Por Ricardo José Vega.
Elisa y Eulalia,
que sabían de amores
como de sandalias…
querían los colores
de todas las flores…
querían la fragancia
del bosque y del pino,
Elisa y Eulalia.
Sabían que tendrían
que beber el vino
de una cepa rancia,
y aún así insistían
sonriendo al destino
desde una muralla.
Elisa y Eulalia.
Siguiendo el camino
de las dos hermanas,
solitario monje
vió flores quemadas
por nieve y por frío
alejarse sobre
las aguas del río.
Cayeron las hojas
amarillas, rojas,
de muchos otoños
sobre los retoños
de las viejas cosas.
Campanas llamaron
solemnes a misa…
que nunca escucharon
ni Eulalia ni Elisa.
El bosque y el río
el pinar y el frío,
la aldea que despierta
cuando una ballesta
deja un ciervo herido.
Dos destinos juegan
con Tiempo y Ensueño,
- piedras coloridas -
círculo de fuego
los ojos atiza
de Eulalia y Elisa.
Las nubes olvidan
que las trajo el viento,
el arroyo teje
su tenue lamento,
pájaros serranos
su vuelo desmayan,
el monte cercano
- que contempla y calla -
sorprendidas miran
Elisa y Eulalia,
-que sabían de amores-
como de sandalias.
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