domingo, 21 de febrero de 2021

Cruz de navajas

 

—¡Ponme un whisky con hielo! —le gritó una voz desde el fondo.

—Lo siento, pero son las cinco y la barra ya está cerrada —respondió Mario acercándose a aquel hombre.

—Venga, tío, ¿qué te cuesta?

—Me cuesta que yo salgo a las seis y hoy, encima, me toca hacer caja, con lo cual será de día antes de que salga. Y si mi jefe me ve sirviendo una sola copa después de la hora del cierre de la barra me despedirá.

—Me da igual lo que te pase. Quiero que me pongas una puta copa ahora mismo.

—Te repito que la barra está cerrada.

—¿Hay algún problema, Mario? —le preguntó el compañero que hacía las veces de guardia de seguridad y en aquel momento estaba despidiendo a la que gente que iba abandonando el local de copas—. Caballero, le ruego que me acompañe hasta la salida.

—Déjame, imbécil —le recriminó el aludido—. Voy demasiado colocado como para que me corten el rollo así. Me voy a otro sitio.

Cuando el bar 33 se encontraba vacío, Mario comenzó a hacer recuento de la caja. Últimamente las ganancias habían aumentado en los fines de semana y bajado los días de diario. Si él fuera el dueño se plantearía cerrar los lunes, martes y miércoles. Incluso los jueves y los domingos cerrarían antes. La última hora estaba el bar casi vacío y era más el gasto que tenían que las ganancias.

 

A las nueve de la mañana llegó a casa. Allí lo esperaba su mujer, María. Llevaba ya varias horas despierta, ansiosa porque él llegara. Todas las noches las pasaba en un continuo duermevela, angustiada por si a Mario le sucedía alguna desgracia. Por las mañanas, antes de que él regresara ella preparaba café y limpiaba la casa para que el tiempo se le pasara más rápido. Siempre que llegaba desayunaban juntos y en la mayoría de las ocasiones hacían el amor hasta que ella tenía que prepararse para ir al trabajo.

Aquella mañana Mario apenas le dio un ligero beso. Ella le esperaba con una ligera bata semitransparente sin nada por debajo. Se acercó nuevamente a él y volvió a besarlo apasionadamente. Él la separó y se encaminó hacia la cocina.

—Cariño, ahora no. Estoy muy cansado. Hoy ha sido una noche muy dura. Solo quiero comer algo y dormir.

—Muy bien —le espetó molesta. Se quitó la bata y se encerró en el baño. Esperó a que su marido se acostara y salió de su encierro para desayunar. El café ahogaría su ansiedad y la haría más artificial. Cogió la bolsa con el almuerzo y se encaminó hacia los grandes almacenes en los que trabajaba.

Ocho horas de trabajo interrumpidas por una hora para la comida ocupaban la mayor parte de su vida. Las noches sin Mario se hacían demasiado largas. Notaba que su ausencia estaba afectando negativamente a la relación y a su propia personalidad. Cuando regresaba a casa, no había ya nadie esperándola. Mario ya se había ido a trabajar; y así un día tras otro.

Su vida se había convertido en un eterno círculo en el que no podía estar con su pareja. Era como en aquella película en la que habían lanzado una maldición a los dos protagonistas y durante el día la mujer se convierte en halcón y por las noches el hombre lo hace en lobo y solo estando los dos juntos como humanos pueden deshacer la maldición. A ella le pasaba algo parecido, pero ni Mario ni ella se convertían en animales. Simplemente vivían en aquella casa en horarios diferentes y usaban la triste cama a turnos. Y así pasaban los días y los meses.

 

Una noche cualquiera, una de tantas en las que Mario se pasaba las horas sirviendo copas y chupitos tras aquella barra, la puerta del local se abrió de forma súbita y varias personas vestidas de uniforme y con la cara tapada entraron gritando algo que Mario, al principio, no pudo entender. Unos instantes después lo escuchó todo perfectamente.

—¡POLICÍA, QUÉ NADIE SE MUEVA! —gritaban todos a la vez. Después uno, que parecía ser el jefe, continuó hablando.

—Apaguen la música y enciendan las luces —le dijo al primer camarero que se encontró. Le entregó una orden judicial para registrar el local y este se lo hizo llegar al jefe del local. Cuando la música se hubo apagado, continuó dando órdenes, ahora ya sin pasamontañas—. Esto es una registro. Que todo el mundo se ponga de cara contra aquella pared. Los camareros que salgan de la barra y se sitúen en esa zona de ahí.

—Pero, ¿por qué hacen una redada en mi bar? —quiso saber el dueño del local mientras ponía cara de inocente. Tanto Mario como todos los que trabajaban en el 33 sabían perfectamente que en la parte reservada del local los clientes consumían drogas, incluso había algunos que las vendían. Por hacer la vista gorda, el dueño del bar se llevaba un buen pellizco. Sin embargo, había habido alguien que había avisado a la policía—. Aquí no van a encontrar nada.

—Tráigame toda la documentación del local y póngase donde lo demás —ordenó el jefe de la Policía Nacional.

Entretanto, el resto de los policías se encargaban de cachear a todos los presentes y registrar el local. Apenas eran las doce y media cuando la policía entró a realizar la redada. Llevaban dos horas de registro y seguramente le quedaban muchos minutos allí.

A las cuatro y diez, la policía clausuró el 33 y todos los clientes y los trabajadores abandonaron el local. La gran mayoría de ellos regresó a sus casas, solamente unos pocos fueron detenidos y algunos fueron conducidos a la comisaría como testigos.

