Por Conxita Casamitjana.
—Mi nombre es Mariano Ramírez García, soy cura de este pueblo desde hace veinte cinco años. Llegué recién salido del seminario, fue mi primer destino y aquí me aposenté. Hoy algunos quieren que muera, están exaltados, fuera de razón, los oigo muy cerca y tengo mucho miedo, mucho—.Tragué saliva mientras miraba a la cámara, era una sensación muy extraña estar contando allí, delante de aquel desconocido que lo apuntaba todo y de aquella lente que no dejaba de grabar—. Enfócame muchacho, quiero que se vea bien que soy un cobarde, que nada de lo que he dicho a lo largo de los años desde mi atril era cierto. No existe nada después de muerto, no existe ni el paraíso ni el infierno, aquí es donde todo se vive. Mírame a mí, hasta ayer en el paraíso, un edén modesto pero mío y hoy el infierno. No, no creo ni en la resurrección ni en Dios ni en el Santo Padre y ese es uno de mis pecados, no aquello de lo que me acusan.
—Mi nombre es Mariano Ramírez García, soy cura de este pueblo desde hace veinte cinco años. Llegué recién salido del seminario, fue mi primer destino y aquí me aposenté. Hoy algunos quieren que muera, están exaltados, fuera de razón, los oigo muy cerca y tengo mucho miedo, mucho—.Tragué saliva mientras miraba a la cámara, era una sensación muy extraña estar contando allí, delante de aquel desconocido que lo apuntaba todo y de aquella lente que no dejaba de grabar—. Enfócame muchacho, quiero que se vea bien que soy un cobarde, que nada de lo que he dicho a lo largo de los años desde mi atril era cierto. No existe nada después de muerto, no existe ni el paraíso ni el infierno, aquí es donde todo se vive. Mírame a mí, hasta ayer en el paraíso, un edén modesto pero mío y hoy el infierno. No, no creo ni en la resurrección ni en Dios ni en el Santo Padre y ese es uno de mis pecados, no aquello de lo que me acusan.
El hombre joven me
miró mientras seguía enfocándome con su cámara profesional y mis ojos se
empañaban en lágrimas. El calor era sofocante o quizás solo era mi miedo, fuese
lo que fuese, la camisa empapada se pegaba a mi cuerpo, rechoncho y ya maduro,
como intentando añadir más ofensas a mi pobre apariencia. El pelo liso y
escaso, humedecido, adherido a mi cuero cabelludo y las gotas de sudor que se
deslizaban, raudas, por mis mejillas. Mis ojos parecían aún más pequeños sin
aquellas gafas que los protegían y que los primeros empujones habían roto en
mil pedazos. Lo sé, lo sé…No soy un ser agraciado y en estos momentos me siento
como un gusano y no lo soy, aunque todos se empeñen en acusarme y en castigarme
por un delito que no he cometido.
Enfócame bien, quiero que al menos se me distinga perfectamente. Déjame que
te cuente cómo ha pasado y después el cámara y tú podréis juzgar si me creéis o
no, antes de que toda esa jauría justiciera acabe conmigo. ¿Te das cuenta de lo
fácil que es ser valiente cuando se está rodeado de gente? Esos mismos que hoy
me increpan, arropados por otros, son los mismos que serían incapaces de
mirarme a los ojos si estuvieran solos. Eso, es algo muy propio del ser humano,
siempre despreciable y cobarde. Pero no, no quiero distraerme…Chico, dame un
pañuelo para secarme el sudor. No, no te preocupes, no voy a marcharme…¿A dónde
podría ir con todos esos que me esperan ahí fuera? Quiero contarlo, quiero
explicar aquello qué ha pasado y que alguien intente entender algo porque yo no
lo consigo.
Hace un tiempo que esto empezó. Las primeras desapariciones son de hace un
año, siempre mujeres, de distintas edades, jóvenes y también viejas. Creo que
la primera fue María. A María no la querían mucho en el pueblo y se la acusó de
largarse con su amante, quizá fuese cierto o tal vez habladurías, el caso es
que se dijo que la habían visto en la capital besuqueándose con un tipo. Yo no
lo sé.
