izquierdo café. Como los tuyos.

     Doble parpadeo.

     —Es curioso ¿verdad? Bueno, cuando leas el libro entenderás muchas cosas y quizá puedas perdonarme este gesto tan rudo. No me volverás a ver y no podrás encontrarme. Tienes que buscar a tu igual para poder curarte, pero no soy yo. Lo sabrás cuando lo encuentres.


     Bizcos.

     —No, amiga, no estoy segura de que la cura sea definitiva y no me comunicaré para decirte si funciona o no. No llores. No hay nada que agradecer. Si lo logras y funciona debes pasar la voz, debes ayudar a otros. Ya me voy, veo que estas por recuperar el movimiento y debo desaparecer, pero antes me disculpo de nuevo por entrar así y me disculpo de antemano por esto saqué unas tenazas de mi mochila, y antes de que pudiera reaccionar le corté el dedo meñique, lo metí en una bolsita de plástico y lo guardé junto con las tenazas.

     Me miró sorprendida y un grito de dolor se atoró en su garganta. Eché un vistazo rápido alrededor para no dejar evidencia, me pare en el quicio de la ventana y me volví.

     —Eres cantante, no necesitas este dedo. —dije a modo de despedida y me fui.

De eso hace ya más de dos años. No me arrepiento y no puedo decir lo que hice con su meñique… Sólo puedo decir, que la cura funciona.   

     Luisa Félix
  


*Alberto Camus no tiene ningún libro publicado llamado “La pesadilla”, este fue inventado por el autor para darle cierto toque de realidad al relato y pide de antemano disculpas por usar el nombre de un autor reconocido para este pequeño ejercicio. (Nota del autor)

Consigna: 
 Sufre de "parálisis del sueño" y lo que va a narrar es una de las tantas experiencias que tuvo.

        

Sueño de Miriam Doretti

Por Evelia Garibay.

Cuando vi la carpa blanca plantada en medio del parque El Refugio no le preste mucha atención, no era extraño ver esa clase de montaje por ahí con todo tipo de cosas adentro, desde venta de artículos para fanáticos de los comics hasta proyectos escolares de diferentes escuelas de la Universidad de Guadalajara o campañas de vacunación, tanto para personas como para animales domésticos. Al acercarme más pude leer el letrero que habían puesto en la entrada “Escucho sueños gratis” y eso me hizo detenerme en seco.
Mire mi reloj y vi que tenía tiempo, no había gente en la entrada así que me acerque a preguntar. Antes de entrar al espacio sombreado dentro de la carpa una chica, evidentemente universitaria, salió a mi encuentro.
—¡Hola! —me saludó con una gran sonrisa, la verdad es que mi resolución flaqueó en ese momento, no me esperaba tanta animosidad.
—Hola —respondí o intente responder apenas me salió un hilo de voz, carraspeé aclarando mi garganta y volví a intentar con voz un poco más firme esta vez —Hola ¿cómo funciona eso de escuchar sueños?
—Bueno, en realidad no es gran cosa, solo entra y da algunos de sus datos; su nombre y su edad nada más y le platica su sueño a nuestro experto.
Se quedó mirándome esperando mi reacción y de repente se acordó de algo más.
—Ah también vamos a grabar la entrevista. ¿Cómo ve? ¿se anima?
Por unos segundos me quede mirando los ojos cafés de la chica y en ellos vi el deseo de que dijera que sí, seguro era para algún trabajo escolar y yo podría ayudarlos a terminar más pronto y además no es que hubiera demasiada gente esperando para entrar en la carpa a contar sus sueños.
—Esta bien —respondí —me animo.
—¡Bien! —dijo sin intentar disimular su entusiasmo, incluso se puso a aplaudir y a dar saltitos, eso me hizo sonreír y una vez que terminó su muestra de alegría la seguí dentro del ambiente oscurecido de la carpa.

Cuando entre pensé que me iba a encontrar con alguna persona sentada atrás de un escritorio y que yo iba a tener que sentarme enfrente, con la basta superficie del mueble imponiéndose entre nosotros, así que me lleve una grata sorpresa al ver que lo que tenía enfrente era una agradable sala de estar montada en el centro de la carpa. Los sillones eran de color beige fuerte, había dos, uno frente al otro con una pequeña mesa entre ellos, en donde había botellas de agua cerradas.
El “experto” era un hombre canoso y con barba pero cada vez que pienso en la experiencia me convenzo de que en realidad no era tan viejo como quería aparentar, quizá eso era parte del trabajo escolar que estaban realizando ¿quién puede saberlo?

