sábado, 25 de abril de 2015

La batalla de Maipú


Por Ricardo José Vega.

El sol rayó haciendo horizonte
entre la neblina densa que flotaba
y la tropa, agresiva y animosa
los caballos y las armas preparaba....

Las colinas que envolvían el valle
estaban coloridas como en fiesta
y ya salían los fulgores del relumbre
de las carabinas y las bayonetas !!

La batalla comenzaba a remontar el aire
era tormenta o melodía en el desierto
y se mordía la alegría ya agitada
convidando combatientes a la lucha
y a la suerte de ser muertos ...

Eran gauchos de la Patria que nacía
sabían por que estaban luchando
querían dejar su marca
en la calcárea roca ,
su libertaria sangre ardiente y roja
o su grito de victoria resonando
,
La muerte, desde las piedras
ensayaba su sonrisa solitaria
y desde el valle , la Gloria
prometía ... la delicia
de escribir sus nombres en la historia
y regalarles la página....

comenzaron las primeras explosiones
que fueron roncas voces de cañón
y al conjuro del general patriota
la infantería atacó...

Las Heras y Alvarado
tuvieron rápidas y fuertes las acciónes
temeridad y honor
y se trabaron en lucha las legiones
luchando cada cual ...mas y mejor

San Martín lanzó los Granaderos
en ataque oblicuo ...y sorprendió
a los realistas ...que entonces escaparon
rumbo a una estancia y a una población

La caballería de reserva
fue llamada
y los cazadores salieron en campo
O Higgins llegó y en un abrazo
le rindio a San Martin su gratitud.

Osorio ya habia escapado
camuflado...
y Ordoñez atrincherado se rindió
Comenzaba a nacer la Patria Nueva
y la próxima etapa era el Perú.


lunes, 13 de abril de 2015

Super poder

Por Carlos Borrego.

    En este preciso momento recuerdo a mi padre, él en todo momento me decía que sería alguien importante, que sería alguien que haría la diferencia en el mundo; y estoy seguro que esta decisión, la decisión que tome en este momento me llevara a esa diferencia.
    Me llamo Donovan y recuerdo que hace nueve años, cuando comenzaba a leer de una manera más veloz y con mayor comprensión; llego a mis manos la historieta de un personaje que antes de ese momento solo había escuchado su nombre gracias a lejanas voces o gritos de niños vecinos de mi hogar que jugaban en las calles y lo utilizaban mientras jugaban, juegos que terminaban en el justo momento en que de mi boca salían las palabras -¿puedo jugar con ustedes?- además de que el juego terminaba, todos los niños se iban a sus casas; desde mi posición la calle parecía abandonada casi como si nunca un solo niño hubiera puesto un pie sobre ella. La historieta me la dio mi padre, mi viejo, en uno de esos momentos en que me consolaba; exactamente después de que entrara llorando a casa directo a mi habitación, no maldecía, no estaba molesto con esos niños, como todo niño de siete años solo me preguntaba “¿por qué no juegan conmigo?”. En ese momento mi padre y yo hablamos de verdad:
-Donovan, hijo ¿qué te pasa?
-Nada papá, es solo que de nuevo no jugaron conmigo.
-No te preocupes, son solo niños y lo que pasa es que no te conocen.
-Pero papá ¿cómo me conocerán, si no me dan la oportunidad?
    En ese momento me miro, de la forma en que un padre te da a entender que la culpa no es tuya, pero la solución está en tus manos. La historieta que me regalo mi padre era el número dieciséis de Aquaman, era sinceramente una historia malísima, nada importante en la cronología, sin embargo contaba al final de la historieta con un par de páginas dedicadas a la historia del personaje a lo largo de sus cincuenta años de creación; resulta que siempre se ha hablado de él como el personaje de las historietas mas subestimado y suponía el escritor de la nota que se debía a que no era muy conocido por los seguidores.
    A partir de ese día comencé a coleccionar algunas historietas cada que me era posible, no fueron muchos los que llegue a tener en mi poder, pero era suficiente para darme cuenta junto con los programas y películas, de que la ciencia ficción y los super poderes son cosas que existen solo en la imaginación de las personas.
    Pasaron tres años desde ese día, yo ya contaba con una edad de diez años. Mi padre seguía siendo el guía en mi actuar, me mantenía tranquilo y con la esperanza de que la gente es buena, y yo debía ser bueno también; la paciencia y la templanza deberían ser muy tomadas en cuenta por mí, según decía mi padre.
    Pero a partir de un 27 de junio de ese año, tuve un secreto que solo era y es conocido por mí, resultaba muy extraño en verdad y ponía en duda todo lo que yo sabía de la vida (que en una de diez años, no se puede saber mucho), mi madre cayó enferma gracias a una enfermedad que no le dio tregua en ningún momento, todo paso demasiado rápido y yo me entere cuando era muy tarde para que, en la mente de un pequeño puedas hacer algo. Ya no me dejaron verla en sus últimas horas, yo quería estar con ella, salí del hospital y era muy temprano de mañana; el aire era frio y el soplo provenía del este, mientras caminaba me daba en la espalda y un escalofrió recorría mi cuerpo, me sentí solo, triste, frustrado, un sentimiento de vacio se apoderaba de mi mente; las lagrimas comenzaban a brotar de manera mas continua y de pronto la ciudad de Cuernavaca me pareció pequeña, no quería estar aquí, quería irme lejos, esta era la maldita ciudad que me había arrebatado a la primera mujer que ame y que me amo. Recuerdo que no me importaba a donde, yo solo quería irme lejos muy lejos; llegue a una vereda que se veía muy larga y sola, me detuve al momento de llegar a su orilla, en el horizonte no se observaba donde terminaba y me pareció suficiente, comencé a trotar y después a correr, cerré los ojos y seguía corriendo, mientras gritaba y lloraba sentía el aire de mi rostro, el silbido del aire en mis oídos era aterrador porque no existía ni un solo sonido más que se agregara a él; pasaron unos segundos y abrí los ojos, lo que vi me estremeció y entonces el miedo invadió mi corazón, no veía nada claramente, solo líneas de colores pasaban a mi lado; me detuve, todo tomo forma de nuevo y pude ver donde me encontraba, pero eso solo aumento el miedo que sentía, ya no me encontraba a la sombra de los arboles que definían la vereda, a mis espaldas ni siquiera estaba el camino que según yo, acababa de recorrer. Me encontraba en un bosque, el cual me entere varios días después que se encontraba a las afueras de la ciudad; comencé a caminar de regreso por donde llegue, camine y camine solo por unos minutos hasta que logre salir del bosque, enseguida atravesé en lo que sentí fueron treinta minutos una llanura llena de un césped corto con un tono verde como solo se veía en sueños, humedecido con el rocío de la mañana; y hasta ese momento comenzó la vereda en la que inicie a correr.
    No sabía cómo había pasado, pero recorrí varios kilómetros en tan solo un par de segundos cuando corrí. Estaba aun asustado, no entendía nada de lo que pasaba y eso me volvía loco al momento de imaginar el por qué de lo que paso. Regrese caminando, ensimismado en mis pensamientos sin prestar atención a lo que acontecía a mí alrededor, regrese a la realidad en el momento que me vi frente al hospital donde mi madre yacía sin vida ni palabras de cariño para mi… volví a llorar.

