lunes, 29 de octubre de 2018

Tacones lejanos

Por Daniel Canals Flores.

Aquel fue un día nefasto para Nelly alias “Rizos Dorados”. Habían llegado unas jovenzuelas nuevas al burdel donde trabajaba y cuando esto ocurría el ganado viejo, como las llamaba la Bruja Blanca, debía salir al exterior a ganarse las habichuelas.
Esto significaba andar perdida por la gran ciudad, durante horas, pasando hambre y frío, además de atender a vete tú a saber qué tipo clientes. No obstante, si la madame lo ordenaba entonces tocaba obedecer sin rechistar.
Nelly caminó tanto, que terminó llegando al extrarradio de la ciudad. Una vez allí, con los pies doloridos por los tacones de aguja, decidió parar a descansar. «Seguro que las novatas no lo deben estar pasando mejor» se consoló. Madame Bruja Blanca no sentía empatía por ningún ser humano y solo le interesaba su propio beneficio personal. La adicción al polvo nasal, de ahí lo de blanca, la obligaba a gastar ingentes cantidades de dinero que debían producir sus chicas para costear su vicio abyecto.
Apoyada en la farola, Nelly inclinó el cuerpo para sacarse uno de los zapatos. Llevaba rato con una pequeña china en el interior que la estaba torturando. Luego, más aliviada, echó un vistazo alrededor y fue cuando descubrió la caseta de la obra en medio de un descampado.
No era el hotel Ritz pero bien le podía servir para descansar un rato. Se acercó sigilosa, miró a través de dos pequeños ventanales y al ver que no había nadie dentro, probó suerte con la manilla, que cedió a su presión abriéndose la puerta.
El interior era más espacioso de lo que parecía desde el exterior y lo primero que encontró fue una mesa con tres bocadillos encima. El grandote, uno mediano y otro pequeño, todos ellos envueltos en papel de aluminio.
Curiosa y algo hambrienta, después del largo paseo, probó suerte desenvolviendo el primer bocadillo, el grande. Éste apestaba a atún y ella, como era alérgica al pescado, lo dejó de nuevo. Decidió probar el mediano pero notó el pan muy duro. Solo quedaba el pequeño y su agradable sorpresa fue la de encontrarse un bollito de pan de leche, tierno y jugoso, relleno de un queso suave. Tras darle mordisco de prueba, no dudó en comérselo entero.
Al terminar de comer, le entró un poco de frío. Buscando con que cubrirse, en una esquina de la caseta, encontró unas chaquetas colgadas de un perchero. La primera que cogió era inmensa y cabían tres como ella, allí dentro. La siguiente, le produjo una especie de urticaria al intentar ponérsela y la descartó también. Cogiendo la más pequeña, se la puso y casi cuando había conseguido cerrar la cremallera del todo… ¡ris ras! La chaqueta se rasgó por completo de arriba abajo. Se la quitó y la volvió a dejar colgada.
Al fondo, descubrió tres jergones tirados en el suelo. Seguramente eran usados por los obreros para echarse la siesta y solo pensar en ello se le empezaron a cerrar los ojos. Se tiró encima del colchón grandote, pero un hedor repugnante la hizo levantarse de nuevo. Aquello olía a oso peludo sin lavar. Intentó la misma operación con el mediano aunque un olor parecido, más zorruno, la estuvo a punto de hacer desistir en su intento de descansar. «Al menos podían haber oreado un poco las piltras», pensó la “Rizos Dorados”. Parecía que nadie se duchaba allí desde hacía mucho tiempo.
En el tercer colchón, el pequeño, Nelly encontró más asumible el aroma a machote y allí acabó sumergida en los brazos de Morfeo.
A media tarde, Frank, su parienta La Cheli y su único hijo Tumnus, regresaron a la caseta que les servía de hogar desde que los habían desahuciado por no poder pagar el alquiler. Los tres traían más hambre que el perro del afilador, que se comía las chispas de su dueño para echarse algo caliente al cuerpo.
Una vez dentro fueron directos a por los bocatas que habían preparado por la mañana y Frank le gritó a La Cheli:
—¡Estoy harto de que te dejes el bocadillo sin tapar que luego se lo comen las hormigas!
—Los he tapado antes de irnos, ¿no ves el papel de plata? —respondió ella.
—¡El mío ha volado! —gritó Tumnus.
—¡Me voy a cagar en todo lo que se menea! —gritó entonces Frank.
—Mirad a ver si falta algo más, igual han entrado a robar —dijo entonces La Cheli.
Los tres empezaron a rebuscar y fue cuando Frank descubrió las chaquetas revueltas en el perchero. Se puso a comprobar la suya y gritó de nuevo:
—¡Alguien ha alborotado el perchero y se ha puesto mi tabardo!
—Veis lo que os decía. Han entrado a robar y han registrado los bolsillos de la mía también —dijo La Cheli.
—¡Pues a mí me la han rajado entera! —gritó Tumnus mosqueado.
Del fondo de la caseta, en la zona de los jergones, empezaron a llegar unos ronquidos espectaculares. Frank sacó entonces la navaja trapera y con un gesto los mandó callar a todos. Despacio, se fueron aproximando al colchón más grande y vieron que alguien se había tumbado encima. Después, comprobaron que en el otro, el de La Cheli, también estaba fuera de su sitio. Solo quedaba uno y allí fue donde descubrieron a Nelly en el séptimo cielo.
—¡Sera posible! ¡¿Habéis visto como ronca la tía cerda esta?!
Esta vez fue La Cheli, la que gritó como una loca. Que se comieran un bocadillo tenía un pase, que alguien rajara la chaqueta del crio, pues aún. Pero que otra hembra se tumbara cerca del catre de su hombre, eso sí que la ponía a cien.
Su marido tuvo que frenarla para evitar que sacara a Nelly, de los pelos, arrastrándola hacia la salida. Entonces debido al alboroto fue cuando por fin se despertó. Posó su mirada somnolienta sobre ellos y al ver a Frank, con la navaja abierta en la mano, pegó un grito salvaje:
—¡ahhhhhhh! ¡No me mates, solo me he comido un bocadillo, lo juro!
Aquí fue Tumnus el que trató de poner algo de paz, en el asunto, intentando tranquilizar a Nelly:
—No sé quién eres ni que haces aquí, pero te recomiendo que vuelvas por dónde has venido.
Viendo que se incorporaba para marcharse, Frank guardó la navaja y pasó a controlar a La Cheli que presta a saltar como una pantera, no perdía de vista a Nelly ni un instante.
Fuera casi había anochecido y Tumnus, apiadándose de “Rizos Dorados”, le propuso acompañarla hasta la parada del metro más cercana. Una vez allí, ella en agradecimiento, depositó un beso en los labios del joven y se marchó de regreso al burdel. Ahora le tocaba inventar una buena excusa para evitar que la Bruja Blanca la despellejase viva. 

– FIN –

Consigna: Deberás reescribir «Ricitos de Oro». La trama debe transcurrir en la actualidad. Y deberás incluir dos protagonistas de la saga «Las Crónicas de Narnia».


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