¿Por qué entre a la carpa ese día? Porque tenía un sueño que quería contar, un sueño que no le había platicado nunca a nadie y en cuanto tuve la oportunidad me decidí a contarlo todo, y el que fuera a un extraño me ayudaba más, porque si le contaba esto a alguien de mi familia o de mis amigos me tacharían de loca, de por sí, ya era yo la rara de la familia no tenía porque alimentar esta creencia contando lo que alguna vez soñé y las sospechas que tenía.

—¿Nombre?
—Miriam Doretti.
—¿Edad?
—Treinta y siete.
—Muy bien Miriam, platíqueme su sueño por favor.
—Claro, pero antes de entrar en el sueño tengo que contarle un poco sobre mi y mi familia.
Yo soy el “pilón” de la familia, cuando nací mis padres ya tenían tres hijos, dos varones y una mujer, mi hermana Martha, ella era la más chica y ya tenía quince años. En realidad nunca hubo celos entre nosotros, al llevarme ellos tantos años yo crecí como si fuera hija única.
Cuando cumplí diez años, Martha ya tenía 25 y tenía una hermosa bebé de dos años, esa niña ha sido más mi hermana que mis verdaderos hermanos. Verá, el marido de Martha viajaba mucho por su trabajo y en uno de esos viajes le pidió a ella que lo acompañara, claro que ella fue, tenía mucho tiempo sin salir de viaje a solas con su marido, así que dejaron a la niña a cargo de mi madre y se fueron, el problema fue que ya no regresaron. Tuvieron un accidente en la carretera y murieron al instante.
—¡Que triste! —dijo el experto.
—Si ya se que es muy triste, pero era importante que supiera esto para ponerlo en contexto sobre mi sueño.
Este sueño no es reciente y la verdad es que no es un solo sueño, bueno sí es un solo sueño pero lo he tenido durante varios días, es lo que se llama un sueño recurrente, la primera vez que lo tuve me desperté tan asustada que no se diluyó mientras pasaba la mañana como me ocurría siempre que algún sueño me impresionaba, lo recordé por algunas horas pero con el paso del día se me iba olvidad, siempre he sido una soñadora “activa” siempre recuerdo lo que soñé, y si alguno me gusta de verdad lo apunto en una libreta para que no se me olvide.
Bueno, este sueño en especial no tuve que anotarlo, ya que no se me olvido ni con el paso de los días, sobre todo porque lo volví a tener, no al día siguiente pero si cada pocas semanas.
En este sueño estoy parada en medio de un pasillo muy largo, iluminado con luces fluorescentes muy potentes y a cada lado hay puertas cada pocos metros, todas parecen estar cerradas, lo curioso es que las puertas no son todas iguales, todas son de diferente color: hay blancas, diferentes tonos de azul, rosa, morado, gris, en fin, todas son diferentes.
Comienzo a caminar y me acercó a la primer puerta, una puerta blanca muy normal, giro el pomo y la puerta se abre, dentro hay una oficina completamente blanca y tras el escritorio esta una mujer a la que no he visto en mi vida, ella también va vestida de blanco, el único color en la habitación es el tono dorado de su piel y su melena de color negro, me mira y claramente pronuncia.
—Miriam aún no es tiempo, vuelve después por favor.
Hace ademanes con la mano indicándome que salga, así lo hago y la puerta se cierra a mi espalda con un golpe bastante fuerte y es cuando me despierto.
Esa fue la primera vez que tuve el sueño del pasillo. Yo tenía quince años.
La segunda vez intente abrir otra de las puertas pero estaba cerrada con seguro, volví a abrir la puerta blanca y esta vez la mujer no estaba sola, frente a ella había un anciano que sonreía pacíficamente, los dos me miraron cuando abrí la puerta, la mujer se dirigió de nuevo a mi.
—Ya te dije que es muy pronto Miriam y en este momento estoy atendiendo al señor. Vuelve después pero mucho después por favor.
Y de nuevo hizo el gesto de despedida con la mano, de nuevo salí y desperté.
No voy a aburrirlo contándole todas las veces que tuve un sueño parecido a este, la sorpresa fue cuando en una de las variaciones de este mismo sueño, la mujer no me despidió con un ademan de la mano sino que me pidió que pasara a la siguiente oficina, en ese entonces yo ya tenía dieciocho años.
La siguiente puerta era de un tono azul cielo, la abrí y era una copia de la oficina blanca pero en este caso todo era del mismo tono que la puerta y dentro había un hombre con un traje muy formal del mismo tono, excepto la corbata que era de un azul más oscuro.
—Bienvenida Miriam, ya me platicaron que has estado adelantándote en tiempo así que decidimos contarte un poco de que se trata todo esto.
Tu eres lo que nosotros conocemos como una “acompañante” esto quiere decir que alguna persona muy querida para ti falleció y tu eres la encargada de acompañarla cuando este lista para regresar a la tierra, se que para ti esto es un sueño pero en realidad estamos en un mundo intermedio.
—¿Estamos en el Más Allá? —pregunté asombrada.
El se rió con ganas.
—En realidad no. Bueno, si te ayuda a procesar esto puede decirse que si, estamos en el Más Allá.
—¿Puedo ver a Martha? —a estas alturas yo ya sabía que a la única persona querida que había fallecido y a quien yo quería acompañar era a Martha.
—No, me temo que no puedes, se supone, que como acompañante solo puedes estar aquí cuando sea el momento de que ella regrese…
—¿Regrese a dónde? —le interrumpí.
—A la tierra —dijo como si fuera lo más lógico del mundo.
—¿Cómo va a regresar a la tierra?
—Cómo un bebé por supuesto —respondió —discúlpame por favor, me acabo de dar cuenta de que en realidad no sabes que es lo que hacemos aquí, si me das unos minutos quizá pueda explicarte. O quizá en otra ocasión, creo que estas despertando.