    Han pasado cuatro años desde la muerte de mi madre, aun recuerdo el día en que vi su ultimo respiro, está latente en mi mente, nadie hizo nada por ella solo la dejaron morir. Además ese mismo día, estaba el misterio de la vereda, cómo pude recorrer toda esa distancia en tan poco tiempo; no encontré explicación alguna, intente en muchas ocasiones y durante mucho tiempo correr lo más rápido posible sin resultados parecidos. Mi psicólogo dice que el shock por la muerte de mi madre hizo que mi mente me jugara una mala pasada y solo perdí la noción del tiempo y supongo que eso pasó.
    Mi padre ha hecho un buen trabajo, vivimos de buena forma, una casa aceptable y una vida tranquila, y el sigue diciéndome que hare una gran diferencia en el mundo y en muchas vidas; el trato de los compañeros de escuela mejoro, lamentablemente fue por la razón equivocada, tenían un sentimiento de lastima hacia mi persona. La ciudad es peligrosa, como todas en el país, a pesar de ser de las ciudades mas hermosas, muchas áreas verdes, mucha vegetación, es una ciudad limpia; pero los asaltos, secuestros y  muertes comienzan a ser mas comunes, nadie tiene soluciones.
    Cuando a finales de octubre caminaba por la calle de camino a un juego de futbol, vivi una de las peores experiencias de mi vida. Era de mañana, y las calles estaban bastante tranquilas, éramos pocas las personas que en ese momento caminábamos por las calles de Cuernavaca, comenzaba a bajar por una pendiente cuando a mis espaldas se escucharon unos gritos, voltee solo de reojo y era una pareja que discutía, no le di mayor importancia y continúe mi camino unos segundos más; hasta que los gritos sonaban diferentes, retire mis audífonos de mis oídos y comencé a entender los gritos, la mujer decía – ¡Ayuda! Mi hijo, mi hijo– y en el justo momento en que giro mi cabeza hacia atrás, una carriola pasa rápidamente a mi lado al mismo tiempo que bajaba de la banqueta hacia la calle, los padres venían corriendo pero bastante lejos. Sabía que la carriola no contaba con la estabilidad suficiente para mantenerse en pie a altas velocidades, comencé a correr también tras la carriola del pequeño pero no lo alcanzaba, de inmediato vino a mi memoria la manera en que corrí aquella vez y desee con todas mis fuerzas volver a correr igual, cerré mis ojos mientras corría y cuando los volví a abrir, de nuevo estaban a mis lados las líneas de colores y nada era claro, esta vez no me dio miedo y me detuve de manera rápida; en cuanto mi vista se restableció busque al bebe y no lo vi, escuche un rechinido de llantas a mis espaldas y al voltear, observe el momento exacto en que una camioneta impactaba la carriola con el niño dentro; me encontraba a  cinco cuadras de distancia del accidente, sus padres iban llegando a su lado, pero su mirada estaba en mí, me veían de una manera tan extraña que me sentí mal, me observaban como si fuera algún ser extraño… un fenómeno; la camioneta no se detuvo a pesar del impacto con las llantas le paso por encima, chocando con otros autos. Mi mente comenzó a correr, inicio en mi un sentimiento de culpa, pensé “pude haberlo detenido, corrí más rápido de lo necesario”; ya no pude quedarme, no soporte su mirada ni mi pensamiento, me fui a casa. Un poco más tarde las noticias dijeron que después de matar al bebe al pasarle por encima, mato tres personas más en los choques, dos eran niños. Entre en mi cuarto y dormí mucho tiempo.

    El año que siguió fue intenso, el recuerdo de la sangre volando al aire en mi mente se veía en cámara lenta porque así lo vi en el momento que sucedió, el recuerdo de las noticias diciendo que la persona anda libre porque las autoridades no hicieron su trabajo, a nadie le importo. Por mi parte deje de visitar a mi terapeuta, no era necesario, no había ninguna ilusión acerca de los acontecimientos, estaba seguro que eran reales. A partir de ese entonces, entendí que yo era diferente, especial, entendí que mi padre tenía razón en decir que podía hacer la diferencia, tenía un don en mi, un don que era necesario entenderlo para utilizarlo como era debido, utilizarlo quizás como decían en las historietas que leía hace años. Era de mi entender que era muy veloz, pero en los acontecimientos anteriores había una coincidencia, no podía ver bien mientras corría, quizás mis ojos no estaban adaptados a esa velocidad, mi cerebro tenía que adaptarse también, al momento de correr, tanto piernas, cerebro, ojos y brazos, lo que me faltaba eran ojos y cerebro; era en esos en los que tenía que enfocarme. Pensar por adelantado era difícil, debí hacer entrenamientos para ejercitar mi cerebro, leer artículos sobre la psicología de Gestalt y tratar de entender mi mente; al mismo tiempo que hacia esto, también practicaba correr y mejorar mis tiempos en cierta distancia. Después de algunos meses de todas las mañanas practicar algunas horas, comencé a obtener resultados, mis tiempos mejoraron y comencé con distancias más largas, todo en línea recta y en terrenos amplios. Pero casi a la par de mejorar los tiempos, mi vista se sentía normal a pesar de aumentar la velocidad.
    Fue hasta dos días antes de cumplir mis quince años, que todo pudo controlarse y paso al mismo tiempo. Mi padre y yo íbamos de camino a su trabajo, como era un día festivo solo era necesaria una guardia y el iría solo a ver como estaba la empresa, así que pude acompañarlo. Llegamos sin ningún contratiempo, después de estacionarnos mi padre bajo del automóvil y camino hacia atrás a abrir la cajuela, en ese momento escuche un rechinido de llantas y voltee hacia atrás; mi padre estaba girando hacia su izquierda para voltear hacia donde se escucho el sonido, pero a medio giro mi padre ya tenia un automóvil a 80 km/h a escasos 4 metros de él, el choque era inminente; me invadió un terror enorme y sentí la adrenalina corriendo por mis venas, veía los autos y a mi padre bajo un resplandor extraño, en ese momento solo pensé en correr, me gire hacia al frente al mismo tiempo que mi mano derecha alcanzaba la manija de la puerta y la giraba para abrirla completamente, baje del automóvil, cerré la puerta y corrí hacia atrás de nuestro auto, mientras corría voltee a ver a mi padre esperando ver lo peor sin embargo, mi padre aun no terminaba de girar para ver hacia el ruido y el auto apenas si se había movido un par de centímetros, continúe corriendo hasta mi padre para tomarlo por la cintura, lo jale hacia la banqueta y nos tiramos sobre el césped de la jardinera que ahí se encontraba, al momento de caer al suelo se escucho el estruendo de la colisión de metal contra metal; voltee a ver y pude ver el momento exacto del choque y como el conductor se movía en cámara lenta hacia adelante y le chicoteaba el cuello hacia atrás, la bolsa de aire se abrió y se fue acercando al rostro del conductor poco a poco ante mi mirada; cuando reacciono, volteo a ver a mi padre que estaba tirado en el suelo junto a mí y me tenía una mirada en la cual parecía que sus ojos saldrían de su órbita, se notaba en ella que no podía siquiera imaginar, mucho menos entender lo que había sucedido, yo solo le sonreí y el asintió con una sonrisa.
    Se realizaron los trámites correspondientes, el conductor venia ebrio y se quedo dormido, cabe mencionar que era el hijo de un comandante de policía, pero dijeron las autoridades que como no paso nada de cuidado, no había delito que perseguir y el asunto no paso a mayores, simplemente lo dejaron ir tranquilamente a su casa; sin embargo, al regresar a casa la plática fue lo que estaba fuera de proporciones regulares, mi padre me miraba con incredulidad pero no atinaba a generar pregunta alguna, así que hable yo y le dije que yo era poseedor de un super poder, que su hijo tenia super velocidad y que era espectacular, yo sentía en mi una enorme felicidad de por fin contarlo; al terminar de decirle como me sentía, él me sonrió, me abrazo y me dijo –hijo estoy feliz por ti, sabía que eras muy especial y que harás diferencia- ese día a pesar del accidente, me sentía muy bien.