Las calles del Valencia estaban casi desiertas en aquel jueves de noviembre. Mario regresaba a casa caminando, ya que a esa hora no había transporte público y no tenía dinero suficiente para coger un taxi. Lo mejor de llegar tan pronto sería que por fin pasaría una noche con María después de muchos meses sin hacerlo. A las cinco menos diez llegaba a su barrio.

Por su calle, vacía, a lo lejos solo se veía a unos novios comiéndose a besos. Mario entendía aquello. María y él se habían besado en aquella misma esquina tantas veces que había perdido la cuenta, pero de aquello hacía tanto tiempo que ni recordaba aquellos besos. Sin embargo, sí que recordaba que a María le gustaba que la cogiera por la nuca mientras la besaba, como aquel chico estaba haciendo con su novia. Recordaba que él también la cogía de aquella manera del pelo. Aquel pelo tan largo y moreno, como el de aquella chica que estaba de espaldas.

Apenas unos metros más allá se encontraba su portal y en el primer piso su mujer estaría en la cama, esperándolo. Le daría una sorpresa por llegar tan pronto.

Cuando pasó junto a la pareja que se besaba no pudo evitar la tentación de echar un ojo. Aquella chica tenía un lunar detrás de una oreja, igual que María. Con aquella visión algo se le despertó en el interior. La imagen de María se le apareció en ante sus ojos. Parpadeó un par de veces pensando que así desaparecería, pero no fue así. Lo que estaba viendo no era una alucinación ni un sueño. Frente a él tenía a su mujer. Ella era la que se estaba besando con aquel otro hombre.

—¿María? —preguntó él sorprendido.

—¿Mario? —preguntó a su vez ella con la misma sorpresa.

A Mario le había dado un vuelco el corazón al descubrir que su mujer le era infiel mientras él trabajaba. La vida acababa de dar un repentino giro en una dirección que él nunca había podido imaginar. En aquel mismo momento se quiso morir.

—¿Qué está pasando?, ¿quién eres tú? —preguntó el hombre con el que estaba María.

—Yo soy su marido —le espetó Mario a la vez que lo empujaba.

—¿El que nunca está? —respondió aquel hombre devolviendo el empujón a Mario.

Este, más herido en el orgullo que en el físico, le propinó un puñetazo al acompañante de María y se abalanzó sobre él. Ambos cayeron al suelo, donde siguieron forcejeando. Mario, nublado por la ira, golpeaba sin cesar a aquel hombre que tenía bajo su cuerpo. Mientras tanto, su mujer gritaba frases que no alcanzaba a oír.

En un momento de respiro, el amante de María golpeó a Mario y se deshizo del ataque acosador, poniéndose nuevamente en pie. El alboroto formado durante la pelea y los gritos de María comenzó a alertar a los vecinos, que se asomaban con curiosidad a las ventanas.

—¡Drogadictos! Id a pegaros a otro sitio —gritó algún vecino desde la seguridad que le ofrecía encontrarse dentro de su hogar.

—¡Hijos de puta, estamos hartos de vosotros!

—¡Voy a llamar a la policía!

Mario sacó una navaja del bolsillo para intimidar a su rival. Pero lejos de ello, este sacó otra navaja para enfrentarse a Mario en el último asalto de aquel combate a muerte.

Mario atacó primero. Lanzó un corte que no llegó a su destino. Su oponente tampoco tuvo éxito en su ataque y, tras cruzar varios intentos por herirse, por fin, Mario alcanzó a su rival en el brazo que tenía la navaja e hizo que la tuviera que soltar. Era su gran oportunidad, tenía que acabar con aquel hijo de puta que le había robado a su mujer. Después, ya ajustaría cuentas con ella. Pero antes de poder lanzar el golpe final, alguien se le echó encima.

Su mujer, María, se lanzó sobre él para evitar que matara al hombre que había hecho renacer la pasión en ella. Marido y mujer rodaron por el suelo, acompañados de la tercera incógnita de aquella maldita ecuación.

Por fin, Mario consiguió desembarazarse de María y su acompañante y se puso en pie para caer de rodillas un instante después. Tenía una herida en el pecho de la cual salía el mango de la navaja. La sangre había comenzado a extenderse por la camisa manchando la tela a su paso. Finalmente, Mario cayó de bruces sobre el asfalto exhalando un último suspiro.

María corrió junto a él con lágrimas en los ojos.

—Esto no tenía que haber pasado nunca— le dijo al cadáver de su marido. Después le cogió la cartera y se la entregó al amante—. Toma, cógela y huye. Yo diré que escuché jaleo y por la ventana vi que estaban intentando robar a mi marido. Que eran dos drogadictos con el mono y que bajé al portal a ayudarlo. Que cuando llegué vi como uno de ellos lo apuñalaba para quitarle la cartera.

El hombre hizo lo que la mujer le indicaba mientras ella lloraba abrazada al cuerpo sin vida de Mario.

Minutos después llegó la policía e interrogó a María sobre lo sucedido y ella contó lo que ya le había dicho a su amante.

Aquel día, la edición matinal de los informativos habría con la noticia de la pelea y posterior muerte de Mario.

—Ha sucedido hace escasos minutos en un conocido barrio valenciano —comentaba el presentador del noticiero—. Un hombre ha fallecido víctima de una puñalada cuando dos toxicómanos intentaban atracarle. Nos informa Carolina Verdú, Valencia. ¿Qué nos puedes contar de este suceso?

La imagen en la pantalla se dividió y pasó de un primer plano del presentador a una instantánea del presentador y la reportera en el lugar de los hechos. Cuando la imagen se centró solo en la mujer, al pie apareció un rótulo que rezaba: "Dos drogadictos en plena ansiedad roban y matan a Mario Postigo, mientras su esposa es testigo desde el portal".