Y efectivamente, en ese momento me desperté e inmediatamente anote todo esto, lo he leído tantas veces que me lo se de memoria.

La siguiente vez el pasillo  no estaba vació, una mujer vestida de gris acompañaba a otra claramente embarazada de una puerta a otra cerca del final del pasillo, comencé a caminar hacia ellas pero la puerta azul se abrió y el hombre no me permitió seguir avanzando.
—Aún tenemos una conversación pendiente —dijo haciéndose a un lado para dejarme entrar a su despacho.
—Ya dejamos establecido que somos un mundo intermedio, aquí es a donde llegan todas las personas que fallecen y que se preparan para regresar a la tierra, el funcionamiento es sencillo, cuando llegan nosotros los procesamos y los mandamos a diferentes regiones de este lugar en donde pueden vivir el tiempo que tarden en estar listos para poder regresar.
El tiempo que tardan en volver depende del tiempo que vivieron, aquí el tiempo no pasa como en la tierra, aquí el tiempo va en reversa, para que puedan estar listos para regresar a la tierra tienen que rejuvenecer así que alguien que murió a los ochenta años va a tardar esos ochenta años en regresar, muchas de esas personas no tienen “acompañantes” porque cuando al fin les llega el momento de regresar sus seres queridos ya están aquí con nosotros, así que el de ustedes es un caso especial, tu vas a poder acompañar a tu hermana cuando vuelva.
Tu estas viviendo esto como un sueño y sabemos que los sueños se olvidan fácilmente por eso es que me permitieron contarte todo esto. De los veinticinco años que tu hermana va a pasar antes de regresar ya solo quedan doce. Ten paciencia Miriam y podrás ver como todo inicia de nuevo para ella, para que tenga otra vida feliz.

—Si, los sueños se olvidan, pero yo no los olvidaba yo los anotaba todos y tenía mil preguntas, preguntas que sabía que no podía hacer para no arriesgarme a que ya no me dejaran volver o que me prohibieran ser la acompañante de Martha.
También es cierto que pensé que el fallecimiento de mi hermana me había afectado más de lo que pensaba, había tenido a su hija para que me hiciera compañía y para que creciera conmigo como si fuera mi hermana, pero de todos modos Martha me hacia falta, así que fui a terapia durante algunos años, pero cuando quisieron medicarme fue cuando me di cuenta que esos sueños no me hacían daño en realidad, yo tenía y tengo una vida feliz y productiva, así que tener la esperanza de que en algún momento el alma de mi hermana iba a poder regresar a vivir otra vida no me hacia ningún daño por lo que deje de ir con el psicólogo y cada que tenía uno de los sueños del pasillo, lo anotaba para no olvidarlo.