    Y un año después de ese día aquí estoy ¡en medio de esto! Mi padre yace en mis brazos sin vida, estoy llorando y gritándole para que me responda, para que deje de jugar el macabro juego de asustarme y, abrir los ojos para mirarme y sonreír, pero no responde… no abre los ojos; mi casa se encuentra rodeada de policías que piensan que yo lo mate. Me gritan de propia voz, usan los altavoces y me llaman por teléfono para decirme que me entregue, que recibieron una llamada anónima diciendo que escucharon disparos en la casa; les dije que no se que paso, que yo no mate a mi padre pero no me creen, quiero que entiendan que yo me desperté y mi padre estaba tirado en la sala con lo que parecen tres disparos de arma en el pecho, se encuentra rodeado de un rojo carmín moviéndose poco a poco por el suelo y el ambiente está impregnado de un ligero olor a hierro. Los agentes me hacen saber que entraran a la fuerza en cualquier momento, se que puedo escapar de ellos pero ¿por qué nadie ayudo a mi padre? ¿por qué nadie evito esto? ¿por qué nadie ayuda?
    Entran a la casa, mientras los veo moverse a una decima de la velocidad normal suelto a mi padre, me levanto y paso entre todos los policías, el gas lacrimógeno pasa a mi lado apenas comenzando a emanar. Mientras corro fuera de casa, tomo mi decisión, nadie ayudo a mi madre, nadie detuvo al hombre que mato a 4 personas en un choque, nadie atrapo al hombre que casi a tropella a mi padre y nadie hizo nada para evitar que muriera hoy mi padre; entonces ¿por qué yo debo de ayudar a alguien con este don que tengo? Buscare al asesino de mi padre, lo encontrare y acabare con él, sufrirá de una manera que ni siquiera imagina que conoce, recordara en cada segundo de su agonía el rostro de mi padre. Si ninguna persona es buena ¿Por qué yo, si tengo que serlo?

María Ester, la heroína.

Por Miguel Ángel Di Giovanni.

—Te noto preocupada, amor —dijo Lito.
María Ester no contestó. Del otro lado de la línea, él oía su respiración entrecortada: le costaba hablar.
—Apenas salgas del trabajo venite a casa —dijo ella—. Tengo que hablarte de algo importante.
Después de cortar, Lito se preguntó si no le revelaría alguna nueva premonición. Al principio del noviazgo la había creído un poco exagerada. Con el tiempo, le dio por dudar. Pero ahora ya creía que su novia era un auténtico ángel de la guarda para él.

Tenía bien presente cuando por primera vez María Ester le gritó desde la puerta de su casa: — ¡Esperá, Lito! —Y corrió hacia él media cuadra y le dio un besito muy tierno en la mejilla y le susurró al oído—: Sentí que, si no hacia esto, no te volvería a ver.
Ese día no pasó nada raro — ¿por qué habría de pasar algo raro, no es cierto?—. Y, cuando se vieron a la noche, María Ester le dijo:
—Y claro. No te pasó nada, por el besito.
En medio de un noviazgo lento, tranquilo, Lito contaba con varias historias como aquella. Según María Ester, ella prevenía toda calamidad, toda tragedia. ¿Tendría algo de verídico todo eso? Al tiempo, él había comenzado a fijarse en los detalles.
Una mañana, camino a la estación del tren, Lito se había dado una vuelta por lo de María Ester. Tomaron unos mates, y siguió camino a su trabajo. Cuando llegó a la estación, recibió un mensajito de ella:

Cuidate nel viaj amor
  igual ya le di 3 vueltas
       a la silla vieja x las dudas

Y el viaje terminó sin que nada malo ocurriera. Solo que, antes de llegar a la terminal, el tren paró unos minutos esperando la señal para entrar en el andén. Lito se pasó todo el día pensando que, si su novia no le hubiera dado esas vueltas a la silla vieja, quizá la señal no hubiese funcionado y… ¡pum! Se sobresaltó de pensarlo: ¡a lo mejor sí lo había salvado ella!
Hubo otras menos trágicas. Un sábado en que Lito iba a jugar la final del campeonato de fútbol de la fábrica, ella le dijo:
—Hoy no ganan.
— ¿Cómo, María Ester? A estos ya le ganamos cuatro a uno en la primera rueda, así que hoy salimos campeones.
Pero ella insistió:
— ¡Ay, Lito, no sé, no sé! Mejor me voy a peinar con el cepillo rojo, pero no te aseguro nada.
Y lo que finalmente ocurrió fue increíble. A los cuarenta y cuatro del primer tiempo, penal en contra. Y fueron al descanso perdiendo uno a cero. De pronto se nubló todo… y un chaparrón no pronosticado inundó la cancha. La final se suspendió hasta el fin de semana siguiente. Y ese sábado ganaron el partido 2 a 1, y el equipo de Lito se llevó el campeonato.
“Hoy no ganan”. Como cumplir, María Ester cumplió.

