lunes, 29 de octubre de 2018

Blancanieves y la serpiente de Isis

Por Yolanda Boada Queralt.

Érase una vez en el Antiguo Egipto, una campesina que consiguió conquistar el corazón del faraón utilizando un embrujo de amor. Ella había aprendido las artes oscuras a través de un anciano sacerdote y mago que la convirtió en su pupila. Años después, cuando la esposa del faraón murió al dar a luz a su hija Nut, una niña de cabellos negros y piel nacarada, la hechicera puso en práctica su ambicioso plan y pronto se convirtió en reina de Egipto.

Pasó el tiempo y, a medida que la niña se iba convirtiendo en una jovencita inquieta, el faraón enfermó de un mal que ningún médico ni sabio conseguía identificar. Nut amaba profundamente a su padre y pasaba muchas horas junto a él, sentada al lado de su cama. Intentaba animarlo explicándole historias que se inventaba o relatando hazañas que contaban los viajeros, pero sufría por dentro al verlo cada día más débil y demacrado. Se sentía muy sola en aquel gran palacio, a pesar de estar rodeada de lujos y de sirvientes. Además, no soportaba a su madrastra, aquella mujer fría y calculadora como una serpiente. Aunque su padre la adoraba, ella estaba segura de que esa harpía jamás lo había querido.

Cuando se sentía muy triste, Nut se recogía los cabellos en una trenza, se vestía con unos harapos que habían pertenecido a un sirviente y se manchaba las mejillas y antebrazos con un poco del kohl con el que se maquillaba los ojos. De esta forma podía recorrer las calles y el mercado con libertad, sin que nadie reparara en ella. Esas escapadas siempre le levantaban el ánimo y regresaba al palacio con ganas de contarle nuevas historias a su padre.

Sin embargo, cuando una tarde entró risueña en la habitación del faraón tras una de sus aventuras, le encontró más pálido que nunca. Acarició su mano y la notó fría. Se le partió el corazón al comprender que los ojos de su padre se habían cerrado para ir en busca de Anubis y que ella no había estado allí para desearle un buen viaje.

La madrastra empezó a dar órdenes para organizar el funeral del rey. Los ojos le brillaban al dar sus primeras disposiciones como monarca, liberada por fin de la sombra del faraón. Una vez iniciados los preparativos, fue a cambiarse de ropa para salir.

—Voy al Templo de Horus —dijo a su hijastra al cruzarse con ella—. Quiero pedir consejo a los dioses.

***

En el interior del templo reinaba el silencio. La reina de Egipto había llegado hacía unos minutos y había ordenado a los sacerdotes que la dejaran sola ante el dios Horus. Por supuesto, todos se apresuraron a obedecer y abandonaron el recinto.

De improviso, en el corredor que conducía a la biblioteca se produjo un destello de luz y una corriente repentina de aire agitó las flores que los fieles habían traído.

—¡Hemos llegado! —exclamó Hermione mientras guardaba el giratiempo en el bolsillo.
—Ssssshhhhh —pidió silencio Harry apartando la capa de invisibilidad que los cubría. Sus cuerpos se hicieron visibles en medio del corredor.

Ambos participaban en un torneo organizado por el Ministerio de Magia y se les había encomendado la misión de conseguir el Papiro de la serpiente de Isis. Según les habían indicado, el valioso papiro se encontraba en la Cámara de los Escritos, dentro de la biblioteca del Templo de Horus.

Emocionados por estar en el Antiguo Egipto comenzaron a avanzar hacia la biblioteca, pero se detuvieron al oír una voz de mujer. Harry murmuró el hechizo de traducción simultánea y, de inmediato, ambos pudieron comprender lo que la desconocida estaba diciendo. La observaron escondidos tras unas columnas.

—Gran Horus, dios del cielo, de la guerra y de la caza —decía la mujer, arrodillada ante la estatua del dios, representado con cuerpo de hombre y cabeza de halcón—. Ahora que el faraón ha muerto, ¿quién será la reina más grande de Egipto?
—La reina más grande de Egipto será tu hijastra Nut, hechicera —respondió una poderosa voz masculina reverberando entre las paredes del templo. La reina se incorporó, muy contrariada, y amenazó la estatua con sus uñas puntiagudas convertidas en garras.
—¡Tú me dijiste que si él moría yo sería la más poderosa de Egipto! ¡Por eso he absorbido su vida hasta terminar con él!
—Tu destino ha cambiado, hechicera.

