Texto:
Carmen Jones nació del odio clavado
en el barro, de las entrañas revueltas de la tierra, de las heridas que la
atraviesan. Del dolor de una noche y el zumbido del miedo. Su primer latido, un
golpe seco contra el suelo; su primera lección, el desprecio hacia una raza.
Carmen Jones nació cuando no debía, creció como pudo y vivió bajo las normas.
También juró venganza.
Aquellas
navidades transcurrían de forma diferente. La familia había decidido reunirse
en la antigua casa de los abuelos para celebrar juntos la Nochebuena. En pocas
ocasiones los nietos habían visitado esa zona y estaban encantados y ansiosos.
A Tim le hacía especial ilusión viajar a aquella casa que parecía perdida en
mitad de ninguna parte. Ahora que los abuelos habían decidido reformarla e
instalarse en ella, era una ocasión única para conocerla.
Su madre, mancillada al amparo de
la nada, la crio sola, despacio y con ganas. En un mundo de hombres blancos
donde la fuerza y el aliento a whisky eran poder, Carmen Jones y su madre poco
tenían que hacer, pero sus atractivos cuerpos, su piel exótica y los ojos
rasgados tenían mucho que decir. Muchos rehusaban mirarlas; otros se las comían
con ojos de lobos hambrientos. Mordían sus delicados cuellos y aullaban al
compás de sus lamentos.
El
jardín de la antigua casa no era como Tim había visto en antiguas fotografías.
Ni el camino de piedra ni las escaleras. Todo le parecía postizo. Nuevo sobre
viejo. Se sintió algo molesto por ello sin comprender por qué y acarició la
gélida barandilla antes de entrar en la casa. Un escalofrío le recorrió todo el
cuerpo. Aun así, siguió acariciándola hasta llegar al último escalón.
En
el gran salón ardía la leña y se escuchaba el canturreo de su abuela en la
cocina. Tirado en la alfombra boca arriba, ante la indiferencia de su familia,
se quedó anonadado contando el número de pequeños cristales que componían la
enorme lámpara.
—Vamos
a cenar dentro de nada. ¿Te has lavado las manos? —Interrogó su madre
acercándose.
—Sí,
mamá… —contestó él sin haberla escuchado.
—Déjame
ver… ¿Qué son estas manchas? ¿Qué has estado haciendo? ¿Y todo este barro?
Corre ahora mismo al lavabo y compórtate.
Tim
continuó tumbado unos segundos ante la mirada furiosa de su madre y levantó los
brazos queriendo alcanzar la lámpara. Allí tirado todo parecía pequeño. Todo
estaba a su alcance. Giró la cabeza y divisó el árbol de Navidad. Desde esa
perspectiva, guiñando un ojo y acercando un dedo, podía tocar las llamas de la
chimenea sin quemarse. Vio a su madre marchar aireada poniendo un pie delante
del otro. Continuó sumergido en sus pensamientos y se durmió.
Soñó
con árboles gritando de dolor con las ramas manchadas de sangre y con las
raíces estremeciéndose como nidos de serpientes. Las hojas de los álamos
bailaban una triste danza al son de aquellas canciones del viejo sur. El
chirrido de las cadenas acompañaba al macabro balanceo de los cuerpos colgados.
En su sueño, Tim se acercaba a los pies de una mujer colgada. Pendía desnuda y
su espalda estaba llena de heridas provocadas por los latigazos. Pese al dolor
que sentía, acercó una mano al tobillo de la mujer. Lo acarició con suavidad y
miró hacia arriba. La boca de la mujer dibujaba una mueca horrible pero, al
mirarla, cambió y le sonrió. Seguidamente, se alejó de todo aquello caminando
de espaldas. Abandonó la estampa sureña donde los cuerpos colgados de varios
negros parecían frutos colgando de las ramas.
Carmen Jones estuvo con su madre
hasta el final. Ella siempre pensó que no fue la enfermedad la que se la llevó,
sino los demonios blancos que la acechaban. Se quedó sola al amparo del señor y
ahí empezó su maldición. Noche tras noche. Día tras día. Pero tuvo una idea.
Tomó todo lo execrable de su vida y creó una capa tersa y suave, opaca, sin
fisuras, a juego con su piel oscura. Piel sobre piel. Recreándose, había
cubierto ceremoniosamente todo su cuerpo con la tierra que le había dado la
vida, especialmente por sus codiciados muslos. Nadie más volvería a tocar su
verdadero cuerpo. Protegida, aislada, enmascarada. Carmen embadurnó su cuerpo
con una capa de insondable rencor.
—¡Tim,
despierta! —gritó su hermana— ¡La abuela va a contarnos la leyenda de Carmen
Jones!
—Todos
los años igual, hijita. ¿No preferís otra historia? ¿La del fantasma de Rene
Asche Rondolier? ¿El hombre de dos cabezas de Georgetown?
—¡No!
¡Carmen Jones! Queremos escuchar esa historia otra vez, ¿verdad, Tim?
—¿Los
lagartos de Sweetylake? —insistió la anciana.
