jueves, 18 de diciembre de 2014

Voces de Navidad

Por Vanesa Ian.

          El sol entraba por la ventana, como un invitado que se ha colado a último momento y ha venido solo a aguarnos la fiesta. Al menos, así lo sentía Sofía. No quería que la luz tocara su piel, no quería ver la marcas que el desgraciado de Juan le había dejado la noche anterior. Se levantó del sofá y cerró bien las cortinas. Y ahí se quedó, sola, en la oscuridad y esperando a que la vocecita le dijera que hacer a continuación.
Sofía era una mujer de treinta y cinco años, muy bonita, por cierto. Se había casado joven, todas las ilusiones las había puesto en ese hombre nefasto, que en esa época era un buen muchacho, o al menos, eso creyó ella. La colmó de halagos, siempre le enviaba cartitas de amor con una de sus compañeras de colegio, las que ella leía en el recreo, extasiada de felicidad. Un día, la invitó al cine y aceptó, aunque ella tuviera diecisiete años en ese momento y el veintidós, era bien visto por su madre. Lo consideraba un hombre hecho y derecho, según sus palabras, no era como los tontos adolescentes que solía llevar a casa Sofía, esos que siempre armaban lío y no sabían tener la boca cerrada. Y la palabra de su madre, era palabra santa, ya que era su única familia, su padre murió cuando ella tenía tan solo cinco años. Terminó la secundaria y cuando Juan le propuso matrimonio no tardó en aceptar. La carrera universitaria, que tanto había soñado, podía esperar unos años, hasta que ellos se “asienten”, había dicho Juan y a ella no le pareció raro en lo más mínimo, todo lo contrario, creyó que era lo máximo.
Todo fue bien durante el primer año, Sofía, vivía en una casita chiquita, pero muy mona, la cual brillaba de limpia. Su esposo, se recibió de abogado ese mismo año y no tardó mucho en empezar a trabajar. Ella siempre pensaba que él sabía hablar, él tenía el don de la palabra, y eso no era poca cosa en ese submundo de cuervos, negros como la noche. Al siguiente año quedó embarazada y, si bien ella se consideraba una mujer feliz, ese día, cuando se enteró y se lo contó a su marido, sintió el súmmum de la felicidad, un éxtasis imposible de describir.
Se acercaba la navidad y su madre y ella deseaban hacer las compras navideñas en el nuevo centro comercial, entonces Juan se ofreció a llevarlas. Ellas pasarían las fiestas en la casa de los padres de Juan y querían llevar un regalo a cada uno de los miembros, y eso que eran muchos… Todo sucedió muy rápido, lloviznaba y la calle estaba resbaladiza, Juan hizo una mala maniobra al esquivar a otro conductor, perdió el control y estrelló el coche contra una columna de alumbrado público. Su madre murió en el acto, ella perdió su bebé y Juan no sufrió ni un rasguño. Ese fue el verdadero comienzo del fin.
Ella entró en una depresión lógica, cada día que pasaba, le costaba más y más volver a su rutina. Poco a poco, Juan empezó a maltratarla. Si la comida no estaba lista cuando él llegaba, pellizco en el brazo. Si estaba fría porque él llegaba más tarde de lo debido, tirón de pelo. Si la camisa estaba mal planchada, nalgada. Ahí fue en donde la primera voz hizo su aparición. Mátalo, decía. Y aunque ella casi no recordaba a su padre, estaba convencida de que la voz pertenecía a él. Con el tiempo, empezó a tener largas charlas con esa voz, de las que, sin darte cuenta, te pones a hablar en la calle y alguien te mira extrañado, entonces disimulas una tosecita. Más tarde, se unieron otras voces, algunas creía reconocerlas, como la de su padre y luego la de su madre, pero del resto no tenía idea; hasta pensaba que variaba el interlocutor de su cerebro, según lo que esa voz quisiera decir. Si bien, ella en un comienzo creyó que estaba volviéndose loca, poco le duró esa certeza. Si seguía hablando con las voces, era porque le decían lo que iba a pasar y le daban concejos sobre cómo actuar.