Pero ahora Lito se quedó pensando en qué le querría decir. ¿Sería algo relacionado con el viaje al interior para fin de mes? Los accidentes de aviones, para nada frecuentes, igual la ponían muy sensible. No, ese no era su estilo: tanto, no se adelantaba.
Hacía unos meses, Lito había viajado con dos ingenieros de la fábrica para instalar una máquina. Y no acá a la vuelta sino en Córdoba, lo cual implicaba… un viaje en avión. María Ester tuvo un mal presagio, pero con su infalible beso de último momento alejó los peligros que podían arrancarle a Lito de su lado.
No, ahora la notó más seria que preocupada.
Claro que la noche en que se salvaron de morir en un ascensor, ella estuvo muy seria. Esa vez, los dos habían ido a visitar a un amigo en el centro. Cuando se volvían, el ascensor se les quedó entre dos pisos, y todavía estaban bien pero bien arriba. Y en un momento fue como si el ascensor se hubiera descolgado, porque de pronto los dos —resultó que a ella le pasó lo mismo— sintieron un vacío en el estómago. Entonces sacó de su carterita la colonia que no le gustaba —no la llevaba encima por fines cosméticos, precisamente—, y, después de perfumarse, el ascensor se detuvo. Y segundos después empezó a moverse despacio, y despacio los dejó sanos y salvos en la planta baja. Ninguno de los dos pensó otra cosa: todo había terminado bien, gracias a la colonia.
Tampoco estos eran días de estrés por exámenes, recién empezaba el cuatrimestre. María Ester estaba terminando la carrera de técnica en hematología. A Lito le causaba mucha gracia cuando ella le explicaba, medio en broma, las batallas de los glóbulos blancos contra los rojos, usando de ejemplo los autitos chocadores.
Secretamente Lito se veía privilegiado por los trucos de María Ester. Era su buena estrella, su heroína. Con sus vueltitas a la silla, la colonia que no le gustaba, el cepillo rojo y, por supuesto, el poderoso besito tierno en la mejilla, él se sabía inmortal.

“Tengo que hablarte de algo importante”, le había dicho ella, y eso a Lito lo angustiaba, no podía concentrarse en su trabajo. En realidad, aquello ―el tono con que María Ester lo dijo, sobre todo― no parecía tener que ver con ninguna de sus habituales revelaciones. Acaso se trataba de algo mucho más complicado que evitarle a él un accidente.
Tranquilo, se decía. Ya se va aclarar todo.
Pero, después de mandarle varios mensajes ―que no fueron respondidos―, no aguantó más y pidió permiso para retirarse.
El supervisor se había dado cuenta de que algo lo estaba distrayendo.
—Contame qué pasa, pibe. ¿Es la brujita? —Conocía alguna de las proezas de María Ester, y así la había bautizado.
Lito no quería mentirle, fue sincero. Y Chacho, compresivo, lo autorizó. Al salir del vestuario, él agradeció otra vez la gauchada, y el supervisor le dijo:
―Ustedes tendrían que hablar menos, y… ―Y completó la frase con un gesto que enrojeció a Lito.

Temblando le tocó el timbre a María Ester.
―Hola, mi amor―dijo, pero ella apenas si lo beso fríamente.
―Pasá, que te quiero hablar.
Él la siguió hasta el living, con la boca seca. Y aterrorizado ocupó una silla ―no el sofá― que ella le ofrecía, de pie aún.
―En los últimos meses ―empezó a decir María Ester no bien se sentó también ella―, hemos estado distantes. Tus horas extra, mis exámenes, tus viajes. Bueno, no sé: me sentí sola… y conocí a alguien.
—No. ¡No! Por favor no me digas esto, María Ester.
—Alguna vez nos prometimos que, si no éramos novios, seríamos amigos. Te quiero pedir que nos separemos por un tiempo. No quiero ser desleal.
Lito sintió que se le aflojaba el corazón.
—No, Mari, por favor te lo pido. ¿Qué tengo que hacer para no perderte? Estoy dispuesto a todo. No puedo alejarme de vos.
Ella se alzó de hombros.
—No, Lito ―dijo―. No me lo hagas más difícil. Quizá solo sean unos meses, no sé…
Él rompió unos minutos de silencio, y volvió a la carga:
—María Ester, no me dejes. No voy a poder vivir sin vos. Me estás matando, Mari… ―Lito ya no disimulaba el llanto.
Lo único que hizo ella fue bajar la vista.
Él secó sus lágrimas y se levantó. Se despidieron tomándose de las manos, y apenas rozando las mejillas.
María Ester lo acompañó hasta la puerta, y palmeándolo en la espalda le dijo:
―Ah, Lito: y no exageres con eso de que vas a morirte, porque ya te salve varias veces.

Lito caminaba ―se arrastraba, mejor dicho― hacia su casa. En la cabeza se le amontonaban un sinfín de frases dulces, aquellas del noviazgo que acababa de terminar. Frases que se irían para siempre. Sabía que eso de “por un tiempo” era una formalidad, algo que se le dice a uno para que no se caiga muerto en el living. Nunca más al parque de diversiones, la salida preferida. Lito se imaginó acompañando como “amigo” a María Ester junto al nuevo novio en la vuelta al mundo, y una mueca lo desencajó. Eso fue suficiente para reaccionar y darse cuenta de que había estado a punto de cruzar las vías sin ver el tren, que se acercaba con todo, y que lo sacudió con el viento al pasarle a ras.

Aunque mal dormido, al día siguiente prefirió ir a la fábrica. Al menos, para despejarse.
En el corte del almuerzo, Chacho le hizo un lugar en su mesa.
­— ¿Y, pibe? ¿Qué pasó?
—Me pateó, Chacho. ¿Podés creer? María Ester me dejó por otro.
— ¡Je!
—No te rías, che.
—No, si no me río. Un supervisor nunca se ríe. Es más: bienvenido al club. —Chacho le despeinó la cabeza con un manotazo paternal.
Terminaron de almorzar hablando de cualquier cosa, menos de mujeres. A la salida, Chacho se ofreció para alcanzarlo a Lito. Y él pudo contar que, además de dolido, le asustaba el nuevo estado de desprotección al que debería acostumbrarse.
Chacho escuchaba sin interrumpir. Cuando Lito bajó del auto, le dijo:
―Mira pibe, la que no tiene suerte es ella, que se perdió a un tipazo como vos. Tranquilo, ya va a pasar.

Los días se fueron amontonando. De a poco, la proximidad de otro campeonato en la fábrica y el viaje a Córdoba trajeron a Lito a su nueva realidad.
Se bancó no llamar a su ex, y no por falta de ganas: le hubiera gustado escuchar la voz de María Ester, pero no quería llorar en el teléfono.

Pasaron años desde el día en que María Ester pidió un tiempo. Pasaron tres o cuatro años.
Solo un puñado de llamados para las fiestas, y no mucho más. Cada uno hizo nuevas parejas, pero ninguno de los dos se casó. María Ester se recibió de hematóloga, y Lito llegó a supervisor ―uno de esos que nunca se ríen― cuando se jubiló Chacho.

