Por Robe Ferrer.
Droz Luna leía «Las aventuras de Sherlock Holmes» aquella tarde a la vez que escuchaba una canción de Spinetta, «seguir viviendo sin tu amor»; minutos antes había escuchado «Hey you».
Droz Luna leía «Las aventuras de Sherlock Holmes» aquella tarde a la vez que escuchaba una canción de Spinetta, «seguir viviendo sin tu amor»; minutos antes había escuchado «Hey you».
A
sus diecinueve años, aquella buhardilla era su Fortaleza de la Soledad
particular contra la soltería, donde disfrutaba de sus libros y su música. Dejó
el libro que leía junto al de «Cementerio de animales» que reposaba en la
mesita de café. Se acercó al poster de Leo Messi que tenía decorando la puerta
de entrada y lo arrancó de golpe. La cara del futbolista quedó rajada al medio.
El
último chico que le había roto el corazón no había vuelto a dar señales de vida
desde el mensaje que le había mandado a su teléfono móvil una semana atrás. En
él, cobardemente, le decía que su relación se había acabado. Desde entonces no
respondía a sus llamadas ni a sus mensajes. Lo había buscado por todo Adrogue,
pero era como si se lo hubiera tragado la tierra. Aquello había hecho que la
depresión se comenzara a apoderar de ella. No quería comer, no podía dormir y
lo único que le reconfortaba era pasar las horas leyendo en su buhardilla.
—¡Luna!
—la voz de su madre le llegó desde la cocina en la planta de abajo. Por el
tono, la chica notó que estaba enojada—. La mesa no se va a poner sola.
Odiaba
poner la mesa y más en el estado en el que se encontraba. No tenía fuerzas
mentales para enfrentarse con su progenitora, así que cerró el libro y salió de
la buhardilla. Su santa sanctorum quedó cerrado y esperando su regreso, pero
este no se produciría. Su Adrogué natal iba a quedar muy lejos en pocas horas,
pero ella aún no lo sabía. Un nuevo grito de su madre asustó a la chica. Temía
a aquella mujer cuando estaba enfadada. Aquellos ojos que la miraban destilando
odio, como encendidos en fuego le causaban pavor.
Desde
pequeña había temido a su madre y a sus ataques de ira. Cuando hacía algo mal,
ella le gritaba y la humillaba llamándola inútil, desgraciada y recordándole
una y otra vez que había sido una hija no deseada. Después de aquello, en
ocasiones la golpeaba y en otras la encerraba en el sótano, en lo que ella
llamaba el cuarto de las ratas. Allí
realmente no había ratas, sin embargo en una ocasión, durante las inundaciones
de 2011, ella estuvo allí castigada durante toda la tormenta y algunas ratas se
colaron allí escapando de la tromba de agua. Desde aquel día temía a las ratas
tanto como la ira de su madre.
—Perdoná,
vieja —le dijo la chica—, tuve que acabar de recoger algunas cosas de mi
cuarto.
La
mujer pareció conformarse con la excusa. Luna cogió dos platos, dos vasos y dos
juegos de cubiertos y se encaminó hacia la puerta para llevar el menaje hasta
el comedor. Entonces su madre la agarró por la cola de caballo con la que
adornaba su pelo y jaló hacia atrás. La vajilla se hizo añicos contra el suelo
y los cubiertos repiquetearon contra él cuando la chica dio un paso de
espaldas. Después su frente se estrelló con la encimera de mármol ayudada por
la mano de su madre. La sangre comenzó a brotar unos centímetros por encima de
su ceja.
—Cuando
yo te llamo, quiero que vengás enseguida.
—Soltame,
pelotuda —pataleaba la joven.
Otro
golpe llegó por parte de su madre, pero esta vez fue un fuerte puñetazo contra
las costillas, a la altura de los riñones. Después otro más. Luna seguía
revolviéndose intentando zafarse de su madre. La mujer adulta agarró una sartén
e intentó golpear la cabeza de la muchacha, pero esta, esperándose ese
movimiento se protegió con su brazo. El sonido metálico vibró por toda la
habitación.
