Todo comenzó la noche en la que Cenicienta, tras recibir una bronca por
parte del príncipe, decidió mudarse al cuarto de invitados. Un rato antes su
esposo le había dicho que ya estaba harto de su comportamiento, que se diera
cuenta de que ella pertenecía a la monarquía. Antes de ordenarle que se
retirase a meditar, el príncipe le advirtió que no le fuera llorando de nuevo a
la vieja y senil madrina, que ella tenía la culpa de todo, por consentirle
todos los caprichos, como esos libros de aventuras sacados de no se sabe dónde.
—En fin, querida, una vez pensé que te haría ilusión compartir mi mundo —suspiró
el príncipe, mientras abría una vitrina donde resplandecía el zapato de
cristal—. ¿Recuerdas? —sonrió acariciándolo como se acarician los trofeos.
Cenicienta abrió la boca para decirle que podía meterse su mundo por el
mismo sitio que el zapato, pero la volvió a cerrar porque no quería ver a la
pobre vieja asomándose por el ventanuco del torreón para ver si los cuervos se
habían comido los tomates de su huerto.
—Ahora retírate —ordenó el príncipe, sin mirarla.
Cautiva entre aquellas paredes y asomada al vertiginoso ventanuco desde el
que se podía ver todo el reino, Cenicienta buscó la luna y la encontró
medio recostada sobre las lejanas montañas. ¿Qué habría detrás de ella?, se
preguntó suspirando ¿Y detrás de lo que había detrás?
—Hada querida, no puedo más. Me aburro hasta el dolor en este ambiente
rancio, frío y estirado. Quiero viajar, quiero conocer otros mundos, otras
gentes. Madrina, quiero saber qué tiene la luna en la espalda.
—Pues un cráter, hija. Querida, desde que devoráis un libro tras otro no se
os entiende una sola palabra. En fin, venid mañana, cuando salga esa luna
vuestra. Estaré en mi huerto. Si no me han apresado los hombres del rey.
Cenicienta llegó a la hora convenida. Allí la esperaba la anciana con un
extraño fruto sobre el regazo.
—No arruguéis el morro, tontuela. Es un deseo diferente y requiere otro
fruto. Se trata de una berenjena, la más grande, negra y brillante que he
encontrado. Y ahora, decidme: ¿Estáis completamente segura de que queréis ver
otros mundos?
—No quiero vivir con una escoba clavada en el culo eternamente. Sí, lo
estoy.
—Entonces colocaos dentro del círculo.
La anciana puso la berenjena dentro de la circunferencia junto a los dos
ratoncillos de rigor y dos cucarachas que sacó de un bote de mermelada.
—¿Cucarachas, madrina? —exclamó la princesa, sorprendida.
—Consideradlas un regalo. Adiós, querida.
Cuando la vieja, con los brazos alzados al cielo y los ojos en blanco,
pronunció la última palabra del conjuro, la tierra comenzó a temblar de forma
violenta, el cielo se ennegreció y el
suelo se abrió como se abren las heridas. Enormes piedras saltaron por los aires
y los árboles se doblaron vencidos. De las entrañas de la tierra emergió una
punta acerada y corroída como una vieja lanza que fue levantándose y
levantándose como un gigante de hierro dormido. La gran mole estaba cubierta de
tierra, raíces y una especie de ácido proveniente del estómago nucleico.
A continuación se oyó una gran explosión. Unos segundos después, Cenicienta
se encontró tirada en el suelo de la nave.
—Vaya, la famosa Cenicienta. Así que tú también formas parte de este
despropósito —exclamó, socarrón, un joven muy guapo, ofreciéndole la mano—.
Espera, ¡déjame adivinarlo! Tu hada madrina ha confundido la carroza con una
nave interplanetaria. Por cierto, no sé si lo sabes, pero esa vieja era una
tipa jodidamente perversa.
—¿Era?
—¡Ah! Que no lo sabes. La pobre ha muerto achicharrada como un chorizo de
cantimpalo cuando la nave ha despegado. Se lo merecía, porque no tienes ni idea
del berenjenal en que nos ha metido. Primero: esta nave parece sacada de una «peli» de terror. Segundo: exceptuando a mi amigo, el
copiloto Underwood, las dos individuas que he encontrado atadas en la bodega son
los bichos siderales más repugnantes que he visto en mi vida. Tercero: vamos
rumbo a un planeta del que no se sale con vida. Y ahora llega el momento de las
presentaciones: mi nombre es Percy Jackson, como puedes apreciar soy la hostia
de guapo y estoy más bueno que el pan.
—Guapo y engreído, todo un clásico. A ver, ¿qué sabes del planeta al que
vamos? —preguntó la princesa.
Jackson soltó una carcajada y después la puso al corriente. El planeta al
que se dirigían cagando leches era ni más ni menos que Plutón, y la misión encomendada
era localizar y exterminar a una colonia de topos mutantes que se habían
convertido claramente en una amenaza a muy corto plazo.