Una vez, se le había hecho tarde en el mercado porque se puso a charlar con la chica de la panadería, ella ya no tenía amigas y disfrutaba mucho cuando podía conversar con alguien, pero el tiempo se le había escapado sin darse cuenta. Cuando llegó a su casa y aun sabiendo que no llegaba con la cena a horario, se puso a preparar el pastel de carne que quería Juan, él todos los días le decía que debía preparar de cena y pobre de ella si no lo hacía. Cuando faltaban diez minutos para que Juan cruce la puerta y media hora para que el pastel estuviera listo, la voz le dijo:
—Cuidado Sofía, cuando te diga “maldita inútil de mierda”, cúbrete el ojo derecho, levanta el brazo.
Y así fue, tal cual, se evitó un ojo negro o algo peor, le quedó el antebrazo hinchado, pero eso se tapaba fácil, una blusa de mangas largas y listo.
Así fueron pasando los años, entre golpe y golpe. Las alegrías, si es que alguna vez las hubo, eran cada vez más distanciadas. Para colmo de males, tenía que aguantar a la siniestra suegra por teléfono todos los días y verle la cara los domingos al mediodía en el almuerzo familiar. Era una vieja sádica y malvada, que no tardó en sacar las uñas de una verdadera bruja cuando se dio cuenta que ella se había quedado sola en el mundo. Varias veces la había visto pellizcar a los hijos del hermano mayor de Juan, o sea, sus nietos, y a las niñas, hijas del hermano menor, les tiraba de las trenzas cada vez que podía. Eso significaba, no ser vista por nadie. Sofía la vio, porque se lo dijeron las voces.
—Cuando tu suegra vaya a ver a los niños al jardín, síguela despacio, que no te vea Sofía, y fíjate lo que hace —dijo una voz indefinida.
Y Sofía la vio. La voz la instó a que hablara, a que contara, pero esta vez, ella no hizo caso. No servía de nada hablar, seguro lo negaría y pobre de ella después.
Llegó un momento en que las voces no paraban de hablar, hablaban entre ellas mismas, y no la dejaban dormir. Sofía se hallaba inmersa en una hiperrealidad que rayaba lo absurdo. A veces, pensaba, por qué si las voces sabían tanto, no le decían un número de la lotería, así ella se fugaba para siempre. Pero no, sabía, muy dentro de ella, que jamás tendría el valor de hacer algo semejante, porque también sabía que Juan, la perseguiría hasta el fin del mundo si era necesario y no quería pasarse el resto de su miserable vida huyendo y mirando sobre su hombro; esto era hasta la muerte, como tantos años atrás había jurado ante Dios, sería hasta que la muerte los separe.
Con el correr de los días las voces, (una voz en especial), la instaba constantemente a actuar. Esa voz le había dicho que su nombre era Vescatur* y que era el Dios de las causas justas, y que la de ella era una causa justa. Ella, al estar cada día más metida en ese mundo de ensueño, no respondía como antes a las exigencias de Juan, lo que hacía que Juan estuviera cada día más y más violento. Vescatur se hizo cada vez más insistente.
—Tienes que matarlo, Sofía, antes de que él te mate, porque eso es lo que va a pasar, te lo aseguro —dijo Vescatur.
—¡No puedo! No sé cómo hacerlo —contestó confundida.
—Yo voy a ayudarte, solo tienes tiempo hasta navidad, después, será tarde. Ahora escúchame y sigue al pie de la letra el plan —dijo terminante, Vescatur.
Y ella escuchó, sus ojos se iban abriendo a medida que las palabras entraban en su cerebro, hasta que quedaron velados. Podían, tranquilamente pasar, por los ojos de una muñeca. Unos ojos vacíos, sin alma.
Faltaban solo dos días para navidad. Sofía, empezó a actuar. Cuando Juan se fue esa mañana, Vescatur le pidió que saliera a la calle y se fijara en los setos de la casa de enfrente, lo que debía encontrar era una prescripción médica, que él sabiamente, había hecho “volar” del bolso de una descuidada señora. Cruzó la calle, y ahí estaba, flameando entre los setos, como Vescatur le había dicho. Caminó hasta la farmacia y entregó la receta como si fuera suya, nadie peguntó nada. Volvió con una caja en la mano, con el contenido exacto, de sesenta comprimidos ranurados de Clonazepam. Esa mañana la utilizó para hablar con su malvada suegra sobre la cena navideña. Todos los años pasaban las navidades en casa de Sofía y ella debía preparar todo, ellos solo llegaban y sentaban su fruncido culo en la silla y ella debía de atenderlos como si fuera su mucama. Bueno, este año será el último y se llevarán de regalo una linda sorpresa, pensó Sofía, mientras una risita siniestra se escapaba de sus labios.