No tenían una periodicidad, podían pasar años sin que tuviera ningún sueño del pasillo, pero no perdía la esperanza ni la cuenta, yo ya tenía veintiocho, eso quería decir que a Martha le faltaban solo siete años para regresar, mientras tanto mi sobrina se había convertido en una hermosa jovencita de dieciocho años a punto de iniciar la universidad. La noche que soñé con la mujer de gris aprendí muchas cosas.
Estaba de nuevo en el pasillo, todas las puertas cerradas excepto la de color gris, así que me dirigí ahí, la mujer me recibió antes de que entrara al despacho.
—¡Hola Miriam! Ya teníamos tiempo sin verte —me dijo, como si fuera yo quien controlara esos sueños.
—Azul me dijo todo lo que te platicó, así que hoy me toca a mi decirte en que va a consistir tu trabajo como “acompañante”.
Cuando Martha este lista, eso quiere decir, cuando sea un bebé, tu vas a llegar y vas a ir hasta la puerta roja de donde saldrá la mujer embaraza llevando en su seno a Martha y tu vas a tener que acompañarla hasta la puerta rosa, cuando ella entre a la habitación va a despertar de un sueño muy parecido al tuyo y ya va a estar embarazada, en ese momento ella no lo va a saber pero tu vas a ayudar a que el milagro de la vida siga adelante…
—¿Solo voy a ayudarla a cruzar el pasillo? ¿eso es todo? —pregunté sin poder creer que por años había esperado el momento de “acompañar” a mi hermana para que ahora me dijeran que solo iba a caminar al lado de una extraña por unos pocos metros —. ¿Ni siquiera voy a ver a mi hermana?.
—¡Claro que no! —dijo la mujer de gris interrumpiéndome —Cuando las mujeres embarazadas salen de la puerta rosa están experimentando un sin fin de emociones: alegría, temor, incertidumbre. El que encuentren un rostro amable que las acompañe, aunque sea unos pocos metros, es de vital importancia para que el embarazo y el nacimiento se lleven a cabo de la manera más armoniosa posible. El que tu seas pariente del bebé que va a estar en su seno ayuda de sobremanera a que eso pase. Aún no lo sabemos pero quizá te sorprendas agradablemente cuando conozcas la identidad de la persona sobre la que va a caer el honor de llevar a ese bebé. Ahora… ¡Despierta!
Los años siguieron pasando, el tiempo se iba acabando y el sueño del pasillo no regresaba, hasta que un día me encontré de nuevo en ese largo pasillo pero esta vez no estaba sola en él, a los lados justo afuera de sus oficinas estaban Blanca, Azul y Gris esperándome y sonriendo, no me dijeron nada pero con sus miradas y gestos de las manos me invitaban a acercarme hasta la puerta roja, yo moría de impaciencia así que no lo dudé demasiado y me acerqué.
Mi sorpresa fue enorme cuando de la puerta salió mi sobrina con una gran sonrisa y una enorme barriga de embarazo, durante años creí que iba a ser yo la embarazada, que iba a ser yo quien ayudaría a mi hermana a volver a la tierra, quien la educaría y la haría ser feliz, pero ahí estaba Martita acariciando lentamente su gran barriga, levantó la vista y cuando me reconoció me sonrió.
—Mira Miriam —me dijo —, voy a ser mamá.
—Ya lo vi, luces hermosa, vamos, tenemos que cruzar el pasillo hasta la puerta rosa un poco más adelante ¿la ves?
Levanto la mirada y asintió con la cabeza, no dejaba de acariciar su estomago y de sonreír de forma totalmente arrobadora.
La rodeé de la cintura y la conduje hasta la puerta indicada.
—Vas a ser una mamá estupenda —le dije.
—Gracias Miriam, tu eres la mejor tía del mundo.
Y después de decir esto entro por la puerta y yo me quede en el pasillo mirándola con una mezcla de sentimientos que ni yo entendía, alegría, tristeza, envidia, celos.
Pero por algo pasan las cosas, sentí que alguien me tocaba el hombro, era Gris y estaba sonriendo.
—Lo hiciste bien Miriam, ya puedes volver a casa.
Asentí, no tenía fuerza para decir nada y en ese momento desperté.
Anoté todo en mi libreta de sueños y tuve que reprimirme para no llamar a Martita inmediatamente, las semanas pasaron y me convencí que todo eso a pesar de ser sueños recurrentes no eran nada más que eso, sueños.
A los tres meses de ese sueño se organizó una comida familiar y ahí Martita nos dio la sorpresa a todos ¡estaba embarazada!.
Quizá usted pueda decir o pensar que todo me lo invente y que hice que coincidiera para poder creer lo que yo quería querer quizá usted piense que tengo que volver con el psicólogo, no importa, ahí fuera dice que usted escucha sueños gratis y fue para lo que entre, para contarle mi experiencia, lo que piense o deje de pensar sobre mi o mi sueño no importa, porque es mío y tengo mi diario de sueños en donde esta registrado con fechas.
Pero no entre para convencerlo ni para comprobar la veracidad de lo que creo que paso.
Entre para contarlo y ya lo hice, muchas gracias por escucharme.

Y antes de que pudiera decir algo me levante y salí alejándome a paso rápido de la carpa blanca, ahora si ya se me había hecho tarde.
Miriam Doretti

Consigna
Sueña con un bebé, y cuando esto pasa, significa que alguien está embarazada en la realidad. Debe contar esa realidad a partir de ese sueño.

SEÑALES ESCARLATAS

Por Soledad Fernández.