—¿Topos? —exclamó Cenicienta, estupefacta—. ¿Esos achuchables animalillos?
—Novata… —exclamó Jackson suspirando—. Madre, cuéntanos más sobre esos bichos
mutantes.
Del panel de control y localización sonaron unas notas musicales. ¿Era la
sinfonía de Las cuatro estaciones de Vivaldi?
—Esos seres, a los que habéis etiquetado infantilmente como «topos mutantes», no solo han desarrollado una gran inteligencia, una
inteligencia fría y calculadora, científica y estratégica, sino que se han
hecho invencibles en mitad de ese clima inhóspito y devastador. Hace mucho que
se acostumbraron a las temperaturas gélidas, a los vientos huracanados de
Plutón.
—Lo dicho, Ceni, tu madrina era una enferma mental —dijo Jackson—. Gracias
Madre. ¿Cabe la posibilidad de que quieras variar el rumbo?
—No, no cabe.
—Gracias, Madre —dijo Percy—. Había que intentarlo. Por cierto, ¿se te
ocurre algo para sacarles provecho a esos bichos encadenados a la barra?
Supongo que estarán aquí por algo. La vieja no dejó aguja sin enhebrar.
Por los ventanales acristalados y góticos se desplazaban las mágicas nebulosas.
Dentro de unas horas aparecería Caronte, el satélite más grande de Plutón,
con sus cráteres hendidos de fracturas y su órbita caprichosa y voluble.
Volvió a aparecer Vivaldi.
—Si la cosa se pone fea metedlas en el convertidor —aconsejó Madre.
—¿Y qué carajo es eso? —preguntó Cenicienta, boquiabierta.
—Es un multiplicador —aclaró Madre—. De cada unidad escaneada sale una
réplica idéntica, molecularmente exacta. Llegado el caso podéis obtener un
ejército. Quemadles los ojos para que aprendan a moverse en esa oscuridad en la
que vive el enemigo. Luego torturadlas
hasta que enloquezcan. Multiplicadas, locas y enfurecidas lo buscarán para
destrozarlo. Sintonizad el dial hasta el grado más alto y se volverán, además,
gigantescas. Será un combate igualitario.
—Madre, eres satánica —rio Cenicienta.
—Esto promete —palmoteó Jackson—. Las hermanas horripilantes contra los
topos mutantes. Madre, ¿tiempo estimado de llegada?
—Una hora y veinte minutos.
—Ventajas del hiperespacio. Pues habrá que darse prisa ¿Qué os parece si
iniciamos el plan de tortura? —sonrió Percy con un destornillador en la mano.
Cenicienta sonrío con ternura. Ahora lo entendía todo: la anciana le había
ofrecido la posibilidad de vengarse de sus malvadas hermanastras. A un metro de
distancia de ellas, un sujeto con pezuñas de cabra fumaba un cigarro tumbado en
el suelo mientras les levantaba las faldas para verles las bragas.
—Parece que el plan de tortura ha sido iniciado. Alteza, os presento a mi
mejor amigo: Grover Underwood. Ya sé que parece un mal sujeto. No os
equivocáis.
—A sus pies, alteza suprema. Aquí tiene a un admirador, un amigo, un
esclavo, un siervo —susurró Grover, lamiendo con su larga lengua el dorso de la
mano de la princesa—. Si se trata de torturar
soy vuestro hombre, si se trata de duplicar soy vuestro hombre, si
necesitáis quien caliente vuestra fría cápsula nocturna soy vuestro hombre.
—Aquí Madre. En breves minutos iniciaremos la maniobra de acercamiento. Ocupen
sus asientos en los módulos.
—Madre, amenízanos la espera. Dinos, ¿Cómo es posible la existencia en un
lugar así de lóbrego y helado?
—Por no mencionar que orbita tumbado como el mismísimo John
Wayne—intercedió Underwood exhalando una voluta de humo—. En fin, Madre, ¿por
qué no nos cuentas de una vez toda la información?
Sonó Vivaldi de nuevo.
—Subatómicamente es imposible que estos seres sean originarios de Plutón.
Ahora puedo confirmar que son, en realidad, descendientes de los Mi-Go. Los
Mi-Go llegaron hace muchos eones a Plutón o a Yugotth, como lo llamaron ellos,
huyendo de una guerra mortal contra los Primigenios. ¿Cómo eran? Ahora puedo
informaros de que eran una mezcla entre un crustáceo y un hongo, de unos seis
pies de altura, rosáceos, tentaculares, con antenáculos, aletas dorsales y
múltiples pares de patas. Como verán, resultaban totalmente todoterrenos.