Después el turno fue para Antonia, la del panadero. Un buen día desapareció
y en su caso a nadie le pasó por la cabeza que se hubiera fugado, no podía ser,
era ya vieja y sin ganas de aventuras, ya tenía bastante con soportar al panadero.
No se encontraba nada que hiciera intuir lo que había pasado, todos hablaban,
se pensó que igual se había caído en alguna zanja y se encontraría más tarde su
cuerpo. Se hicieron batidas, participaron todos los del pueblo y del de al
lado, pero nada. Se removió cielo y tierra pero no se encontró ni una sola
pista.
Carolina fue la siguiente, era apenas una chiquilla flacucha y poca cosa, empezaba
a vivir la vida y desapareció una noche que volvía de una fiesta. Fue horrible,
sus pobres padres no levantaban cabeza, su única hija y había desaparecido. No había
novios, ni malos entendidos, nada había pasado, simplemente se había esfumado.
Aún recuerdo su foto con aquella chaqueta verde pistacho que tanto le gustaba.
Estábamos aterrorizados, ¿qué estaba pasando? ¿Quién lo hacía?
Este siempre ha sido un pueblo muy tranquilo, siempre y ahora de repente
era como un avispero de rumores, de suspicacias, de visitantes que, como
vosotros, micrófono en mano, nos asaltaban para conocer nuestra opinión, cómo
eran las mujeres, qué pie calzaban o cualquier rumor que quisiéramos difundir. Nuestro
pueblo se había convertido en un circo y nosotros en peleles para aumentar
audiencias, algunos ya sacaban tajada de tanta desgracia.
Yo seguía dando mis sermones, citando a todos los santos habidos y por
haber, mentando el nombre de Dios, en vano porque allí nada pasaba, ninguna
volvía. Desde mi púlpito clamaba una y otra vez pidiendo que los culpables se
entregaran, que dejaran libres a las mujeres…pero nadie parecía escuchar.
¿Puedes acercarme un vaso de agua? Estoy seco, me duele la garganta aunque
eso ya no importa…Oigo los gritos, ¿cuánto tardarán en entrar a por mí? ¿No me
preguntas nada? ¿Solo escuchas? ¿Qué clase de periodistas sois vosotros, los
dos callados? ¿Qué reportaje es este? Cada vez están nerviosos quieren
ajusticiarme. ¿Justicia? ¿Qué es eso? ¿Quién puede hacerla? Lo divino y lo
terrenal. ¿Cuándo va a llegar la policía? ¿No me habíais dicho que la habíais
avisado? ¿Dónde están? No, no quiero calmarme…¿Están llegando? Dios que calor
que hace aquí dentro, ¿puedes subir el aire acondicionado?
Sí, ya sigo. ¿Dónde me he quedado? Ahhh sí, no había pistas, nadie
encontraba nada pero la policía seguía investigando en nuestro pueblo, alguien
cercano era el culpable, eso decían, aunque seguían sin encontrar a las
muchachas ni vivas ni muertas. Nada, se habían esfumado.
En las fiestas de la patrona, hace apenas un par de días, todo se precipitó.
De nuevo, una chiquilla, apenas una niña, volvió a desaparecer. Regresaba desde
casa de una amiga hasta la suya y no llegó, nadie la había vuelto a ver. En
este caso, si encontraron su camisetita tirada y rota. Ya nadie tenía dudas de
que teníamos a un monstruo dentro de nuestro pueblo. Solo era cuestión de
buscar.
Podéis imaginar que se montaron, de nuevo, pandillas para explorar todos
nuestros montes, para revisar cada rincón del pueblo. Sacaron a los perros para
seguir rastros, se peinó cada centímetro de nuestro municipio. Los perros
desorientados se acercaban una y otra vez al cementerio que hay detrás de la
iglesia pero no conseguían ubicarse, gruñían, ladraban y daban vueltas pero no
encontraba un rastro nítido, aunque volvían allí, una y otra vez.
Empezaron las voces y los bulos, afianzados por todas esas noticias de
curas pederastas y de gente de mal vivir que se estaban esparciendo en las
televisiones sobre los religiosos, una iglesia que había sembrado el dolor en
aquellos que la seguían. Yo mantenía mi capilla llena, con un público fiel de viejas
y beatas, pero estas también empezaban a murmurar, primero a mis espaldas y
después, se atrevían cuando yo estaba. No podía parar las habladurías aunque no
les había dado ningún motivo.
