Por Soledad Fernández.
―Qui'hubo señor, me llamo Viridiana y mi apellido veinticinco mil.
―Qui'hubo señor, me llamo Viridiana y mi apellido veinticinco mil.
Esa fue la presentación. Su credencial. Su
salvoconducto, incluso. Él observó a la chica que era portadora de una belleza arrolladora.
De trazos finos y ojos verde oscuro. Trasmitía una seguridad y una paz que lo
llevó a pensar que así debería ser vivir en el Cielo. Entendió de inmediato el
porqué del hermetismo de la misión, aunque iba a ser difícil pasar
desapercibidos.
Karmor le dio a la chica una larga capa. De
tela pesada y oscura, adornada con unos ribetes en rojo. Así se vestían las
mujeres ahora. Ya nadie llamaba la atención porque se consideraba Pecado. Sin
embargo, aún con el rostro cubierto era difícil no notarla.
Luego de la Guerra, la belleza había pasado a
un plano prohibido. No porque se considerara una Herejía sino porque los
habitantes del planeta (los pocos que habían sobrevivido), tenían secuelas
espantosas que se habían transmitido durante dos o tres generaciones. Marcas en
el rostro, deformidades en el cuerpo. Los monstruos ahora si existían.
―Vamos.
Es preciso salir mientras sea de noche…
Él debía llevarla sana y salva al edificio
del Parlamento que quedaba a unos treinta kilómetros. A pie. En soledad. Durante
las noches. Llenó el bolso de provisiones y salieron de inmediato. Debían atravesar tres clanes diferentes que
vivían entre las ruinas de la Vieja Ciudad del Este: otra consecuencia de la
guerra. Bandos de deformes, como les llamaba él, que luchaban entre sí por la
poca comida que quedaba. Y por el agua. La mayoría del agua disponible estaba
contaminada y la que no, costaba muy caro y unos pocos manejaban ese mercado.
Caminaron juntos. De tanto en tanto, Karmor
observaba a la chica que iba mirando el piso. Su respiración era serena y la
expresión triste. A pesar de ello, era muy hermosa. Una luz que emanaba desde su
interior y lo dejaba hipnotizado.
―Podrías…
¿por favor?
―Mil
disculpas…es que…
―Ya
sé, es difícil dejar de verme. Pero yo no pedí nacer así.
―Lo
sé. Perdón.
Karmor miró hacia adelante y se reprochó la
debilidad de su carne. “Tengo que pensar en otra cosa”, se dijo. Pero era
difícil. Estar con ella era como encontrar un Ángel y ser aconsejado por el
mismísimo Diablo. Esa mezcla de sensaciones era difícil de manejar.
Caminaron varias horas hasta que el sol
comenzó a destellar en el horizonte. Ese era el momento peligroso para los dos.
Para ella, en realidad. Karmor pasaba desapercibido, aunque su rostro no estaba
tan desfigurado. Era parte de la generación “modificada” y las lesiones eran
más “suaves”, por decirlo de alguna forma.
―Vamos,
hay que descansar acá.
Karmor le señaló un hueco entre unas ruinas y
ambos se escondieron ahí. Él se quedaría de guardia unas horas y luego ella
tomaría la posta. Era sencillo y afortunadamente, ya faltaba menos para llegar.
Sobre todo si seguían a ese paso.
Los
ojos se le fueron cerrando. Estaba muy cansado. Observó a su compañera, ella
descansaba tranquila con su rostro perfecto y su cuerpo sin lesiones. Sería
fácil amar a alguien así, pensó.
El sueño lo invadió y soñó con ella. La vio
en un prado verde, como esos que existían antes de la Aniquilación. Ella era
suya y se amaban con la violencia de las pasiones. Con la misma violencia con
que ella lo sacudía para que despierte porque los estaban atacando. Abrió los
ojos y vio una horrible cara gritando, a punto de apuñalarlo y se rindió. No
había forma de salvarse, de salvar a la humanidad, de hacer algo por cualquiera.
No había forma de dar esperanza al mundo entero. O de amar a Viridiana.
Se dio por vencido. Cerró sus ojos y esperó por
el dolor del puñal en su cuerpo, por el metal atravesando su carne. En esa
oscuridad devastadora le pidió perdón al mundo por su debilidad. Por su falta
de coraje. Pero enseguida sintió un líquido caliente chorreando en su rostro a
cambio de la muerte que nunca llegó. Miró lo que sucedía: la joven mujer había
atravesado el tórax de su atacante con una enorme espada. Ella había matado a
todos. En unos segundos nomás, ella había hecho lo que ningún ser humano hizo
jamás. Era una especie de Amazona, con su cabello suelto y abundante, su
maravillosa belleza y sus manos ensangrentadas. Más hermosa que en su sueño.
Más devastadora que un ciclón.
―¿Cómo…?
―Vamos.
Vienen más.
Viridiana estaba bastante afectada, aun sin
decir mucho se le notaba en el rostro, en la piel. De pronto estaba apagada,
opaca. Como si hubiera gastado toda su energía en un acto último de bravura. Y
sin embargo, estaba más hermosa que antes. Karmor la tomó por la cintura y la
ayudó a caminar. Se impregnó de su aroma y apenas si pudo contener su corazón
con calma. Ella tenía razón, debían salir de ahí porque en pocos minutos el
lugar se infestaría de seres deformes con sed de venganza.
Como pudo, Karmor sostuvo a la muchacha.