—Buenos días, Miguel. Como bien has dicho el suceso ha ocurrido alrededor de las cinco de la madrugada, cuando Mario Postigo regresaba a su casa tras una noche de trabajo en el bar 33. Dicho bar hoy ha sufrido una redada policial, por lo que la víctima regresaba a su domicilio bastante antes que de costumbre.

»Los vecinos nos han comentado que la mujer de Mario, María Pineda, ha sido testigo de todo al encontrarse en el portal del edificio, alertada por los gritos de su marido y los dos asaltantes.

»El amanecer valenciano se ha teñido de malva por la sangre en este triste día.

»Para Noticias 1, Carolina Verdú.



CANCIÓN
Cruz de navajas (Mecano)
A las cinco se cierra la barra del 33 
pero mario no sale hasta las seis 
y si encima le toca hacer caja despídete 
casi siempre se le hace de día 
mientras maría ya se ha puesto en pié 
ha hecho la casa 
ha hecho hasta el café 
y le espera medio desnuda 
mario llega cansado y saluda 
sin mucho afán 
quiere cama pero otra variedad 
y maría se moja las ganas en el café 
magdalenas del sexo convexo 
luego al trabajo en un gran almacén 
cuando regresa no hay más que un somier 
taciturno que usar por turnos 
Cruz de navajas por una mujer 
brillos mortales despuntan al alba 
sangres que tiñen de malva 
el amanecer 
Pero hoy como ha habido redada en el 33 
mario vuelve a las cinco menos diez 
por su calle vacía a lo lejos sólo se ve 
a unos novios comiéndose a besos 
y el pobre mario se quiere morir 
cuando se acerca para descubrir 
que es maría con compañía 
Cruz de navajas por una mujer 
brillos mortales despuntan al alba 
sangres que tiñen de malva 
el amanecer 
sobre mario de bruces tres cruces 
una en la frente la que más dolió 
otra en el pecho la que le mató 
y otra miente en el noticiero 
dos drogadictos en plena ansiedad 
roban y matan a mario postigo 
mientras su esposa es testigo 
desde el portal 
en vez de cruz de navajas por una mujer 
brillos mortales despuntan al alba 
sangres que tiñen de malva el amanecer.

 

Strange fruit

 

Texto:

Carmen Jones nació del odio clavado en el barro, de las entrañas revueltas de la tierra, de las heridas que la atraviesan. Del dolor de una noche y el zumbido del miedo. Su primer latido, un golpe seco contra el suelo; su primera lección, el desprecio hacia una raza. Carmen Jones nació cuando no debía, creció como pudo y vivió bajo las normas. También juró venganza.

Aquellas navidades transcurrían de forma diferente. La familia había decidido reunirse en la antigua casa de los abuelos para celebrar juntos la Nochebuena. En pocas ocasiones los nietos habían visitado esa zona y estaban encantados y ansiosos. A Tim le hacía especial ilusión viajar a aquella casa que parecía perdida en mitad de ninguna parte. Ahora que los abuelos habían decidido reformarla e instalarse en ella, era una ocasión única para conocerla.

Su madre, mancillada al amparo de la nada, la crio sola, despacio y con ganas. En un mundo de hombres blancos donde la fuerza y el aliento a whisky eran poder, Carmen Jones y su madre poco tenían que hacer, pero sus atractivos cuerpos, su piel exótica y los ojos rasgados tenían mucho que decir. Muchos rehusaban mirarlas; otros se las comían con ojos de lobos hambrientos. Mordían sus delicados cuellos y aullaban al compás de sus lamentos.

El jardín de la antigua casa no era como Tim había visto en antiguas fotografías. Ni el camino de piedra ni las escaleras. Todo le parecía postizo. Nuevo sobre viejo. Se sintió algo molesto por ello sin comprender por qué y acarició la gélida barandilla antes de entrar en la casa. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Aun así, siguió acariciándola hasta llegar al último escalón.

En el gran salón ardía la leña y se escuchaba el canturreo de su abuela en la cocina. Tirado en la alfombra boca arriba, ante la indiferencia de su familia, se quedó anonadado contando el número de pequeños cristales que componían la enorme lámpara.

—Vamos a cenar dentro de nada. ¿Te has lavado las manos? —Interrogó su madre acercándose.

—Sí, mamá… —contestó él sin haberla escuchado.

—Déjame ver… ¿Qué son estas manchas? ¿Qué has estado haciendo? ¿Y todo este barro? Corre ahora mismo al lavabo y compórtate.

Tim continuó tumbado unos segundos ante la mirada furiosa de su madre y levantó los brazos queriendo alcanzar la lámpara. Allí tirado todo parecía pequeño. Todo estaba a su alcance. Giró la cabeza y divisó el árbol de Navidad. Desde esa perspectiva, guiñando un ojo y acercando un dedo, podía tocar las llamas de la chimenea sin quemarse. Vio a su madre marchar aireada poniendo un pie delante del otro. Continuó sumergido en sus pensamientos y se durmió.

Soñó con árboles gritando de dolor con las ramas manchadas de sangre y con las raíces estremeciéndose como nidos de serpientes. Las hojas de los álamos bailaban una triste danza al son de aquellas canciones del viejo sur. El chirrido de las cadenas acompañaba al macabro balanceo de los cuerpos colgados. En su sueño, Tim se acercaba a los pies de una mujer colgada. Pendía desnuda y su espalda estaba llena de heridas provocadas por los latigazos. Pese al dolor que sentía, acercó una mano al tobillo de la mujer. Lo acarició con suavidad y miró hacia arriba. La boca de la mujer dibujaba una mueca horrible pero, al mirarla, cambió y le sonrió. Seguidamente, se alejó de todo aquello caminando de espaldas. Abandonó la estampa sureña donde los cuerpos colgados de varios negros parecían frutos colgando de las ramas.