Huyendo de esa guerra llegaron a Plutón y construyeron sus casas
estableciéndose en el planeta enano. Ante la imposibilidad de hacerlo en la
superficie gélida y ventosa, horadaron la tierra, creando una ciudad
subterránea. Una orbe perfecta, construida por unos seres acostumbrados a la
oscuridad. Pero tenían muy claro que solo iba a ser por un tiempo, hasta que acabasen
la nueva nave construida con un material denominado «Tok´l», un extraño metal que solo se obtiene del núcleo de Plutón. Y tengo malas
noticias: ya la han acabado. Y ahora quieren volver a un lugar dónde ya
estuvieron hace muchos años, durante el periodo jurásico: La Tierra. Sus planes
son continuar con los experimentos que ya iniciaron en ese periodo:
experimentar con el cerebro humano, extraerlo, estudiarlo. Nuestra misión, en
definitiva, es impedirlo. Nada más que añadir, tripulantes. Les deseo suerte.
Ya estamos en Plutón, pueden desactivar sus barras de seguridad. Encontraran
todo lo necesario en la bodega de carga. También disponen de todoterrenos
eléctricos de ultima fabricación con sensores nucleicos ultrasensibles, que les
proporcionaran los datos necesarios para localizar la guarida del enemigo
subterráneo.
El satélite más hermoso, casi tan grande como Plutón, descansaba a simple
vista casi a un palmo del suelo. Así era el efecto óptico que causaba Caronte.
Encabezaba la expedición Underwood, seguido de Percy y Cenicienta.
—Nada hay más hermoso que un planeta desolado —suspiró Underwood a través
de la radio—. Déjense acariciar por la bruma del metano, pero tengan cuidado
con los depósitos de hielo, con los pozos,
que no sabemos cuan profundos son. Princesa, ¿no decíais que queríais ver otros
mundos? pues no os perdáis la magnífica visión de esas colinas flotantes
ominosamente abovedadas, allí a lo lejos. Madre, ¿eres capaz de extasiarte con
la flauta dulce del viento huracanado? Claro, no puedes, tu corazón es de
hierro. Por favor no se pierdan la vista del fondo: ahí tienen el Tártaro
Dorsa, la montaña más alta. Observen la belleza de la corteza helada de las
tierras baldías y escarpadas. Glaciares y colinas de hielo de nitrógeno.
Cañones de color rosa. Madre, ¿por qué te has callado que nos traías a una
trampa? ¿Y tú, princesa? ¿Qué daño le causaste a esa vieja chocha para que te
mandara a una prisión mortal de la que no vamos a salir? Dijiste en el trayecto
que en su conjuro habló de una entrada y de una salida.
—Madre a
tripulantes: recibidos los datos de los sensores nucleicos. Tengo dos noticias
que darles. ¿Cuál de las dos quieren recibir primero?
—¿Qué te
parece si comienzas por la buena, querida Madre? —dijo Underwood.
—La
buena es que debido a la velocidad hiperespacial hemos retrocedido en el tiempo.
Plutón se halla vacío. Nada late bajo el hielo. En algún lugar, en otro lugar,
los Mi-Go están siendo perseguidos por los Primigenios. Los masacran, pero aún
quedan muchos y están calibrando a dónde huir, donde refugiarse. Aún no han
decidido venir a Plutón. Hemos llegado antes de que comience la historia.
—Esa es
una noticia excelente, Madre —exclamó la princesa, jubilosa—. Eso significa que
la misión, sin comenzar, ya ha acabado. Quiere decir que podemos volver a la
nave, todos juntos, que ya no necesitamos duplicar a mis hermanastras, que ya
no habrá guerra, que podemos lanzarlas por el escotillón como castigo a todas
esas humillaciones que me infringieron en el pasado, quiere decir que podemos decidir
a qué planeta iremos después y qué
nuevas aventuras emprenderemos. Tal vez Marte. O tal vez ese otro planeta al
que llaman X.
—¿Cuál
es esa mala noticia, Madre? —preguntó Jackson carraspeando.
—La mala
noticia es que, mientras vosotros inspeccionabais el planeta, los bichos que
manteníais encadenados a la barra se han arrancado las cadenas a mordiscos, que
la furia que han almacenado durante todo el viaje las ha iluminado y han
averiguado cómo funciona el convertidor. Que también han encontrado el dial y
han entendido muy rápidamente para qué funciona. Que ya van por cien y que se
disponen a salir para masacraros. Que resultan magníficas a la vista, que se
han vuelto gigantescas, babeantes, que debe haberse colado algún insecto porque
han salido del convertidor con una especie de tentáculos a ambos lados de las
caderas que les permite desplazarse de una manera grotesca y veloz. Oh, y
siento comunicaros que están muy, muy enfadadas —dijo Madre entre los acordes otoñales
de Vivaldi.
—¿Ves,
princesa, como no mentía cuando te dije que tu madrastra estaba chocha de la
hostia? —advirtió Jackson muerto de la risa.
– FIN –
Consigna: Deberás
reescribir «Cenicienta» en vida interplanetaria. Y deberás incluir dos
protagonistas de «Percy Jackson».
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