Aquel fue un día nefasto
para Nelly alias “Rizos Dorados”. Habían llegado unas jovenzuelas nuevas al
burdel donde trabajaba y cuando esto ocurría el ganado viejo, como las llamaba
la Bruja Blanca, debía salir al exterior a ganarse las habichuelas.
Esto significaba andar
perdida por la gran ciudad, durante horas, pasando hambre y frío, además de
atender a vete tú a saber qué tipo clientes. No obstante, si la madame lo
ordenaba entonces tocaba obedecer sin rechistar.
Nelly caminó tanto, que
terminó llegando al extrarradio de la ciudad. Una vez allí, con los pies
doloridos por los tacones de aguja, decidió parar a descansar. «Seguro que las
novatas no lo deben estar pasando mejor» se consoló. Madame Bruja Blanca no
sentía empatía por ningún ser humano y solo le interesaba su propio beneficio
personal. La adicción al polvo nasal, de ahí lo de blanca, la obligaba a gastar
ingentes cantidades de dinero que debían producir sus chicas para costear su
vicio abyecto.
Apoyada en la farola, Nelly
inclinó el cuerpo para sacarse uno de los zapatos. Llevaba rato con una pequeña
china en el interior que la estaba torturando. Luego, más aliviada, echó un
vistazo alrededor y fue cuando descubrió la caseta de la obra en medio de un
descampado.
No era el hotel Ritz pero
bien le podía servir para descansar un rato. Se acercó sigilosa, miró a través
de dos pequeños ventanales y al ver que no había nadie dentro, probó suerte con
la manilla, que cedió a su presión abriéndose la puerta.
El interior era más espacioso
de lo que parecía desde el exterior y lo primero que encontró fue una mesa con
tres bocadillos encima. El grandote, uno mediano y otro pequeño, todos ellos envueltos
en papel de aluminio.
Curiosa y algo hambrienta,
después del largo paseo, probó suerte desenvolviendo el primer bocadillo, el
grande. Éste apestaba a atún y ella, como era alérgica al pescado, lo dejó de
nuevo. Decidió probar el mediano pero notó el pan muy duro. Solo quedaba el
pequeño y su agradable sorpresa fue la de encontrarse un bollito de pan de
leche, tierno y jugoso, relleno de un queso suave. Tras darle mordisco de
prueba, no dudó en comérselo entero.
Al terminar de comer, le
entró un poco de frío. Buscando con que cubrirse, en una esquina de la caseta,
encontró unas chaquetas colgadas de un perchero. La primera que cogió era
inmensa y cabían tres como ella, allí dentro. La siguiente, le produjo una especie
de urticaria al intentar ponérsela y la descartó también. Cogiendo la más
pequeña, se la puso y casi cuando había conseguido cerrar la cremallera del
todo… ¡ris ras! La chaqueta se rasgó por completo de arriba abajo. Se la quitó
y la volvió a dejar colgada.
Al fondo, descubrió tres
jergones tirados en el suelo. Seguramente eran usados por los obreros para
echarse la siesta y solo pensar en ello se le empezaron a cerrar los ojos. Se
tiró encima del colchón grandote, pero un hedor repugnante la hizo levantarse
de nuevo. Aquello olía a oso peludo sin lavar. Intentó la misma operación con
el mediano aunque un olor parecido, más zorruno, la estuvo a punto de hacer
desistir en su intento de descansar. «Al menos podían haber oreado un poco las
piltras», pensó la “Rizos Dorados”. Parecía que nadie se duchaba allí desde
hacía mucho tiempo.
En el tercer colchón, el
pequeño, Nelly encontró más asumible el aroma a machote y allí acabó sumergida
en los brazos de Morfeo.
A media tarde, Frank, su
parienta La Cheli y su único hijo Tumnus, regresaron a la caseta que les servía
de hogar desde que los habían desahuciado por no poder pagar el alquiler. Los
tres traían más hambre que el perro del afilador, que se comía las chispas de
su dueño para echarse algo caliente al cuerpo.
Una vez dentro fueron
directos a por los bocatas que habían preparado por la mañana y Frank le gritó
a La Cheli:
—¡Estoy harto de que te
dejes el bocadillo sin tapar que luego se lo comen las hormigas!
—Los he tapado antes de
irnos, ¿no ves el papel de plata? —respondió ella.
—¡El mío ha volado! —gritó
Tumnus.
—¡Me voy a cagar en todo lo
que se menea! —gritó entonces Frank.
—Mirad a ver si falta algo
más, igual han entrado a robar —dijo entonces La Cheli.
Los tres empezaron a
rebuscar y fue cuando Frank descubrió las chaquetas revueltas en el perchero.
Se puso a comprobar la suya y gritó de nuevo:
—¡Alguien ha alborotado el
perchero y se ha puesto mi tabardo!
—Veis lo que os decía. Han
entrado a robar y han registrado los bolsillos de la mía también —dijo La
Cheli.
—¡Pues a mí me la han rajado
entera! —gritó Tumnus mosqueado.
Del fondo de la caseta, en
la zona de los jergones, empezaron a llegar unos ronquidos espectaculares.
Frank sacó entonces la navaja trapera y con un gesto los mandó callar a todos.
Despacio, se fueron aproximando al colchón más grande y vieron que alguien se
había tumbado encima. Después, comprobaron que en el otro, el de La Cheli,
también estaba fuera de su sitio. Solo quedaba uno y allí fue donde
descubrieron a Nelly en el séptimo cielo.
—¡Sera posible! ¡¿Habéis
visto como ronca la tía cerda esta?!
Esta vez fue La Cheli, la
que gritó como una loca. Que se comieran un bocadillo tenía un pase, que
alguien rajara la chaqueta del crio, pues aún. Pero que otra hembra se tumbara
cerca del catre de su hombre, eso sí que la ponía a cien.
Su marido tuvo que frenarla
para evitar que sacara a Nelly, de los pelos, arrastrándola hacia la salida.
Entonces debido al alboroto fue cuando por fin se despertó. Posó su mirada
somnolienta sobre ellos y al ver a Frank, con la navaja abierta en la mano,
pegó un grito salvaje:
—¡ahhhhhhh! ¡No me mates,
solo me he comido un bocadillo, lo juro!
Aquí fue Tumnus el que trató
de poner algo de paz, en el asunto, intentando tranquilizar a Nelly:
—No sé quién eres ni que
haces aquí, pero te recomiendo que vuelvas por dónde has venido.
Viendo que se incorporaba
para marcharse, Frank guardó la navaja y pasó a controlar a La Cheli que presta
a saltar como una pantera, no perdía de vista a Nelly ni un instante.
Fuera casi había anochecido
y Tumnus, apiadándose de “Rizos Dorados”, le propuso acompañarla hasta la
parada del metro más cercana. Una vez allí, ella en agradecimiento, depositó un
beso en los labios del joven y se marchó de regreso al burdel. Ahora le tocaba
inventar una buena excusa para evitar que la Bruja Blanca la despellejase viva.
– FIN –
Consigna: Deberás
reescribir «Ricitos de Oro». La trama debe transcurrir en la actualidad. Y
deberás incluir dos protagonistas de la saga «Las Crónicas de Narnia».
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