Carmen Jones estuvo con su madre hasta el final. Ella siempre pensó que no fue la enfermedad la que se la llevó, sino los demonios blancos que la acechaban. Se quedó sola al amparo del señor y ahí empezó su maldición. Noche tras noche. Día tras día. Pero tuvo una idea. Tomó todo lo execrable de su vida y creó una capa tersa y suave, opaca, sin fisuras, a juego con su piel oscura. Piel sobre piel. Recreándose, había cubierto ceremoniosamente todo su cuerpo con la tierra que le había dado la vida, especialmente por sus codiciados muslos. Nadie más volvería a tocar su verdadero cuerpo. Protegida, aislada, enmascarada. Carmen embadurnó su cuerpo con una capa de insondable rencor.

—¡Tim, despierta! —gritó su hermana— ¡La abuela va a contarnos la leyenda de Carmen Jones!

—Todos los años igual, hijita. ¿No preferís otra historia? ¿La del fantasma de Rene Asche Rondolier? ¿El hombre de dos cabezas de Georgetown?

—¡No! ¡Carmen Jones! Queremos escuchar esa historia otra vez, ¿verdad, Tim?

—¿Los lagartos de Sweetylake? —insistió la anciana.

—Abuela, por favor… —colaboró Tim mientras se recomponía de su pesadilla y se quitaba restos de tierra de las uñas.

Comenzó puntualizando que hacía exactamente doscientos años de lo acontecido y, como era habitual, los dos niños se dejaron engullir por la famosa historia.

En un mundo de blancos, su piel se llamaba tentación. Negra como la noche. Negra como las cosas que suceden en la noche. Carmen Jones sabía que los volvía locos. Caminaba despacio, viendo pasar un pie delante del otro. Tacones, la falda sobrepasando el límite de las pantorrillas, la cintura alta y la blusa desabrochada lo suficiente. Sabía cómo atraer los instintos más sucios de los hombres. Ella los limpiaría a cambio de sus almas.

Afuera llovía. La abuela continuaba con su versión de la historia y los niños, embobados, permanecían atentos como si fuera la primera vez que la escuchaban. Se acercó al ventanal y vio cómo llovía con fuerza. Las pocas hojas que todavía quedaban en las copas de los álamos eran arrancadas con brutalidad por el viento huracanado.

—Así que, sola y desamparada, cayó en manos del pecado. Pero se dice que no es que cayera en él, sino que lo llevaba consigo. Ella era el pecado.

—Pero, ¿qué podía haber hecho, abuela?

—Siempre hay opciones, Tim.

—No siempre.

—Cállate, Tim. Ahora viene lo mejor. ¡Deja a la abuela que continúe!

Afuera llovía. La tierra ansiosa se abría sedienta para recoger el agua. Penetraba en ella y la saciaba. Entonces, su interior se removió, renació, sucumbió a la vida. Despertó por fin. No podía abrir los ojos ni moverse, no tenía sentido del olfato, pero sabía que la tierra húmeda con su particular aroma estaba ahí. La sentía. Una sacudida recorrió su cuerpo haciéndolo temblar. Quería salir, pero carecía de fuerzas. Recordó. Un espasmo alzó su cabeza y dirigió su brazo rígido hacia la superficie.

—Por eso dicen que su espíritu todavía ronda por aquí. Durante la Nochebuena se la ve caminando cabizbaja, triste, arrepentida de sus actos, sin rumbo fijo.

—Qué pena que muriera así.

—Era el castigo para quien no cumplía las normas, pequeña.

—Querrás decir para los negros —matizó Tim.

—Eran otros tiempos, querido. También murieron muchos blancos en manos de negros. Fue una época oscura.

—¿Tú la has visto alguna vez, abuela?

—No, por suerte no me la he encontrado. Pero nuestra vecina cuenta que le pareció verla la Nochebuena pasada. Dice que no fue más que una sombra, un pálpito, un escalofrío recorriéndole el cuerpo; pero tiene la seguridad de que era ella. Se quedó petrificada. Hubo un momento en que el espectro la miró, y sus ojos negros brillaron como el fuego.

—¡Qué pasada! ¿Y realmente es tan guapa? ¿Pudo verla bien? —preguntó la niña encantada.

—Dice, como el resto de testimonios, que vaga desnuda exhibiendo su cuerpo como hacía cuando vivía.

—¿Y tú te crees esta versión, enana?

—¿Por qué no iba a creerlo, pequeño? Mucha gente la ha visto durante todos estos años... —convino misteriosamente la anciana.

La niña miró a los ojos de su abuela asustada pero, seguidamente, apareció en su pequeña boca una sonrisa pícara. Se encontraba completamente seducida por la leyenda.

—Acusarla de robo y colgarla después de todo lo que tuvo que pasar no fue justo —añadió Tim negando con la cabeza.

—Os he contado esta historia miles de veces... ¿Te encuentras bien, Tim?

—Morir así tiene que ser terrible... —prosiguió.

—Te noto pálido.

—Estoy bien. —Y se levantó del suelo.

—¡Pero, hijo! ¿Qué llevas en las botas? —inquirió su madre de pronto.

—Solo es tierra, mamá. Nada peligroso —contestó con una mueca.

—Pero si te las he limpiado antes... —observó extrañada—. ¿Has vuelto a salir?