Luna
se consiguió soltar de la presa de la madre e intentó ponerse a salvo. Una lluvia
de vasos calló sobre ella, que se protegía la cara con sus brazos. Cuando los
jarros se terminaron, la madre comenzó a buscar algo con lo que atacar a la
chica; momento el cual ella aprovechó para devolverle a su madre alguno de los
proyectiles que ella le había lanzado segundos antes.
Después
intentó abandonar la cocina, pero antes de que pudiera salir su madre atacó de
nuevo golpeándola con otra sartén en un hombro. La chica empujó a su madre
contra la nevera. Un nuevo golpe, esta vez con la mano vacía, atinó sobre la
oreja de su hija. La chica se tiró a morder el brazo de la madre y apretó con
todas su fuerzas. Un grito desgarrador se elevó hacia el cielo. La chica
continuó apretando cuando otro golpe se estrelló otra vez contra su oreja. Luna
soltó a su presa y la empujó, esta vez contra la encimera.
Las
discusiones, e incluso los golpes, entre ambas eran frecuentes, pero nunca
habían llegado a aquella magnitud. Discutían, se insultaban y alguna vez su
madre le había dado una cachetada, pero ahí se había acabado siempre.
La
madre agarró un cuchillo largo y afilado y lanzó varias estocadas contra su
hija, aunque todas erraron. Un nuevo empujón hizo caer a la madre y que se
golpeara en la cabeza perdiendo el conocimiento.
Aquello
había sido la gota que había colmado el vaso de la paciencia de Luna. Corrió
hacia su cuarto, sacó una gran bolsa de viaje y comenzó a llenar de ropa y
objetos de aseo. También recogió sus documentos personales y el dinero del que
disponía. Sin volver a pasar por la cocina, abandonó la casa para siempre.
Haciendo
autostop y cogiendo un autobús llegó hasta el aeropuerto de Buenos Aires. Allí
deambuló durante casi doce horas sin saber a dónde ir, hasta que encontró un
folleto tirado al pie de una papelera. Era de Japón, del bosque de Aokigahara.
Al principio no le llamó la atención hasta que llegó al párrafo donde decía que
aquel era conocido como el bosque de los suicidios. En él, se decía, habitaban
las almas errantes de las personas que había decidido acabar con su vida de una
manera temprana y terrible.
A
Droz Luna siempre le había fascinado el tema de los espíritus y las almas
errantes. Entonces decidió que viajaría a Japón y visitaría aquel bosque.
—Hola
—le dijo al hombre del mostrador—. Un billete para Aokigahara, solo ida.
Dos
días después la chica deambulaba por los parajes bucólicos de aquella zona
maldita del país del Sol Naciente. A pesar de haber ciertas zonas restringidas
al público, la chica consiguió burlar la seguridad y logró llegar hasta la zona
más profunda del bosque. La más interesante.
Según
las leyendas locales, allí, Yamatohime Mako, hija del emperador Koichi Mako, se
quitó la vida por culpa de un amor prohibido. Yamatohime se había enamorado de
un mozo de cuadra. Una relación prohibida llevada en secreto durante algunos
años, hasta que el Emperador convino el matrimonio con un príncipe europeo. La
joven escapó con su amante en una noche sin luna y se refugiaron en el bosque
de Aokigahara. Cercados por el ejército imperial, caminaron hasta el interior,
pero fue en vano. Los soldados los capturaron y bajo las órdenes del Emperador,
el mozo fue ahorcado allí mismo acusado del secuestro de la Princesa. La
muchacha, al observar impotente como su amante era asesinado, le arrebató la
katana a un soldado y se atravesó de parte a parte con ella. Bajo las lágrimas de su padre murió desangrada en
el interior del bosque. Desde aquel día el espíritu de la princesa se aparece a
las personas que visitan el bosque. Les pide ayuda para evitar que maten a su
novio y cuando no lo consiguen les quita la vida ahorcándoles del mismo árbol
del que colgaron al mozo de cuadra.
Luna
conoció aquella historia y quiso comprobar la realidad de la misma. Sabía que
era poco probable que un fantasma pidiera su ayuda y que si no se la prestaba
la asesinara, pero no tenía nada que perder.