La mujer gritó y clavó las garras en la estatua, pero el dios Horus no volvió a hablar. «¡Ella morirá!», proclamó la hechicera mientras avanzaba hacia la puerta.

—¡Harry! ¡Tenemos que hacer algo! —propuso Hermione, muy afectada por lo que había visto.
—Sabes que no podemos intervenir, está prohibido... —comentó Harry. No obstante, una sombra de duda cruzó su semblante.
—Creo que al presenciar esto ya hemos cambiado la historia, ¿verdad? ¿Tú serías capaz de marcharte sin haber ayudado a la princesa? ¡Esa bruja va a matarla!
—Está bien... Pero vayamos primero a por el papiro.

***

Cuando el sol ya declinaba sobre las dunas del desierto, tiñendo la arena de añil y púrpura, Harry y Hermione entraron en el palacio real cubiertos con la capa de invisibilidad. Comprendieron que habían llegado demasiado tarde cuando se cruzaron con algunos sirvientes que se apresuraban de aquí para allá. «La desgracia ha caído sobre esta casa, ¡que los dioses nos ayuden!», comentaban unos; «Anubis se ha llevado a la princesa para que el faraón no viaje solo hacia el más allá», decían otros.

Subieron hasta el primer piso atraídos por una repentina algarabía de voces y justo en ese momento estaban cortando la cabeza a una cobra real. Según decían, el ofidio se había metido bajo las sábanas de la cama de la princesa y la había mordido en una pierna. Los alumnos de Hogwarts entraron en la alcoba y distinguieron el cuerpo inerte de Nut tras la mosquitera que rodeaba el lecho. Sin embargo, un atisbo de esperanza brilló en sus ojos y Harry y Hermione se miraron a la vez.

—¡Tenemos el Papiro de la serpiente de Isis! —exclamó Hermione.
—Podríamos probarlo..., aunque no conocemos las consecuencias.
—Por favor, Harry —rogó la chica tomando las manos de su amigo.
—Con tantos muggles aquí, ahora no podemos hacerlo. Esperemos...   

Pasaron las horas y fue imposible estar a solas con la princesa. Las plañideras llegaron a medianoche y no se apartaron de la cama hasta que el cortejo fúnebre partió del palacio al día siguiente. Ignorando los consejos de los sacerdotes, la reina ordenó que los cuerpos del faraón y de su hija no se momificaran y que el doble funeral se llevase a cabo de inmediato. Su pérfida intención era impedir que la existencia de su esposo y de la hijastra se prolongara más allá de la muerte.

El cortejo fúnebre comenzó a avanzar al alba en dirección al Nilo. Los sarcófagos se transportaban sobre un catafalco con forma de barca, del cual tiraban dos bueyes. Harry y Hermione siguieron la comitiva bajo la capa de invisibilidad asombrados por poder contemplar con sus propios ojos un rito funerario del Antiguo Egipto. Llegaron al gran río y lo cruzaron con solemnidad, pues este ritual simbolizaba el paso del mundo de los vivos al mundo de los muertos. Poco después divisaron la pirámide del faraón, cuya construcción empezó tras su nacimiento, y los porteadores se prepararon para depositar los sarcófagos y el ajuar funerario en el interior.

Después de sellar la entrada, la comitiva se alejó para regresar al palacio, donde tendría lugar el banquete fúnebre. Al fin, Harry y Hermione pudieron liberarse de la capa que los hacía invisibles y se dispusieron a entrar en la tumba. Harry pronunció el hechizo abrepuertas y un haz de chispas surgió desde la punta de su varita. De inmediato, una sección del muro de piedra se fue abriendo hacia el interior mostrándoles un pasadizo que se extendía hacia las tinieblas. Los dos chicos entraron.