 No sé si contarle mi sueño servirá de algo. A mi, es lo único que me queda por hacer. Porque si sólo fuese por lo que soñé, mi vida no estaría tan trastornada como lo está. Incluso verlo a usted sentado frente a mí, con esa cámara, con esa pequeña luz roja… no sé. Es una verdadera pesadilla cotidiana la que vivo. Todo por ese maldito sueño.
 Mi nombre es Martín Esparza. Soy estudiante de derecho. En poco tiempo me graduaré. No estoy para juegos ni nada parecido. Es más, creo que si no logro recomponer mi vida jamás llegaré a ser el profesional que deseo ser. El ser humano que quiero ser. Todo comenzó un mes atrás en una noche de fiesta de fraternidades. Había tomado de más y había probado por primera vez una pequeña pastillita. Tenía forma de corazón. La tomé por estupidez, para probarme a mi mismo de que no había desperdiciado mis mejores años sumergido entre libros. Ahora sé que soy un estúpido.  
 Luego de la pastillita, entré en un sueño pesado. Enseguida sentí que mi cuerpo estaba rígido sobre una tabla de madera muy dura. Me dolía la espalda y mis piernas y brazos se encontraban atados. En el sueño estaba cabeza abajo. Juro que pude sentir la sangre acumulándose en mi cerebro, latiendo al ritmo de mi corazón. Al mismo ritmo desquiciado apareció de la nada una luz roja, que encandiló mis ojos. Parpadeaba con una intensidad escarlata sobre un fondo negro. Con cada latido, la luz roja se agrandó. Creció cada vez mas grabándose en mis neuronas que no entendían mucho. A la vez que todo se volvía rojo, un zumbido penetrante retumbó en mis oídos haciéndome gritar de dolor. Mientras gritaba, el círculo rojo se fue transformando en una especie de lanza que se dirigió directo a mis ojos y en el momento en que esperé que me atravesara, desperté.
 Por supuesto esa visión me trastornó, aunque solo fue un sueño. ¿Qué más podría ser? ¡Era una maldita luz! Eso no debía asustarme. Sin embargo las cosas se pusieron raras y enseguida comencé a encontrar las señales.
 Recuerdo que la primera apareció una tarde en el parque. Estaba esperando a que el semáforo cambiara la luz para cruzar la calle. Los segundos y los autos pasaban uno atrás de otro, rápidos. Ajenos como yo a lo que estaba por pasar. Y ahí se encontraba la luz roja de no avanzar. Redonda. Intensa. Penetrante. Me la quedé mirando, hipnotizado. Vi como lentamente los fotones escarlata llegaban y alertaban mis sentidos. Me invadían y se adueñaban de mi espíritu. En un instante, como en mi sueño, la luz comenzó a titilar. Rítmica. A la par de mi pulso. Me alarmé porque sentí que aquella luz estaba en mi torrente sanguíneo, en mis neuronas, en todo mí ser. ¿Alucinaba? Era muy probable.
 Reaccioné brevemente y miré a mí alrededor. El mundo parecía detenido; las personas en pausa. Y la luz roja que continuó con su código titilante. El zumbido del sueño apareció de pronto, intenso, invasivo. Mi cuerpo se sintió rígido y me sobrevino una tremenda desesperación. Todo se repetía. Cada detalle, cada situación. Sentí que iba a enloquecer. Quise avanzar, moverme, salir de ahí. Nada. Ni un músculo se me movió. Y llegué al límite de mi tolerancia. Grité desesperado y solo así el mundo arrancó otra vez. El semáforo pasó al verde y la gente que me rodeaba cruzó junto a mí como si nada. Entonces entendí que algo malo me estaba pasando.