—Solo es tierra...

Un brazo recubierto de tierra negra como la noche, negra como las cosas que suceden en la noche, atravesó la superficie. Los huesos de los dedos crujieron uno por uno. Al poco, otra mano emergió del fondo de la tierra como queriendo agarrarse al cielo. Ambos brazos en alto. Todo a su alcance. Poco a poco, el resto del cuerpo de Carmen Jones fue aflorando. Un parto agónico; el nacimiento de algo muerto. Un castañeteo de dientes de lo que ya debería ser polvo y estar olvidado. Pero Carmen Jones jamás se rindió. Jamás se detuvo. Su cuerpo denostado no había llegado a descomponerse nunca.

Mojada de arriba abajo, siguió absorbiendo las gotas de lluvia a través de los jirones de su piel. Desnuda, comenzó su danza macabra caminando arrítmicamente por la yerma superficie. Se detuvo. Un chasquido de huesos anunció que había girado súbitamente la cabeza hacia aquella antigua mansión. Buscaba. Y había encontrado.

Tim lloraba encerrado en el cuarto de baño. Sentía rabia, odio, injusticia. No comprendía por qué. Se levantó del frío suelo y apoyó los brazos en el lavabo. Alzó la mirada para ver su reflejo en el espejo y, de pronto, se detuvo en seco. Un chasquido en la ventana le hizo girar bruscamente la cabeza. Se acercó. Y vio.

Quieta. La mirada vacía, fija, impasible, hacia el ventanuco del primer piso de la casa. Sabe a quién acudir. La piel putrefacta de su espalda rezuma pus ante el hallazgo. Ella ya no puede sentir, pero está llamando. No puede ver, sus cuencas están vacías, pero le está mirando. El viento agita su cabello y eriza sus pezones. Lo que fueron sus caderas señalan hacia el ventanal del salón de forma descarada.

Tim ahoga un grito de terror. Es Carmen Jones. No lo puede creer. Abre los ojos como nunca lo ha hecho antes y siente. Escucha el lamento. Una lluvia de tristeza y abandono le abate y le deja casi sin sentido. El escozor de la espalda y el clamor de la entrepierna le paralizan. Siente que le falta el aire. Comienza a ahogarse y tose, tose sin parar.

Sus rizos y sus ánimos se arrastran por el agua. La tarde, magullada, se acurruca para dejar paso a la oscuridad. Carmen recuerda su vida, su historia, la Historia. Deja los brazos caídos al balanceo del viento. Del interior de la casa emerge una cálida luz que recorta y afila las sombras. Cálida para quien puede dormir sin tener pesadillas.

Quieto. La mirada vacía, fija, impasible. Carmen Jones ha acudido a él y él ha respondido. La espalda le arde y le martiriza, le enfurece a cada segundo. Se siente vil, sucio y con todo el cuerpo en carne viva.

Toma mi rabia, toma todo mi odio. Carmen Jones tuvo un pasado. Nunca tendrá un futuro, pero vivirá en ti. ¿Duelen las bofetadas? ¿Sus uñas te desgarran la piel? ¿Sientes que se te escapa la vida al romperse tu cuello? Lamo tus latigazos, todo pasará, pequeño. Hazlo y vivirás en mí.

Tim sonríe. Sale del cuarto de baño y baja hasta la entrada de la casa. Nadie se percata. Huele la noche. Huele la tierra mojada, escucha el musgo creciendo lentamente, siente los gusanos deslizándose sigilosamente por su cuerpo. Pero también huele a magnolias frescas y carne quemada. Escucha el batir de las alas de los cuervos acercándose a los cuerpos. La ama.

La familia no consigue encontrar a Tim en la casa. ¿Tim? ¿¿¿Tim??? El dolor es insoportable, el aroma de la culpa ha llegado para quedarse. Tras la incredulidad llega la ira. Y unas huellas de barro que se adentran en el bosque les hacen estremecer y preguntarse si acaso es posible, si la venganza es posible.

 

Una brizna de hierba roza su pómulo intentando hacerle cosquillas, pero ella no lo siente. Una mueca se dibuja en su rostro feliz y sereno mientras camina por el valle con Tim de la mano. Él mira a lo lejos con el orgullo de quien ha hecho algo importante. La ha salvado. Una lombriz asoma por la cuenca de su ojo, pero ella no la siente. Tim, afectuoso, la retira y la lanza a la oscuridad. Marchan juntos en la noche.


CANCIÓN

Strange fruit (Billie Holiday)

Southern trees bear a strange fruit,

Blood on the leaves and blood at the root,

Black bodies swinging in the southern breeze,

Strange fruit hanging from the poplar trees.

Pastoral scene of the gallant south,

The bulging eyes and the twisted mouth,

Scent of magnolias sweet and fresh,

Then the sudden smell of burning flesh.

Here is a fruit for the crows to pluck,

For the rain to gather, for the wind to suck,

For the sun to rot, for the trees to drop,

Here is a strange and bitter crop.

 

Extraña fruta (Billie Holiday)

De los árboles del sur cuelga una fruta extraña,

Sangre en las hojas y sangre en la raíz,

Cuerpos negros balanceándose en la brisa del sur,

Extraña fruta que cuelga de los álamos.

Escena pastoral del galante sur,

Los ojos saltones y la boca torcida,

Aroma de magnolias dulce y fresco,

Y el repentino olor a carne quemada.