Vescatur le había dicho que a las dos de la tarde iba a recibir un sobre lacrado, y así fue, cuando escucho el sonido del papel deslizarse bajo la puerta corrió a buscarlo. Debía abrirlo y mirar bien la fotografía, después ir a la peluquería y pedir exactamente eso. Sofía abrió el sobre y lo que encontró adentro fue un pasaporte, un documento de identidad, un pasaje de avión a Canadá y mucho dinero. Se quedó mirando el pasaporte, lo que vio le gustó, nunca había probado el color rubio y esa foto que jamás se había tomado le decía que iba a quedarle muy bien. Fue hasta una peluquería a la que nunca había ido, en la otra punta de la ciudad, y pidió exactamente eso, el resultado fue asombroso. Al salir, compró un pañuelo grande y se lo ató a la cabeza para ocultar su cambio.
Cuando llegó a su casa agarró el mortero y empezó a aplastar metódicamente las sesenta pastillas. Continuó con la cena, una exquisita bolognesa que acompañaría las pastas de esa noche, de la cual, obviamente, ella no probaría bocado.
Más tarde llegó Juan, hecho una furia como siempre y con ganas, muchas ganas de agarrárselas con ella.
—Imagino que tendrás la cena lista Sofía, hoy no estoy para peros —dijo en forma altanera, las discusiones en su trabajo le daban hambre o nada arruinaba su rutina, por lo visto.
—Sí, mi amor —contestó Sofía.
—¿Qué mierda te has puesto en la cabeza, mujer? ¡Dios!
—Es solo un baño de crema, Juan. Es para tener el pelo más bonito mañana, en la cena de navidad —respondió Sofía, esperando que no notara el cambio antes de estar fuera de combate, si pasaba eso, todo su plan se desmoronaría—. Siéntate y come.
—¿No vas a cenar?
—No, esta noche comeré solo fruta, no quiero tener pancita mañana.
La respuesta de él fue solo un gruñido.
 Y Juan comió. Cuando iba por el segundo plato su boca se abrió en un gran bostezo. Sofía esperaba y ofrecía más. Cuando sus ojos se pusieron vidriosos, se sacó el pañuelo y enseñó su nuevo cabello.
—¿Te gusta, mi amor?
—No… me siento…bien, pareces…puta…unaputademierda —dijo, uniendo las palabras, en un último esfuerzo por mantener la consciencia.
—Me lo hice pensándote amor, vamos a la bañera, a darte un buen baño de inmersión, creo que te pasaste con el vino esta noche.
Lo llevó a rastras prácticamente, como tantas veces había hecho cuando llegaba pasado de copas. Lo desnudó mientras se llenaba la bañera. Lo sumergió entero, cuando Juan abrió los ojos al sentir la falta de aire, el último vistazo que dio de este mundo fue la cara de su esposa sonriendo y la de un ser extraño, con unos largos dientes y una cara ancestral al lado de ella. Esos dientes son para morder y desgarrar, pensó, presa del pánico pero sin poder hacer nada. Entonces, murió.
Sofía rápidamente puso manos a la obra. Seguía una a una las instrucciones que Vescatur le daba. Había llegado el turno de cortar y seccionar. Ella prestó atención y lo hizo a la perfección, parecía como si en vez de haber sido ama de casa toda su vida, hubiese sido carnicera, eran cortes limpios, impecables, pensó que su madre estaría orgullosa de ella, ya que siempre la criticaba porque no sabía ni trozar un pollo, siempre le pedía al carnicero que lo haga por ella. Pero, esta vez, el pollo es Juan, dijo entre dientes riendo.
Una vez cortado, seccionado y eviscerado, venía el momento de pelarlo, si, los seres humanos también se pelan, al igual que cualquier animal; era una tarea de mucho cuidado, había que hacerla con un cuchillo especial para no dañar la carne que había debajo. Cuando terminó, el alba ya hacía su aparición. Llevó los trozos a la cocina y los dejó marinar unas horas en ricas especias y condimentos, mientras ella limpiaba el desastre del baño. Una vez concluida esa tarea, puso las presas en una asadera con ajíes y cebollas y las metió al horno. Vescatur había dicho que era necesario unas cuatro horas de cocción en horno moderado. Aprovecho ese tiempo para dormir. A las veinte horas llegaron los “invitados” a la cena navideña.