Un sábado, la mamá de Lito lo despertó diciendo que tenía un llamado de María Ester.
Lito atendió intrigado —algo de la vieja esperanza lo despabiló—. Pero, con pocas palabras, María Ester le contó que estaba buscando donantes de sangre para su madre, y recordaba que él tenía de la preciada cero negativo.
―Claro, María Ester, no hay problema. El lunes, a primera hora, estoy en el sanatorio.
Y así fue que se cruzaron fugazmente en la clínica. Como aquella vez, se saludaron rozando las mejillas. Y, en ese roce, Lito reconoció un viejo perfume.
Cuando terminó la extracción, tomó el café con leche con medialunas y se fue para la fábrica. Mientras manejaba, se preguntaba si la llamaría.
Si bien la salud de la exsuegra era suficiente motivo para un llamado o mensaje de texto, no quería que María Ester sospechara una segunda intención. Que no se confundiera. ¿O el confundido era él?
Se descubrió pasándose la mano por el cachete. Y, acercándola a la nariz, intentó retener la fragancia de la colonia de María Ester. Lo recorrió un escalofrío.
Entrando en el estacionamiento de la fábrica, algunos compañeros y operarios rodearon el auto de Lito, que se bajó sin entender. Rápido le explicaron que hacía apenas unos minutos el depósito de materiales había colapsado, y el pesado tabique lateral de su oficina le cayó sobre el escritorio.
Sin dudarlo mas, Lito llamó a María Ester, su heroína.




Héroe y antihéroe

Por Soledad Fernández.

Despertás de golpe de un sueño aletargado y ves humo por doquier. Fuego, mucho fuego y miedo. Aunque de eso siempre se trató tu vida: temor constante. Siempre fuiste una miedosa y tenías porqué serlo: habías perdido a tu madre unos cuántos meses atrás de la forma más horrible. Y eso te había traumado, sobre todo porque había sido frente a tus narices y no habías hecho nada.
Te convenciste de que nada podías hacer… aunque algo te molestaba por las noches.
Según tu manera de ver las cosas y a pesar del trauma reciente, tu temor es más profundo, más “ancestral”, como le decís vos. Si. Querés darle una razón a todo pero jamás pudiste encontrar una justificación para ese sentimiento que día a día se acrecienta.
Mirás a tu alrededor. Las cosas no encajan. No sabés donde estás ni que sucedió. Lo único que viene a tu memoria es ese temblor y la oscuridad que te envolvió de repente. Nada más.
Pensás en tu mamá y algo se te revuelve en las tripas. No querés recordar, pero eso vuelve siempre, determinante como la realidad que te rodea ahora. ¿La realidad? Dudás. Observás el cielo: no es del color habitual. Algo se encuentra diferente, extraño. Está rosa. Sí, rosa pero no aquel del atardecer. Ni siquiera el del amanecer cómo cuando ibas a la playa y te quedabas despierta toda la noche para ver salir el sol. Sin embargo, eso no es lo que más te llama la atención. De repente tu pecho da un vuelco al ver dos enormes y brillantes lunas. Empezás a respirar acelerado. “¿Dónde estoy?”, querés preguntar, pero notás que no hay a quién. Solo una pequeña figura humana a la distancia. Sí, es pequeña. Incluso podrías afirmar que se trata de una niña. Tiene una muñeca en su mano y la falda llena de barro. ¿Será barro?
“Donde estoy, donde estoy”, repetís para tus adentros y no hay respuesta para vos.
Comenzás a caminar lento, desconfiada del mundo que te rodea. Quién sabe con qué te encontrarás en este extraño lugar. Intentás evadir las llamas, rodearlas para no quemarte pero para tu sorpresa notás que no quema. No. El fuego se ha convertido en algo tibio, agradable. Lo tocás y hasta ves que se pega a tus manos sin hacerte daño. Lo manipulás, hacés una bola pequeña y roja. Por un segundo te olvidás de la nena perdida que te sigue mirando y jugás con la bola de fuego que se agranda en tus manos como si también fueses una niña. ¿Cómo es posible? Te preguntás y obtenés respuesta obvia: no lo es. Estás inmersa en el mundo de lo improbable.  
Te convencés de que es un sueño y decidís jugar con tu propia mente. Agrandás la bola de fuego y la estrellás contra los escombros. Una explosión enorme hace que el concreto que está a varios metros de vos, se desintegre. Un enorme agujero queda donde segundos antes había una enorme construcción. Sonreís. Todo eso te divierte de alguna forma macabra. Entonces, extendés tu mano y manipulás el aire. Ves que en la palma de tu mano, un pequeño remolino de polvo y viento comienza a tomar forma. Lo observás extasiada mientras tu sexto sentido te hace notar que la niña se acerca despacio. Asumís que es por timidez. Y mientras el huracán crece a paso vertiginoso la observás. Ves sus ojos, oscuros. Te perdés en esa mirada mientras que ella sigue avanzando y el huracán se magnifica y  las rodea a ambas. Extendés tu mano e intentás tocarla. Ella te mira, se mete en tu mente, manipula el huracán y lo hace extenderse a una plaza llena de niños. Tu corazón se contrae. Sabés que ella desafía tu bondad. Esa niña es maldad pura.
Se acerca más a vos y te desafía mientras que el huracán se dirige, a pesar tuyo, a destruir a niños pequeños. “¡No!”, le gritás en tono suplicante y ella sólo te hace una media sonrisa, una oscura como su mirada y como su corazón. Una muy parecida a la que, segundos atrás, se te escapó a vos. Entonces la muerte se presenta en el parque. Todo vuela, se destruye y vos sentís la culpa.
“Es un sueño”, te decís, “y en los sueños todo es posible. Debo vencer”. Aunque es más fácil pensarlo que hacerlo. La niña te conmueve, te recuerda a vos cuando eras pequeña. Cuando tu mamá vivía. Tu alma se ensombrece, una nube oscura se posa en tus recuerdos y te acordás de cuando eras pequeña. Te acordás de un terrible incendio y que allí murió mucha gente. “Debemos irnos, hija”, dijo tu mamá. “¿Porque? ¿Soy mala, mamá?”, le preguntaste y a ella se le escapó una lágrima.
La niña arma una bola de fuego y apunta a un edificio. Es una escuela. Vos desesperás. El terror se apodera de vos como cuando tu mamá estaba en peligro. ¿Qué vas a hacer ahora?
Recordás el viaje junto a tu madre. Era lejos, muy lejos. Y te acordás haber visto galaxias y lunas. Te acordás de haber llegado a la denominada “Tierra”. Y el miedo que era viejo se hizo actual. “Soy la buena”, te decís, aunque esa niña que ahora destruye tu planeta es la que fuiste.
Pensás en las cosas buenas que podrías haber hecho si tan solo te hubieses animado. Entendés la sensación de agonía al pensar en la muerte de tu madre. Sabés que podrías haberla salvado y eso te parte en miles de pedazos. Mirás a tu rival. Y entendés que con tus poderes podés destruir ese pasado en el que estás atrapada, aunque eso signifique tu propia muerte. Pero lo hacés porque sos la heroína. Lo hacés por todo lo que no hiciste en la Tierra. Lo hacés por no haber salvado a tu mamá. Entonces, formás con tus manos un rayo y le apuntás a su pequeño corazón batiente. Ella intenta tirar la bola de fuego pero sos más rápida. Entonces, ambas desaparecen en una nube de humo y fuego.
Hola ¿Despertaste ya? ¿No querés hacerlo? Todos somos héroes y antihéroes. 

