lunes, 29 de octubre de 2018

Bruma azul

Por Elena Beatriz Viterbo.

Todo comenzó la noche en la que Cenicienta, tras recibir una bronca por parte del príncipe, decidió mudarse al cuarto de invitados. Un rato antes su esposo le había dicho que ya estaba harto de su comportamiento, que se diera cuenta de que ella pertenecía a la monarquía. Antes de ordenarle que se retirase a meditar, el príncipe le advirtió que no le fuera llorando de nuevo a la vieja y senil madrina, que ella tenía la culpa de todo, por consentirle todos los caprichos, como esos libros de aventuras sacados de no se sabe dónde.
—En fin, querida, una vez pensé que te haría ilusión compartir mi mundo —suspiró el príncipe, mientras abría una vitrina donde resplandecía el zapato de cristal—. ¿Recuerdas? —sonrió acariciándolo como se acarician los trofeos.
Cenicienta abrió la boca para decirle que podía meterse su mundo por el mismo sitio que el zapato, pero la volvió a cerrar porque no quería ver a la pobre vieja asomándose por el ventanuco del torreón para ver si los cuervos se habían comido los tomates de su huerto.
—Ahora retírate —ordenó el príncipe, sin mirarla.
Cautiva entre aquellas paredes y asomada al vertiginoso ventanuco desde el que se podía ver todo el reino, Cenicienta  buscó la luna y la encontró medio recostada sobre las lejanas montañas. ¿Qué habría detrás de ella?, se preguntó suspirando ¿Y detrás de lo que había detrás?
—Hada querida, no puedo más. Me aburro hasta el dolor en este ambiente rancio, frío y estirado. Quiero viajar, quiero conocer otros mundos, otras gentes. Madrina, quiero saber qué tiene la luna en la espalda.
—Pues un cráter, hija. Querida, desde que devoráis un libro tras otro no se os entiende una sola palabra. En fin, venid mañana, cuando salga esa luna vuestra. Estaré en mi huerto. Si no me han apresado los hombres del rey.
Cenicienta llegó a la hora convenida. Allí la esperaba la anciana con un extraño fruto sobre el regazo.
—No arruguéis el morro, tontuela. Es un deseo diferente y requiere otro fruto. Se trata de una berenjena, la más grande, negra y brillante que he encontrado. Y ahora, decidme: ¿Estáis completamente segura de que queréis ver otros mundos?
—No quiero vivir con una escoba clavada en el culo eternamente. Sí, lo estoy.
—Entonces colocaos dentro del círculo.
La anciana puso la berenjena dentro de la circunferencia junto a los dos ratoncillos de rigor y dos cucarachas que sacó de un bote de mermelada.
—¿Cucarachas, madrina? —exclamó la princesa, sorprendida.
—Consideradlas un regalo. Adiós, querida.
Cuando la vieja, con los brazos alzados al cielo y los ojos en blanco, pronunció la última palabra del conjuro, la tierra comenzó a temblar de forma violenta, el cielo se  ennegreció y el suelo se abrió como se abren las heridas. Enormes piedras saltaron por los aires y los árboles se doblaron vencidos. De las entrañas de la tierra emergió una punta acerada y corroída como una vieja lanza que fue levantándose  y levantándose como un gigante de hierro dormido. La gran mole estaba cubierta de tierra, raíces y una especie de ácido proveniente del estómago nucleico.
A continuación se oyó una gran explosión. Unos segundos después, Cenicienta se encontró tirada en el suelo de la nave.
—Vaya, la famosa Cenicienta. Así que tú también formas parte de este despropósito —exclamó, socarrón, un joven muy guapo, ofreciéndole la mano—. Espera, ¡déjame adivinarlo! Tu hada madrina ha confundido la carroza con una nave interplanetaria. Por cierto, no sé si lo sabes, pero esa vieja era una tipa jodidamente perversa.
—¿Era?
—¡Ah! Que no lo sabes. La pobre ha muerto achicharrada como un chorizo de cantimpalo cuando la nave ha despegado. Se lo merecía, porque no tienes ni idea del berenjenal en que nos ha metido. Primero: esta nave parece sacada de una «peli» de terror. Segundo: exceptuando a mi amigo, el copiloto Underwood, las dos individuas que he encontrado atadas en la bodega son los bichos siderales más repugnantes que he visto en mi vida. Tercero: vamos rumbo a un planeta del que no se sale con vida. Y ahora llega el momento de las presentaciones: mi nombre es Percy Jackson, como puedes apreciar soy la hostia de guapo y estoy más bueno que el pan.
—Guapo y engreído, todo un clásico. A ver, ¿qué sabes del planeta al que vamos? —preguntó la princesa.