—¿Y Juan? —ni buenas noches, ni feliz noche buena, nada. Así entró su suegra.
—Buenas noches, primero, —contestó sonriendo Sofía— A Juan lo vino a buscar un cliente muy importante que tuvo un problema legal, viene dentro de un rato, dijo que empecemos la cena sin él.
—El auto está afuera, y ¿por qué te has puesto ese ridículo pañuelo en la cabeza? Pareces una de esas estúpidas mujeres árabes —preguntó sin tacto alguno su suegra.
—El auto está afuera porque lo vinieron a buscar, dije, y las mujeres árabes no son estúpidas, el pañuelo es última moda en Europa y le gusta a tu hijo —contestó Sofía conteniendo la irritación que esa maldita mujer provocaba en ella, se consolaba pensando en que esa sería la última vez que la soportaría.
—En Europa hace frío, Sofía, aquí hace un calor de mil demonios, —contestó la vieja bruja, siempre tenía que tener la última palabra— vamos a comer, querida.
Si, pensó Sofía, vamos a comer y verás que sorpresa te llevas mañana, puta vieja.
Se sentaron a la mesa y Sofía sirvió la cena. Como siempre, los maleducados de los hermanos de Juan, empezaron a comer antes que ella terminara de servir.
—Esto está delicioso cuñada, la mejor carne que comí jamás. Esta vez, sí que te has esmerado.
—Es cierto Sofía, este cerdo está delicioso. Lo mejor que has hecho hasta el momento, sin dudas, —añadió su suegra— siéntate y come, querida.
—Sí, ¿por qué no?, si está tan sabroso como dicen… —y probó, Sofía probó.
El avión partía pasada la media noche, por eso Sofía programó su celular para que suene dos horas antes. Fingió hablar por teléfono y dijo:
—Voy a buscar a Juan, el auto que lo traía se ha roto a mitad de camino. Ustedes siéntanse como en su casa, ya vuelvo.
En el auto estaban las valijas preparadas en el baúl. Se subió y partió rumbo al aeropuerto.
Nunca más en su vida volvió a ver a esos parientes siniestros, ni a saber nada de ellos, aunque lamentó no estar ahí cuando se dieran cuenta de lo que habían comido, le habría gustado verles la cara. El avión salió a horario y todo fue sobre ruedas, o sobre alas, si lo prefieren. Sofía llegó a Canadá, desembarco, pasó unos días en un hotelucho de mala muerte y cruzó por tierra a Alaska.
Residió un tiempo en un pueblito costero y luego se mudó a Juneau. El idioma no fue un problema y ella se adaptó de maravillas a ese nuevo lugar, tan distinto al que había vivido toda la vida. Hizo amigas y amigos. Pasó por diferentes empleos cada uno mejor que el anterior. Vescatur seguía siendo su amigo y aliado, jamás podría desentenderse de él. Él la había salvado, liberado y todo le había ido tan bien… Es por eso que cuando le sugirió que busque empleo en Alaska Network on Domestic Violence & Sexual Assault*, ella no dudó. Él le explicó que debía conseguir ese empleo, porque,  en Estados Unidos, cada año, dos millones de mujeres eran violadas o acosadas físicamente por un pariente cercano, una cifra que es tres veces más alta en Alaska, y ella tenía que ayudar.
Demás está decir que Sofía consiguió el empleo, como todo lo que se proponía en esta nueva vida que tenía. Ayudó como concejera a muchas mujeres maltratadas por sus esposos, y si bien, ese era el trabajo que se le había otorgado, y ella lo cumplía a la perfección, también ayudó a la comunidad de una manera diferente, una manera que solo ella sabía.
Cuando empezaron a desaparecer esos esposos maltratadores, nadie sospechó; eran lacras humanas y todos pensaban que se habían ido para evitar el castigo de las autoridades. Nadie jamás se dio cuenta de nada. Y Sofía hace un gran favor a la comunidad que tan amablemente la acogió en sus brazos, Sofía recibe de la comunidad, lo que para ellos es basura y ella, sabiamente y con la incalculable ayuda de Vescatur, lo transforma en comida…
Fin


