lunes, 29 de octubre de 2018

Caperucita apocalíptica


Se paró frente al bosque de árboles transgénicos. Un error de cálculo de las empresas que quisieron “salvar” el mundo que ellos mismos habían diezmado. Era un intrincado laberinto de ramas retorcidas y animales extraños. Su capa roja flameante y su capucha carmesí la protegían de la lluvia radiactiva, aunque no del resto de los peligros. De él, sobre todo.
Respiró hondo. No había caminos seguros para llegar a la casa de su anciana abuela. Ella estaba enferma y Caperucita (Cape para los amigos), le llevaba sus medicinas. Una variedad de comprimidos y brebajes que le aliviaban el dolor de un cáncer de pulmón avanzado por tanto fumar. Cape se preguntaba a veces para qué tanto, por qué no terminar de una vez con esa vida postrada y solitaria.
Había luchado mano a mano durante varias horas para conseguir los remedios. En este mundo, la vida era peligrosa y no sólo por los hombres. Todo era una amenaza. Así y todo, había obtenido una buena bolsa, con dosis para varios meses. Quizás no fuera necesario volver por un tiempo. Lo deseaba, en realidad.
Cape miró el cielo. Quedaban pocas horas de luz a pesar de que recién eran las dos de la tarde. El aire viciado y las nubes tóxicas oscurecían la ciudad con rapidez. Y el bosque. Entrar de noche era prácticamente un suicidio.
“¿Qué hace que  no llega?”, se preguntó preocupada. Habían quedado en encontrarse y atravesar juntos el bosque. No por ella. Ya estaba bastante “curtida”, pero el pequeño hombrecito era temeroso y jamás había atravesado el lugar. “¿A dónde vas?”, le había preguntado ella y él, la miró con esos ojos enormes que caracterizan a los hobbits y solo hizo una sonrisa. “Bueno, a las dos yo cruzo. No te demores”. Cape era ruda cuando se necesitaba. Las corridas del lobo y la indecisión del leñador la habían modificado y ahora era una guerrera experta en bosques encantados o transformados genéticamente.
Dio un paso porque ya no podía esperar más y escuchó unos pies apurados detrás de ella. “Ya era hora”, le dijo a Frodo con sequedad y sin detenerse. A propósito dio trancos largos, solo para hacerle notar que ella estaba al mando. “¿Qué asuntos tenés en el boque?”; le preguntó ella mientras que observaba atentamente el entorno. En cualquier momento podía aparecer algo. En el mejor de los casos, alguien con ganas de robar.
Agitado Frodo respondió que del otro lado del bosque lo esperaba un amigo. Que seguirían camino hacia la ciudad “destruida”. Cape se detuvo en seco y observó al pequeño ser. “Si tan solo fuese más alto”, pensó y sonrió levemente. Ella era hermosa cuando sonreía, aunque era una rareza. Frodo observó esa pequeña mueca y suspiró. “Vas a ser carne de los ogros”, le dijo ella con dureza.
Caminaron en silencio durante un rato. Cape estaba tensa, incluso su capa estaba alerta si es que eso era posible. Frodo, junto a ella, miraba los enormes y retorcidos árboles y agudizaba su oído. Nada se escuchaba y eso no era bueno. Ya no se veía, más por la frondosidad del bosque que por el cielo encapotado. Cape sacó una linterna y alumbró hacia adelante. “¿Cómo sabés que estamos en el camino correcto?”, preguntó el hobbit con timidez. Ella se encogió de hombros y siguió por uno de los miles de senderos. “Quizás sea intuición”, dijo finalmente aunque la frase quedó ahogada por un ruido que venía de más adelante. “Mi precioso”, se escuchó con total claridad y los caminantes se detuvieron en seco. “¿Quién anda ahí?”, dijo Cape pero Frodo le tironeó de la ropa y le hizo silencio con el dedo. Ella lo miró con desconfianza pero no dijo nada más. Apagó la linterna y agudizó su oído.
El silencio los envolvió como un manto tenebroso y espeso. Pesado. El corazón de Caperucita latía acelerado, llegando hasta sus oídos. Retumbando en los tímpanos.
“Mi precioso”, repitió aquella voz rasposa y diminuta. Caperucita sintió que los pelos de su nuca se erizaban. Era él, no había dudas. ¿Qué harían ahora? Ella dio un paso pero con tal mala suerte que una rama se rompió. Smeagol escuchó y se le hizo agua a la boca. Se colocó el anillo en su dedo y se desvaneció. Enseguida identificó a sus presas y se abalanzó a ellas. Frodo desesperado agarró la mano de Caperucita y la obligó a correr. Los dos emprendieron una frenética carrera, errática, por sus vidas. Caperucita tomó ventaja, sintió que el bosque se acomodaba a su cabeza. Tironeó ahora de la mano de Frodo, y prácticamente lo hizo volar detrás de ella.
Sin embargo, lo perdió enseguida. Un grito desgarrador y un ruido a miembros arrancados de cuajo le dieron la certeza de que ahora estaba sola en ese lugar maligno. Siguió corriendo mientras el vómito llegaba a su boca. No podía vomitar. No era momento. Tragó saliva y continuó con el viaje. En plena carrera, manoteó su daga, la que llevaba en el cinturón. Apretó fuerte el mango del cuchillo mientras las ramas de los árboles le lastimaban la cara. Enseguida se frenó, dio media vuelta y apuñaló al aire circundante.
Aterrada, observó la daga suspendida en el aire y una sangre negra brotando de la criatura herida. Como una brea espumosa. Vomitó lo que había almorzado mientras Smeagol agonzaba. Tomó el anillo, lo miró maravillada. Dudó si ponérselo o no, pero decdió guardarlo en el bolsillo. Por si acaso lo necesitaba alguna vez.
Secó la transpiración de su frente y continuó camino hasta la casa de su abuela. Esa sería la última vez que atravesaría el bosque. No porque el miedo la hubiese invadido. No. Su abuela murió aquella noche y sola, Caperucita la enterró mientras que al amanecer, buscó otro horizonte. Quizás en la ciudad Perdida. Quizás en otro cuento de hadas.

– FIN –

Consigna: Deberás reescribir «Caperucita». La trama debe transcurrir en un futuro postapocalítptico. Y deberás incluir dos protagonistas de la saga «El Señor de los Anillos».


Caperucita feroz

Por Yol Anda.