"Fantasía terminal"

Por Diego Enrique Hernández Negrete.

―Solo dígame cuánto tiempo ―dijo Rebeca al doctor mientras desanudaba su garganta y hablaba entrecortadamente.
―Probablemente un mes, puede que un poco más —dijo el doctor tratando de aparentar toda la seriedad posible.
   Al pequeño Isaac le habían diagnosticado cáncer demasiado tarde. Estaba expandido por todo su cuerpo y el resto de sus días tendría que pasarlos postrado en una cama.
―No podrá realizar mucho esfuerzo Rebeca, le recomendaría que tratara de dejarlo hacer lo que quiera, siempre y cuando no afecte su salud ya que podría modificar el tiempo ―hizo una pausa y continuó―. No me gusta decir esto, pero debe disfrutar los días que le quedan. El silencio inundó la sala de espera y fue cuando comenzó la etapa de resignación.
―Supongo que ya no pueden hacer nada ―se atrevió a pronunciar Rebeca esperanzadamente.
―Lo siento mucho Rebeca. Desgraciadamente fue muy tarde.
   Acabada la conversación, Rebeca entró a la habitación limpiando sus lágrimas y sonriendo a su hijo que veía tranquilamente una película de un sujeto capaz de mover las cosas con la mente.
―Estoy bien mami ―mintió Isaac―, me siento mucho mejor. Rebeca se sentó al borde de la cama tratando de distraer su dolor con aquel actor que movía telepáticamente objetos a su comodidad. Durmió con los ojos abiertos mientras planeaba la mejor de las vidas que podía darle a su hijo en aquella irreversible situación.
   El resto de la estancia hospitalaria, Rebeca y el doctor platicaban con un psicólogo experto en logoterapia sobre una serie de recomendaciones para centrar su vida familiar en Isaac.
―Le gustan los superhéroes ―dijo secamente Rebeca.
―Podemos empezar con eso ―dijo el psicólogo tratando de tomar el control de la conversación, evitando el silencio que inhabilitaba los pensamientos de Rebeca―, tiene que adaptar su rutina a ciertas actividades fantasiosas que favorezcan su entorno. Tal vez pueda hacerle creer que tiene algún poder especial.
―Algo que no requiera demasiada actividad motriz ―agregó el doctor―. Puede ser algo simple, agregando paseos esporádicos en lugares no tan concurridos o paisajes naturales.
―Ya, está bien. Creo que podré hacerlo. ¿Podemos irnos a casa? ―preguntó Rebeca irritada.
―Claro, si surge algún malestar no dude en comunicarse al hospital, estará un asistente las veinticuatro horas para cualquier emergencia.
   Aun cuando el doctor seguía hablando, Rebeca se encaminó hacia la habitación mientras dos enfermeros colocaban a Isaac en una silla de ruedas motorizada.
   Rebeca gastó su fondo de ahorro para adaptar la instalación eléctrica a un mando remoto que  permitía encender y apagar las luces, controlar el televisor y algunas otras funciones que implementó el técnico en toda la casa. También mandó hacer un video personalizado que simulaba un noticiario, la nota principal informaba el descubrimiento de un pequeño de ocho años que poseía ciertos poderes telepáticos que lo hacían mover y controlar objetos. Después continuaba con un mensaje emotivo donde Rebeca  explicaba con lágrimas en las mejillas el amor incondicional que tenía hacia Isaac y un sinfín de cualidades que lo hacía un ser excepcional lleno de fuerza y voluntad para mostrar al mundo el sentido de la vida. El video terminaba con un álbum cronológico de los días felices del pequeño y su madre.
   El plan resultó de maravilla los primeros días. Un asombro muy peculiar reemplazó la tristeza en el hogar y aumentó  significativamente el amor mutuo entre madre e hijo.     Siguió el plan llevándolo a parques y haciendo recorridos turísticos por pueblos aledaños. Fue una idea adicional de Rebeca tomarse fotografías con trípode y temporizador en todos los lugares que visitaban.
   Como cualquier vida normal humana, no todo podía salir a la perfección. El hecho de tener alrededor toda una infinita gama de situaciones, personas y problemas que podían atravesarse en el camino; hacían de la vida de Isaac un constante tiovivo que amenazaba con detenerse en cualquier momento. Aunque el sentido de la vida, según los logo-terapeutas era el vivir el presente apreciando los aspectos positivos y tomando los negativos como pruebas de vida. “Vivir siendo feliz con lo que se tiene es apreciar la vida en su totalidad” recordaba Rebeca, el sermón del psicólogo.
   El lado obscuro de su vida llegó precisamente en la noche cuando los poderes de Isaac cesaban, dato que su madre descuidó por completo. Encerrando los “poderes especiales” en un insignificante y material control remoto olvidado en el bolsillo de su pantalón.
   Los primeros síntomas de la esquizofrenia comenzaron debido al estrés y ansiedad que sufría Isaac cada noche tratando de utilizar sus “poderes”. Al ver que sus esfuerzos eran en vano pasaba toda la noche sin llegar a conciliar el sueño adivinando la razón de la falsa ilusión. Se agravó cuando su madre lo veía platicar con nadie. Rebeca le prestó la menor atención creyendo que se trataba de un simple juego de niños.
  Isaac continuó con el juego de su madre, aunque ello empezara a generarle cierta aversión debido al gran circo que armó creándole una mentira. Cada mañana cuando Rebeca lo animaba a encender las luces o el televisor con sus poderes, Isaac lo hacía sin emoción alguna, como un mero proceso automatizado para verla feliz. Después de todo ella viviría el resto de su vida sola, así que al menos valoraba su esfuerzo.
   En cierta ocasión, Isaac despertó a media noche rodeado de nuevos amigos. Le hablaban de su condición y la realidad que su madre se negaba a enfrentar, ahora sabía que tenía los días contados y sus amigos estaban dispuestos a llevarlo a un “lugar especial”.
―Cuídenme del señor con alas moradas ―decía Isaac a sus amigos―, quiere hacerme daño. Lo ha mandado mi madre para vigilarme.
―Debajo de la cama ―decía una voz―, es un lugar seguro.
   Isaac se refugiaba debajo de la cama hasta que su madre aparecía en la habitación y lo recogía. Rebeca empezó a preocuparse cuando encontró un cuchillo afilado a un lado de sus juguetes.
― ¿De dónde lo sacaste Isaac, intentas hacerte daño? ―preguntó su madre llorando.
―Me lo ha dado el señor de la barba ―explicaba Isaac con la mirada perdida―. Alguien quiere hacerme daño pero aquí abajo es seguro.
   Pasó una semana completa entre sus alucinaciones y delirios persecutorios. Tenía hambre y no quería salir de su guarida. Cierta noche, mientras permanecía refugiado bajo la cama, cogió el cuchillo que le había recuperado el señor de barba. Utilizó el borde del arma blanca para reflejar con la poca luz de la luna si estaba despejada su habitación. Observó una mancha marrón oscuro que iba desde la punta hasta tres cuartas partes del cuchillo. Salió a gatas haciendo un esfuerzo mayor por pararse. Abrió la puerta y un olor putrefacto lo abofeteó. Una neblina oscurecía el pasillo. Isaac tomó los polvos mágicos que le había preparado la ardilla con alas de águila, le había dicho que era el último paso para poder volar.
   Atravesó la estancia arrastrando sus piernas casi inútiles y vació la casa con la mirada tratando de no toparse con el señor de las alas moradas. Sabía, según sus amigos, que ese extraño ser entraba y salía por la ventana por lo que compartirían el mismo acceso. Isaac lo usaría una sola vez para escapar de una vez por todas. Volvió a revisar la casa para no encontrarse con su enemigo. Un tenebroso silencio invadía la casa junto a aquel olor putrefacto.
   Finalmente Isaac se animó a asomar por la ventana del octavo piso y confirmar su libre vía por el estrellado cielo que se extendía hacia una negrura infinidad. Isaac se posó en la ventana con una fuerza paranormal contra todos los pronósticos de los doctores y extendió sus nuevas alas en el marco de la ventana.
   Isaac se despidió de sus amigos y acabó con su enfermedad terminal sin que ésta lograra terminar con él primero. Volteó al exterior levantando los brazos y voló al cielo para nunca regresar. 