*Vescatur: Palabra del latín cuyo significado en español es caníbal.
* Alaska Network on Domestic Violence & Sexual Assault: Red de Alaska sobre la Violencia Doméstica y Asalto Sexual.


Consigna: que la historia transcurra en época navideña.


El segundo advenimiento

Por Robe Ferrer.

“Cuando dos mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar.” Apocalipsis 20; 7 y 8.


24 de diciembre de 2013. Yusuf se encuentra solo en su cuarto. Se ha vestido con su mejor traje y enciende una videocámara que tiene anclada sobre un trípode. En la pequeña pantalla enfoca el sofá y pulsa el botón indicado con un círculo rojo y bajo el cual aparece la palabra inglesa REC. Después su propia imagen aparece en el visor y se sienta en el sofá. La escena ya está completa. Sin saber bien que decir, comienza a hablar.

A quién vea este video. Me llamo Yusuf y quiero confesar un crimen que cometí hace dieciocho años. El peor crimen que puede cometer una persona. Todo comenzó el 14 de diciembre del año 1995.
Yo, por aquel entonces, tenía veintiún años y era joven y necio. Sobre todo necio. Vivía con mi mujer Meryem, que era tan joven como yo y esperábamos un hijo. Habíamos acudido a las consultas médicas para saber que todo iba bien, pero nos negamos a conocer el sexo del bebé; queríamos que fuera una sorpresa. Teníamos algunos nombres pensados, pero los que más nos gustaban eran Isa para niño y Anwaar para niña. Mi mujer me dijo que una noche tuvo un sueño revelador y que en él aparecían aquellos dos nombres. Yo no creía mucho en aquello, pero los nombres me gustaron y a ella le hacía ilusión.
Meryem tenía que salir de cuentas alrededor del 25 de diciembre. Una fecha tan emblemática para los nosotros, que éramos cristianos y que para nuestros vecinos musulmanes no tenia mayor trascendencia. Vivíamos en Turquía y pertenecíamos a la minoría cristiana del país.
Aquel día, a falta de menos de dos semanas para el nacimiento de mi hijo, dos extraños personajes se presentaron en la fábrica de muebles en la que yo trabajaba y me pidieron un momento de atención, ya que tenían que decirme algo muy importante acerca del nacimiento de mi hijo. Al principio no les hice caso, pero cuando mencionaron el nombre de mi mujer y la fecha prevista para el parto me pudo la curiosidad y los acompañé a una tetería cercana. Una vez que tuvimos intimidad, comenzaron a hablar.
—Mi nombre es Alessandro Ferrara y soy teólogo, y mi acompañante es el doctor en arqueología James Croft —se presentó el más anciano de los dos—. Llevamos muchos años estudiando un hecho que se va a dar próximamente y que acabará con la humanidad, y todos los datos nos llevan hasta usted y el nacimiento de su hijo.
—¿Cómo dice? —No daba crédito a lo que oía. No me podía ver la cara, pero me imagino que tenía los ojos abiertos como platos y la mandíbula desencajada—. Está de broma, ¿verdad? No tengo ganas de perder el tiempo con ustedes.
Y amablemente me levanté de mi asiento y salí del local. Los dos hombres me siguieron casi a la carrera, pues mis pasos eran más ligeros que los suyos.
—Yusuf, tu hijo será el anticristo —me dijo el teólogo cuando me dio alcance. No lo había notado pero me sujetaba con fuerza por el brazo. Podría considerarse un acto amenazante. Di un fuerte tirón y me libré de su mano vieja y apergaminada.
Cuando llegué a mi hogar, mi esposa ya me esperaba con la cena sobre la mesa. Apenas hablé con ella y en cuanto acabé de cenar me acosté alegando que no me encontraba bien. Cuando Meryem se acostó, yo fingí estar dormido. No quería hablar de lo sucedido aquella tarde.
No conseguía conciliar el sueño y en los momentos que me vencía el cansancio y cerraba los ojos, horribles imágenes poblaban mi mente: edificios ardiendo, mujeres y niños cayendo en precipicios que no tenían fin, gigantes olas de barro que arrasaban todo lo que se encontraban a su paso y sobre todo personas muertas cuyas almas abandonaban los cuerpos en medio de un terrible sufrimiento.
Me desperté con un terrible dolor de cabeza y grandes ojeras. Meryem me insistió para que me quedara en casa y no fuera a trabajar, pero no quería tener que explicarle el porqué de mi situación. Le dije que me encontraba bien y que no se preocupara por mí.
Llegué a mi trabajo y allí me esperaban de nuevo aquellos dos hombres.
—Yusuf. Tenemos que hablar con usted. Es muy importante —comenzó a decirme el arqueólogo.
—Déjenme en paz —les pedí sin detenerme ni un instante.
