La
mitad del pelotón había sido destrozada ante nuestros ojos de maneras
espantosas en manos de los Zorg. El estado tanto físico como anímico de la
mitad superviviente era deplorable. Las noticias del frente no eran
alentadoras: eran nulas. El mensajero, un joven adiestrado de raza élfica
mestiza, no había logrado hacer contacto con nuestro capitán, y ese sólo hecho
ya daba cuenta de la gravedad de la situación. Los mensajeros formaban parte de
una elite especializada en materia de orientación y el adicional de poseer
sangre élfica lo situaba en una minoría privilegiada, que sobrevivía, siempre.
Corrían rumores acerca de rituales mágicos que les proporcionaban poderes inimaginables, se hablaba de colmillos de dragón y runas extrañas. Ellos jamás pronunciaron palabra al respecto. Los elfos podían ser muy cerrados a la mirada humana, y con justa razón.
Corrían rumores acerca de rituales mágicos que les proporcionaban poderes inimaginables, se hablaba de colmillos de dragón y runas extrañas. Ellos jamás pronunciaron palabra al respecto. Los elfos podían ser muy cerrados a la mirada humana, y con justa razón.
No
teníamos idea de lo que nos esperaba de continuar avanzando. Retroceder no era
una opción. Éramos el bando perdedor, lo único que quedaba detrás de nosotros
era el enemigo victorioso y nuestros compañeros que no pudieron recibir una
debida sepultura.
Me
senté sobre la tierra y recosté la espalda en una gran piedra para recuperar un
poco el aliento. Hacía una semana que caminábamos sin parar, casi en círculos.
Este era un dato menor, puesto que el principal objetivo era que los Zorg no
nos dieran alcance. La comida se había acabado hacía dos días. Las horas de
descanso nunca eran suficientes, nadie en su sano juicio podía dormir
profundamente en nuestra situación. De todas formas, el enemigo tampoco lo
permitía. Nos asediaban de manera permanente, a veces daba la sensación de que
esperaban a que nos aprestáramos a descansar para arremeter sobre el
campamento. Lo que habíamos dado por una raza monstruosa que rayaba en lo
animal, resultó poseer la enorme capacidad de mermar nuestra salud mental. Así,
nos sobresaltábamos al menor sonido, y el descanso no podía considerarse como
tal.
Arranqué
unos pedazos de musgo de la piedra y me los llevé a la boca. Sabía amargo, a
humedad y tierra. Sabía a poco. Mi estómago gruñó enojado. Poseía el mismo
humor que mis compañeros soldados. Sin embargo, nuestra rabia no se comparaba
con la del enemigo. Tarde comprendimos que intentar recuperar el territorio
donde se habían atrincherado en el último siglo era una pésima idea. Caímos en
sus dominios, donde siempre tendrían ventaja. Creímos que nuestras armas de
fuego harían la diferencia, no contamos con su fuerza bruta, su inteligencia
similar a la humana, pero sobre todo no contamos con los Urks, que eran pocos
pero despiadados. Animales sanguinarios entrenados para cazarnos y
destrozarnos, bestias del tamaño de leones, pero con una dentadura similar a la
del cocodrilo. Sus garras nos proporcionaron las escenas de pesadilla más
sanguinarias que ni el más psicópata de entre nosotros habría podido imaginar.
El
sol estaba cayendo una vez más sobre nuestras vidas. Quedábamos menos de diez,
huraños y silenciosos, acurrucados donde pudiéramos para darle un poco de
tregua a nuestros cuerpos maltratados. Esa fue la primera vez que lo vi y, por
desgracia, no fui el único.
Cabeceé
varias veces antes de poder cerrar los ojos por un tiempo más prolongado. Había
contemplado a mis compañeros acomodarse, algunos tan heridos y cansados que
nunca sabíamos si volverían a despertar. Una de las veces que abrí los ojos
sobresaltado creí ver una figura ajena al pelotón arrodillada ante Ruiz, uno de
los más maltrechos. No me puse en estado de alerta porque no se parecía ni un
poco a un Zorg, así que la extenuación pudo más y el mundo se apagó de vuelta.
Lo próximo que supe fue que algo explotaba encima de mí. La realidad se enfocó
de golpe con dolorosa nitidez. No pude dejar de gritar hasta que alguien se
abalanzó sobre mí y me tapó la boca con fuerza hasta que perdí el conocimiento.
Cuando
volví a despertar ya nada era igual. Me encontraba encajado entre piedras y
maderas en un lugar semiderruido, parecían ser las ruinas de una vivienda
precaria. Mis compañeros habían desaparecido y ya era noche cerrada. Intenté
levantarme sin éxito, sólo atiné a ponerme de rodillas y el dolor en el costado
se hizo tan intenso que volví a desmayarme.
Los
días siguientes fueron una suerte de limbo, donde los sueños se mezclaban con
los pensamientos. En algún momento deduje que uno de mis compañeros había
avistado al visitante extranjero, que probablemente estuviera cerca de mí, y
había reaccionado arrojando una granada. Tuve la suerte de que no cayera tan
cerca como había pretendido. Pero mi costado había sufrido una herida enorme.
Ver las propias costillas lo pone a uno en perspectiva de lo frágil que es
nuestro cuerpo. Esa sola jaula protege los órganos vitales de las embestidas de
los Urks. Si en algún momento tuve esperanzas de salir con vida de todo
aquello, de ese momento en adelante la
fui, poco a poco, dando por perdida.
