Despertás de golpe de un sueño
aletargado y ves humo por doquier. Fuego, mucho fuego y miedo. Aunque de eso
siempre se trató tu vida: temor constante. Siempre fuiste una miedosa y tenías
porqué serlo: habías perdido a tu madre unos cuántos meses atrás de la forma
más horrible. Y eso te había traumado, sobre todo porque había sido frente a
tus narices y no habías hecho nada.
Te convenciste de que nada podías
hacer… aunque algo te molestaba por las noches.
Según tu manera de ver las cosas y
a pesar del trauma reciente, tu temor es más profundo, más “ancestral”, como le
decís vos. Si. Querés darle una razón a todo pero jamás pudiste encontrar una justificación
para ese sentimiento que día a día se acrecienta.
Mirás a tu alrededor. Las cosas no
encajan. No sabés donde estás ni que sucedió. Lo único que viene a tu memoria
es ese temblor y la oscuridad que te envolvió de repente. Nada más.
Pensás en tu mamá y algo se te
revuelve en las tripas. No querés recordar, pero eso vuelve siempre,
determinante como la realidad que te rodea ahora. ¿La realidad? Dudás. Observás
el cielo: no es del color habitual. Algo se encuentra diferente, extraño. Está
rosa. Sí, rosa pero no aquel del atardecer. Ni siquiera el del amanecer cómo
cuando ibas a la playa y te quedabas despierta toda la noche para ver salir el
sol. Sin embargo, eso no es lo que más te llama la atención. De repente tu
pecho da un vuelco al ver dos enormes y brillantes lunas. Empezás a respirar
acelerado. “¿Dónde estoy?”, querés preguntar, pero notás que no hay a quién.
Solo una pequeña figura humana a la distancia. Sí, es pequeña. Incluso podrías
afirmar que se trata de una niña. Tiene una muñeca en su mano y la falda llena
de barro. ¿Será barro?
“Donde estoy, donde estoy”, repetís
para tus adentros y no hay respuesta para vos.
Comenzás a caminar lento,
desconfiada del mundo que te rodea. Quién sabe con qué te encontrarás en este
extraño lugar. Intentás evadir las llamas, rodearlas para no quemarte pero para
tu sorpresa notás que no quema. No. El fuego se ha convertido en algo tibio,
agradable. Lo tocás y hasta ves que se pega a tus manos sin hacerte daño. Lo manipulás,
hacés una bola pequeña y roja. Por un segundo te olvidás de la nena perdida que
te sigue mirando y jugás con la bola de fuego que se agranda en tus manos como
si también fueses una niña. ¿Cómo es posible? Te preguntás y obtenés respuesta
obvia: no lo es. Estás inmersa en el mundo de lo improbable.
Te convencés de que es un sueño y
decidís jugar con tu propia mente. Agrandás la bola de fuego y la estrellás
contra los escombros. Una explosión enorme hace que el concreto que está a
varios metros de vos, se desintegre. Un enorme agujero queda donde segundos
antes había una enorme construcción. Sonreís. Todo eso te divierte de alguna
forma macabra. Entonces, extendés tu mano y manipulás el aire. Ves que en la
palma de tu mano, un pequeño remolino de polvo y viento comienza a tomar forma.
Lo observás extasiada mientras tu sexto sentido te hace notar que la niña se
acerca despacio. Asumís que es por timidez. Y mientras el huracán crece a paso
vertiginoso la observás. Ves sus ojos, oscuros. Te perdés en esa mirada mientras
que ella sigue avanzando y el huracán se magnifica y las rodea a ambas. Extendés tu mano e
intentás tocarla. Ella te mira, se mete en tu mente, manipula el huracán y lo
hace extenderse a una plaza llena de niños. Tu corazón se contrae. Sabés que
ella desafía tu bondad. Esa niña es maldad pura.
Se acerca más a vos y te desafía
mientras que el huracán se dirige, a pesar tuyo, a destruir a niños pequeños. “¡No!”,
le gritás en tono suplicante y ella sólo te hace una media sonrisa, una oscura
como su mirada y como su corazón. Una muy parecida a la que, segundos atrás, se
te escapó a vos. Entonces la muerte se presenta en el parque. Todo vuela, se
destruye y vos sentís la culpa.
“Es un sueño”, te decís, “y en los
sueños todo es posible. Debo vencer”. Aunque es más fácil pensarlo que hacerlo.
La niña te conmueve, te recuerda a vos cuando eras pequeña. Cuando tu mamá
vivía. Tu alma se ensombrece, una nube oscura se posa en tus recuerdos y te
acordás de cuando eras pequeña. Te acordás de un terrible incendio y que allí
murió mucha gente. “Debemos irnos, hija”, dijo tu mamá. “¿Porque? ¿Soy mala,
mamá?”, le preguntaste y a ella se le escapó una lágrima.
La niña arma una bola de fuego y
apunta a un edificio. Es una escuela. Vos desesperás. El terror se apodera de
vos como cuando tu mamá estaba en peligro. ¿Qué vas a hacer ahora?
Recordás el viaje junto a tu madre.
Era lejos, muy lejos. Y te acordás haber visto galaxias y lunas. Te acordás de
haber llegado a la denominada “Tierra”. Y el miedo que era viejo se hizo
actual. “Soy la buena”, te decís, aunque esa niña que ahora destruye tu planeta
es la que fuiste.
Pensás en las cosas buenas que
podrías haber hecho si tan solo te hubieses animado. Entendés la sensación de
agonía al pensar en la muerte de tu madre. Sabés que podrías haberla salvado y
eso te parte en miles de pedazos. Mirás a tu rival. Y entendés que con tus poderes
podés destruir ese pasado en el que estás atrapada, aunque eso signifique tu
propia muerte. Pero lo hacés porque sos la heroína. Lo hacés por todo lo que no
hiciste en la Tierra. Lo hacés por no haber salvado a tu mamá. Entonces, formás
con tus manos un rayo y le apuntás a su pequeño corazón batiente. Ella intenta
tirar la bola de fuego pero sos más rápida. Entonces, ambas desaparecen en una
nube de humo y fuego.
Hola ¿Despertaste ya? ¿No querés
hacerlo? Todos somos héroes y antihéroes.
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