—¡Vamos, imbécil! —espetó la decrépita anciana cubriéndose la cabeza con la capucha al caer las primeras gotas de lluvia—. ¡Me retrasas!
La indumentaria informal y el delgado cuerpo de la mujer habrían engañado a cualquiera. Vestía como una joven más de la ciudad: camiseta con remaches, mallas rotas, botas estrafalarias y su característica sudadera roja con capucha. Sin embargo, los profundos surcos de su rostro y una larga trenza plateada la delataban.
—¡Gollum! ¡Gollum! —acertó a decir la criatura que la acompañaba.
—Sí, sí, lo que tú digas. ¡Venga! No podemos llegar tarde. Atravesar esta puta ciudad nos va a costar más de lo que pensaba —añadió con una intensa mirada posada sobre el valle—. Se avecinan tiempos aciagos.
El ser la miró de reojo. Logró comprender por un momento que aquella mujer era sabia. Supo durante unos segundos que no estaría en mejores manos y que, aunque le gritaba y descargaba su ira contra él, ella siempre estaría ahí. Pero pronto desapareció ese fugaz pensamiento para dar paso a algo mucho más básico: el hambre. La mujer reconoció el gruñido al instante y lo miró con lástima. Estaba en los huesos, como ella.
—Vamos a ver qué encontramos hoy en el mercado de Ki-Pong, Gollum. Si es miércoles, tendremos suerte y habrá caracoles vivos. —Se le marcaron las gruesas venas en las manos al agarrar la mochila que se cargó en la espalda. —Y leche… —añadió pensativa.
El pequeño monstruo abrió las fauces y comenzó a salivar profusamente. Sus ojillos soñaron con un puñado de babosos y enormes caracoles grises deslizándose por su boca. Correteó alrededor de la anciana antes de poner rumbo hacia el mercado.
La ciudad se había transformado. No había llegado a desaparecer después de las Furias, pero se había convertido en otra cosa. Desde lo alto de la colina divisaron los restos de algunos edificios en pie, partes resquebrajadas de rascacielos apuntando al cielo como cuchillas y tramos de calles con lenguas de asfalto destrozadas. Parecía que quería hablarles. Una ciudad que escupía lodo y excrementos, que se lamentaba y gritaba desde su interior podrido por cada alcantarilla. Desde allí arriba pudieron divisar grupos enormes de lobos cruzándola como si fuera suya. Porque lo era. Alarmando a quienes se encontraban a su paso y marcando el territorio que ahora les pertenecía. Las Furias les habían fortalecido, habían sacado lo más instintivo y feroz de ellos. Habían creado alianzas ante el peligro y la devastación, no como los humanos, que peleaban todavía los unos contra los otros por un puñado de comida. El trabajo en equipo les había hecho fuertes y peligrosos. Iba a ser complicado, pero no tenía otra opción. Debía llegar cuanto antes a casa.
El descenso fue lo más sencillo. Gollum era un excelente rastreador y conocía aquellas tierras inhóspitas como la palma de su mano. Dejaron atrás la explanada que una vez fue un frondoso bosque ahora plagada de troncos calcinados, antesala de la gran urbe gris. Para cruzar el puente de piedra que daba acceso a la ciudad, necesitaron usar las cuerdas y arneses que llevaban, pues los destrozos de los bombardeos de la segunda Furia todavía no se habían reparado. Caperucita, como solían llamarla en su juventud, mantenía por suerte una espléndida forma física para su edad. Gollum se encargaba de ayudarla en lo posible. Tras el esfuerzo, destellos plomizos en los charcos de agua auguraban una mañana complicada.
Callejearon sonrientes al ver que los lobos no hacían acto de presencia. «Deben de dormir», pensó la anciana, así que aprovecharon para pasear con relajada tranquilidad, pero sin bajar el ritmo, hacia el mercado. Al llegar, todo era alboroto, risas, gritos, insultos… «Hogar, dulce hogar», ironizó en su interior, y se perdieron entre la mugrienta multitud.
—¿Veinte rómulos? ¿Estás loco? —gritó Caperucita al comerciante—. Tú lo flipas. Estos caracoles no valen más de cinco. Bah, tienen las cáscaras medio rotas. Los he visto en el puesto de Lea por mucho menos.
—Oye, oye, preciosa, no te vayas —añadió el vendedor en seguida—. Te los dejo a doce.
—Ni lo sueñes. ¿Me has visto cara de pardilla? —contestó ella—. Diez y tan amigos.
—Vale, pero te estoy haciendo un favor, guapa —finalizó guiñando un ojo.
—Trae acá. El favor te lo estoy haciendo yo, baboso. —Y se largó de allí escupiendo y buscando a Gollum con la mirada.
Lo encontró acuclillado en una cornisa rota mirando hacia el final de la calle principal, observando detenidamente un puesto de joyas baratas. Sin duda, buscaba su anillo. Su tesoro. Tenía esa mirada de nuevo.
—¡Eh! ¡Gollum! Vayamos a por la leche y larguémonos de aquí —replicó ella con prisa—. En cualquier momento pueden aparecer los lobos.
Gollum le dirigió una mirada enfurecida, no encontraba su tesoro por ninguna parte, pero el hambre hizo mella de nuevo y, al olfatear los caracoles, sonrió y corrió rápidamente hacia Caperucita. Le esperaba un festín.
Encontrar el sendero que conducía a casa fue demasiado fácil. Después de los ataques químicos, ya no crecía vegetación alguna que obstaculizara el camino, así que pronto se adentraron en el bosque de Gandalf. Lo llamaban así porque decían que el mago que recibía ese nombre había morado durante décadas allí en la abstinencia y la oración, aunque ahora no quedaba ni un solo árbol en pie. «Menudo chalado», se dijo Caperucita, «La ciudad en plena primera Furia y este payaso cobarde aquí resguardado de todo mal, esperando a que se mataran los unos a los otros. Gente sencilla, gente normal enfrentada en una debacle provocada por los políticos que acabó con todo. Y después de la primera, llegó la segunda. No fue suficiente con desahuciar a la población y privarla de todo, incluso de lo más básico, sino que tuvieron que arremeter quince años después para asegurarse de que nada se mantendría en pie. Sin embargo, aquí estamos. Los supervivientes no dejaremos de luchar por… » Un aullido desgarrador interrumpió sus pensamientos.
—¡Por todos los demonios! ¡Gollum, escóndete! —gritó la anciana.
Pero Gollum había desaparecido de su campo de visión. Corrió lo más sigilosamente posible y se acurrucó en el hueco deforme de un roble calcinado. «Venga, venga, venga. No, no, no», suplicó cerrando los ojos con fuerza. «No me puede pasar esto, por favor. No puedo fallarle. La niña necesita leche. Si no, morirá…» Se cubrió el rostro con la pesada mochila y lloró de rabia.
Las pisadas se intuían cada vez más cercanas. Eran bastantes. Una manada de al menos diez lobos gruñían, olfateaban, jadeaban y buscaban comida. Su pelaje gris contrastaba con la tierra y las rocas negras del lugar y brillaba cuando algún finísimo haz de luz atravesaba las nubes. Siempre tan compactas, tan oscuras. Caperucita se atrevió a apartar la mochila y abrir los ojos. No podía, quería cerrarlos y que todo aquello pasara, pues no podía luchar contra diez lobos feroces, pero el instinto la obligó a abrirlos. Entonces los vio.
Jamás había estado tan cerca de ninguno de ellos. Eran hermosos. Encogida dentro de aquel tronco podía contemplarlos sin ser vista. Su pelaje se agitaba suavemente al viento, las fauces, aunque temibles, poseían una belleza animal inigualable y los ojos, esos ojos inteligentes, buscaban. ¿Qué buscaban? La anciana salió de su ensimismamiento y volvió a la realidad. «Gollum.» Un chasquido provocó que la manada al completo avanzara hacia aquella dirección, dejando tras de sí restos de tierra seca de sus pezuñas y a Caperucita.
«Gollum, maldito, ¿dónde estás?» Salió de su escondite y miró en todas direcciones. A lo lejos, le pareció ver una polvareda y a las bestias corriendo. Los lobos se alejaban. Pero, ¿y su compañero? Un ruido y una respiración agitada a su espalda hicieron que se volviera.
—¡Gollum! —gritó la mujer mientras giraba sobre sí.
Pero no era él. Uno de los lobos continuaba allí, moviéndose con lentitud de un lado a otro sin dejar de mirarla. Sus ojos penetrantes parecían sabios y la observaban en silencio. Su pelaje plateado refulgía entre las ramas secas. Y no era lobo, sino loba.
—Tranquila, tranquila… —dijo intentando aplacarla extendiendo el brazo—. No tienes por qué…
De pronto, un grito las sobresaltó. Era Gollum. O lo que quedaba de él. Uno de los lobeznos había vuelto con su presa entre las mandíbulas chorreando sangre. Entre estertores, intentó abrir la boca para volver a gritar, pero no lo consiguió. La anciana se echó las manos a la cara y soltó la mochila, que cayó pesadamente al suelo. El animal, al percatarse, se acercó con velocidad, la olfateó y comenzó a rasgarla con los colmillos dejando los restos del hobbit a un lado. «Mierda, Gollum, amigo…» Caperucita se quedó paralizada ante el horrendo espectáculo. La bestia lamía la leche en polvo que había guardado celosamente hasta el momento. «Es tan difícil encontrarla. Traje toda la que pude encontrar. ¡Maldición! Todo estaba siendo demasiado fácil. No puedo más…»
—¡¡Gollum!!
El grito desgarrador recorrió kilómetros. Los animales se asustaron y se quedaron quietos mirándola. La mujer, hecha un guiñapo, lloraba sobre la tierra yerma. El lobo joven miró a su madre y, recogiendo los restos de su presa, se alejó tranquilamente. La loba, sin embargo, se acercó a Caperucita, y se sentó a su lado agachando la cabeza hasta ponerla junto a la suya.
Se mantuvieron así durante un largo rato, hasta que Caperucita  miró al animal a los ojos. Ya poco tenía que perder. La loba, clavando sus brillantes pupilas en ella, la intentó levantar con el hocico y comenzó a gruñir suavemente. «Ahora o nunca», se dijo, y comenzó a correr hacia casa desesperadamente. El corazón palpitaba fuerte, resonaba su respiración con fuerza, las piernas volaban. Llevó la vista atrás en varias ocasiones, pero nada. No la seguía. «Venga, un último esfuerzo. Vamos, ya casi estás». Al cabo de unos minutos, apareció la casa frente a ella. Divisó luz en la planta superior, y eso le dio esperanzas.
—¡Hija! ¿Estás arriba? —preguntó subiendo los escalones de dos en dos—. Ya estoy aquí. No te vas a creer lo que me ha pasado. ¿Y la niña? ¿Está bien? —interrogó faltándole el aliento al oír el llanto de la bebé.
Cuando abrió la puerta de la habitación, se quedó petrificada. Su hija, enferma, reposaba en la cama. Su nieta, una bebé de pocos meses, lloraba desconsolada en los brazos de un desconocido.
—¿Quién eres tú? ¡Dámela ahora mismo! —Y arrancó rápidamente la niña de los brazos de aquel ser estrafalario.
—No temas, anciana, soy Gandalf. Gandalf el mago. He venido a ayudaros —dijo serenamente el hombre que olía a tabaco aromático.
—¿Ayudarnos cómo? ¿Traes leche? ¿Sabes algún truco para calmar a una bebé hambrienta o solo meditar y esperar a que las cosas se arreglen?
El mago, ataviado como tal, con su túnica mugrienta en la que todavía se apreciaban algunas figuras de estrellas cosidas con cuerda y botas con las punteras largas y retorcidas hacia arriba, mesó su barba.
—Verás, mujer… —comenzó. Pero le interrumpió un portazo seguido de un aullido.
Entonces, apareció la loba. La había seguido. Qué ingenua había sido. Creía que podía despistar a un animal como aquel. Gandalf dio un paso atrás asustado, pero tuvo tiempo para extraer su varita mágica del bolsillo de aquella vestidura de feriante y la apuntó con ella.
—¡No! —exclamó Caperucita— ¡Déjala! No me hizo daño cuando tuvo ocasión y ahora… — Interrumpió su discurso para mirar atónita cómo se acercaba sigilosamente a ella.
La miró, y la anciana comprendió. Ante el desconfiado rostro de Gandalf, que comenzaba a salir a hurtadillas de la habitación, Caperucita se agachó. La loba se tumbó y sus ubres rezumaron leche. El instinto hizo lo siguiente.
  