Ocupé mi puesto en la cadena de fabricación, pero antes de media hora tuve que irme. Las imágenes que aquella noche me habían asaltado seguían rondando mi cabeza. Tenía que hablar con aquellos dos hombres y dejarles bien claro que yo no tenía nada que ver con lo que fuera que se traían entre manos. Como supuse, seguían en la puerta esperándome.
—Vayamos a un sitio tranquilo —les pedí antes de que ninguno pudiera decir nada.
—Nuestro apartamento será perfecto. Allí tenemos todos los datos para mostrarte y que nos creas.
Casi una hora después llegamos a un viejo edificio de apartamentos. Entramos en su vivienda y me quedé sorprendido al ver la cantidad de documentos que había sobre las camas, las mesas y pinchados en las paredes con alfileres.
—¿Qué quiere tomar? —me ofrecieron.
—Nada. Quiero que vayan al grano y me dejen en paz de una vez. Desde ayer que sembraron la idea de que mi hijo será el aniquilador de la humanidad, no han dejado de inundar mi mente imágenes horribles.
—Tenemos pruebas —comenzó el arqueólogo—. En mi última excavación en la frontera de este país, descubrí unos extraños manuscritos sobre la llegada del anticristo. —Desplegó un montón de folios sobre el suelo y continuó su relato—. Mira. Aquí dice que Satanás llegará al mundo mil años después de haberlo hecho nuestro salvador Jesucristo. Que será vencido y que mil años más tarde saldrá de su prisión para reunir a las naciones del mundo, Gog y Magog y entonces atacarán la tierra de Israel y el mal vencerá en el mundo.
—¿Gog y Magog? ¿Quiénes son esos? —quise saber.
—No son personas. Son lugares. Según nuestros estudios esos lugares bíblicos hacen referencia a las actuales Rusia y Turquía. En uno de esos países nacerá el hijo de Satanás y someterá a toda la humanidad. El caos y el terror imperarán en el mundo. En los documentos está escrito que en los albores del nuevo milenio tendría lugar el segundo advenimiento del demonio.
—Pero nosotros estamos aquí para impedirlo —intervino el teólogo.
—Para el cambio de siglo todavía faltan cuatro años. Vamos a entrar en 1996 y el milenio no cambia hasta el 2000
—Te equivocas. —El teólogo se quitó las gafas metálicas que llevaba y limpió cuidadosamente los cristales haciendo una pausa que me pareció eterna. Entonces tomó los mandos de la conversación—. El actual calendario por el que se rige el mundo es el calendario gregoriano, instaurado en el siglo XVI y tiene un desfase de cinco años. Al realizar los cálculos del nacimiento de Jesús se erraron en cuatro años, más otro adicional al no contar el año cero. Con lo cual nos situamos a 15 de diciembre de 2000 y no de 1995.
—Entonces el milenio ya ha empezado hace casi un año —protesté.
—Te equivocas de nuevo. El milenio son mil años, desde el año 1 al 1000 y del 1001 hasta el 2000; con lo cual el milenio empieza en el 2001, dentro de diecisiete días. Días antes nacerá el anticristo. Concretamente el día de Navidad.
—¿Cómo pueden estar tan seguros?
—El diablo siempre ha querido burlarse de Dios y de su creación y ha hecho todo como él pero a la inversa. Dios creó y él destruye. Dios deja al hombre a su libre albedrío y Satanás lo intenta llevar al lado de las tinieblas.
»Tu esposa y tú os llamáis como los padres de Jesús, y vais a tener un hijo en la misma fecha y le pondréis el mismo nombre. Claro está que tu esposa no es virgen como nuestra Santa Madre, pero seguro que ha recibido la visita de un ángel caído que le ha anunciado que va a ser la madre del hijo de Lucifer. Posiblemente no se lo haya planteado así, pero alguna señal habrá tenido.
—Bueno, un día me dijo que soñó con el nombre de nuestro hijo. Se llamarían Isa. Yo no creo en esas cosas, pero el nombre no me disgusta y a mi mujer le pareció bien seguir lo que le indicaba el sueño.
—Debí suponerlo; Isa es la forma árabe del nombre de Jesús. Otra prueba más de que estamos en lo cierto. Es la prueba definitiva. —Entonces el teólogo se acercó a la cama y cogió más papeles—. Mira, el mal está haciendo de las suyas antes de la llegada definitiva del hijo de Satanás: graves inundaciones en Corea del Norte a lo largo de todo el año que están desembocando en hambruna, los terremotos de Neftegorsk, Cali, Antofagasta y el que sufristeis aquí en Kobe, huracanes y los atentados de Madrid, Oklahoma y el del metro de Tokio… Son datos irrefutables de que la llegada de Satanás está próxima. Y necesitamos tu ayuda. Tú eres el encargado de acabar con la vida de tu hijo cuando nazca; igual que Dios encargó a Abraham acabar con la vida de su hijo, el Señor te pide que hagas el mismo sacrificio.
—¡Jamás! Sois unos chiflados —espeté justo antes de levantarme. Tiré todos los papeles que me encontré de camino al suelo y abandoné el apartamento dando un tremendo portazo.

