Se
paró frente al bosque de árboles transgénicos. Un error de cálculo de las
empresas que quisieron “salvar” el mundo que ellos mismos habían diezmado. Era
un intrincado laberinto de ramas retorcidas y animales extraños. Su capa roja
flameante y su capucha carmesí la protegían de la lluvia radiactiva, aunque no
del resto de los peligros. De él, sobre todo.
Respiró
hondo. No había caminos seguros para llegar a la casa de su anciana abuela.
Ella estaba enferma y Caperucita (Cape para los amigos), le llevaba sus
medicinas. Una variedad de comprimidos y brebajes que le aliviaban el dolor de
un cáncer de pulmón avanzado por tanto fumar. Cape se preguntaba a veces para
qué tanto, por qué no terminar de una vez con esa vida postrada y solitaria.
Había
luchado mano a mano durante varias horas para conseguir los remedios. En este
mundo, la vida era peligrosa y no sólo por los hombres. Todo era una amenaza.
Así y todo, había obtenido una buena bolsa, con dosis para varios meses. Quizás
no fuera necesario volver por un tiempo. Lo deseaba, en realidad.
Cape
miró el cielo. Quedaban pocas horas de luz a pesar de que recién eran las dos
de la tarde. El aire viciado y las nubes tóxicas oscurecían la ciudad con
rapidez. Y el bosque. Entrar de noche era prácticamente un suicidio.
“¿Qué
hace que no llega?”, se preguntó
preocupada. Habían quedado en encontrarse y atravesar juntos el bosque. No por
ella. Ya estaba bastante “curtida”, pero el pequeño hombrecito era temeroso y
jamás había atravesado el lugar. “¿A dónde vas?”, le había preguntado ella y
él, la miró con esos ojos enormes que caracterizan a los hobbits y solo hizo
una sonrisa. “Bueno, a las dos yo cruzo. No te demores”. Cape era ruda cuando
se necesitaba. Las corridas del lobo y la indecisión del leñador la habían modificado
y ahora era una guerrera experta en bosques encantados o transformados
genéticamente.
Dio
un paso porque ya no podía esperar más y escuchó unos pies apurados detrás de
ella. “Ya era hora”, le dijo a Frodo con sequedad y sin detenerse. A propósito
dio trancos largos, solo para hacerle notar que ella estaba al mando. “¿Qué
asuntos tenés en el boque?”; le preguntó ella mientras que observaba
atentamente el entorno. En cualquier momento podía aparecer algo. En el mejor
de los casos, alguien con ganas de robar.
Agitado
Frodo respondió que del otro lado del bosque lo esperaba un amigo. Que
seguirían camino hacia la ciudad “destruida”. Cape se detuvo en seco y observó
al pequeño ser. “Si tan solo fuese más alto”, pensó y sonrió levemente. Ella
era hermosa cuando sonreía, aunque era una rareza. Frodo observó esa pequeña
mueca y suspiró. “Vas a ser carne de los ogros”, le dijo ella con dureza.
Caminaron
en silencio durante un rato. Cape estaba tensa, incluso su capa estaba alerta
si es que eso era posible. Frodo, junto a ella, miraba los enormes y retorcidos
árboles y agudizaba su oído. Nada se escuchaba y eso no era bueno. Ya no se
veía, más por la frondosidad del bosque que por el cielo encapotado. Cape sacó
una linterna y alumbró hacia adelante. “¿Cómo sabés que estamos en el camino
correcto?”, preguntó el hobbit con timidez. Ella se encogió de hombros y siguió
por uno de los miles de senderos. “Quizás sea intuición”, dijo finalmente
aunque la frase quedó ahogada por un ruido que venía de más adelante. “Mi
precioso”, se escuchó con total claridad y los caminantes se detuvieron en
seco. “¿Quién anda ahí?”, dijo Cape pero Frodo le tironeó de la ropa y le hizo
silencio con el dedo. Ella lo miró con desconfianza pero no dijo nada más.
Apagó la linterna y agudizó su oído.
El
silencio los envolvió como un manto tenebroso y espeso. Pesado. El corazón de
Caperucita latía acelerado, llegando hasta sus oídos. Retumbando en los
tímpanos.
“Mi
precioso”, repitió aquella voz rasposa y diminuta. Caperucita sintió que los
pelos de su nuca se erizaban. Era él, no había dudas. ¿Qué harían ahora? Ella
dio un paso pero con tal mala suerte que una rama se rompió. Smeagol escuchó y
se le hizo agua a la boca. Se colocó el anillo en su dedo y se desvaneció.
Enseguida identificó a sus presas y se abalanzó a ellas. Frodo desesperado
agarró la mano de Caperucita y la obligó a correr. Los dos emprendieron una
frenética carrera, errática, por sus vidas. Caperucita tomó ventaja, sintió que
el bosque se acomodaba a su cabeza. Tironeó ahora de la mano de Frodo, y
prácticamente lo hizo volar detrás de ella.
Sin
embargo, lo perdió enseguida. Un grito desgarrador y un ruido a miembros
arrancados de cuajo le dieron la certeza de que ahora estaba sola en ese lugar
maligno. Siguió corriendo mientras el vómito llegaba a su boca. No podía
vomitar. No era momento. Tragó saliva y continuó con el viaje. En plena
carrera, manoteó su daga, la que llevaba en el cinturón. Apretó fuerte el mango
del cuchillo mientras las ramas de los árboles le lastimaban la cara. Enseguida
se frenó, dio media vuelta y apuñaló al aire circundante.
Aterrada,
observó la daga suspendida en el aire y una sangre negra brotando de la
criatura herida. Como una brea espumosa. Vomitó lo que había almorzado mientras
Smeagol agonzaba. Tomó el anillo, lo miró maravillada. Dudó si ponérselo o no,
pero decdió guardarlo en el bolsillo. Por si acaso lo necesitaba alguna vez.
Secó
la transpiración de su frente y continuó camino hasta la casa de su abuela. Esa
sería la última vez que atravesaría el bosque. No porque el miedo la hubiese
invadido. No. Su abuela murió aquella noche y sola, Caperucita la enterró mientras
que al amanecer, buscó otro horizonte. Quizás en la ciudad Perdida. Quizás en
otro cuento de hadas.
– FIN –
Consigna: Deberás
reescribir «Caperucita». La trama debe transcurrir en un futuro
postapocalítptico. Y deberás incluir dos protagonistas de la saga «El Señor de
los Anillos».
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