– FIN –

Consigna: Deberás reescribir «Caperucita». La trama debe transcurrir en un futuro postapocalítptico. Y deberás incluir dos protagonistas de la saga «El Señor de los Anillos».


Carla

Por Francisco Medina Troya.

Carla era conocida en su barrio por muchos apodos, pero el más antiguo de ellos, el que la perseguía desde la infancia era “Ricitos de oro”. Su abundante melena rubia, casi albina, repleta de ondulaciones que recordaban a las olas del mar, la convertían en blanco para muchos diminutivos. Pero ella, chica que había mamado de las leyes y los protocolos callejeros era una mujer curtida en los quehaceres de la mala vida.  Muy pronto el destino la puso en evidencia y su resolución, tomando el camino más fácil, fue el vandalismo y la ratería. Parece ser que se nace con un don especial, cada individuo tiene un talento o cualidad innata que realiza sin esfuerzo. Carla, “Ricitos de oro” era magnifica abriendo cerraduras, candados y toda clase de artilugios con un mecanismo de cierre y apertura. Podía sajar cualquier puerta con cualquier cosa que tuviera a mano. Alambres, ganzúas, horquillas para  el cabello… Y si eran cajas de seguridad con claves digitales podía hackearlas sin problemas… Su labor era requerida por muchos ladrones y bajamaneros cuando en sus saqueos conseguían alguna caja fuerte. Su comisión de antemano era de un 15 por ciento del  contenido. A veces el premio era suculento y otras, cuando al fin se abría, las caras eran el vivo reflejo de la decepción.
Se encontraba en aquel cibercafé jugando unas partidas al “Galaga” su video juego vintage favorito de la serie “mata marcianos”. Estaba instalado en una máquina adornada con unas ilustraciones de extraterrestres hiperrealistas y se hallaba en una de las esquinas del local.
Justo cuando en la pantalla aparecían aquellas fatídicas letras rojas  “Game over” e iba a introducir otra moneda escuchó la conversación entre dos individuos que apoyados en la barra bebían botellines de cerveza.
­­  ¬…La familia que se ha mudado a la casa azul del bosque dicen que pertenece a la aristocracia¬ dijo uno de los chicos, con el cabello anaranjado como una zanahoria, mientras limpiaba su botellín con una servilleta¬ ya me he puesto en contacto con el jefe para concretar el día y la hora.
¬Va ser un golpe magnífico…Esas familias pijas siempre van cargadas de su joyas y mucho dinero en metálico ¬ intervino su compañero, cuya cabeza afeitada brillaba bajo los tenues focos de la barra¬
¬ Creo que el jefe nos dará este golpe a nosotros. Nos llevaremos una buena comisión.
¬ ¿Tienen seguridad?¬Le preguntó mientras apuraba su cerveza y le hacía señas a la camarera para que trajera otra ronda ¬
¬Las primeras noticias que tengo es que de momento no¬ apuntó el pelirrojo ¬ será mucho más fácil.
“Ricitos de oro” escuchaba con atención disimulada, mientras echaba monedas a la máquina recreativa. Un brillo en los ojos y una sonrisa imperceptible se dibujaba en su cara pecosa.
¬Según mis informaciones son dos hermanos y su madrasta. El padre casi siempre anda ocupado con las labores de su trabajo para una embajada ¬continuó el pelirrojo ¬
¬Mandaremos a uno de nuestros chavales por los alrededores de la casa para que nos informe cuando está la casa vacía ¬propuso el de la cabeza rapada ¬
¬Muy buena idea compadre… ¿Nos vamos? Voy a echar raíces en este jodido garito ¬ dijo apurando la cerveza de un trago ¬
Carla les miró de reojo. Ellos sólo le dedicaron una leve mirada a su trasero que se marcaba en sus mallas rosas cuando pasaron junto a ella. En ese instante había conseguido pasarse de plataforma y la pantalla se volvió loca con unas luces de colores y una música estridente.
  No iba a dejar pasar tan estupenda oportunidad. Tenía la información necesaria e iba a dar el golpe ella sola. No tendría que repartir con nadie y el botín podría ser sustancioso.
Dejó que las naves marcianas acabaran con su última vida y se marchó de allí resuelta y segura de lo que tenía que hacer.
Casi anochecía cuando se apeó del autobús urbano que la dejaba más cerca de la parte del bosque donde se hallaba la casa. Un carril de gravilla se internaba entre los árboles y se introducía en la masa forestal. De vez en vez alguna alquería o algún que otro chalet se levantaba a los bordes del camino. Las lanzas de humo de las chimeneas y las luces en las ventanas  advertían cuales viviendas estaban ocupadas.
Sabía perfectamente donde se encontraba la casa. La había visto más de una vez mientras paseaba con su bicicleta de montaña. Era una construcción al estilo de las viviendas del norte, con los tejados muy empinados y un aspecto sobrio y severo. Lo que más llamaba su atención era el color azul de la fachada con el cual el primer propietario había pintado la vivienda. Un tipo huraño y dedicado al mundo del arte.
Así, entre la arboleda con sus tonos ocres y verdes destacaba aquella casa como una ensoñación surgida de cualquier cuento. Los actuales propietarios, la familia Pevensie, eran los terceros dueños. Tras varios meses en los que la casa estuvo en venta se habían hecho con la propiedad por una cuantía generosa, que de seguro disfrutaban los herederos de la dueña. Una mujer viuda y sin descendencia.
 “Ricitos de oro” se detuvo en la bifurcación que en la parte derecha del camino conducía a la casa. Llevaba encima una pequeña mochila con las herramientas necesarias para su labor. Las luces de la vivienda estaban apagadas. No había coches en las inmediaciones. Sin dudarlo tomó el pequeño pasaje hacia la casa.
La cerradura cedió al segundo intento. La puerta se abrió con un crujido que parecía un lamento. Carla encendió su pequeña linterna de mano y la oscuridad la absorbió…El aroma a muebles viejos se fue adueñando de ella. Comenzó a caminar por las amplias habitaciones del piso buscando su objetivo. Extrañamente los ricos eran muy cuadriculados y siempre encontraba las cajas fuertes con el dinero en metálico en el piso de abajo. En las habitaciones de la parte de arriba casi siempre encontraba los joyeros con las piedras preciosas.
Entró en una gran biblioteca. Alzó la linterna de arriba abajo admirada por las inmensas estanterías repletas de libros. Seguro que alguien entendido en esos temas podría sacar una buena suma por algunos de aquellos ejemplares.
Su instinto la llevó hasta un pequeño zapatero. Lo apartó con algo de esfuerzo y el haz de luz iluminó la caja fuerte. Una sonrisa se le dibujó en sus bezudos labios. Se despojó de la mochila y sustrajo sus herramientas.
Ellos llegaron tan silenciosos que la chica no se percató de sus presencias hasta que los tuvo encima.
¬ ¡Vaya, vaya, que tenemos por aquí, parece que una rata ladrona ha entrado en nuestra casa!¬ bramó una señora elegante de cabellos rubios como la paja¬ Creo que este bichejo merece un escarmiento. ¿No es cierto chicos?
¬Por supuesto Jadis. ¬ contestó un chico espigado, vestido elegantemente¬ Lucy, las llaves del sótano.
¬Si Edmud, en un santiamén.
“Ricitos de oro” estaba perpleja. No podía ni hablar. El chico, atractivo y con cabellos de color azabache se le acercó y con un rápido movimiento la redujo.
¬ ¿Pero ¿qué haces, gilipollas?
¬Tú te vienes con nosotros. ¿Te gusta jugar? ¬ Le susurró al oído la mujer rubia.
La condujeron a un subterráneo amplio. El chico la había atado las manos con unas presillas. Comenzó a gritar presa de un pavor inconcebible.
¬ Grita cuanto quieras pequeña zorra, aquí no te oirá nadie ¬ dijo sonriendo Lucy meciendo su melena castaña, mientras su hermano cerraba de golpe la trampilla del sótano ¬
Carla pasó de los gritos de auxilio y maldiciones a los llantos implorando a sus captores. Miró a su alrededor. En línea recta había una mesa. Sobre la mesa tres tazones de leche humeante, cada uno de un tamaño y un plato con galletas. A continuación en fila de uno había tres camas de estilos y formas diferentes. Al final, en un rincón de la pared hollaban tres sillas puestas en círculos, cada una de un tamaño distinto…  Siguió con la mirada analizando cada parte del habitáculo. Había extraños aparatos anclados en la pared, del techo y del suelo. Poleas, cuerdas, látigos de cuero  con puntas metálicas, punzones, tijeras, cuchillos de tamaños diversos, mascaras con facciones horribles... Un variopinto mercado de la locura y el espanto.
  ¬Esto es muy sencillo asquerosa sabandija ¬comenzó Jadis con cierto aire diplomático¬ Vamos a jugar a un juego. Comenzaremos con la “Merienda fabulosa”. Ahí delante tienes tres deliciosos tazones de leche. Cada uno de ellos tiene en su interior una leche exquisita de primera calidad y uno de ellos un ingrediente secreto. ¿Serás una zorrita con suerte? ¡Edmud, quítale las presillas y acércala a la mesa!
¬ ¡No pienso beber ni una gota! ¬aulló la chica presa del pánico ¬
¬Pequeña Lucy nuestra invitada necesita un incentivo. Trae el revólver. Si no hace lo que le pedimos métele un balazo en la nuca. 
¬Si madre, será un autentico placer ¬ dijo la chica abriendo un pequeño armario y cogiendo una reluciente pistola ¬
¬ ¡Ahora elige un tazón y bebe! ¬ ordenó Edmud con autoridad ¬
Con el cañón del arma en su cabeza y los ojos anegados de lágrimas “Ricitos de oro” comenzó a beber sorbos del tazón elegido. Los tres anfitriones la miraban extasiados. Con los ojos muy abiertos. Cuando acabó con el último buche de leche esperaron unos instantes y la elegante mujer rubia comenzó a aplaudir de forma sarcástica.
¬ ¡Bravo, bravo, nuestra cucaracha ladrona se ha salvado! Cariño, uno de los tazones contenía un potente veneno que te habría reventado el estómago. Parece que eres una niña afortunada… Pasemos a continuación con la siguiente y divertida prueba: “Debajo de las sabanas” Es muy sencillo. Escoge una cama. Cada una debajo de sus confortables sabanas guarda un secreto… Lucy ni que decir queda que si no obedece se acaba el juego.
La condujeron hacia donde se encontraban los lechos. Una de las camas era muy ostentosa, de maderas firmes y recias, la otra estaba construida en forja. Eligió la más pequeña, una cama de niña con dibujos de sirenas en su cabecero. Obligada por su captora que no dejaba de apuntarle a la cabeza se introdujo en el lecho. De repente sintió que algo le rozaba los pies y comenzó a gritar con desesperación. Intentó huir de allí pero los dos hermanos no la dejaron salir de la cama. Esperaron un instante y voltearon las sabanas. Estaba repleta de enormes cucarachas.
¬Estoy muy sorprendida. Salvada de nuevo, no era la cama donde estaba la mamba negra y su picadura letal. Magnifico ¬dijo Jadis un poco contrariada ¬ He de decirte que mi querido esposo es el que ha preparado todo. Nosotros no sabemos donde se hallan las cosas especiales, así es más emotivo... Última prueba: “Corrientes circulares”. Escoge una silla. Esta vez te diré lo que pasará querida amiga. Una de ellas está activada a la red eléctrica con su consiguiente descarga mortal. Tuyo es tu destino.
“Ricitos de oro” se detuvo en seco y esta vez Edmud la forzó a avanzar. Lucy comenzó a reírse de forma escandalosa.
¬ ¡Miradla se está meando la muy cerda!
¬ Ja… además de ratera es una cochina ¬ rió el chico mientras la ponía en el centro del circulo que formaban las sillas ¬ Vamos selecciona una silla guarra, que peste por Dios.
Se sentó en una de las sillas, ya no le quedaban lágrimas. Sólo buscaba piedad en aquellos ojos.
Edmud se acercó a un interruptor en un cuadro eléctrico y antes de levantar una de las palancas que estaba bajada cruzó los dedos de su mano izquierda. La subió de golpe, la luz parpadeo un par de veces…
Fuera en lo más profundo del bosque las alimañas de la noche estaban al acecho de los pequeños roedores… la casa solo era una masa informe en medio de los árboles. Todas sus luces estaban apagadas, todo era silencio en sus alrededores. Un delicioso dulce para los ladrones. Un golpe fácil, sin complicaciones…