Aquellos dos fanáticos de la religión y del fin del mundo me estuvieron siguiendo e intentando convencerme de que mi mujer llevaba al mismísimo hijo de Satanás en su vientre. También me aventuraron que mi hijo no nacería en un hospital, si no que lo haría a la intemperie, resguardado por alguna especie de portal, al igual que hizo Jesús.
Durante los días siguientes, tuve horribles pesadillas que no me dejaban dormir. A mi mujer le dije que eran los nervios de ser padre. Que estaba muy emocionado y que por eso no dormía en condiciones.
Por fin, la noche de Nochebuena mi mujer se puso de parto. A partir de ese día, los días de Navidad tendrían doble celebración en nuestra familia. Antes del ocaso le comenzaron las contracciones y pasada la media noche rompió aguas. Con calma cogimos todo lo que teníamos preparado para pasar unos días en el hospital, tal como nos había indicado la comadrona, y nos montamos en el coche.
Meryem respiraba rítmicamente y con pausa, como aprendió en las clases a las que asistió para el parto. Yo, mientras tanto, conducía más nervioso que cualquier otra cosa, pero con la precaución de no tener un accidente.
Entonces sucedió. En una calle despoblada, una rueda del coche se reventó y me hizo perder el control del vehículo. Tuve que dar varios volantazos hasta que chocamos con un muro y allí nos detuvimos. Mi esposa se golpeó en la cabeza y perdió el sentido durante unos minutos. Mientras intentaba sacarla del interior, escuché una voz a mis espaldas.
—Te ayudaremos. —Era el arqueólogo, que junto a su acompañante se encontraban allí. Habían ido siguiéndome desde que salí de mi casa—.Va a matar a su madre. Así como Jesús amó a su progenitora, tu hijo odia a la suya y acabará con ella. Tienes que matarlo con este puñal sagrado antes de que sea demasiado tarde. —Y me tendió un puñal con la hoja curva y extrañas filigranas en la empuñadura
—No lo permitiré. Mi mujer y mi hijo van a vivir los dos —respondí sin coger el arma.
Cuando sacamos a Meryem de mi coche, la trasladamos hasta el de los dos estudiosos del Apocalipsis. Intentaron una y otra vez poner en marcha el motor, pero todos los intentos fueron en vano.
La noche era fría y con el motor parado la calefacción del auto no funcionaba y mi esposa y el bebé, cuando saliera, necesitaban calor; por lo que decidimos cobijarnos en el portal de un edificio abandonado. Nada más tumbarla en el suelo, Meryem recuperó la consciencia debido a una nueva contracción.
—¡Ya está aquí! —gritó. No se había percatado de que no estábamos solos ni de que estábamos en un portal lejos del hospital.
El teólogo llegó con un par de mantas. No había notado que se había separado de nosotros.
—Toma. Las tenía en el coche. Nunca vienen mal unas mantas, por si acaso.
Con ellas tapamos a mi mujer e intentamos asistirla en el parto. No sabíamos como hacerlo, pero nos dejamos llevar por los instintos naturales.
Ella empujaba con todas sus fuerzas a la vez que gritaba. Cuando descansaba un instante para tomar aire de nuevo y empujar me decía llorando que la dolía como si la estuvieran arrancando las entrañas. Entonces otro empujón más y un nuevo grito. Aquel grito era diferente a los anteriores, no era de esfuerzo ni de un dolor físico normal. Era un grito desgarrador, como un aullido.
—¡¡¡AAAHHH!!! ME DUELE. SÁCAMELO. SÁCAMELO. ME ESTÁ MATANDO —gritaba mientras apretaba mi mano. La presión era tan fuerte que no podía soltarme. Si continuaba así me partiría los dedos.
Los gritos no cesaban y el dolor de mi mujer tampoco. Yo no podía ver lo que sucedía por allí abajo ya que Meryem me tenía cogida la mano con tal fuerza que no me dejaba separarme de su lado. Los dos eruditos se encontraban arrodillados entre sus piernas y parecía que tiraban de algo. De mi hijo.
—Empuje, que ya está acabando de salir —indicó el teólogo levantando un poco la cabeza.
—¡¡AAAHHH!! —El último grito de mi mujer me partió el alma al medio. Entonces la presión sobre mi mano se aflojó y pude separarme de ella e ir hacia el teólogo y su acompañante para ver a mi hijo.
—Ha matado a la madre —anunció el arqueólogo.
Yo supuse que el aflojarme la mano se debía a que ya no tenía que hacer esfuerzos para que saliese el bebé, pero aquel hombre estaba en lo cierto. Volví a colocarme a la altura de la cara de mi mujer; no respiraba. Le busqué le pulso pero fue inútil. Le hice la respiración artificial y el masaje cardíaco hasta que caí casi desfallecido. Todo fue en vano. Entonces, le presté atención al causante de aquella muerte. A mi hijo. Los dos eruditos estaban en lo cierto y aquella criatura era el hijo de Satanás y tenía que acabar con él.
—Dadme a ese hijo de puta que voy a matarlo y acabar con esto —les dije.
Para mi sorpresa, el arqueólogo tenía cogido al bebé y lo acunaba.
—Estábamos equivocados. No es el hijo de Satanás. Es una niña preciosa. Tantos estudios y horas de trabajo para nada. —El hombre me tendió a mi hija.
La cogí en mis brazos y dos emociones enfrentadas aparecieron en mi corazón. Una era el amor incondicional de un padre a su hija y otra el odio hacia el ser que me había arrebatado a mi esposa.
El arqueólogo y el teólogo se apartaron de nosotros varios pasos. Pude ver que el teólogo llevaba el puñal en la mano, pero no lo sostenía con gesto amenazante, si no con el fin de guardarlo en su funda.
Entonces la niña comenzó a llorar. Aquel llanto me comprimió el corazón. Un segundo después, el muro más cercano a los dos hombres que nos acompañaban se vino abajo aplastándolos. Varios disparos sonaron por la zona y una explosión se produjo en una fábrica nocturna que se encontraba a varias cuadras de distancia. Después la niña empezó a reír, aquella risa me trajo tal congoja que no podría describirla
—No puede ser verdad —murmuré a la vez que bajaba mi mirada al suelo con resignación. Allí vi el puñal del teólogo—. Tenían razón, Satanás se burla de la obra de Dios y la copia a la inversa. El Señor nos envió a su hijo para salvarnos y él nos envía a su hija para condenarnos.
No lo dudé un instante y coloqué a aquel bebé en el suelo, le quité la manta con la que lo habían tapado los estudiosos y levanté el cuchillo por encima de mi cabeza para acabar con la vida de la hija del demonio.