Ella pensaba en su habilidad como merodear

Por Ana Guerra.

Ella pensaba en su habilidad como merodear. La primera vez que le pasó, hace incontables vidas, cerró los ojos arrugados, cansados, llenos de años, penas, dichas, y cuando la voz lejana de su madre la llamó, preocupada, cerró los ojos en su lecho de muerte, y los abrió para encontrarse con la mirada asustada de aquel rostro amado.
Hacía tanto que no la veía que no pudo evitar que las lágrimas le brotaran de los ojos. Cuando pregunto con voz trémula “¿mami?”, su madre respondió solamente con renovado llanto. Se sorprendió por el tono de voz con que la llamó y por las tersas manos que abrazaron el cuello de su madre, con los pequeños dedos metidos en su pelo. Mucho después su madre habría de contarle, a modo de anécdota, como se había quedado viendo en sus ojos y como el vacío los llenaba, perdiéndose durante horas y horas.
Todo comenzó por amor. Contempló enternecida los bellos ojos de su madre cuando se inclinó sobre su cuna a cubrirla. Se sintió tan en paz, tan segura, tibia y somnolienta, con la mano de su madre acariciando su cabello. Comenzó a sentir que la inundaba el amor de madre hacía ella, como el afecto acariciaba sus cabellos junto con su dulce mano, y cuando permitió que su amor la abrigara, pudo ver.
Se vio a sí misma en los ojos de su madre, acariciando el pequeño cuerpo de la niña y aunque no alcanzó a comprender lo que veía,  se permitió sumergirse en ella. Lo que pasó después no pudo analizarlo hasta mucho tiempo después, pero pudo sentir y experimentar la vida de su madre, su futuro, los acontecimientos, las personas, las fechas, el tiempo, sus emociones y pensamientos inundaron su mente.
Y entonces todo se acabó, dejándola confundida, y aunque seguía siendo una niña, al mismo tiempo todo había cambiado.
No entendió entonces su poder, y la anciana que vivía en su cuerpo de niña y que vivía desde los ojos de la hija la vida que ya había vivido por medio de su madre, pensaba que había ido al cielo. Pero luego ocurrió de nuevo. La próxima vez que se perdió, estaba viendo a su perro jugar.
Estaba relajada, feliz después de haber corrido por el parque, agotada, y cuando se sentó bajo un árbol para ver a su mascota correr hacia ella, y cuando el perro se acercó a ella, pudo ver sus ojitos abiertos de par en par. Notó el pasto bajo sus patitas y sintió el fresco viento refrescando su lengua. La alegría hacía que su cola se disparara como un abanico y pudo sentir su corazón palpitando tan rápido que sintió que se saldría de su pecho.
Y luego estaba perdida, en las sensaciones, en los olores, los sentimientos. Nunca había sentido nada igual. Luego el terrible final, la agonía, el miedo y la oscuridad. Volvió en sí y no podía respirar. Se sentía aterrorizada y tenía tanto frío. Y fue ahí cuando supo lo que tenía que hacer con su habilidad.
Comenzó a sumergirse muchas veces en los ojos de las personas. Sabía que se perdería algunas veces, y muchas veces experimentó terribles vidas, momentos que rasgaban en dos su maltrecha alma, momentos que la sanaban.
Experimentó heridas tan profundas que cuando volvía todo en lo que podía pensar era en recuperar el balance, el control, y en lo que tenía que hacer. Pero pronto, las heridas se acumularon una sobre la otra, y de la más absoluta desesperación, pronto nació la fuerza y la determinación. Y de su fuerza y sabiduría de tantas vidas, pronto surgió el sentido de su poder.
No era fácil cambiar el destino, pero si había una razón para su maldición sería la de hacer algo al respecto. Así que lo hizo.
Se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana, sin excepción, corría por media hora y volvía para ver su cronograma.
Había cosas muy inofensivas en su lista. Servir la comida para su perrito y mantenerlo caliente, sabía muy bien cuánto odiaba el piso frío bajo sus paticas, charlar con la vecina anciana a la que nadie más acompañaba, esas cosas eran más sencillas. Pero mientras más merodeaba, más compleja y difícil se volvía su lista.
Luego había cosas mucho más complejas en la lista. Mucho más oscuras. Cuando podía evitarlo, lo hacía. Cuando podía halar a una persona hacia atrás para evitar que la pierna de un atleta quedara irremediablemente lesionada, o entretener a una distraída dependienta de tienda unos minutos más para evitar que estuviese en el lugar equivocado en el momento equivocado simplemente lo hacía.
Pero había ocasiones en las que tenía que ensuciarse las manos. Volver a experimentar el dolor que ya había sentido, pero visto por fuera, sentarse al lado de las personas a las que no había podido salvar, sujetar su mano y permitir que su compañía fuera un bálsamo que les permitiera salir de las tinieblas.
Pero fue de la más cenagosa oscuridad que vino su consuelo. Fue un hombre despreciable, que por fortuna o mala estrella se encontrara con ella en una de sus muchas vidas de merodeo, ese hombre malo que disfrutaba tanto de su maldad que ya no era parte de las almas de los hombres, ese sería el que habría de terminar con su interminable peregrinar.
Y yaciendo ahí, con las heridas mortales sangrantes y el rostro de su atacante observando con placer sus ojos, absorbiendo la perfecta mueca del dolor y la agonía. Con las manos pálidas y trémulas, tomó su rostro entre las manos, y con su último aliento, se adentró con desesperación en la pestilente maldad de su alma, atándolo con su último suspiro en un laberinto de vidas dentro de su propia mente.