– FIN –

Consigna: Deberás reescribir «Ricitos de Oro». La trama debe transcurrir en la actualidad. Y deberás incluir dos protagonistas de la saga «Las Crónicas de Narnia».


Tacones lejanos

Por Daniel Canals Flores.

Aquel fue un día nefasto para Nelly alias “Rizos Dorados”. Habían llegado unas jovenzuelas nuevas al burdel donde trabajaba y cuando esto ocurría el ganado viejo, como las llamaba la Bruja Blanca, debía salir al exterior a ganarse las habichuelas.
Esto significaba andar perdida por la gran ciudad, durante horas, pasando hambre y frío, además de atender a vete tú a saber qué tipo clientes. No obstante, si la madame lo ordenaba entonces tocaba obedecer sin rechistar.
Nelly caminó tanto, que terminó llegando al extrarradio de la ciudad. Una vez allí, con los pies doloridos por los tacones de aguja, decidió parar a descansar. «Seguro que las novatas no lo deben estar pasando mejor» se consoló. Madame Bruja Blanca no sentía empatía por ningún ser humano y solo le interesaba su propio beneficio personal. La adicción al polvo nasal, de ahí lo de blanca, la obligaba a gastar ingentes cantidades de dinero que debían producir sus chicas para costear su vicio abyecto.
Apoyada en la farola, Nelly inclinó el cuerpo para sacarse uno de los zapatos. Llevaba rato con una pequeña china en el interior que la estaba torturando. Luego, más aliviada, echó un vistazo alrededor y fue cuando descubrió la caseta de la obra en medio de un descampado.
No era el hotel Ritz pero bien le podía servir para descansar un rato. Se acercó sigilosa, miró a través de dos pequeños ventanales y al ver que no había nadie dentro, probó suerte con la manilla, que cedió a su presión abriéndose la puerta.
El interior era más espacioso de lo que parecía desde el exterior y lo primero que encontró fue una mesa con tres bocadillos encima. El grandote, uno mediano y otro pequeño, todos ellos envueltos en papel de aluminio.
Curiosa y algo hambrienta, después del largo paseo, probó suerte desenvolviendo el primer bocadillo, el grande. Éste apestaba a atún y ella, como era alérgica al pescado, lo dejó de nuevo. Decidió probar el mediano pero notó el pan muy duro. Solo quedaba el pequeño y su agradable sorpresa fue la de encontrarse un bollito de pan de leche, tierno y jugoso, relleno de un queso suave. Tras darle mordisco de prueba, no dudó en comérselo entero.
Al terminar de comer, le entró un poco de frío. Buscando con que cubrirse, en una esquina de la caseta, encontró unas chaquetas colgadas de un perchero. La primera que cogió era inmensa y cabían tres como ella, allí dentro. La siguiente, le produjo una especie de urticaria al intentar ponérsela y la descartó también. Cogiendo la más pequeña, se la puso y casi cuando había conseguido cerrar la cremallera del todo… ¡ris ras! La chaqueta se rasgó por completo de arriba abajo. Se la quitó y la volvió a dejar colgada.
Al fondo, descubrió tres jergones tirados en el suelo. Seguramente eran usados por los obreros para echarse la siesta y solo pensar en ello se le empezaron a cerrar los ojos. Se tiró encima del colchón grandote, pero un hedor repugnante la hizo levantarse de nuevo. Aquello olía a oso peludo sin lavar. Intentó la misma operación con el mediano aunque un olor parecido, más zorruno, la estuvo a punto de hacer desistir en su intento de descansar. «Al menos podían haber oreado un poco las piltras», pensó la “Rizos Dorados”. Parecía que nadie se duchaba allí desde hacía mucho tiempo.
En el tercer colchón, el pequeño, Nelly encontró más asumible el aroma a machote y allí acabó sumergida en los brazos de Morfeo.
A media tarde, Frank, su parienta La Cheli y su único hijo Tumnus, regresaron a la caseta que les servía de hogar desde que los habían desahuciado por no poder pagar el alquiler. Los tres traían más hambre que el perro del afilador, que se comía las chispas de su dueño para echarse algo caliente al cuerpo.
Una vez dentro fueron directos a por los bocatas que habían preparado por la mañana y Frank le gritó a La Cheli:
—¡Estoy harto de que te dejes el bocadillo sin tapar que luego se lo comen las hormigas!
—Los he tapado antes de irnos, ¿no ves el papel de plata? —respondió ella.
—¡El mío ha volado! —gritó Tumnus.
—¡Me voy a cagar en todo lo que se menea! —gritó entonces Frank.
—Mirad a ver si falta algo más, igual han entrado a robar —dijo entonces La Cheli.
Los tres empezaron a rebuscar y fue cuando Frank descubrió las chaquetas revueltas en el perchero. Se puso a comprobar la suya y gritó de nuevo:
—¡Alguien ha alborotado el perchero y se ha puesto mi tabardo!
—Veis lo que os decía. Han entrado a robar y han registrado los bolsillos de la mía también —dijo La Cheli.
—¡Pues a mí me la han rajado entera! —gritó Tumnus mosqueado.
Del fondo de la caseta, en la zona de los jergones, empezaron a llegar unos ronquidos espectaculares. Frank sacó entonces la navaja trapera y con un gesto los mandó callar a todos. Despacio, se fueron aproximando al colchón más grande y vieron que alguien se había tumbado encima. Después, comprobaron que en el otro, el de La Cheli, también estaba fuera de su sitio. Solo quedaba uno y allí fue donde descubrieron a Nelly en el séptimo cielo.
—¡Sera posible! ¡¿Habéis visto como ronca la tía cerda esta?!
Esta vez fue La Cheli, la que gritó como una loca. Que se comieran un bocadillo tenía un pase, que alguien rajara la chaqueta del crio, pues aún. Pero que otra hembra se tumbara cerca del catre de su hombre, eso sí que la ponía a cien.
Su marido tuvo que frenarla para evitar que sacara a Nelly, de los pelos, arrastrándola hacia la salida. Entonces debido al alboroto fue cuando por fin se despertó. Posó su mirada somnolienta sobre ellos y al ver a Frank, con la navaja abierta en la mano, pegó un grito salvaje:
—¡ahhhhhhh! ¡No me mates, solo me he comido un bocadillo, lo juro!
Aquí fue Tumnus el que trató de poner algo de paz, en el asunto, intentando tranquilizar a Nelly:
—No sé quién eres ni que haces aquí, pero te recomiendo que vuelvas por dónde has venido.
Viendo que se incorporaba para marcharse, Frank guardó la navaja y pasó a controlar a La Cheli que presta a saltar como una pantera, no perdía de vista a Nelly ni un instante.
Fuera casi había anochecido y Tumnus, apiadándose de “Rizos Dorados”, le propuso acompañarla hasta la parada del metro más cercana. Una vez allí, ella en agradecimiento, depositó un beso en los labios del joven y se marchó de regreso al burdel. Ahora le tocaba inventar una buena excusa para evitar que la Bruja Blanca la despellejase viva. 

– FIN –

Consigna: Deberás reescribir «Ricitos de Oro». La trama debe transcurrir en la actualidad. Y deberás incluir dos protagonistas de la saga «Las Crónicas de Narnia».


Ródope y los adoradores de Hades

Por Ernesto V. Salcedo.