Avanzaron con dificultad por entre las ruinas de la ciudad. Las bombas habían
destruido todos los edificios, excepto el Parlamento que ya se distinguía a la
distancia. “Solo un trecho más”, pensó él. Sin embargo el bullicio de los
deformes se acercaba con velocidad. Debían encontrar un refugio y emboscarlos
para poder sobrevivir. No estaba seguro de si ella podría nuevamente matar o
pelear, siquiera. Era él contra el mundo, ¿y después? Después nada. Entregaría
a la joven, cobraría su comisión y volvería a su vida solitaria y alejada de
todos.
Luego de un rato de andar, encontró un
refugio. Sentados en la oscuridad de las ruinas de un viejo hospital, esperó
junto a ella. Imaginó miles de conversaciones y preguntas acerca de cómo había
sobrevivido, quienes eran sus padres o si quería estar con él por el resto de
su vida. Pero no dijo nada.
El cansancio se apoderó de él ahora que la
adrenalina descendía y el bullicio no avanzaba. “Ellos saben”, se dijo. No
debía bajar la guardia. No podía dejar que todo dependiera de ella y su espada.
En silencio y mientras Viridiana dormía,
recordó la discusión con el Jefe acerca de la misión.
―¿Qué
puede hacer ella por la humanidad? ¿Cómo nos salvaría?
―Sus
genes son necesarios. Podríamos curar a todos. Ella es la fuente de la
perfección humana.
―Es
especulación.
―Es
un acto de fe.
La volvió a mirar. Una lágrima surcó la
mejilla de la muchacha y Karmor no supo qué hacer.
Viridiana despertó de golpe “Hay que salir de
acá”, dijo determinante.
―Pero…
―¡Anem! ―gritó y ambos corrieron en medio
de la oscuridad.
Corrieron sin orientación, entre las piedras,
entre pedazos de construcciones derrumbadas. Ella eludía cada obstáculo de
forma asombrosa mientras que Karmor cayó varias veces al tropezar con todo lo
que estaba en el suelo. “¿Ve en la oscuridad…?”, se preguntó y no supo si
alegrarse o temer. Sin embargo, no había tiempo para deliberar. Como pudo la
siguió. Hasta que ella se frenó de golpe y extendió un brazo con el que Karmor
se topó.
―¿Qué…?
―Hay
un precipicio frente a nosotros…
―¿Cómo
puedes saber si no se ve nada?
Ella omitió responder.
―¡Viridiana,
que hacemos! Ya vienen, por Dios…este es nuestro fin.
―Hay
que resistir un poco más.
La joven tomó la mano de Karmor y cuando pudo
sentir el aroma de los salvajes se tiró al precipicio arrastrándolo con ella.
La horda de deformes se arrojó también, sin pensar, sin entender siquiera que
los habían emboscado. Cayeron absolutamente todos. Viridiana quedó suspendida
de un hierro que sobresalía del piso, y Karmor colgó de su mano. Aterrorizado. Si
Viridiana lo decidía, él sucumbiría con los demás.
Lentamente, subieron. Asombrado y
preguntándose para que lo habían mandado a protegerla, Karmor no supo qué decir
o si hacer algo. Ella era casi una máquina y no titubeaba ante el peligro. No
lo necesitaba.
Caminaron el trecho que quedaba hasta el
parlamento. Exhaustos. El sol comenzó a salir, tenue, por el horizonte mientras
que el gran edificio se hacía cada vez más imponente.
―Bienvenidos
El Jefe les abrió las puertas y los invitó a
pasar al hall. En una mesita había frutas, agua y una bolsa llena de algo que
Karmor supuso sería dinero.
―Karmor,
acá está tu pago. Ya te puedes retirar.
Karmor agarró la bolsa que le extendía el
Jefe, perplejo. No recibió ni el agua, ni la comida o una cama caliente para
descansar. Tampoco explicaciones.
―Gracias
señor. No sé por qué me mandó a protegerla…ella no lo necesitaba.
―Viridiana
lo pidió. ―dijo con una sonrisa el Jefe mientras lo acompañaba a la salida.
La urgencia por el despacho alertó a Karmor que
miró automáticamente a Viridiana. La miró a los ojos y vio lágrimas, la única
emoción que ella había expresado desde que se habían conocido. Detrás, en un
cuarto que tenía la puerta entreabierta, una camilla tenía todo preparado para
comenzar con la disección. “Sus genes son críticos para salvar a la humanidad”,
recordó.
―Señor
¿cómo usará los genes de Viridiana para salvar a la humanidad?
―No
es algo que te incumba ¿no?
El Jefe intentó cerrar la puerta, pero Karmor
lo impidió. El hombre, perdió enseguida la paciencia y sacó un arma y disparó,
aunque Viridiana se atravesó. Prácticamente voló de un salto y recibió una bala
por Karmor. Cayó herida al instante. Con odio Karmor usó su espada y decapitó
al Jefe de un solo golpe. “¿Qué hice?”, se preguntó mientras se acercó a la
joven que sangraba por un costado, para asistirá. Viridiana apenas se dejó
ayudar y él notó que la herida no era grave.
―Viridiana…
¿por qué lo hiciste?
―No
podía matarlo yo misma…―dijo la joven mientras se incorporaba con alguna
dificultad―, él estaba protegido con una magia muy potente…una mayor a la que
poseo.
Ante la mirada perpleja de Karmor y con la
misma espada que él había usado con el Jefe, Viridiana lo atravesó de lado a
lado. El joven hombre cayó de rodillas y tardó unos instantes en morir.
Mientras agonizaba escuchó:
―Sí.
Carezco de sentiments. Ese es el
costo de no tener lesiones en mi piel…y de tener otras habilitats. El mundo necesita a alguien como yo para que los guie…no
para que los cure. Prefiero regnar y
que me veneren.
Y se
preparó para comunicarle al “pueblo”, el cambio de gestión.
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