 Fui hasta la fraternidad y les exigí que me dieran respuestas. ¿Qué era esa pastilla? El hermetismo de mis amigos fue extremo y extraño. Tanto que solo me dieron un papel escrito: “En las luces está tu respuesta”. Todo parecía una maldita broma. ¿Cómo sabían de las luces? Yo no había dicho nada. Eso me atemorizó más.
 Me encerré. No era posible aquello que estaba viviendo. Era demasiado surreal. Yo solo quería estudiar y pertenecer a algo. Y sin embargo estaba atado a un desastre potencial. Me intenté relajar. Tal vez ese episodio del semáforo había sido único. Un recuerdo demasiado vivaz del sueño. Sí. Así debía ser. Luego de mucho pensar, tomé coraje y decidí que todo aquello era una mala experiencia con drogas y nada más. Así retomé mi vida normal.
 Pero lo normal duró poco.
 Una noche en la que caminaba por la ciudad, una luz titilante me hizo frenar en seco. Era la señal de pare ante una cochera. No podía avanzar. Quería retroceder, pero por algún motivo mis piernas estaban paralizadas. “En las luces están tus respuestas”, recordé. Con temor y casi desencajado por la situación decidí sacar algo en limpio de aquella situación. Fui paciente aunque la situación no me ayudaba.
 Sentí que mi cuerpo se bañaba en sudor y que mi corazón otra vez se desbocaba. Lo cierto era que nuevamente estaba preso de un transe psicodélico. Las luces tomaron un ritmo, un tono. No sé. La verdad es que entendí que decían “Busca al…”
 “¿Al qué?”, pregunté al aire, pero el efecto se esfumó. Una vez que pude moverme corrí cuadras y cuadras hasta la fraternidad.
 Ya en mi dormitorio no supe qué pensar. ¿Sería otra alucinación? Era todo demasiado rebuscado como para atribuírselo a alguien, incluso a la pastillita. Habían pasado varios días como para seguir bajo su efecto. Estaba desconcertado. Pero esta vez había logrado algo…anoté en un papel el mensaje y quedé a la espera. Durante los próximos días estuve atento. Necesitaba a estas alturas completar el resto de la frase. Lo sentía en mis entrañas. Sabía que mi vida dependía de esas palabras. ¿Por qué? No estaba seguro.
 Había algo inquietante en todo lo que me pasaba. Sí, más inquietante que alucinar despierto. Sentí que algo de otro mundo, de otro universo o incluso del inframundo se quería comunicar conmigo. Entendí que el futuro dependía de que descifrara aquel mensaje. Cada vez que pensaba en las posibilidades, una variedad de situaciones aterradoras se abría ante mí. Imágenes apocalípticas. Muertes sanguinarias. Me vi sumido en un mundo caótico donde los seres humanos eran perversos. Donde el mal se había desatado y terminaba por destruir todo lo bueno y puro de la humanidad. Y yo debía terminar con todo ese mal. Solo yo.
 Pero desgraciadamente el destino se burló de mí. Una vez que parte del mensaje fue descifrado por mi cabeza, dejé de ver luces rojas. ¡Era imposible! Busqué y rebusqué por todos lados. Los semáforos ya no me hablaban, ni las luces del estacionamiento. Silencio lumínico total. Comencé a buscar otras luces, señales, ritmos en todos lados. Me metí en los lugares más extraños: en clubes nocturnos, en casa de videos pornográficos. Nada. El universo me negaba la palabra.
 Hasta hoy.