Y así fue como Hades, harto de intrigas entre hermanos decidió marcharse y empezar de nuevo en un lejano confín de la galaxia. Tras una eternidad de búsqueda al fin encontró el lugar perfecto donde practicar sus juegos favoritos. El planeta Trappist-1 y sus siete lunas tenían el potencial necesario para crear un reino de oscuridad, lejos de las absurdas leyes del Olimpo. Lo primero que tuvo claro es que necesitaba un palacio a la altura de su magnificencia. Levantó con su poder una fortaleza que empequeñecía a su vieja morada y una vez estuvo orgulloso de su creación, transformó el planeta a su imagen y semejanza llenándolo de azufre, ríos de lava y calor asfixiante. Cuando ya se sentía como en casa buscó adoradores que sufrieran en ella y colmaran el aire de gritos desgarradores. Para poblar cada terruño, arrastró a su lado a las almas de los adeptos de las más locas sectas terrícolas. Trajo a los Raelianos, Tifonianos, a los miembros de la Iglesia de la Cienciologia y a los hijos del Templo del Sol. Y, para terminar, a sus dos grupos preferidos, los Davidianos y los acólitos del Templo del Pueblo, por haber demostrado una verdadera vocación de sacrificio, los ubicó en los satélites más próximos a él.
A todos ellos, Hades les ofreció la tecnología necesaria para que en poco tiempo fueran las sociedades más avanzadas del universo. Eso sí, les puso una condición. Podían seguir con sus orgías, lavados de mente, alucinaciones conjuntas, no tenía problema con nada de eso, es más, les ordenaba que todo lo hicieran en su nombre, pero les impuso que solo podían salir de sus satélites para la celebración anual que él organizaba. En ese día, el dios enviaba a su mano derecha, el hijo de Hermes, a los diferentes mundos, volando con sus botas aladas, para entregar las invitaciones al baile. En dicha fiesta, cada familia gobernante está obligada a enviar a un representante con la misión de ofrendar una nueva arma con la que él pueda disfrutar de nuevas emociones a la hora de torturar a aquellos que viven bajo su yugo. Y todos sabían que, algún día, el dueño de sus destinos encontraría, en dicha ceremonia, a la elegida para ocupar el hueco que quedó vacío en su oscuro corazón desde que Perséfone lo traicionó. Él necesita una diosa con la que deleitarse con el dolor y el sufrimiento de sus víctimas.
Y hoy es de nuevo ese día y Jim Jones, líder del Templo del Pueblo, está ansioso. Desde la última vez que su invento fue seleccionado ha pasado ya demasiado tiempo y para esta ocasión ha tirado la casa por la ventana. Irá con dos de sus más hermosas hijas del amor y conseguirá el favor de Hades. Tan ensimismado está en sus elucubraciones que no ve llegar a Ródope y choca con tal violencia con ella que caen al suelo redondos. De las manos de la chica vuelan por el aire dos aros dorados y un bastón de mando que, al precipitarse, golpea en la cabeza de Jim con un impacto brutal. Los bramidos que escapan de su garganta se escuchan por todo el palacio y, de la nada, aparecen sus preferidas y lo ayudan a levantarse. Se deshace de ellas con un ademán brusco y empieza a golpear e insultar a la causante de su dolor que aguanta el correctivo con estoicismo y resignación ya que está acostumbrada a los castigos. Al final el líder nota cansados sus brazos y baja la intensidad y es en ese momento, aunque su mente se empeña en gritarle que no lo haga, cuando la joven intenta enseñarle el arma que ella misma ha desarrollado en los pocos descansos que puede tener, pero, Jim Jones, harto de ella ni la escucha, coge una de las mazas que cuelgan de las paredes y destroza los artilugios por completo. Una vez hecho esto, al no ver aplacada su furia y para no terminar haciendo algo que luego pueda lamentar, se da media vuelta y se aleja agarrando las cinturas de sus amadas hijas.
Ródope ve como se marchan y la frustración se convierte en llanto. Por un momento fue valiente y olvidando todas las vejaciones, malos tratos y humillaciones sufridas en esta mansión de pesadilla, pensó que tal vez se atrevería a pedirle a Jim poder acompañarlos al baile, pero todo se ha ido al traste. Derrotada, con la cara oculta entre sus manos, no ve como, en un fulgor ocre que surge a sus espaldas, aparece una extraña figura que apoya una mano en su hombro y la consuela. La adolescente alza la cabeza y contempla a una mujer muy hermosa que la observa con atención. Su primer impulso es huir, pero la desconocida, que se presenta como su Hada Madrina, la tranquiliza. Este ser maravilloso asegura que ha venido a este recóndito lugar del universo para ayudarla a alcanzar sus deseos más oscuros.
Ante su incrédula mirada, el hada, con un simple gesto de su mano derecha, eleva en el aire los miles de pedazos que hasta hace unos minutos eran, según la muchacha, el arma destructora definitiva y los funde en un miasma incandescente que se moldea hasta recobrar la forma y funcionalidad de antaño. Ródope quiere reír y llorar al mismo tiempo. Está feliz por recuperar todo el trabajo perdido, pero sigue teniendo el problema de la enorme y vacía distancia que hay entre ella y el planeta de Hades. Su salvadora sonríe mientras arquea sus cejas y chasquea los dedos. Sin creer lo que ven sus ojos, por cada uno de los pasillos que vierten su aire al lugar donde aún descansa en el suelo apaleada, surgen centenares de robots que comienzan a ensamblarse en un loco rompecabezas que, si bien al principio no tiene sentido, termina por mostrar una astronave calcada a un halcón espacial. Hecho esto, la benefactora se acerca a escasos centímetros de su ahijada, levanta su dedo índice, cuya punta brilla incandescente, y lo posa en la frente de una sorprendida joven. Sin esperarlo, un torrente de conocimientos inunda su cerebro a fin de poder pilotar esta magnífica nave interplanetaria. Para terminar, solo falta ir vestida para matar. Con un par de moños a ambos lados de la cabeza y un vestido blanco rodeado por un cinturón plateado ya está preparada para surcar las estrellas. Antes de partir el hada insiste en que la nave se desmantelará justo a las doce de la medianoche y que, si ella no está de regreso antes de esa hora, quedará atrapada para siempre en el mundo de pesadilla del dios de la muerte.
Sin perder más tiempo, Ródope despega y vuela a velocidad de crucero para alcanzar su destino. Aterriza junto a la puerta del palacio donde el heraldo la recibe solícito. Para poder entrar, ella debe darle el arma. Sin mostrarse nerviosa entrega solo el cañón y accede al salón de baile. Allí, el lujo y la pomposidad griega inundan cada rincón. El pabellón central, acotado por inmensas columnas invita al regocijo y al libertinaje. Conocía por rumores el estilo y gusto de la deidad, pero la decadencia que exhuma esta estancia es excesiva. Un incesante gorgoteo la acompaña en cada uno de los pasos que da sobre el mármol rosado y brillante sobre el que camina. Proviene de cada una de las decenas de fuentes que la rodean. De todas ellas, en un correr incesante y eterno, no deja de brotar vino. Letreros escritos en griego, que indican la procedencia de tan delicioso y cautivador néctar, van cambiando conforme la bebida que fluye por ellas cambia de tonalidad y, seguro, de sabor. Las gárgolas que observan desde los capiteles, sonríen ante la perspectiva de la bacanal que se avecina.
