Por Yol Anda.
Tras escuchar el chasquido, Molly voló hacia la puerta. Era la señal. Accionó dos veces la palanca y, al girar el pesado volante, el hierro oxidado emitió su característico chirrido. Su amiga aguardaba al otro lado. Su triple sonrisa era un buen presagio.
Tras escuchar el chasquido, Molly voló hacia la puerta. Era la señal. Accionó dos veces la palanca y, al girar el pesado volante, el hierro oxidado emitió su característico chirrido. Su amiga aguardaba al otro lado. Su triple sonrisa era un buen presagio.
—Marsi,
vuelves a llegar tarde. ¿Qué me traes? —interrogó mientras maniobraba para
apartarse y dejar el paso libre—. Además del desayuno… —añadió mientras miraba
ansiosa el envoltorio de tela que su amiga llevaba en la mano.
—He
encontrado estas delicias en el bulevar de Moira-ira-ra. Pasta vegetal frita en
abundante aceite y cubierta de azúcar-car-ar —contestó orgullosa de su hallazgo
al tiempo que Molly revoloteaba junto a ella y cerraba la gran puerta metálica.
—¿Aceite?
—preguntó acompañando a su amiga hacia la sala de estar— ¿Azúcar?
—Como
lo oyes-yes-es. Aceite reutilizado solo para fines gastronómicos-cos-os. Nada
de agentes tóxicos de la Zona Muerta-rta-ta. Garantizado-ado-do. Más fresco,
imposible-ble-le. Había muchísimos compatriotas haciendo cola intentando
camelarse a Moira, pero ya sabes que me debe unos cuantos favores-res-es.
—Qué
maravilla. Me alegras el día. Pasa y siéntate. Ahora traigo algo donde mojar. —Mientras
el sonido de su motor se debilitaba a medida que se dirigía a la cocina, Marsi
se acomodó sobre el colchón mugriento que Molly utilizaba como sofá. Siempre le
había hecho gracia que, sin embargo, durmiera acurrucada en una raída butaca de
escay a la que tenía especial aprecio.
—Te
espero-ero-ro —contestó. Se lamió los restos de azúcar de la mano con su boca
derecha recordando los tiempos en que salir a la calle y hacer la compra era un
acto tan cotidiano que podía llegar a ser tedioso. Ahora, sin embargo,
conseguir alimentos era muy complicado y, en más ocasiones de las
recomendables, toda una aventura. Incluso el mercado negro de comida, bebida y
cualquier tipo de producto básico no lograba abastecer a su clientela. Se
mantenían a base compuestos alimenticios en forma de píldora o líquido
inyectable. Las consecuencias de la explosión de la Burbuja habían sido
terribles e irreparables—. Irreparables-les-es —musitó observando la
inexistente parte inferior del cuerpo de Molly propulsado desde la cocina.
—Odio
que me mires como lo estás haciendo ahora, Marsi. ¿Todavía no te has
acostumbrado al motor? No lo hagas rugir… —Y rió tan espasmódicamente como para
derramar parte del líquido oscuro que reposaba en los recipientes. Estaba
feliz. Y nerviosa.
Últimamente,
con los preparativos del viaje a la Perla y la nueva vida que les esperaba,
Marsi había pensado seriamente en repararse. Sus amistades estaban
acostumbradas, pero tener tres bocas suponía un trauma para ella. Había más
ciudadanos con malformaciones debido al escape tóxico que había supuesto el
preludio de la guerra, pero el eco, esa reverberación que se prolongaba en el
tiempo, infinito para ella, cada vez que hablaba… ¿Por qué no podía
sincronizarlas? ¿Por qué tenía que acabar cada una de sus frases con ese
desfase? Molly le había dicho que le parecía absurdo someterse a una carnicería
por ese motivo. Su historial hospitalario estaba limpio y la deformidad que
sufría era de nivel cuatro, por lo tanto en la Perla no tendría ningún problema para ser aceptada. Y tenía
razón. Molly sí que lo tendría complicado. Había sido operada por los
charcuteros, como llamaban comúnmente a los que reutilizaban cualquier
tecnología de generaciones anteriores para reciclar a sus pacientes. Así pues,
una obsoleta unidad de propulsión la había convertido en parte del colectivo
denominado «los reciclados».
—¿Otra
vez en el pasado? ¿Los tiempos pasados y siempre mejores? ¡Eres una
melancólica! —espetó sobresaltándola y leyéndole el pensamiento—. ¡Deja de
lamentarte! En la Perla tendrás que ser fuerte y el viaje que mañana nos espera
es muy duro —sentenció encendida.
—La
Perla-rla-la… —murmuró. Agachó la cabeza e intentó olvidar durante unos
segundos sus preocupaciones mientras devoraba el desayuno a tres bocas.
—¡Eh!
¡Eso es trampa! ¡Reparte! —gritó su amiga mientras los rayos del sol penetraban
por la pequeña escotilla circular de la pared. Antes de atacar el desayuno,
intentó divisar el brillo de la Perla a través de ella, pero la suciedad del
cristal se lo impidió.