Aquí hay una fruta para que la arranquen los cuervos,

Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire,

Para que el sol la pudra, para los árboles la suelten,

Esta es una extraña y amarga cosecha.


domingo, 14 de febrero de 2021

Parejas

 

-          La escena debe estar dividida en, al menos dos niveles, pudiendo corresponder éstos a diversas zonas del escenario. Los niveles, que deben mantener algún tipo de diferenciación física (un escalón, el tipo de iluminación, o la presencia/ausencia de atrezzo) se definen por lo que sucede en ellos, y por las diferentes actitudes que adoptan los personajes. A lo largo del texto se describen como “primer plano” y “escena”

Primer plano: Nivel de Narración-Conciencia. En este nivel es donde los personajes se dirigen al público para introducir la acción, describir qué es lo que está sucediendo y donde se enfrentan a los dictados de su conciencia, y analizan los pros y contras de las posibles consecuencias que tendría su intervención en tal o cual sentido. Es el más próximo a la boca del escenario y la mayor parte de la interacción entre los personajes Él y ELLA y sus ángeles y demonios debe darse en este nivel, de esta manera Ángel y Demonio actúan no sólo como alter-egos de los personajes Él y ELLA, sino también como alter-egos del público.

Escena: Nivel de acción. En este nivel se desarrolla la interacción entre los personajes ÉL y ELLA como un entorno geográfico con el que ambos están familiarizados, como, por ejemplo, su propia casa. Es el nivel más alejado de la boca de escenario y donde sí existe el atrezzo que requieren las escenas.

PRÓLOGO

ÉL y ELLA, en el centro de la escena, cogidos de las manos, mirándose tiernamente a los ojos.

ÉL: (susurrando) ¡Hola!

ELLA: (susurrando) ¡Hola a ti!

ÉL: ¿Cómo estás?

ELLA: Enamorada, ya ves... ¿y tú?

ÉL: Yo más

ELLA: No, yo más

ÉL: No, yo más

ELLA: No seas tonto, yo más

ÉL y ELLA: (suspirando) ¡Ay!

ÉL: Pero mira que somos pastel ¿verdad?

ELLA: Sí. Pero a mí no me empalaga ¿y a ti?

ÉL: A mí tampoco (ÉL y ELLA ríen por lo bajo mientras se acercan un poco más el uno al otro)

ELLA: (susurrando) Dime: ¿Me quieres?

ÉL: (susurrando) Claro... ¿Qué pregunta es ésa?

Silencio

ELLA: (Con la voz distorsionada, más grave, y en tono denotativo) Dime: ¿Me quieres?

Se separan un paso. La expresión de ÉL cambia radicalmente hasta parecer asustada

ÉL: (titubea) Cla... Cla... Claro, cariño, claro... ¿Qué pregunta es ésa?

Silencio

ELLA: (Con voz completamente distorsionada, como de ultratumba. La escena se oscurece y ELLA queda iluminada por luz roja) Dime: ¿Me quieres?

ÉL: (Cae de rodillas en tierra y grita de angustia) Claro que sí, te lo juro por lo más sagrado, créeme por favor ¿Qué clase de pregunta es esa? (solloza)

La escena vuelve a su iluminación ambiental. ÉL y ELLA vuelven a cogerse tiernamente de las manos, mirándose a los ojos y hablando entre susurros.

ELLA: No seas tonto, lo que pasa es que me gusta oírlo

ÉL: Y a mí me gusta decírtelo: ¡tequierotequierotequierotequiero!

ELLA: ¡Yyoatíyyoatíyyoatíyyoatí!

ÉL y ELLA ríen por lo bajo mientras se acercan un poco más el uno al otro

ÉL: ¿Estás segura?, ¿No me engañas?

ELLA: ¿Cómo te iba a engañar?

Silencio

ÉL: (Con la voz distorsionada, más grave, y en tono denotativo) ¿Estás segura?, ¿No me engañas?

Se separan un paso. La expresión de ELLA cambia radicalmente mostrando inquietud

ELLA: (De lado, mirándose las uñas, como quitándole importancia)  ¡Ay, Por favor! ¿Cómo te iba a engañar?

Silencio

ÉL: (Con voz completamente distorsionada, como de ultratumba. La escena se oscurece y ÉL queda iluminado por luz roja) ¿Estás segura?, ¿No me engañas?

ELLA: (Llorando, casi histérica) ¡No me presiones más, por Dios! ¿Por qué no me crees? Dime: ¿Cómo te iba a engañar?, ¿Cómo?

La escena vuelve a su iluminación ambiental. ÉL y ELLA vuelven a cogerse tiernamente de las manos, mirándose a los ojos y hablando entre susurros.

ÉL: Bueeeno, vaaaale, te creeeeo

ELLA: No seas tonto.

ÉL y ELLA ríen por lo bajo mientras se acercan un poco más el uno al otro

ÉL: Se ha hecho tarde, ¿verdad?

ELLA: Sí, muy tarde

ÉL: Es que a tu lado el tiempo se me pasa volando

ELLA: No seas tonto, y vamos a la cama ya

ÉL: ¿A la cama?, ¿Ya?

(Silencio)

ELLA: (Con la voz distorsionada, más grave, y en tono denotativo) Vamos a la cama ya.

Se separan un paso. La expresión de ÉL cambia radicalmente evidenciando nerviosismo.

ÉL: ¿A la cama?, ¿Quieres decir: “a la cama”?... Mujer, es que... en estas circunstancias...

Silencio

ELLA: (Con voz completamente distorsionada, como de ultratumba. La escena se oscurece y ELLA queda iluminado por luz roja) Vamos a la cama ¡ya!.

ÉL: (Atemorizado) ¿A la cama?, ¿ya?... ¡ya!... ya voy. Pero tranquila ¿Eh?... Yo... es que... Yo voy donde tú quieras y haré lo que pueda... pero tranquila ¿Eh?