De pronto lo ve. Al fondo, sentado en su trono de huesos y almas, permanece Hades, hastiado a más no poder, mientras le muestran, uno tras otro, los regalos que le han traído. En su mirada se puede ver que nada le satisface. En este mismo momento son Jim Jones y sus hijas quienes acuden a ofrendar. Su expresión de satisfacción muda al instante a terror en cuanto el dios los expulsa asqueado. Ahora le toca a ella. Ródope se arrodilla y observa como el dios juguetea aburrido con el bastón en la mano. Por mucho que lo intenta es incapaz de hacerlo funcionar. Ella, con una sutil finta, escapa del tardío acto reflejo del heraldo y coge el arma mientras roza con sensualidad los dedos de su señor susurrándole al oído que solo puede dispararse si se llevan puestas las tobilleras. Para que todo quede más claro, alza el arma con sus delicadas manos y lanza un rayo destructor hacia uno de los invitados, alcanzando al mismísimo David Koresh, líder de los Davidianos. Este, envuelto en un brillo cegador, comienza a sufrir en sus carnes toda la maldad que ha acumulado durante toda su existencia. El dolor y sufrimiento que siente fluye a través de sus ojos, que muestran un padecimiento más allá de toda comprensión. El macabro espectáculo solo dura unos segundos, pero es suficiente para seducir a su anfitrión, que maravillado, observa complacido. Pero eso no es todo. Koresh, de pronto, se convierte en un vapor rosado que queda flotando en el aire. La doncella acaricia la cintura de su acompañante y lo empuja hacia la ambrosía que flota frente a ellos.
Sin poder evitarlo, Hades se sumerge en el éter y lo aspira. Jamás, en su milenaria existencia, había sentido nada igual. El éxtasis que inunda su ser es abrumador y adictivo. ¡Por fin ha encontrado a aquella que reinará junto a él! Coge la mano de Ródope y la lleva a la pista de baile. Allí, entre besos y magreos, ella le explica que, a mayor maldad en el alma de la víctima, más exquisita y sabrosa será la esencia a devorar. El tiempo vuela entre los brazos de los dos enamorados. Y así, sin darse cuenta, la medianoche acecha a la vuelta de la esquina. Ella, temerosa de mostrarse al dios tal y como es, suelta una nimia excusa sobre que debe ir al baño a retocarse y se aleja. Él, mientras tanto, vuelve a su silla y agarrando la pistola sueña con los buenos ratos que van a pasar juntos, su amada y él, embriagándose con los miles de voluntarios forzosos que pasarán a formar parte de su despensa de dulce elixir. Ensimismado, alza la vista y ve como ella sale corriendo por la puerta del palacio. Intranquilo, se da cuenta que se ha llevado consigo las tobilleras. Es por esto que sale en su persecución.
Ródope oye los brutales gritos de Hades a sus espaldas y acelera el paso. En este impase, una de las tobilleras se abre y cae por los peldaños de la escalera. Ella ni se da cuenta, se mete en su nave y se lanza al espacio a velocidad hiperespacial justo en el momento en que el dios sale por la puerta y la ve marchar. Furioso, jura que no la dejará escapar así como así y comienza a lanzar inútiles rayos de fuego que jamás la alcanzarán pero que aun así provocan una destrucción apocalíptica a su alrededor. En ese momento sale su fiel heraldo y cauteloso lo calma. Le dice que ella no habrá huido para quitarle el arma, ya que fue ella misma quien la trajo. Cree que hay otra razón y que será él quien la descubra. Es lo mínimo que puede hacer por el amo que lo salvó del inframundo, allí donde fue enviado por el innombrable hijo de Poseidón.
Con un ágil ademán, coge las dos partes del arma, se calza sus mágicas zapatillas y vuela por el universo en busca de la futura diosa de la muerte. Visita todos y cada uno de los planetas aguantando, de forma serena, los sermones con los que taladran su mente todos y cada uno de los líderes de las sectas que visita. Pero no encuentra a la afortunada. Tras seis fracasos, llega al séptimo astro, el de los seguidores del Templo del Pueblo y se entrevista con Jim Jones. Mientras lo hace, no puede evitar fijarse en la zarrapastrosa chica que limpia el suelo tras el aterciopelado y ornamentado asiento de Jim. Las vanas y falsas palabras del idiota, esas con las que intenta jurar que fue una de sus hijas la que llevó el arma a Hades pero que lamentándolo mucho ella había perdido la otra tobillera, no surten efecto. Es más, las miradas furtivas de Jim hacía la criada no hacen más que confirmar sus sospechas. La ha encontrado.
Sin avisar, el heraldo levanta el puño y golpea a Jim en la cabeza, dejándolo inconsciente. Con paso grácil, se acerca a la fregona, apoya sus dedos en su barbilla y le levanta la cara mientras pregunta lo que desea saber. Ella, tal vez alentada por lo que el visitante acaba de hacer con su padrastro, no tarda en reconocer todo lo sucedido. Y para corroborarlo, saca la tobillera que guarda en el bolsillo del delantal y se la calza. Un brillo de satisfacción ilumina la faz del enviado. El emisario coloca la tobillera gemela en la otra pierna y le pasa el bastón. Ella, con un ademán rápido, se revuelve como una pistolera endemoniada del oeste y dispara dos ráfagas que volatilizan a sus dos hermanastras. El mensajero se inclina y ella comprende que ya la considera su señora. Ródope, viendo el ansia en sus ojos, le concede su deseo y el joven se lanza ansioso a por los restos de las chicas que flotan en el ambiente. En tal estado de descontrol se encuentra que, cuando sumiso mira de nuevo a su reina, no llega a comprender lo que ocurre hasta que es demasiado tarde y ella lo elimina sin contemplaciones.
Más relajada, ya solo quedan en el salón, ella y un padrastro cruel que sigue desmayado en el suelo. Se aproxima a él y de una patada lo despierta. Este, aturdido, comienza a maldecirla y pregunta airado por el invitado y por sus dos concubinas. Harta del absurdo parloteo que ha tenido que soportar durante toda su vida, apunta directamente a su negro corazón y dispara. Mientras el dulce humo que antes era un hombre se desliza por su nariz llenándola de placer, ella grita el nombre de su ángel guardián y Perséfone aparece al instante. La verdadera diosa de la muerte, orgullosa de su creación, le recuerda el pacto que todavía está vigente. Perséfone, que prefiere no enfrentarse a las consecuencias que tendría si fuera ella misma quien acabase con Hades, le pregunta por qué no lo mató en el baile, pero Ródope le dice que no vio una oportunidad clara, pero que ahora cogerá una nave y se dirigirá al palacio para acabar con él.
Perséfone, complacida, está deseosa de ver muerto al ingrato que amargó su existencia durante eones. No quiere permitir la más mínima posibilidad de que este regrese a la Tierra y reclame el reinado que ahora mismo le pertenece a ella. Además, nunca le ha perdonado que le robara tantas almas malignas. Su discípula le dice que no se preocupe, que en cuanto vea a Hades caminando para recibirla con los brazos abiertos, le volará la cabeza de un disparo. Antes de que Ródope se siente en el asiento del piloto, Perséfone le pregunta que hará después. Con una sonrisa pícara, la muchacha deja claro que el dicho de “fueron felices y comieron perdices”, en este universo, no será el final del cuento para ninguno de los líderes perturbados que pueblan esta galaxia. De eso ya se encargará ella. Y con un rugido ensordecedor, el ángel exterminador se despide de su Hada Madrina y vuela en pos de su cruzada espacial.