 Hoy en la mañana recibí mi mensaje. Lo vi en un destello. En el colgante de vidrio de un negocio. Esta vez fue hermoso. Fue tranquilizador. Sentí que las palabras fluían sin esfuerzo, en mi mente. En mi ser. Hoy se completó el mensaje. Se preguntará ¿qué decía la otra mitad del mensaje…? Bueno, decía que la cámara que usted maneja, me daría el nombre de aquel que destruirá el mundo, de la Bestia…y que debería eliminarlo para que nada de lo malo suceda. Y desafortunadamente, acaba de decirme que debo asesinarlo a usted. 
 Martín Esparza

Consigna: 
va a narrar un sueño muy corto, pero lo importante es la consecuencia que provocó ese sueño en su vida real.

Sueños

Por Calista Manríquez.

“Buenas tardes, mi nombre es María, María Antonieta Segovia, encantada de conocerlo.
Permítame decirle que cuando pase por aquí pensé que era una broma muy extraña, ya sabe, a veces hay cámaras de televisión ocultas en lugares así y después la ocupan a uno para reírse, si me pasa eso me muero de vergüenza.
¿Usted me promete que no voy a salir en le tele?
 Bueno, ahora estoy más tranquila. Como le decía me llamo mucho la atención su carpa y me dije, Mira, que locurita, escuchar sueños, le cuento que hasta me reí un poquito, pero sin mala intención, solo porque me pareció simpático.
También tengo que decirle que no pensaba entrar, yo tenía clarito que no iba a entrar, soy muy vieja para estos jueguitos, pero usted sabe, una es curiosa y cuando venía de vuelta de las compras, bueno, aquí me ve.
Es que me fui pensando todo el rato en la idea de que alguien escuchara los sueños y después, mientras compraba tomates, recordé un sueño raro que tuve cuando joven, era muy, muy raro y nunca pude darle una explicación. Si se lo cuento espero que usted sepa mantenerlo en secreto, no lo vaya a estar contándolo a todo el mundo para que la gente después piense que soy una vieja loca o algo así.
Bueno, bueno, lo se, me estoy dando muchas vueltas y esa no es la idea. Si vine a contarle mi sueño extraño.
Deje recordar bien para no equivocarme ni inventarme nada, no es la idea que le cuente mentiras o me olvide de detalles importantes, ya sabe usted que una tiene sus años y la cabeza ya no es lo que era antes.
Gracias caballero, claro que le acepto un vaso de jugo, tanto hablar se me seca la boca y me da la tos, es usted muy amable. Ahora si que puedo contarle mejor.
Me acuerdo de que abrí los ojos en  el sueño y lo primero que vi fue un cielo color celeste limpio y claro. Me quede mirándolo un largo rato, era como era el cielo en la ciudad hace como cuarenta años, cuando había más gente que autos por las calles, no sé si se acuerda. ¿Ve? Ya comencé a hablar tonterías.
Bueno, la cosa es que después de mirar mucho el cielo me di cuenta que estaba acostada en el pasto, un brillante pasto largo, muy alto, tan alto que me cubría la cabeza. Eso me llamo tanto la atención que me quede así, acostada, un largo rato. Igual le puedo decir que hasta ese momento era un buen sueño, de esos que una disfruta incluso cuando anda despierta haciendo las cosas de la casa, somnolienta.
Pasado un rato me dije a mi misma que tenía que pararme y recorrer el lugar, los buenos sueños duran poco y quería disfrutarlo, ahí fue que descubrí que yo ya no era yo o al menos no lo era tal como me conocía: era una coneja, una coneja color gris de patitas cortas y orejas largas. Me di cuenta que era una coneja por que cuando me di vuelta para pararme me vi las patas y di un salto del susto, no le cuento el miedo que me dio.
Pero dentro de mí sabía que era un sueño así que un rato después andaba saltando feliz entre las plantas, era muy divertido y pude jugar con otros muchos conejos que se me acercaron sin miedo.
Siempre intento acordarme hasta ahí nada mas, has ahí porque todo era luz y felicidad en mi sueño, todo era muy lindo y créame si le digo que me gustaría poder decir que el sueño quedo ahí, que me desperté con una sonrisa, como las niñas de las películas.
Lástima que no fue así, pero no me demoro más en contarle el resto.
Un ruido estridente rompió la calma del bosque y todos mis compañeros de juego salieron corriendo a esconderse aterrados por lo que para ellos debía ser un sonido desconocido pero que para mí era un doloroso conocido. Un disparo de escopeta, un cazador se acercaba.
No supe para donde ir, no conocía el lugar y mi corazón desbocado no me dejaba pensar con claridad así que me puse a correr a ciegas, desesperada por encontrar un refugio, un escondite, la raíz de un árbol donde quedar a salvo del cazador pero, por mala suerte o un pésimo destino, quedé atrapada justo bajo los pies del asesino.
¿Sabe que fue lo más extraño de ese momento?  El cazador era Elmer Gruñón… ¡Elmer Gruñón! ¿Lo recuerda? Ese loco que siempre estaba detrás del conejo de la suerte, al que siempre hacia tonto y que tanta risa me daba de niña y joven. Pero créame, ahora no daba nada de risa, era aterrador, enorme y malvado con esa sonrisa gigante en su cara gruesa y un brillo asesino en la mirada, unos ojos crueles que me miraban fijo.
Estaba muy asustada, me encogí mientras lo miraba hacia arriba sin atinar a moverme, aterrorizada. Él soltó esa risa, esa risa maniaca con la que acercaba al conejo en la televisión y que uno siempre sabía que era porque pensaba que podía cazar al conejo y ese siempre se salía con la suya pero yo, ahí encogida y aterrorizada, no sabía cómo podía salvarme.
