Desnudo
al filo de la cornisa, observo más allá de la mórbida palidez de mi prominente
abdomen velludo el grisáceo paisaje de la ciudad que tanto detesto, poblada por
esos monstruosos seres que han hecho mi vida imposible. Me quito las gafas, las
arrojo a esa vorágine borrosa que se agita a mis pies. Cierro los ojos
doloridos y me lanzo al vacío.
El tumultuoso bullicio desaparece de mi mente,
no oigo ya nada. Sólo siento la impetuosa fuerza del aire que resiste mi caída
y esa insoportable opresión en la boca del estómago, tan parecida a mi hambre
eterna. No ha transcurrido nada más que un instante de oscuridad. Apenas lo
suficiente para el pensamiento más simple.
Cómo
desearía volver a empezar.
Abro
los ojos y miro el techo, los brazos cruzados bajo la cabeza. Es el momento más
feliz de mi vida, todo empieza aquí. Entraré a la universidad, estudiaré duro,
tendré un buen trabajo, un auto deportivo, un departamento bien amoblado, una
chica hermosa.
Pero
no es así. Soy sólo un estúpido gordo calvo cuatro ojos fracasado. Me lo dijo
ella, la mujer de mis sueños, cuando me declaré. Apartó asqueada su delicada
manita manicurada de entre mis torpes manos sudorosas y me insultó delante de
todos. Se burló de mí. No la culpo, en realidad. Ninguna mujer ha querido estar
conmigo nunca; sólo he conocido el amor pagado. Y aun así, muchas veces me
rechazaron. Porque soy sólo un estúpido gordo calvo cuatro ojos fracasado. Mi
trabajo es un asco, mi jefe no me respeta, mis compañeros se burlan. Siempre
fue así, desde el colegio. Desde la casa. Mis padres y mis hermanos fueron los
primeros que me pusieron sobrenombres. Gordito. Gordo. Estúpido gordo calvo
cuatro ojos fracasado.
Por
eso éste es el mejor recuerdo de mi vida. Mi primer momento solo, en una ciudad
desconocida, libre, recién terminada la tortura del colegio, con toda la vida
por delante, tirado en la cama boca arriba, mirando el techo, la habitación en
penumbra, disfrutando de mi primer instante de paz. El único.
Pero
es sólo un recuerdo, el último en mi vertiginosa caída. ¿O no? ¿Es que ya estoy
muerto? ¿Es así? ¿Y el golpe, el impacto? ¿El dolor? ¿No hay dolor?
No
estoy cayendo. No hay aire, ni opresión. No hay caída. Mis ojos están bien
abiertos. No está debajo de mí el asfalto aproximándose a toda velocidad hacia
mis ojos espantados. Sigue estando el blanco yeso del techo, quieto allá
arriba. Y el "Aleluya" de Haendel retumbando en mis oídos.
—¡Baja
el volumen, carajo!
Es
el chico del costado. Tengo el radio a todo volumen. Me reclama que lo baje. Me
incorporo a medias para contestar:
—¡Calla,
mierda!
Me
pongo de pie de un salto. ¡Yo no dije eso!
Es
decir, lo acabo de decir, lo sé. Pero no lo dije entonces, cuando ocurrió todo
aquello. Entonces no lo dije.
¡Esto
no es un recuerdo!
Pego
la oreja a la puerta. Parece ser que el muchacho se ha ido, puedo estar
tranquilo.
¿Tranquilo?
¡Estoy eufórico!
Camino
de un lado a otro por la habitación, dando vueltas como un poseído. Tal vez lo
estoy. ¡Estoy aquí de nuevo, lo estoy viviendo otra vez! ¡Puedo volver a
empezar de cero y hacerlo todo bien! ¿Cómo ocurrió, qué pasó, qué hice?
Me
detengo frente al espejo y me miro sorprendido a los ojos, interrogándome. ¿Qué
hice? ¡Lo deseé, eso hice!
Cómo
desearía volver a empezar.
¡Y
aquí estoy, empezando de nuevo! ¡Es perfecto, maravilloso, increíble! ¡Dios,
estoy llorando de emoción!
Me
contemplo bien en el espejo. Es un espejo de cuerpo entero sin marco, con un
fragmento faltante en la parte superior, apoyado contra la pared en un ángulo
que me permite apreciar mi figura en su totalidad. Mi sonrisa se reduce en gran
medida. Sigo siendo gordo, debo bajar de peso. Dieta, ejercicio... Ojalá fuese
más fácil, más rápido.
Ojalá
fuese delgado.
¡Ocurrió!
¡Ahí está! ¡Soy delgado en el espejo! ¡Mierda! Miro mi cuerpo, lo palpo, lo
estrujo, tan delgado es! La ropa me queda tan floja que ondea alrededor. Me
despojo de ella velozmente, hasta quedar desnudo. ¡Dios!
—¡Mierda!
Estallo
en carcajadas. ¡Soy delgado! ¡Soy increíblemente delgado! ¡Soy delgado,
delgado, delgadísimo! Me miro, me toco, me admiro. Soy muy delgado.
Algo
de músculo.
¡Ahí
está, lo sabía! Sólo lo pensé, lo deseé. Y ahí está. El cuerpo perfecto. Bueno,
casi.
Menos
pelo aquí, más pelo acá, con rizos, sin acné, fuera gafas, orejas más pequeñas,
nariz más recta, menos mentón, más pectorales, abdomen más marcado. Y eso...
¡mucho más grande!
—¡Mierda,
mierda, mierda... !
Estallo
nuevamente en carcajadas. ¡Es increíble!
—¡Mieeerdaaa!
Mierda, estoy gritando. El chico se va a
quejar de nuevo.
¿Y
qué si se queja? Más músculos, más fuerte, más alto. Más.
Me
dirijo al equipo de sonido. Pongo las Valquirias de Wagner a todo volumen. Las
paredes parecen estremecerse.
—¡Mierda,
qué carajo pasa ahí!
No
demoró nada. Ya está ahí, aporreando la puerta. Ese tipo me torturó todo el
tiempo que viví en este cuarto. Pero eso nunca ocurrió, no va a ocurrir. Ahora
es diferente. Aprieto los puños y sonrío al espejo. Voy a abrir la puerta.
Ahora
es diferente.
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