***
La
noche era cálida, y Molly y Marsi digerían un caldo de gallina y una píldora de
vitaminas a bordo del Gavilán. Ninguna de las dos había podido conciliar el
sueño, por lo que se les había ocurrido adelantar los planes y acudir al
escondite donde reposaba el arcaico transporte estelar. Reconstruida con la
tecnología que había estado a su alcance y reparada con todo tipo de
materiales, la nave tenía un aspecto inmejorable. Bajo la luz de la luna, los
destellos plomizos recordaban a los reflejos de los charcos los días de lluvia.
Disfrutaban del artefacto que, en unas pocas horas, las llevaría hacía un
futuro mejor.
—Cuánto
me alegro de haber guardado ese caldo para un día tan especial como hoy —animó
Molly rompiendo el silencio.
—¿Ves
la Perla desde aquí-quí-í? —inquirió su compañera con los ojos muy abiertos.
—Si
mis cálculos no fallan, está tras esa nube —contestó señalando una enorme masa
deforme—. Es demasiado espesa y avanza despacio. Ya tendrás ocasión de verla
cuando lleguemos.
—Tienes
razón-zón-ón. Saber que existe me basta-sta-ta.
—Así
me gusta, y brindo por esas noches donde
todo era alegría y planes de futuro —canturreó Molly alzando el bol de
caldo—. Hora de hacerlos realidad.
La
brisa transportaba ráfagas de olores inmundos ya habituales en el planeta.
Azufre, óxido, gases y vapores tóxicos inundaban la Tierra desde la explosión
de la Burbuja, además del hedor procedente de la acumulación de residuos y
basura en las calles. La ciudad era un caos permanente pero, allí, divisando el
cielo plagado de estrellas, reposaban tranquilamente intentando que el sueño
las alcanzara.
***
—¿Niveles de presión?
—Comprobados-dos-os.
—¿Carga
lateral?
—Cincuenta
por ciento-nto-to.
—¿Combustible?
—Completo-eto-to.
—Ajústate
el dispositivo de seguridad, vamos a ver por fin qué hay en esa Perla.
—Dispuesta-sta-ta.
—En
marcha. —Molly tomó los mandos y, tras un fuerte traqueteo, la nave alzó el
vuelo a una velocidad de vértigo.
Pegada
al respaldo de su asiento, Marsi pensaba en el último planeta habitable. La
Perla. Sonaba tan bien. A belleza, grandiosidad, opulencia, perfección,
elegancia, seducción, terciopelo. Una promesa.
—Atrévete
a mirar —la retó al estabilizarse la nave. Activó la navegación automática, se
liberó del sistema de seguridad y miró por el cristal—. Impresionante.
Grandioso. Infinito.
—Es,
es, es precioso-oso-so —confirmó Marsi con un hilo de voz.
El
silencio se apoderó de todo. El Gavilán no despedía ningún sonido. Las
tripulantes callaban pero, lo que parecía un sueño, llegó a su fin. Un leve
traqueteo comenzó a oírse en la parte trasera del artefacto y fue in crescendo
hasta convertirse en un martilleo constante. Las alarmas comenzaron a sonar.
—Maldito
ventilador del demonio —refunfuñó Molly entre dientes—. ¿Temperatura?
—Alta-lta-ta.
Muy alta-lta-ta.
—Voy
a ver qué ocurre.
—Los
niveles de querosfato caen en picado-ado-do. El problema no es el ventilador,
Molly, ¡está en el propulsor-sor-or!
—Maldita
sea, maldita sea, maldita sea…
—Arréglalo,
Molly, por favor-vor-or —suplicó su amiga.
Avanzó
e intentó accionar la compuerta que comunicaba con la cámara del motor. Pese a
sus esfuerzos, no logró abrirla.
—Maldita
sea, maldita sea, maldita sea…
—¡Espera-era-ra!
¡Voy a ayudarte-rte-te! —Antes de deshacerse de las correas, Marsi dirigió
involuntariamente la cabeza hacia la ventanilla. Una gran nebulosa formada por
millones de estrellas impactó contra sus pupilas. —¡Maldita Perla-rla-la!
¡Dónde estás-tás-ás!
El
Gavilán comenzó a zarandearse. Todas las luces del panel de mandos se encendían
y apagaban en un baile frenético. Antes de que Marsi pudiera llegar a donde se
encontraba su amiga, una fuerte sacudida la lanzó hacia el lateral de la nave.
Profirió un grito eterno. Todas las alarmas saltaron. Las compuertas exteriores
se abrieron de par en par. Marsi continuó gritando. Tras escuchar el chasquido,
Molly voló hacia la puerta.
***
Esa
noche, en la Tierra, un pequeño grupo de reciclados acampaba al raso en las
afueras de lo que había sido su ciudad. Ataviados con prendas frescas y algunas
mantas sobre las que descansar, se disponían a dormir.
—¿Veis
como puede verse? ¡Tenía razón! ¡La Perla existe! —exclamó uno de ellos de
pronto.
Los
demás miraron incrédulos al firmamento.
—Ahí
no hay nada —replicó otro—. La esperanza de que la Perla exista solo persiste
en la imaginación de unos pocos ilusos. Anda, déjanos dormir, chiquillo.
El joven continuó
observando con interés, hasta que se dio cuenta de que el objeto brillante se
movía. Siguió mirando hasta que vio claramente que estaba cayendo desde el
cielo. Con desgana, se acurrucó sobre la manta e intentó dormirse.
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