Miró
en todas direcciones, sobre todo hacia arriba, en busca de la princesa o del
cadáver ahorcado de su amante, pero no halló rastro de ninguno de los dos. La
noche iba cayendo y la vista se le iba haciendo cada vez más corta; sin
embargo, el oído se le iba afinando debido al silencio del lugar. Entonces un
ruido la alertó. Tenía que ser un cuidador del parque que fuera avisando a la
gente que se acercaba la hora del cierre y debían de abandonar el lugar.
Luna,
lejos de querer irse, se ocultó entre unos arbusto. Tendida en el suelo y
tapada por algunas ramas, pasó inadvertida a los ojos del vigilante, no así de
otros ojos, más profundos y tenebrosos.
—¡Corre!
—le dijo una voz cercana. La muchacha se asustó y se puso en pie con el corazón
latiéndole con gran velocidad—. Estás en peligro, corre.
Miró
a derecha e izquierda pero no encontró al propietario de la voz.
—Aquí
arriba —le dijo de nuevo.
Miró
hacia donde le indicaban y se encontró con una silueta masculina que colgaba de
uno de los árboles más altos del lugar. En su busca anterior, no había reparado
en él porque estaba demasiado alto y oscuro. Luna emitió un grito y enseguida
se llevó las manos a la boca para acallarlo.
—¡Ayúdame!
—pidió la voz con dificultades respiratorias—. Me han colgado de este árbol y
me estoy ahogando.
—Conozco
tu historia. Los soldados del Emperador te han colgado ahí pensando que has
secuestrado al a princesa.
—¡NO!
Yo no he secuestrado a nadie —dijo—. Ni soy un fantasma como dice la leyenda.
Me llamo Akira Nohara y vine desde Tokio a visitar el bosque.
—Voy
a buscar la forma de bajarte de ahí.
La
chica comenzó a mirar los árboles cercanos en busca del otro extremo de la
cuerda del que pendía el joven, pero no encontró nada. Decidida, empezó a
trepar por el tronco del árbol del que suponía que colgaba el chico. Cuando
llegó a las primeras ramas y se tomó un descanso, escuchó otra voz, esta vez
femenina.
—¡Nadie
nos volverá a separar jamás! —le dijo—. Mi padre ya lo intentó, pero fue en vano,
porque yo conseguí unirnos para siempre. Mataremos a todas las personas que lo
intenten.
—Yo
no quiero separaros —argumentó Luna—. Solo quiero salvar la vida de ese
muchacho, que creo que tampoco tenía intención de separaros.
—Son
muchos los que lo han intentado y no lo hemos permitido —dijo ahora otra voz de
hombre: el amante de la princesa Yamatohime.
—No
os miento. Yo no quiero separaros, y seguramente nadie de los que por aquí
pasean lo intente. De hecho lo que se cuenta es que la princesa pide ayuda a
los vivos para evitar que el Emperador te mate. La gente no quiere separaros,
si no ayudaros.
—¡Ayúdame!
—pidió el chico ahorcado.
—Dejad
que le baje de ahí. Va a morir y, al igual que vosotros, seguro que está
enamorado y alguien lo espera en su casa, no hagáis lo que os hicieron a
vosotros. Permitid que viva y así vosotros podréis continuar viviendo vuestro
amor eterno ahora que sabéis que nadie
os quiere volver a separar.
Y
así lo hicieron. Como flotando, el muchacho llegó al suelo y quedó tendido inconsciente.
Luna descendió por su propio pie y se arrodilló a su lado.
—No
temas —le dijo el espíritu de la princesa Mako—. No está muerto. En breve
recuperará el sentido y no recordará nada de lo sucedido. Gracias por salvar
nuestro amor.
Los
dos espíritus se desvanecieron. El chicho fue abriendo los ojos mientras estos
iban enfocando la imagen de la chica más guapa que jamás había visto y la que
sería el amor de su vida.
--FIN--
Datos del receptor:
Nombre:
Droz Luna.
Edad:
19 años.
Lugar
de nacimiento: Adrogue, Argentina.
Estado
Civil: Soltera
Libros:
Cementerio de animales y Las aventuras de Sherlock Holmes
Canciones:
Seguir viviendo sin tu amor(spinetta) hey you (pink floyd)
Miedo:
A mi Mamá y a las ratas.
Lugar:
Aokigahara (bosque del suicidio en Japón)
Aficiones:
La literatura y el fútbol
Consigna: Relato
romántico con final feliz
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