La escena vuelve a su iluminación ambiental. ÉL y ELLA vuelven a cogerse tiernamente de las manos, mirándose a los ojos.

ELLA: (Con voz distorsionada) ¡No seas tonto! (ELLA se sorprende de sí misma)

ÉL retrocede de un salto, asustado. ELLA le sigue y vuelve a coger sus manos asustadas y a mirarle a los ojos, esta vez hablando entre susurros

ELLA: No seas tonto. Hoy no me encuentro bien, pero mañana ya verás... (ELLA sale de escena)

ÉL: (Saca pecho, toma aire, y la sigue. Con voz varonil) ¡Pues es una pena!, porque esta noche me siento en plena forma: como un Tarzán.

ELLA: (sale al paso de ÉL. Con voz sensual) ¿En plena forma?

ÉL: (sorprendido) Sí... si no fuera por este constipado (tose un par de veces). Pero mañana estaré mucho mejor, no te preocupes. ¡Anda!, vamos a dormir, que se ha hecho tarde.

ÉL y ELLA salen de escena. Las luces se apagan lentamente

 

CAPÍTULO 1

ÉL y ELLA se perfilan en escena contra el telón de fondo. ÉL avanza hasta el primer plano y se dirige al público

ÉL: Nos queremos. Llevamos... no sé cuánto tiempo juntos y seguimos queriéndonos. Y es que nos complementamos a la perfección, aunque, claro, con las diferencias normales entre nosotros... Diferencias que, afortunadamente, yo soy capaz de obviar porque, a decir verdad, de nosotros dos, yo soy el que tiene más paciencia y así, con tranquilidad, es como se lleva una relación a buen puerto.

ÉL regresa a escena y queda quieto.

ELLA avanza hasta el primer plano y se dirige al público

ELLA: Nos queremos... por norma general. Llevamos juntos siete años, cuatro meses y dos días. No diré que la vida resulta sencilla a su lado, pero la verdad es que es tan transparente, tan... primario, que dudo mucho que pudiera encontrar a nadie como él... también en lo bueno ¿Eh? Porque mi chico tiene cosas muy buenas... Y, sobre todo, vive tan feliz creyendo que él lo controla todo...

ELLA regresa atrás, a escena, junto a ÉL.

ÉL y ELLA entran corriendo en casa,, riéndose, y se abrazan, haciéndose carantoñas.

ÉL: ¿Cómo estás cariño?

ELLA: Muy enamorada... y un poquitín borrachita

ÉL: Habrá sido ese vino tan exótico que nos ha puesto Juanjo para cenar. La verdad es que a mí también se me ha subido a la cabeza

ELLA: Si... ¿Sabes qué es lo que me apetece?

ÉL: mmm... déjame que lo imagine... y que me afeite

ELLA: Ve y no tardes mucho... que yo te espero en el dormitorio

ELLA se separa y hace mutis por la derecha. ÉL se acerca al primer plano y se dirige al público

EL: Esta podría ser una noche perfecta ¿verdad? Y sin embargo a veces ella se empeña en complicarlo todo de forma tan irracional...

ÉL regresa atrás, a escena, y se dispone a orinar mientras se afeita con la maquinilla eléctrica.

ELLA: (Desde fuera) ¿Sabes qué te digo?, que creo que tenemos mucha suerte... de no ser como Juanjo y Marisa.

ÉL: Yo también lo creo, cariño

ELLA: No es que me caigan mal, ya sabes que los quiero mucho, pero es que no me puedo imaginar qué le encuentra ella. Y además, tan insegura de él, no como nosotros ¿verdad cariño?

ÉL: (adoptando la postura de micción) No, claro que no, mi vida.

ELLA: Fíjate, si hasta se ha tenido que hacer la liposucción porque dice que a él le gusta más así... ¿Te lo puedes creer?

ÉL: Por supuesto... y además se le nota a la legua que se ha llenado la delantera de silicona...

ELLA se asoma, por la derecha, con aspecto sereno. En la mano lleva el picardías que se disponía a ponerse. Silencio.

ELLA se acerca al primer plano y se dirige al público

ELLA: ¡Pobrecillo!, a veces tanta inocencia me llega a asustar. Pero claro, ¿cómo le voy a decir yo, ahora, que Marisa, la mujer de Juanjo, nunca se ha operado los pechos?.

ELLA regresa a escena.

Su tono de voz tiene un rasgo inquisitivo mal disimulado.

ELLA: ¡Vaya que sí!. A mí me han dado la sensación de ser de plástico... ¿Y tú, en qué lo has notado?

El sonido de la micción de ÉL se detiene bruscamente

ÉL ha captado el tono de ELLA y tras un momento de vacilación adopta una actitud juguetona.

ÉL: No, No... no me vas a pillar... Esta vez no... Yo no he notado nada... ¡No señor!... ¡nonononono! (vuelve a oírse el sonido de la micción)

ELLA: (acercándose, con tono de voz meloso) ¡Ay, que tontín que eres! Sólo estaba jugando y te has puesto nervioso.

ÉL: ¿Yo?, ¿de qué?, ¡vamos hombre!, valiente tontería

ELLA: ¿Y porqué, entonces, no eres capaz de decirme qué te ha parecido el pecho de Marisa?

ÉL: ¿Cómo que no?, lo que pasa es que no me he fijado bien... ¡yo qué se! en nada en especial. No sé, eran más grandes y firmes que siempre... ¡No! (Acaba bruscamente de orinar y rectifica) parecían... ¡eso es!.. parecían más grandes que... habitualmente... ¡eso!