—Abuela,
por favor… —colaboró Tim mientras se recomponía de su pesadilla y se quitaba
restos de tierra de las uñas.
Comenzó
puntualizando que hacía exactamente doscientos años de lo acontecido y, como
era habitual, los dos niños se dejaron engullir por la famosa historia.
En un mundo de blancos, su piel se
llamaba tentación. Negra como la noche. Negra como las cosas que suceden en la
noche. Carmen Jones sabía que los volvía locos. Caminaba despacio, viendo pasar
un pie delante del otro. Tacones, la falda sobrepasando el límite de las
pantorrillas, la cintura alta y la blusa desabrochada lo suficiente. Sabía cómo
atraer los instintos más sucios de los hombres. Ella los limpiaría a cambio de
sus almas.
Afuera
llovía. La abuela continuaba con su versión de la historia y los niños,
embobados, permanecían atentos como si fuera la primera vez que la escuchaban.
Se acercó al ventanal y vio cómo llovía con fuerza. Las pocas hojas que todavía
quedaban en las copas de los álamos eran arrancadas con brutalidad por el
viento huracanado.
—Así
que, sola y desamparada, cayó en manos del pecado. Pero se dice que no es que
cayera en él, sino que lo llevaba consigo. Ella era el pecado.
—Pero,
¿qué podía haber hecho, abuela?
—Siempre
hay opciones, Tim.
—No
siempre.
—Cállate,
Tim. Ahora viene lo mejor. ¡Deja a la abuela que continúe!
Afuera llovía. La tierra ansiosa se
abría sedienta para recoger el agua. Penetraba en ella y la saciaba. Entonces,
su interior se removió, renació, sucumbió a la vida. Despertó por fin. No podía
abrir los ojos ni moverse, no tenía sentido del olfato, pero sabía que la
tierra húmeda con su particular aroma estaba ahí. La sentía. Una sacudida
recorrió su cuerpo haciéndolo temblar. Quería salir, pero carecía de fuerzas. Recordó.
Un espasmo alzó su cabeza y dirigió su brazo rígido hacia la superficie.
—Por
eso dicen que su espíritu todavía ronda por aquí. Durante la Nochebuena se la
ve caminando cabizbaja, triste, arrepentida de sus actos, sin rumbo fijo.
—Qué
pena que muriera así.
—Era
el castigo para quien no cumplía las normas, pequeña.
—Querrás
decir para los negros —matizó Tim.
—Eran
otros tiempos, querido. También murieron muchos blancos en manos de negros. Fue
una época oscura.
—¿Tú
la has visto alguna vez, abuela?
—No,
por suerte no me la he encontrado. Pero nuestra vecina cuenta que le pareció
verla la Nochebuena pasada. Dice que no fue más que una sombra, un pálpito, un
escalofrío recorriéndole el cuerpo; pero tiene la seguridad de que era ella. Se
quedó petrificada. Hubo un momento en que el espectro la miró, y sus ojos
negros brillaron como el fuego.
—¡Qué
pasada! ¿Y realmente es tan guapa? ¿Pudo verla bien? —preguntó la niña
encantada.
—Dice,
como el resto de testimonios, que vaga desnuda exhibiendo su cuerpo como hacía
cuando vivía.
—¿Y
tú te crees esta versión, enana?
—¿Por
qué no iba a creerlo, pequeño? Mucha gente la ha visto durante todos estos
años... —convino misteriosamente la anciana.
La
niña miró a los ojos de su abuela asustada pero, seguidamente, apareció en su
pequeña boca una sonrisa pícara. Se encontraba completamente seducida por la
leyenda.
—Acusarla
de robo y colgarla después de todo lo que tuvo que pasar no fue justo —añadió
Tim negando con la cabeza.
—Os
he contado esta historia miles de veces... ¿Te encuentras bien, Tim?
—Morir
así tiene que ser terrible... —prosiguió.
—Te
noto pálido.
—Estoy
bien. —Y se levantó del suelo.
—¡Pero,
hijo! ¿Qué llevas en las botas? —inquirió su madre de pronto.
—Solo
es tierra, mamá. Nada peligroso —contestó con una mueca.
—Pero
si te las he limpiado antes... —observó extrañada—. ¿Has vuelto a salir?
—Solo
es tierra...
Un
brazo recubierto de tierra negra como la noche, negra como las cosas que
suceden en la noche, atravesó la superficie. Los huesos de los dedos crujieron
uno por uno. Al poco, otra mano emergió del fondo de la tierra como queriendo
agarrarse al cielo. Ambos brazos en alto. Todo a su alcance. Poco a poco, el
resto del cuerpo de Carmen Jones fue aflorando. Un parto agónico; el nacimiento
de algo muerto. Un castañeteo de dientes de lo que ya debería ser polvo y estar
olvidado. Pero Carmen Jones jamás se rindió. Jamás se detuvo. Su cuerpo
denostado no había llegado a descomponerse nunca.