Jackson soltó una carcajada y después la puso al corriente. El planeta al que se dirigían cagando leches era ni más ni menos que Plutón, y la misión encomendada era localizar y exterminar a una colonia de topos mutantes que se habían convertido claramente en una amenaza a muy corto plazo.
—¿Topos? —exclamó Cenicienta, estupefacta—. ¿Esos achuchables animalillos?
—Novata… —exclamó Jackson suspirando—. Madre, cuéntanos más sobre esos bichos mutantes.
Del panel de control y localización sonaron unas notas musicales. ¿Era la sinfonía de Las cuatro estaciones de Vivaldi?
—Esos seres, a los que habéis etiquetado infantilmente como «topos mutantes», no solo han desarrollado una gran inteligencia, una inteligencia fría y calculadora, científica y estratégica, sino que se han hecho invencibles en mitad de ese clima inhóspito y devastador. Hace mucho que se acostumbraron a las temperaturas gélidas, a los vientos huracanados de Plutón.
—Lo dicho, Ceni, tu madrina era una enferma mental —dijo Jackson—. Gracias Madre. ¿Cabe la posibilidad de que quieras variar el rumbo?
—No, no cabe.
—Gracias, Madre —dijo Percy—. Había que intentarlo. Por cierto, ¿se te ocurre algo para sacarles provecho a esos bichos encadenados a la barra? Supongo que estarán aquí por algo. La vieja no dejó aguja sin enhebrar.
Por los ventanales acristalados y góticos se desplazaban las mágicas nebulosas. Dentro de unas horas aparecería Caronte, el satélite más grande de Plutón,  con sus cráteres hendidos de fracturas y su órbita caprichosa y voluble.
Volvió a aparecer Vivaldi.
—Si la cosa se pone fea metedlas en el convertidor —aconsejó Madre.
—¿Y qué carajo es eso? —preguntó Cenicienta, boquiabierta.
—Es un multiplicador —aclaró Madre—. De cada unidad escaneada sale una réplica idéntica, molecularmente exacta. Llegado el caso podéis obtener un ejército. Quemadles los ojos para que aprendan a moverse en esa oscuridad en la que  vive el enemigo. Luego torturadlas hasta que enloquezcan. Multiplicadas, locas y enfurecidas lo buscarán para destrozarlo. Sintonizad el dial hasta el grado más alto y se volverán, además, gigantescas. Será un combate igualitario.
—Madre, eres satánica —rio Cenicienta.
—Esto promete —palmoteó Jackson—. Las hermanas horripilantes contra los topos mutantes. Madre, ¿tiempo estimado de llegada?
—Una hora y veinte minutos.
—Ventajas del hiperespacio. Pues habrá que darse prisa ¿Qué os parece si iniciamos el plan de tortura? —sonrió Percy con un destornillador en la mano.
Cenicienta sonrío con ternura. Ahora lo entendía todo: la anciana le había ofrecido la posibilidad de vengarse de sus malvadas hermanastras. A un metro de distancia de ellas, un sujeto con pezuñas de cabra fumaba un cigarro tumbado en el suelo mientras les levantaba las faldas para verles las bragas.
—Parece que el plan de tortura ha sido iniciado. Alteza, os presento a mi mejor amigo: Grover Underwood. Ya sé que parece un mal sujeto. No os equivocáis.
—A sus pies, alteza suprema. Aquí tiene a un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo —susurró Grover, lamiendo con su larga lengua el dorso de la mano de la princesa—. Si se trata de torturar  soy vuestro hombre, si se trata de duplicar soy vuestro hombre, si necesitáis quien caliente vuestra fría cápsula nocturna soy vuestro hombre.
—Aquí Madre. En breves minutos iniciaremos la maniobra de acercamiento. Ocupen sus asientos en los módulos.
—Madre, amenízanos la espera. Dinos, ¿Cómo es posible la existencia en un lugar así de lóbrego y helado?
—Por no mencionar que orbita tumbado como el mismísimo John Wayne—intercedió Underwood exhalando una voluta de humo—. En fin, Madre, ¿por qué no nos cuentas de una vez toda la información?
Sonó Vivaldi de nuevo.
—Subatómicamente es imposible que estos seres sean originarios de Plutón. Ahora puedo confirmar que son, en realidad, descendientes de los Mi-Go. Los Mi-Go llegaron hace muchos eones a Plutón o a Yugotth, como lo llamaron ellos, huyendo de una guerra mortal contra los Primigenios. ¿Cómo eran? Ahora puedo informaros de que eran una mezcla entre un crustáceo y un hongo, de unos seis pies de altura, rosáceos, tentaculares, con antenáculos, aletas dorsales y múltiples pares de patas. Como verán, resultaban totalmente todoterrenos. Huyendo de esa guerra llegaron a Plutón y construyeron sus casas estableciéndose en el planeta enano. Ante la imposibilidad de hacerlo en la superficie gélida y ventosa, horadaron la tierra, creando una ciudad subterránea. Una orbe perfecta, construida por unos seres acostumbrados a la oscuridad. Pero tenían muy claro