– FIN –

Consigna: Deberás reescribir «Cenicienta» en vida interplanetaria. Y deberás incluir dos protagonistas de «Percy Jackson».


Bruma azul

Por Elena Beatriz Viterbo.

Todo comenzó la noche en la que Cenicienta, tras recibir una bronca por parte del príncipe, decidió mudarse al cuarto de invitados. Un rato antes su esposo le había dicho que ya estaba harto de su comportamiento, que se diera cuenta de que ella pertenecía a la monarquía. Antes de ordenarle que se retirase a meditar, el príncipe le advirtió que no le fuera llorando de nuevo a la vieja y senil madrina, que ella tenía la culpa de todo, por consentirle todos los caprichos, como esos libros de aventuras sacados de no se sabe dónde.
—En fin, querida, una vez pensé que te haría ilusión compartir mi mundo —suspiró el príncipe, mientras abría una vitrina donde resplandecía el zapato de cristal—. ¿Recuerdas? —sonrió acariciándolo como se acarician los trofeos.
Cenicienta abrió la boca para decirle que podía meterse su mundo por el mismo sitio que el zapato, pero la volvió a cerrar porque no quería ver a la pobre vieja asomándose por el ventanuco del torreón para ver si los cuervos se habían comido los tomates de su huerto.
—Ahora retírate —ordenó el príncipe, sin mirarla.
Cautiva entre aquellas paredes y asomada al vertiginoso ventanuco desde el que se podía ver todo el reino, Cenicienta  buscó la luna y la encontró medio recostada sobre las lejanas montañas. ¿Qué habría detrás de ella?, se preguntó suspirando ¿Y detrás de lo que había detrás?
—Hada querida, no puedo más. Me aburro hasta el dolor en este ambiente rancio, frío y estirado. Quiero viajar, quiero conocer otros mundos, otras gentes. Madrina, quiero saber qué tiene la luna en la espalda.
—Pues un cráter, hija. Querida, desde que devoráis un libro tras otro no se os entiende una sola palabra. En fin, venid mañana, cuando salga esa luna vuestra. Estaré en mi huerto. Si no me han apresado los hombres del rey.
Cenicienta llegó a la hora convenida. Allí la esperaba la anciana con un extraño fruto sobre el regazo.
—No arruguéis el morro, tontuela. Es un deseo diferente y requiere otro fruto. Se trata de una berenjena, la más grande, negra y brillante que he encontrado. Y ahora, decidme: ¿Estáis completamente segura de que queréis ver otros mundos?
—No quiero vivir con una escoba clavada en el culo eternamente. Sí, lo estoy.
—Entonces colocaos dentro del círculo.
La anciana puso la berenjena dentro de la circunferencia junto a los dos ratoncillos de rigor y dos cucarachas que sacó de un bote de mermelada.
—¿Cucarachas, madrina? —exclamó la princesa, sorprendida.
—Consideradlas un regalo. Adiós, querida.
Cuando la vieja, con los brazos alzados al cielo y los ojos en blanco, pronunció la última palabra del conjuro, la tierra comenzó a temblar de forma violenta, el cielo se  ennegreció y el suelo se abrió como se abren las heridas. Enormes piedras saltaron por los aires y los árboles se doblaron vencidos. De las entrañas de la tierra emergió una punta acerada y corroída como una vieja lanza que fue levantándose  y levantándose como un gigante de hierro dormido. La gran mole estaba cubierta de tierra, raíces y una especie de ácido proveniente del estómago nucleico.
A continuación se oyó una gran explosión. Unos segundos después, Cenicienta se encontró tirada en el suelo de la nave.
—Vaya, la famosa Cenicienta. Así que tú también formas parte de este despropósito —exclamó, socarrón, un joven muy guapo, ofreciéndole la mano—. Espera, ¡déjame adivinarlo! Tu hada madrina ha confundido la carroza con una nave interplanetaria. Por cierto, no sé si lo sabes, pero esa vieja era una tipa jodidamente perversa.
—¿Era?
—¡Ah! Que no lo sabes. La pobre ha muerto achicharrada como un chorizo de cantimpalo cuando la nave ha despegado. Se lo merecía, porque no tienes ni idea del berenjenal en que nos ha metido. Primero: esta nave parece sacada de una «peli» de terror. Segundo: exceptuando a mi amigo, el copiloto Underwood, las dos individuas que he encontrado atadas en la bodega son los bichos siderales más repugnantes que he visto en mi vida. Tercero: vamos rumbo a un planeta del que no se sale con vida. Y ahora llega el momento de las presentaciones: mi nombre es Percy Jackson, como puedes apreciar soy la hostia de guapo y estoy más bueno que el pan.
—Guapo y engreído, todo un clásico. A ver, ¿qué sabes del planeta al que vamos? —preguntó la princesa.
Jackson soltó una carcajada y después la puso al corriente. El planeta al que se dirigían cagando leches era ni más ni menos que Plutón, y la misión encomendada era localizar y exterminar a una colonia de topos mutantes que se habían convertido claramente en una amenaza a muy corto plazo.
—¿Topos? —exclamó Cenicienta, estupefacta—. ¿Esos achuchables animalillos?
—Novata… —exclamó Jackson suspirando—. Madre, cuéntanos más sobre esos bichos mutantes.
Del panel de control y localización sonaron unas notas musicales. ¿Era la sinfonía de Las cuatro estaciones de Vivaldi?
—Esos seres, a los que habéis etiquetado infantilmente como «topos mutantes», no solo han desarrollado una gran inteligencia, una inteligencia fría y calculadora, científica y estratégica, sino que se han hecho invencibles en mitad de ese clima inhóspito y devastador. Hace mucho que se acostumbraron a las temperaturas gélidas, a los vientos huracanados de Plutón.
—Lo dicho, Ceni, tu madrina era una enferma mental —dijo Jackson—. Gracias Madre. ¿Cabe la posibilidad de que quieras variar el rumbo?
—No, no cabe.
—Gracias, Madre —dijo Percy—. Había que intentarlo. Por cierto, ¿se te ocurre algo para sacarles provecho a esos bichos encadenados a la barra? Supongo que estarán aquí por algo. La vieja no dejó aguja sin enhebrar.
Por los ventanales acristalados y góticos se desplazaban las mágicas nebulosas. Dentro de unas horas aparecería Caronte, el satélite más grande de Plutón,  con sus cráteres hendidos de fracturas y su órbita caprichosa y voluble.
Volvió a aparecer Vivaldi.
—Si la cosa se pone fea metedlas en el convertidor —aconsejó Madre.
—¿Y qué carajo es eso? —preguntó Cenicienta, boquiabierta.
—Es un multiplicador —aclaró Madre—. De cada unidad escaneada sale una réplica idéntica, molecularmente exacta. Llegado el caso podéis obtener un ejército. Quemadles los ojos para que aprendan a moverse en esa oscuridad en la que  vive el enemigo. Luego torturadlas hasta que enloquezcan. Multiplicadas, locas y enfurecidas lo buscarán para destrozarlo. Sintonizad el dial hasta el grado más alto y se volverán, además, gigantescas. Será un combate igualitario.
—Madre, eres satánica —rio Cenicienta.
—Esto promete —palmoteó Jackson—. Las hermanas horripilantes contra los topos mutantes. Madre, ¿tiempo estimado de llegada?