Cuándo los encontraron, había dos cuerpos inertes, uno respiraba y sufría. El otro no.

El viaje de Aymará

Por Alejandra López.

Aymará era tan soñadora que su madre siempre le decía que estaba “en la luna de Valencia”.
Soñadora y curiosa porque le preguntaba:
—¿Dónde queda esa luna, es de otro planeta?
—No sé. Ayudame y pelá las papas que le tengo que cambiar el pañal a tu hermano.
Luego de pelar las papas Aymará vio que Moncho, su gato, estaba durmiendo en una posición muy graciosa en el marco de la ventana de la cocina. La nena fue a acariciarlo y el minino empezó a ronronear.
—La luna de Valencia debe quedar requetelejos, ¿verdad, Monchito? Si pudiera volar tal vez llegaría hasta allá —suspiró la niña.
Escuchaba el llanto de su hermanito, acariciaba el gato y pensaba en la luna de Valencia cuando sintió que la picaba un mosquito en un brazo. Abrió la palma de la mano para pegarle con fuerza pero justo vio que sobre su hombro había algo pequeño que emitía una luz que iba cambiando de colores, del verde al azul, del azul al violeta, del violeta al rojo. Aymará pensó que se trataba de una luciérnaga pero por lo que ella sabía, las luciérnagas no cambian de color. Agarró el objeto con mucho cuidado y sintió como un cosquilleo entre sus dedos. Se lo acercó y acercó y acercó hasta tenerlo casi encima de sus ojos que casi se quedó bizca al mirarlo. Pudo ver que el susodicho objeto era un hadita, pequeña, pequeñísima y que lanzaba como un chillido. Aymará la arrimó a sus orejas y escuchó que le decía:
—¡Por fin! Te estaba pellizcando para que me prestaras atención. Soy el hada de los sueños y te escuché decir que te gustaría volar.
—¡Sí, sí! Porfis, sí. Quiero volar —dijo Aymará pegando saltitos.
—¡AY, bueno niña! No me sacudas tanto. Está bien, está bien. Cerrá los ojos que te voy a convertir en viento para que puedas volar.
Ni lerda ni perezosa Aymará hizo lo que el hada le pedía. Así fue cómo empezó a sentirse liviana, muy pero muy liviana. Y voló y voló transformada en viento. Una brisa tan suave al principio que podía sentir la textura del pasto, de las flores, el roce contra las paredes. Pero luego fue cobrando velocidad y se convirtió en un vendaval. Pasó entre la gente de las calles, los autos; atravesó ciudades, se cruzó con pájaros que volaban altísimo, rozó las cimas de las montañas. Pero de la luna de Valencia, ni noticias.
Agotada de tanto volar y con un poco de frío, Aymará se detuvo sobre las arenas de una playa desierta y pensó: “No pude encontrar a la luna de Valencia, todavía no oscureció del todo. A lo mejor tengo tiempo de hallarla antes de que esté lista la cena. Si volando no la encontré, tal vez si nadara…”.
Entonces se materializó sobre la arena el hada de los sueños. Otra vez le pidió a Aymará que cerrara los ojos y pensar en lo que le gustaría ser.
En pocos segundos la niña ya era una gota de agua que se fue rodando hasta unirse al mar. Nadó y nadó mecida por las olas. Ya mar adentro Aymará se encontró con diferentes tipos de peces: calamares, pulpos, cangrejos, peces de todas formas y colores. A cada uno le preguntaba si por allí habían visto a la luna de Valencia y todos le dijeron que no, que solo habían visto a la luna, pero no creían que fuera la de Valencia. Aymará les dijo que muchas gracias igual. Y siguió nadando y buscando. Ya estaba cansada y con frío, quería volver a la costa para regresar a su casa. Pero justo se le cruzó por el camino una ballena a quien, por las dudas, le preguntó si sabía dónde estaba la luna de Valencia y para su asombro, la ballena le dijo que sí, que siguiera nadando derechito por allá, luego que doblara a la izquierda y que cuando llegara a la costa ya iba a estar en Valencia, que pronto aparecería la luna en el cielo y que esa era la luna de Valencia.
Después de nadar siguiendo las indicaciones de la ballena, Aymará divisó la costa. Llegó muy cansada y se echó sobre la arena húmeda del golfo de Valencia. Miró al cielo y vio que ya estaba la luna. ¡Al fin había conocido la luna de Valencia! Era muy bonita, pero la verdad que no tenía nada de especial, era igual a la luna de su ciudad. Ahora sí que tenía un matete en la cabeza, no entendía por qué su madre le decía que estaba en la luna de Valencia. ¡Ahí fue que se acordó! ¡Su madre, la luna! Era muy tarde, seguramente su madre la estaría buscando para cenar, quería volver con ella antes de que se enojara.
Apareció el hada de los sueños a su lado y Aymará le dijo:
—Gracias por haber cumplido mis sueños. Ahora necesito estar de vuelta en casa. Ya es de noche y tengo que regresar con mis padres.
—De nada, mi niña. Cerrá los ojos y pensá en tu hogar.


Lo primero que escuchó fue que gritaban su nombre. Cuando abrió los ojos vio que su papá la estaba sacudiendo del brazo que tenía apoyado en la ventana de la cocina.  Moncho, el gato, se bajó asustado pensando que el reto también era para él. Aunque mucho no le importó porque enseguida empezó a desperezarse y a bostezar mientras papá gritaba:
—¿No escuchás cuando te llaman, nena? Veinte veces te llamó tu madre para que vayas a cenar. Pero no, vos siempre en Babia.

Babia, Babia, pensó Aymará mientras cenaba. Dónde quedará Babia. Ya sabía cuál sería el próximo viaje que emprendería junto al hada de los sueños.