Contuvieron el aliento al llegar a la cámara mortuoria. Harry acercó la varita a unas lámparas de aceite y las sombras retrocedieron por las paredes de la estancia. Fue entonces cuando descubrieron a siete niños agazapados en un rincón; eran sirvientes del faraón y de su hija que habían sido enterrados con ellos para que continuaran atendiéndoles en el más allá. «Podéis salir, sois libres», les dijo Harry indicándoles el pasadizo. Los niños se arrodillaron a sus pies y luego se marcharon corriendo. 

Hermione se acercó a los imponentes sarcófagos y vio que el de la princesa tenía una tapa de cristal. Contempló su rostro sereno y su piel delicada, muy pálida en contraste con la cabellera oscura, y en ese instante reparó en todas las similitudes. «¡Es como en el cuento de Blancanieves!», murmuró.

—Pues ha llegado la hora de despertar a Blancanieves —respondió Harry. Extrajo el Papiro de la serpiente de Isis de entre sus ropas y comenzó a leer el conjuro que, supuestamente, servía para revivir a las víctimas de los ofidios.

***

Nut abrió los ojos. Se encontraba en un desierto desolador de arenas rojizas. Divisó unas figuras que avanzaban a lo lejos y se apresuró para alcanzarlas. No fue fácil, ya que tuvo que luchar contra el viento y la arena que se metía en los ojos, pero lo consiguió. Se sorprendió mucho al descubrir que una de esas personas era su padre.

—¿Dónde estamos, padre?
—Estamos muertos, hija.
—Entonces podremos seguir juntos.
—No. Los dioses tienen otros planes para ti. Perdona mi ceguera, ella me tenía hechizado —le dijo besándola en la frente—. Ahora debes regresar.
—¡Eso no es posible!
—Recuerda esto, hija: un rey debe ser sabio y justo, pero también duro cuando es necesario.

En ese momento Nut vio con horror que sus manos y brazos se desdibujaban, convirtiéndose en arena que el viento barría. «¡¡Padreeeeee!!», gritó.

***

Nut abrió los ojos al mismo tiempo que inspiraba una gran bocanada de aire. Descubrió que estaba en el interior de un sarcófago y lo recordó todo. Una mezcla de tristeza y de rabia llenó todo su ser, pero entonces reparó en los jóvenes magos extranjeros. Harry y Hermione levantaron la pesada tapa de cristal y la ayudaron a salir.

—Gracias —les dijo—. Os debo la vida. Pedid lo que deseéis y os lo concederé.
—Solo queremos volver a casa. Nos alegramos de que esté bien, alteza.
—Nunca había estado mejor —aseguró Nut.

***

Atenazada por un sueño inquieto, la hechicera agitaba la cabeza sobre la almohada. Un ruido cercano rompió el silencio que reinaba en el palacio y la durmiente despertó. Se encontró con la mirada encendida de su ahijada, que la miraba desde los pies de la cama. Sin embargo, aunque lo parecía, esa joven ya no era la misma. Percibió todo el poder de aquella criatura y sintió miedo.

Nut estiró un brazo y la señaló con un dedo acusador. Un haz de luz surgió entonces de su extremidad y fue creciendo, formando los contornos de una gigantesca serpiente. Aterrada, la hechicera se transformó en harpía, con la intención de escapar volando por el balcón, pero la serpiente de Isis fue más rápida y se enroscó alrededor de su cuerpo. A pesar de que la harpía agitaba sus alas con desesperación y hundía las garras en la piel del ofidio, no consiguió aflojar ni un milímetro el abrazo mortal.

—Nunca serás reina, querida madrastra. El inframundo te espera —dijo Nut.

Las costillas de la hechicera se rompieron y perforaron su negro corazón. Cuenta la leyenda que el mismo Anubis en forma de chacal dio buena cuenta de sus restos y que, desde entonces, cuando un aullido se escucha en la noche significa que una nueva alma impía ha sido arrastrada hasta el infierno.


– FIN –

Consigna: Deberás reescribir «Blancanieves». La trama debe transcurrir en el Antiguo Egipto. Y deberás incluir dos protagonistas de la saga «Harry Potter».


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