que solo iba a ser por un tiempo, hasta que acabasen la nueva nave construida con un material denominado «Tok´l», un extraño metal que solo se obtiene del núcleo de Plutón. Y tengo malas noticias: ya la han acabado. Y ahora quieren volver a un lugar dónde ya estuvieron hace muchos años, durante el periodo jurásico: La Tierra. Sus planes son continuar con los experimentos que ya iniciaron en ese periodo: experimentar con el cerebro humano, extraerlo, estudiarlo. Nuestra misión, en definitiva, es impedirlo. Nada más que añadir, tripulantes. Les deseo suerte. Ya estamos en Plutón, pueden desactivar sus barras de seguridad. Encontraran todo lo necesario en la bodega de carga. También disponen de todoterrenos eléctricos de ultima fabricación con sensores nucleicos ultrasensibles, que les proporcionaran los datos necesarios para localizar la guarida del enemigo subterráneo.
El satélite más hermoso, casi tan grande como Plutón, descansaba a simple vista casi a un palmo del suelo. Así era el efecto óptico que causaba Caronte. Encabezaba la expedición Underwood, seguido de Percy y Cenicienta. 
—Nada hay más hermoso que un planeta desolado —suspiró Underwood a través de la radio—. Déjense acariciar por la bruma del metano, pero tengan cuidado con los  depósitos de hielo, con los pozos, que no sabemos cuan profundos son. Princesa, ¿no decíais que queríais ver otros mundos? pues no os perdáis la magnífica visión de esas colinas flotantes ominosamente abovedadas, allí a lo lejos. Madre, ¿eres capaz de extasiarte con la flauta dulce del viento huracanado? Claro, no puedes, tu corazón es de hierro. Por favor no se pierdan la vista del fondo: ahí tienen el Tártaro Dorsa, la montaña más alta. Observen la belleza de la corteza helada de las tierras baldías y escarpadas. Glaciares y colinas de hielo de nitrógeno. Cañones de color rosa. Madre, ¿por qué te has callado que nos traías a una trampa? ¿Y tú, princesa? ¿Qué daño le causaste a esa vieja chocha para que te mandara a una prisión mortal de la que no vamos a salir? Dijiste en el trayecto que en su conjuro habló de una entrada y de una salida.
—Madre a tripulantes: recibidos los datos de los sensores nucleicos. Tengo dos noticias que darles. ¿Cuál de las dos quieren recibir primero?
—¿Qué te parece si comienzas por la buena, querida Madre? —dijo Underwood.
—La buena es que debido a la velocidad hiperespacial hemos retrocedido en el tiempo. Plutón se halla vacío. Nada late bajo el hielo. En algún lugar, en otro lugar, los Mi-Go están siendo perseguidos por los Primigenios. Los masacran, pero aún quedan muchos y están calibrando a dónde huir, donde refugiarse. Aún no han decidido venir a Plutón. Hemos llegado antes de que comience la historia.
—Esa es una noticia excelente, Madre —exclamó la princesa, jubilosa—. Eso significa que la misión, sin comenzar, ya ha acabado. Quiere decir que podemos volver a la nave, todos juntos, que ya no necesitamos duplicar a mis hermanastras, que ya no habrá guerra, que podemos lanzarlas por el escotillón como castigo a todas esas humillaciones que me infringieron en el pasado, quiere decir que podemos decidir a qué planeta iremos después  y qué nuevas aventuras emprenderemos. Tal vez Marte. O tal vez ese otro planeta al que llaman X.
—¿Cuál es esa mala noticia, Madre? —preguntó Jackson carraspeando.
—La mala noticia es que, mientras vosotros inspeccionabais el planeta, los bichos que manteníais encadenados a la barra se han arrancado las cadenas a mordiscos, que la furia que han almacenado durante todo el viaje las ha iluminado y han averiguado cómo funciona el convertidor. Que también han encontrado el dial y han entendido muy rápidamente para qué funciona. Que ya van por cien y que se disponen a salir para masacraros. Que resultan magníficas a la vista, que se han vuelto gigantescas, babeantes, que debe haberse colado algún insecto porque han salido del convertidor con una especie de tentáculos a ambos lados de las caderas que les permite desplazarse de una manera grotesca y veloz. Oh, y siento comunicaros que están muy, muy enfadadas —dijo Madre entre los acordes otoñales de Vivaldi.
—¿Ves, princesa, como no mentía cuando te dije que tu madrastra estaba chocha de la hostia? —advirtió Jackson muerto de la risa.


– FIN –

Consigna: Deberás reescribir «Cenicienta» en vida interplanetaria. Y deberás incluir dos protagonistas de «Percy Jackson».


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