Apuntó su arma hacia mí, ese cañón frío y enorme tubo de metal oscuro que escondía la muerte dentro de él. Estaba tan cerca de mí que podía oler la pólvora la sangre que estaba pegado en la escopeta. Sabía que iba a morir, iba a morir en el sueño, nunca olvide que era un sueño pero eso no evitaba que supiera que era mi fin, dentro y fuera del sueño también; no me pregunte porque pero sentía que si moría ahí lo haría también en la seguridad de mi casa. Era tal mi certeza que algo se activo dentro de mí y di un salto un enorme salto momentos antes de que él disparara y logre salvar la vida.
Mirando hacia atrás pude ver como se abría un agujero en el pasto justo donde estaba parada un momento antes.
Para mí lo más terrible fue darme cuenta que  él no me cazaba para comer, mi cuerpo se hubiera hecho pedazos de haberme dado, no, él no me cazaba por comida, él lo hacía por diversión. Eso fue muy cruel ¿Sabe? Era como si hubieran pescado mi infancia, mi inocencia de infancia, y la hubieran hecho pedazos frente a mí. Uno cuando niño cree que todo es un divertido y sano juego donde nadie sale herido jamás pero no es así, yo iba a morir, los animales que él cazara iban a morir, no mas tenía salvación que salir corriendo y tratar de esconderme.
Era rápida, como todo conejo, muy rápida pero nunca deje de escuchar los pesados pasos de Elmer Gruñón detrás de mí, siempre lucía esas botas cafés en televisión y las usaba ahora para seguirme como un perro, como un lobo, como que se yo. Solo sabía que debía arrancar y esconderme, debía salvarme.
El bosque, a medida que iba adentrándome, se iba poniendo más y más oscuro, más tenebroso, como una pesadilla, una mala película que no podía  apagar para calmar mi desbocado corazón.
Logre meterme entre las enormes raíces de un árbol y esconderme allí esperando que algún milagro lograra salvarme. Además, lo oía, oís sus pasos acercándose, buscándome, rastreándome, sabía que yo era una presa fácil, una coneja torpe y lo disfrutaba, era un juego cruel y yo tenía todas las de perder.
Me esforzaba por despertar, no crea que no, no podía pellizcarme y si me movía él me encontraría más rápido pero me concentraba en despertarme, en mover mi cuerpo dormido para que cayera de la cama o cualquier cosa que me provocara dolor y despertar. Pero nada funcionaba, estaba allí mismo, entre ramas y raíces, semi enterrada en la tierra, cubierta de barro y temblando de miedo, aterrada.
Hubo un momento en que no lo sentí, no se escuchaba ni su respiración ni sus pasos y me permití sentirme segura aunque decidí no moverme por largo minutos, si estaba acechándome me volvería un blanco aun más fácil de lo que ya era así que esperé y esperé. Le aseguro que fueron los momentos más terribles de mi vida, esperar a un asesino que va detrás de ti es una sensación que no le deseo a nadie, ni a mi peor enemigo, no saber dónde está, no saber si puedes moverte o no, si es mejor quedarse donde estas o buscar un sitio mejor, estaba tan asustada que pensar me costaba mucho.
El sonido del martillar de un arma me hizo darme vuelta, él estaba detrás de mí, había llegado a mis espaldas sin que yo lo notara y ahora estaba atrapada en una trampa en la que yo mismo me había metido, ya no tenía escapatoria.
Me puse a llorar, lo se porque después tenía toda la almohada mojada, lloraba por la injusticia que era morir en un sueño que un principio era tan bello, que tanto me había gustado.
“Te atrape, conejo” dijo Elmer Gruñón, tal como lo decía en la televisión, con la misma sonrisa, la misma cara asesina, y la misma postura, tan igual a lo que pasaba en su vieja serie, tan igual…
Yo sabía que me iba a morir, no quería morirme pero no podía hacer nada, no me podía mover, no podía pensar, solo respiraba agitada y temblaba entera y ahí, en ese momento yo…
Ay caballero, que vergüenza me da decirle pero, estaba muy asustada, aterrada y mi cuerpo, supongo, que reacciono y, por raro que suene, yo creo que orinarme en la cama me salvo la vida.
Me desperté tan rápido, con tanto miedo que por unos momentos no logre reaccionar a que estaba a salvo en mi casa, en mi cama, que volvía a ser una persona y no ya una coneja pequeña y asustada.
Fue muy extraño ese sueño ¿No lo cree? A pesar de ser un personaje de serie de dibujos yo podía sentir que él era malvado, muy malvado, y hasta el día de hoy no puedo evitar sentir miedo cada vez que escucho su extraña voz diciendo “Te atrape, conejo”…
Bueno, bueno, mire la hora que es, se me pasó el día contándole esta historia rara. ¿Sabe? Usted me da confianza, no le había contado esto a nadie, siempre pensé que se reirían de mí si contaba que Elmer Gruñón iba a cazarme, usted no se rió. Acuérdese que me dijo que no iba a salir en la tele, aunque si pone esos cuadritos con los que tapan la cara podemos conversarlo.
Ya, me voy, me están esperando en la casa, voy a preparar el tecito de la tarde, mis nietos llegan del colegio y siempre llegan con hambre ¿Va estar aquí mañana? Le traeré un trozo de queque, y no me diga que no, usted fue muy paciente conmigo.
¿Verdad que fue raro? No, no, gracias a usted caballero. Nos vemos, tenga cuidado con los sueños, desde ese día prefiero no pensar en él para que vuelva, debe haberse quedado con las ganas de cazarme, ojala no haya cazado nada, que nunca más haya cazado algo… es aterrador ser tan pequeño y tener tanto miedo.”



María Antonieta Segovia

Consigna:
 En su sueño es una coneja y Elmer Gruñon quiere cazarla. A pesar de verse como dibujo animado, es un sueño muy realista y su terror de ser cazada es auténtico.