No tardó en presentarse la Guardia Civil para registrar la sacristía, no sé
qué querían encontrar pero encontraron, había ropa de mujer en mi armario,
entre ellas una chaquetilla de un color verde pistacho que, según la familia de
Carolina y la fotografía que circulaba de mano en mano, era de ella. Yo intenté
decirles que aunque sé poco de moda, que era un color que ese verano llevaban
todas las chicas, que esa chaquetilla era grande pero no conseguí que me
escucharan. ¡Qué sabrá un cura de moda! ¿Qué hacía con esa ropa en su armario?
Los rumores se acrecentaron, y yo seguía siendo el protagonista.
Volvieron enseguida con una orden para registrar el cementerio, exhumaron
varias tumbas y allí apareció la primera de las desaparecidas. La habían
golpeado hasta matarla…¡¡¡¡Yo, no!!! Por Dios, soy incapaz de pegar a nadie,
pero no me escuchaban, todas las pruebas parecían estar en mi contra…Por más
que negaba, ellos insistían. Y allí estaba yo, alelado, mirando cómo iban
apareciendo las desaparecidas, otra en el panteón del crisantemo. Hacía años que
allí no se enterraba a nadie…Y en la tumba más reciente la última chiquilla…Aquí,
ya sabéis que ha pasado, como todo se ha descontrolado y han empezado primero a
abuchearme, a insultarme, a darme empujones y a romperme la ropa. El pobre
sargento no podía pararlos, por eso estoy aquí dentro y por eso os habéis
colado vosotros para que os lo cuente. Ya tenían asesino. ¿Sabéis? No los
culpo, tienen miedo y necesitan encontrar a un culpable, no sirve de nada que
niegue, ellos me lincharan porque así parecerá que todo está controlado.
Dicen que no tengo coartada para esa última noche, la tengo pero no puedo
decir nada.
Juro por ese Dios en el que no creo, que yo no he hecho nada a esas
mujeres. Desconozco cómo han llegado allí, pero yo no he sido. Sé que el pueblo
necesita un culpable y Luisito habló de mí, de que lo había tocado y le había
hecho hacer atrocidades…Eso es mentira, es una odiosa mentira solo porque lo
pillé robando el cepillo. ¿Por qué no quieren creerme? Tengo mucho calor, se me
nubla la vista, por favor necesito aire…Deja de grabar y atiéndeme…
Yo no he hecho nada a esas mujeres….Oigo como están subiendo la escalera,
los gritos y la rabia, me van a matar, lo sé y nadie alzará una mano para
defenderme. No sé quién puede haber cometido estos crímenes pero yo no he sido.
Chico graba, graba…No quiero morir, soy un cobarde y no quiero que me
apaleen como un perro. Por Dios…Mi único delito, mi único delito…Me ahogo, por
Dios, , no he hecho nada…Mi delito, os contaré cuál es mi delito…¡¡¡¡No quiero
morir, no quiero morir!!! ¡¡No los dejéis entrar!!!
Y entonces…sobresaltado, con el corazón desbocado, boqueando intentando que
el aire entrara en mis pulmones, me vi en el sofá de la sacristía, delante de
mí, estaba la televisión emitiendo una vibración monótona acompañado de un feo
gris, no había cámaras, no había periodistas, no había ruido, no había nada.
Me levanté a trompicones, desorientado, empapado en un sudor frío, miré por
la ventana, fuera todo estaba oscuro y silencioso, sobre la televisión, la
funda de la película del vídeo club: “El cura asesino”. Temblaba, aún
desencajado, era increíble, no había muertos ni a mí me iban a linchar. Estaba
solo en la rectoría.
Me acerqué hasta mi habitación, abrí el armario que parecía llamarme y
allí, delante de mí, esa chaqueta verde pistacho XL de la mujer del alcalde, mi
amante desde hacía muchos años.
Mariano Ramírez García
***
Consigna: Debe contar un sueño en el cual es cura y lo quieren linchar por un pecado que no cometió.