—Entonces cometí el mayor crimen imaginable —dijo Yusuf—. Han pasado dieciocho años y…
—¡Papá! —Se escuchó una voz juvenil proveniente de otra habitación de la casa—. Date prisa o llegaremos tarde. Una no cumple dieciocho años todos los días.
—Voy, Anwaar, hija mía. Han pasado dieciocho años y hoy quiero pedir perdón por cometer el crimen de condenar a la humanidad. Cuando aquella criatura me miró, no fui capaz de matarla.
»Nos cambiamos de ciudad y de país para alejarla (alejarme) de los recuerdos de la noche en que murió su madre. Hasta ahora solo ha provocado algún accidente cuando no se le concedía un capricho y se enfadaba. También provocó el tsunami de 2004, porque por su noveno cumpleaños no le regalé la mascota que tanto quería. Ahora, que está a punto de cumplir los dieciocho años, no sé qué sucederá, pero temo que libere toda la maldad que lleva en su interior. Hace dieciocho años no fui capaz de matarla y he condenado a la humanidad. Desde que nació, en mi familia hay una doble celebración: conmemoramos el nacimiento del hijo de Dio y de la hija de Satanás. Que el Señor me perdone.



– FIN –


Consigna: que la historia transcurra en época navideña.


sábado, 13 de diciembre de 2014

Buscando el poema


Por Ricardo José Vega.


Reviso muchas noticias...
 poemas subliminares
  cantares de  los mas lindos 
y anécdotas personales

para encontrar 
argumentos cutáneos o  viscerales
 que dejen al lector sonriente ...
o triste por tantos males 
que yo sepa 
con congoja  relatar...

y busco y no encuentro nada 
ni en mi alma ,  ni en mi mente...

Lo  que sale de mi pluma,  
es conversación de bares...
los comentarios triviales 
que se oyen en los cafés
goles de técnica alta  ,
deportivas heroicidades


o es futrica de comadres ...
chirridos graves y agudos,
 de  beatas parroquiales,

 o del grupo de mujeres
 que combaten a mordisquitos...
todas tienen venenitos
en los dientes

y así en las noches calientes
de tropico o Ramos Mejía
una dice yo lavo
pero no plancho
 otra …canto letanías
o :  yo  soy buena de cama …
y a porfía…
hay quien trina sobre ramas
haciendose pajarita

y antes de esconder la mano 
tira las  piedras redondas 
 sobre su hermano y hermana .

Yo que soy un  pistolero
que quiere un amor entero
de los que casi no existen...
busco una niña dulzona
que corra bien por la loma
mientras sus ropas desviste
que me grite :" alcanzame  Pajarón "  !!!
y corra tirando  alpiste !

Así al menos, por la Vida 
yo voy cantando y corriendo  
mientras busco aquel derroche  
de terciopelo funesto

que relumbre por la noche 
como un semidios que ha muerto !

sábado, 6 de diciembre de 2014

Las coplas


Por Ricardo José Vega.


LAS COPLAS


Las coplas son los cantares
que explican alma de pueblos…
la arena , es Tiempo …es Desierto
y tambien fondo de mares.
Si la copla sube en ancas
de un caballo del desierto
y va por las soledades
llevando canción de pueblo
que canta porque su raza,
está enraizada y no ha muerto ...
tendremos coplero y copla …
cantares, pueblo y desierto…
el Tiempo , que nos desdobla …,
la noche …el amor y el viento…
el pleno sentir que somos …
los mensajeros del Cielo.
...
Desiertos...pueblos y mares
Tiempo y noche...amor y viento
las coplas y los cantares...
los mensajeros del Cielo