—Una hora y veinte minutos.
—Ventajas del hiperespacio. Pues habrá que darse prisa ¿Qué os parece si iniciamos el plan de tortura? —sonrió Percy con un destornillador en la mano.
Cenicienta sonrío con ternura. Ahora lo entendía todo: la anciana le había ofrecido la posibilidad de vengarse de sus malvadas hermanastras. A un metro de distancia de ellas, un sujeto con pezuñas de cabra fumaba un cigarro tumbado en el suelo mientras les levantaba las faldas para verles las bragas.
—Parece que el plan de tortura ha sido iniciado. Alteza, os presento a mi mejor amigo: Grover Underwood. Ya sé que parece un mal sujeto. No os equivocáis.
—A sus pies, alteza suprema. Aquí tiene a un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo —susurró Grover, lamiendo con su larga lengua el dorso de la mano de la princesa—. Si se trata de torturar  soy vuestro hombre, si se trata de duplicar soy vuestro hombre, si necesitáis quien caliente vuestra fría cápsula nocturna soy vuestro hombre.
—Aquí Madre. En breves minutos iniciaremos la maniobra de acercamiento. Ocupen sus asientos en los módulos.
—Madre, amenízanos la espera. Dinos, ¿Cómo es posible la existencia en un lugar así de lóbrego y helado?
—Por no mencionar que orbita tumbado como el mismísimo John Wayne—intercedió Underwood exhalando una voluta de humo—. En fin, Madre, ¿por qué no nos cuentas de una vez toda la información?
Sonó Vivaldi de nuevo.
—Subatómicamente es imposible que estos seres sean originarios de Plutón. Ahora puedo confirmar que son, en realidad, descendientes de los Mi-Go. Los Mi-Go llegaron hace muchos eones a Plutón o a Yugotth, como lo llamaron ellos, huyendo de una guerra mortal contra los Primigenios. ¿Cómo eran? Ahora puedo informaros de que eran una mezcla entre un crustáceo y un hongo, de unos seis pies de altura, rosáceos, tentaculares, con antenáculos, aletas dorsales y múltiples pares de patas. Como verán, resultaban totalmente todoterrenos. Huyendo de esa guerra llegaron a Plutón y construyeron sus casas estableciéndose en el planeta enano. Ante la imposibilidad de hacerlo en la superficie gélida y ventosa, horadaron la tierra, creando una ciudad subterránea. Una orbe perfecta, construida por unos seres acostumbrados a la oscuridad. Pero tenían muy claro que solo iba a ser por un tiempo, hasta que acabasen la nueva nave construida con un material denominado «Tok´l», un extraño metal que solo se obtiene del núcleo de Plutón. Y tengo malas noticias: ya la han acabado. Y ahora quieren volver a un lugar dónde ya estuvieron hace muchos años, durante el periodo jurásico: La Tierra. Sus planes son continuar con los experimentos que ya iniciaron en ese periodo: experimentar con el cerebro humano, extraerlo, estudiarlo. Nuestra misión, en definitiva, es impedirlo. Nada más que añadir, tripulantes. Les deseo suerte. Ya estamos en Plutón, pueden desactivar sus barras de seguridad. Encontraran todo lo necesario en la bodega de carga. También disponen de todoterrenos eléctricos de ultima fabricación con sensores nucleicos ultrasensibles, que les proporcionaran los datos necesarios para localizar la guarida del enemigo subterráneo.
El satélite más hermoso, casi tan grande como Plutón, descansaba a simple vista casi a un palmo del suelo. Así era el efecto óptico que causaba Caronte. Encabezaba la expedición Underwood, seguido de Percy y Cenicienta. 
—Nada hay más hermoso que un planeta desolado —suspiró Underwood a través de la radio—. Déjense acariciar por la bruma del metano, pero tengan cuidado con los  depósitos de hielo, con los pozos, que no sabemos cuan profundos son. Princesa, ¿no decíais que queríais ver otros mundos? pues no os perdáis la magnífica visión de esas colinas flotantes ominosamente abovedadas, allí a lo lejos. Madre, ¿eres capaz de extasiarte con la flauta dulce del viento huracanado? Claro, no puedes, tu corazón es de hierro. Por favor no se pierdan la vista del fondo: ahí tienen el Tártaro Dorsa, la montaña más alta. Observen la belleza de la corteza helada de las tierras baldías y escarpadas. Glaciares y colinas de hielo de nitrógeno. Cañones de color rosa. Madre, ¿por qué te has callado que nos traías a una trampa? ¿Y tú, princesa? ¿Qué daño le causaste a esa vieja chocha para que te mandara a una prisión mortal de la que no vamos a salir? Dijiste en el trayecto que en su conjuro habló de una entrada y de una salida.
—Madre a tripulantes: recibidos los datos de los sensores nucleicos. Tengo dos noticias que darles. ¿Cuál de las dos quieren recibir primero?
—¿Qué te parece si comienzas por la buena, querida Madre? —dijo Underwood.
—La buena es que debido a la velocidad hiperespacial hemos retrocedido en el tiempo. Plutón se halla vacío. Nada late bajo el hielo. En algún lugar, en otro lugar, los Mi-Go están siendo perseguidos por los Primigenios. Los masacran, pero aún quedan muchos y están calibrando a dónde huir, donde refugiarse. Aún no han decidido venir a Plutón. Hemos llegado antes de que comience la historia.
—Esa es una noticia excelente, Madre —exclamó la princesa, jubilosa—. Eso significa que la misión, sin comenzar, ya ha acabado. Quiere decir que podemos volver a la nave, todos juntos, que ya no necesitamos duplicar a mis hermanastras, que ya no habrá guerra, que podemos lanzarlas por el escotillón como castigo a todas esas humillaciones que me infringieron en el pasado, quiere decir que podemos decidir a qué planeta iremos después  y qué nuevas aventuras emprenderemos. Tal vez Marte. O tal vez ese otro planeta al que llaman X.
—¿Cuál es esa mala noticia, Madre? —preguntó Jackson carraspeando.
—La mala noticia es que, mientras vosotros inspeccionabais el planeta, los bichos que manteníais encadenados a la barra se han arrancado las cadenas a mordiscos, que la furia que han almacenado durante todo el viaje las ha iluminado y han averiguado cómo funciona el convertidor. Que también han encontrado el dial y han entendido muy rápidamente para qué funciona. Que ya van por cien y que se disponen a salir para masacraros. Que resultan magníficas a la vista, que se han vuelto gigantescas, babeantes, que debe haberse colado algún insecto porque han salido del convertidor con una especie de tentáculos a ambos lados de las caderas que les permite desplazarse de una manera grotesca y veloz. Oh, y siento comunicaros que están muy, muy enfadadas —dijo Madre entre los acordes otoñales de Vivaldi.
—¿Ves, princesa, como no mentía cuando te dije que tu madrastra estaba chocha de la hostia? —advirtió Jackson muerto de la risa.


– FIN –

Consigna: Deberás reescribir «Cenicienta» en vida interplanetaria. Y deberás incluir dos protagonistas de «Percy Jackson».