Mojada
de arriba abajo, siguió absorbiendo las gotas de lluvia a través de los jirones
de su piel. Desnuda, comenzó su danza macabra caminando arrítmicamente por la
yerma superficie. Se detuvo. Un chasquido de huesos anunció que había girado
súbitamente la cabeza hacia aquella antigua mansión. Buscaba. Y había
encontrado.
Tim
lloraba encerrado en el cuarto de baño. Sentía rabia, odio, injusticia. No
comprendía por qué. Se levantó del frío suelo y apoyó los brazos en el lavabo.
Alzó la mirada para ver su reflejo en el espejo y, de pronto, se detuvo en
seco. Un chasquido en la ventana le hizo girar bruscamente la cabeza. Se
acercó. Y vio.
Quieta.
La mirada vacía, fija, impasible, hacia el ventanuco del primer piso de la
casa. Sabe a quién acudir. La piel putrefacta de su espalda rezuma pus ante el
hallazgo. Ella ya no puede sentir, pero está llamando. No puede ver, sus
cuencas están vacías, pero le está mirando. El viento agita su cabello y eriza
sus pezones. Lo que fueron sus caderas señalan hacia el ventanal del salón de
forma descarada.
Tim
ahoga un grito de terror. Es Carmen Jones. No lo puede creer. Abre los ojos
como nunca lo ha hecho antes y siente. Escucha el lamento. Una lluvia de
tristeza y abandono le abate y le deja casi sin sentido. El escozor de la
espalda y el clamor de la entrepierna le paralizan. Siente que le falta el
aire. Comienza a ahogarse y tose, tose sin parar.
Sus
rizos y sus ánimos se arrastran por el agua. La tarde, magullada, se acurruca
para dejar paso a la oscuridad. Carmen recuerda su vida, su historia, la
Historia. Deja los brazos caídos al balanceo del viento. Del interior de la
casa emerge una cálida luz que recorta y afila las sombras. Cálida para quien
puede dormir sin tener pesadillas.
Quieto.
La mirada vacía, fija, impasible. Carmen Jones ha acudido a él y él ha
respondido. La espalda le arde y le martiriza, le enfurece a cada segundo. Se
siente vil, sucio y con todo el cuerpo en carne viva.
Toma
mi rabia, toma todo mi odio. Carmen Jones tuvo un pasado. Nunca tendrá un
futuro, pero vivirá en ti. ¿Duelen las bofetadas? ¿Sus uñas te desgarran la piel?
¿Sientes que se te escapa la vida al romperse tu cuello? Lamo tus latigazos,
todo pasará, pequeño. Hazlo y vivirás en mí.
Tim
sonríe. Sale del cuarto de baño y baja hasta la entrada de la casa. Nadie se
percata. Huele la noche. Huele la tierra mojada, escucha el musgo creciendo
lentamente, siente los gusanos deslizándose sigilosamente por su cuerpo. Pero
también huele a magnolias frescas y carne quemada. Escucha el batir de las alas
de los cuervos acercándose a los cuerpos. La ama.
La
familia no consigue encontrar a Tim en la casa. ¿Tim? ¿¿¿Tim??? El dolor es
insoportable, el aroma de la culpa ha llegado para quedarse. Tras la
incredulidad llega la ira. Y unas huellas de barro que se adentran en el bosque
les hacen estremecer y preguntarse si acaso es posible, si la venganza es
posible.
Una brizna de hierba roza su pómulo intentando hacerle cosquillas, pero ella no lo siente. Una mueca se dibuja en su rostro feliz y sereno mientras camina por el valle con Tim de la mano. Él mira a lo lejos con el orgullo de quien ha hecho algo importante. La ha salvado. Una lombriz asoma por la cuenca de su ojo, pero ella no la siente. Tim, afectuoso, la retira y la lanza a la oscuridad. Marchan juntos en la noche.
CANCIÓN
Strange
fruit (Billie Holiday)
Southern trees bear a strange fruit,
Blood on the leaves and blood at the root,
Black bodies swinging in the southern breeze,
Strange fruit hanging from the poplar trees.
Pastoral scene of the gallant south,
The bulging eyes and the twisted mouth,
Scent of magnolias sweet and fresh,
Then the sudden smell of burning flesh.
Here is a fruit for the crows to pluck,
For the rain to gather, for the wind to suck,
For the sun to rot, for the trees to drop,
Here is a strange and bitter crop.
Extraña
fruta (Billie Holiday)
De
los árboles del sur cuelga una fruta extraña,
Sangre
en las hojas y sangre en la raíz,
Cuerpos
negros balanceándose en la brisa del sur,
Extraña
fruta que cuelga de los álamos.
Escena
pastoral del galante sur,
Los
ojos saltones y la boca torcida,
Aroma
de magnolias dulce y fresco,
Y
el repentino olor a carne quemada.
Aquí
hay una fruta para que la arranquen los cuervos,
Para
que la lluvia la tome, para que el viento la aspire,
Para
que el sol la pudra, para los árboles la suelten,
Esta
es una extraña y amarga cosecha.
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