ELLA: (recupera, poco a poco el tono de voz serio) ¡Vaya, hombre! De manera que no es la primera vez que te fijas en Marisa. Y se supone que yo tengo que callar y tragar como si fuera una vulgar concubina de tu harén ¿verdad?

ÉL: No, no, no, cariño. Estamos hablando sólo de su pecho... ¿lo ves? sóla y exclusivamente de su pecho operado y siliconado... ¡Vamos, alicatado hasta el techo!... No de ella. ¡Por favor! ¿Cómo me va a gustar Marisa?

ELLA: ¿Qué cómo? Eso me gustaría saber a mí, porque seguro que no tiene nada que ver con que vaya siempre perfectamente arreglada, le guste coquetear con todos y sea dos años más joven que yo ¿verdad?

ÉL: ¡Por amor de Dios! ¿A dónde van dos años a tú edad?... (rectifica) a nuestra edad... quiero decir, cariño, que ya somos personas adultas y estos ataques de celos son de lo más infantil... (acercándose con actitud cariñosa) ¿No te das cuenta de que sólo te quiero a ti?

ELLA: (encrespando su tono de voz) ¿Qué TÚ Crees que YO soy infantil? ¿Ahora encima me acusas pre-ci-sa-men-te-a-mí de ser infantil? ¿Cómo te atreves? (le lanza el picardías a la cara)

ELLA hace mutis por la derecha al tiempo que se oye el ruido de una puerta que se cierra bruscamente.

ÁNGEL ÉL y DEMONIO ÉL se sitúan en primer plano, a derecha e izquierda de ÉL

DEMONIO ÉL: ¿No lo ves? Ya lo ha vuelto a hacer. Ahora ella espera el mismo ritual de siempre: disculpas, besitos, arrumacos, patatín, patatán, que si esto, que si lo otro... ¡Bah!: Tonterías

ÁNGEL ÉL: No le escuches ¿Acaso no te das cuenta que lo que quiere es un poco de tierno cariño por tu parte? ¿Dónde está el amor, dónde la entrega incondicional?

DEMONIO ÉL: ¿Amor, Ternura, Entrega? Lo que quiere es que le supliques. ¡Ja!, No te engañes: esto es un ejercicio de poder. De manera que ahora mismo... ahora mismito, coge la sartén por mango, encárate a esa puerta y déjale bien claro quién tiene el bastón de mando... (mira su reloj) Y si te das prisa aún llegas a ver el porno codificado desde el sofá.

ÁNGEL ÉL: Tú haz lo que quieras, pero recuerda que la última vez que cogiste la sartén por el mango... (hace el gesto de la masturbación) acabasteis tú, y tú bastón de mando viendo la teletienda hasta las tantas de la madrugada. No te precipites... lo que pasa es que ya sabes que siempre resulta mejor después de una reconciliación...

DEMONIO ÉL: Tú eliges, puedes arrastrarte ahora, perder esta batalla y gozar de la paz de los derrotados, o bien puedes tener una visión global del conflicto y conseguir una victoria estratégica. Tú eliges: vencido o vencedor.

Las luces de ÁNGEL ÉL y DEMONIO ÉL se apagan y queda solo ÉL

ÉL: (sobreactuando, con el picardías en la mano) ¡Oh, que terrible dilema!. ¡Qué oscuros espíritus agitan mi alma esta aciaga noche! Mmm... o no mmm... ¿Qué es más elevado para mi espíritu... -y para mi cuerpo en general- asumir delitos que ignoro haber cometido, y arrastrándome por el lodo alcanzar el lecho de mi amada o, por el contrario, engrandecer mi espíritu en fiera batalla por mi dignidad y encomendándome a Onán, hacer noche en el sofá?. Mmm... dormir... tal vez soñar... (enérgico) ¡Los cojones! La decisión está tomada. ¡No pienso tragar!. ¡De ninguna manera!. Si espera que vaya como un perrito faldero lo tiene claro. No he hecho nada de lo que deba arrepentirme y esta vez será ella la que tenga que humillarse. Ahora mismo me voy a por el mando a distancia de la tele y se va a enterar

ELLA: (asoma tímidamente por la derecha y llama con voz melosa) ¡Cariño!... ¡Cariño!

ÉL: (El corre hacia ELLA) ¿Sí, mi vida?

ELLA: Perdóname, no sé qué me ha pasado, es que te he imaginado con otra y no he podido soportarlo...

ÉL: (saliendo. La escena queda vacía) No cariño, no. Ha sido culpa mía (se oyen besos) es que soy un bruto. Perdóname por favor

ELLA: No, perdóname tú a mí

ÉL: ¡Oh, cariño!

ELLA: ¡Oh, Juanjo!

ÉL: ¡¡¡¿¿¿Quién???!!!

Las luces de escena se apagan bruscamente.

TRANSICIÓN 1-2

Se encienden lentamente las luces de escena.

Suena el principio de la canción “Para vivir”, de Pablo Milanés.

Él entra en escena caminando lentamente, mirando lánguidamente una rosa que sostiene entre las manos, y comienza a cantar la letra

ÉL: Muchas veces te dije que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien. Que a este amor de nosotros le hacía falta carne y deseo también...

ELLA: (En Off, llamándole) ¡Cariño!, (efecto sonoro de aguja de tocadiscos rallando el disco. La música se detiene) ¡Cariño!

ÉL: ¿Sí, mi vida?

ELLA: (con voz melosa) ¿vienes a la cama?

ÉL: (suspira) ¡En fin! (a ELLA) Si, cariño, ahora mismito voy...

Se apagan las luces de escena mientras ÉL hace mutis.