Volví
a despertar, esta vez más lúcido que las veces anteriores, y comprendí que no
podría mover las piernas. Estaban dormidas por completo. Una sombra silenciosa
llamó mi atención entre los árboles. Mi cuerpo se puso en tensión. Casi dejo
escapar una carcajada ante lo absurdo de la situación ¿Acaso podría ofrecer la
más mínima resistencia a un ataque? Entonces aquel desconocido infiltrado en mi
pelotón salió de entre las sombras y se acercó lentamente. Caminaba en cuatro
patas y arrastraba una pierna tras de sí. La suciedad que cubría su cuerpo no
dejaba entrever si poseía más heridas. Sus ojos miraron desconfiados los
alrededores. Una vez que se detuvo frente a mí, rebuscó entre los harapos que
vestía y desperdigó por el suelo cosas que poseían un brillo y un aroma
perturbadores. Tardé en darme cuenta de qué se trataba: un hígado, un corazón y
otras cosas que mi mente se negó a identificar. Miré confundido el torso de la
criatura buscando su proveniencia, pero parecía entero. La imaginé entonces
escarbando en los cadáveres frescos, cuerpos cuya vida quizás aún latiera con
una tozudez ignorada por nuestra pequeña bestia carroñera. Mis tripas se
revolucionaron, pero no había qué vomitar, así que sólo emití una arcada
interminable. Quise alejar mis maltrechos despojos de aquel ser, ya imaginaba
mis órganos abandonándome antes que mi alma, y si bien no tenía esperanzas de
sobrevivir, no había pensado que pudiera ponerse más fea la cosa de lo que ya
iba. Mis piernas no respondieron, tampoco es que hubiera lugar adónde ir, y al
moverme la herida en mi costado quedó al descubierto.
La criatura abrió grandes los ojos, olfateó hasta pegarse a mí y pasó un dedo con delicadeza por mis costillas expuestas. Al tenerlo tan cerca pude captar la esencia a musgo que despedía su cuerpo, un gran colmillo manchado de sangre pendía de su cuello amarrado con una tira de cuero. Entonces le presté mayor atención y noté sus orejas puntiagudas tras el cabello enmarañado. Mi corazón se aceleró. Quería hacerle tantas preguntas… El sonido de un golpe tras las ruinas lo hizo sobresaltar. Pude ver sus ojos y no distinguí en ellos la desesperación de la locura. Sin embargo ese brillo en su mirada…
La criatura abrió grandes los ojos, olfateó hasta pegarse a mí y pasó un dedo con delicadeza por mis costillas expuestas. Al tenerlo tan cerca pude captar la esencia a musgo que despedía su cuerpo, un gran colmillo manchado de sangre pendía de su cuello amarrado con una tira de cuero. Entonces le presté mayor atención y noté sus orejas puntiagudas tras el cabello enmarañado. Mi corazón se aceleró. Quería hacerle tantas preguntas… El sonido de un golpe tras las ruinas lo hizo sobresaltar. Pude ver sus ojos y no distinguí en ellos la desesperación de la locura. Sin embargo ese brillo en su mirada…
Recogió
veloz los órganos desperdigados mientras susurraba palabras incomprensibles, me dejó el corazón en los huesos, y yo de
rodillas sin poder reaccionar, observé su figura perderse entre los
matorrales.
Agucé el oído. El idioma proveniente de entre las ruinas era el de los Zorg. Tomé la carne que quedara sobre mis costillas, la acerqué a mi rostro con los ojos cerrados y, muy a mi pesar, se me hizo agua la boca. Parecía tener pequeños cortes en la superficie. Extraje como pude el cuchillo que guardaba en una bota, mover las piernas era un suplicio. Corté aquella ofrenda en varios pedazos y la engullí sin miramientos. Bien podía ser mi última comida.
Agucé el oído. El idioma proveniente de entre las ruinas era el de los Zorg. Tomé la carne que quedara sobre mis costillas, la acerqué a mi rostro con los ojos cerrados y, muy a mi pesar, se me hizo agua la boca. Parecía tener pequeños cortes en la superficie. Extraje como pude el cuchillo que guardaba en una bota, mover las piernas era un suplicio. Corté aquella ofrenda en varios pedazos y la engullí sin miramientos. Bien podía ser mi última comida.
En
cuanto hube tragado el último pedazo, sentí una oleada de fuego recorrer mi
cuerpo. No era como si quemara, sino como una energía arrolladora, desbordante.
Dolía sentir la sangre corriendo por mis venas, un vigor renovado se apoderó de
mi cuerpo, los músculos se tensaron y de pronto me vi de pie. Sentí un hambre
feroz invadir mi cuerpo, un apetito nuevo, insano. Vi con el rabillo del ojo al
elfo mensajero entre las sombras haciendo gestos extraños con las manos, pero
mi atención estaba fija en las ruinas. El aroma de los Zorg y los Urk me
llamaba. Un hilo de saliva chorreó por mi barbilla, de mi pecho escapó un grito
que me pareció un aullido que expresaba toda mi furia acumulada. Me agaché para
tomar impulso y me arrojé hacia donde estaba el enemigo para saciar con
urgencia este nuevo apetito que me desbordaba.
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