Por Irene Dantés.
Despertó esa mañana con la horrible y conocida sensación de haber recordado algo muy importante. No sabía bien qué era ese algo y al momento en que abrió los ojos el algo se difuminó en la niebla de la zozobra. El hálito de su propia respiración le dijo que había nevado durante la noche y que con toda seguridad, tendría que despejar la entrada a su casa. Estiró los músculos tratando de recuperar eso que se le había escapado, pero el recuerdo ya no estaba.
Despertó esa mañana con la horrible y conocida sensación de haber recordado algo muy importante. No sabía bien qué era ese algo y al momento en que abrió los ojos el algo se difuminó en la niebla de la zozobra. El hálito de su propia respiración le dijo que había nevado durante la noche y que con toda seguridad, tendría que despejar la entrada a su casa. Estiró los músculos tratando de recuperar eso que se le había escapado, pero el recuerdo ya no estaba.
Mientras
preparaba el té de manzanilla que le ayudaba a mantener el calor dentro del
cuerpo su mirada se posó en la máquina de escribir. Trató de recordar si ella
la había comprado, si se la habían regalado o si estaba en la cabaña cuando llegó.
Desechó las ganas de averiguarlo y se enfocó en la tetera sobre el fuego. El
calor le recordó que había leña recién cortada en el cobertizo y que podría
encender la chimenea. Tomó una cobija amarilla y se la echó en los hombros. La
leña podía esperar. Aun no salía el sol y el frío se le colaba por todas
partes. No tenía ganas de salir y mojarse los pies en la nieve y regresar
congelada.
Ya
con el té servido, se permitió mirar por la ventana. El mar entraba por el
fiordo llevando más espuma de lo normal. El agua, cristalina por lo general en
la orilla del lago, ahora parecía turbia y un poco escarpada. Pensó que con el
frío que estaba haciendo los peces estarían congelándose. De algún lado su
cerebro sacó la imagen de peces bailando en el fondo del mar y un pequeño
cangrejo tocando unas trompetas animadas. Sonrió a la ventana, y su propio
reflejo le regresó la sonrisa.
La
entrada a su casa estaba cubierta de nieve, pero no tanta que no se pudiera
pasar. Un pequeño pájaro se posó en el poste del camino y comenzó a picotear… tac, tac, tac... pensó que quizá, años
atrás, se sentiría complacida al ver al bello pajarito…tac, tac, tac… pero ahora su cabeza la llevaba de nuevo a mirar
adentro de la casa…tac, tac, tac… una
parte de ella quería ver que el ave encontrase el insecto que buscaba… pero su
atención seguía desviándose, hacia la mesa, hacia el papel, hacia la máquina de
escribir. Al final cedió a la tentación y se acercó a ella. Tenía una hoja
puesta en el carrete, le faltaba la tecla del número 5, y alguien había llenado
el logo de Olivetti con corrector
líquido, alguien había escrito Paloma
con bolígrafo azul y letra juvenil, tardó unos minutos en recordar que ella
también se llamaba Paloma y se sintió feliz de tener una máquina de escribir
que había pertenecido a alguien con su mismo nombre.
Alguien
había escrito algo en la hoja del carrete. Las letras un poco irregulares
bailaron ante sus ojos por unos segundos, mientras trataba de encontrarle
sentido a lo leído.
“…fueron las mujeres del pueblo las
que llevaron a José al escondite subterráneo que llevaban meses usando, justo
debajo de la iglesia. Si el padre Manuel hubiese sabido que cada domingo
celebraba misas encima de un matadero, y confesaba a los hombres los sábados mientras
orgías depravadas se llevaban a cabo debajo de él, se habría suicidado un año
antes y no ese viernes santo cuando los malos espíritus le obligaron a cortarse
las venas…”
Paloma
se sintió inquieta. Tuvo la certeza de que cada mañana alguien le escribía esas
historias durante la noche para que ella las continuara por la mañana. Pero ya
no más. Esa mañana, con el mar inquieto, el lago a punto de congelarse y la
entrada cubierta de nieve, Paloma decidió que no seguiría el juego y que cuando
el escritor fantasma que la atormentaba con historias de muertes y asesinatos
llegara en la noche encontraría la historia tal y como la había dejado.
Tac, tac, tac…el
ave seguía picando afuera…tac, tac, tac…
¿Pero
que le había pasado al tal José? ¿Qué pasaba en ese subterráneo? ¿Por qué se
había matado el padre Manuel?
Quería
saberlo. Quería entender… así que se sentó ante la máquina y buscó las otras
hojas, sabiendo que en algún lugar estarían las páginas escritas que le dirían
quién era ese José y qué hacía en ese pueblo lleno de mujeres perversas.
Comenzó a jugar con su anillo, aquel que alguna vez había significado algo,
quizá un joven hermoso se lo había regalado, o quizá lo había comprado en algún
lugar, o quizá estaba casada… eso no importó por el momento… tac, tac, tac…comenzó a escribir.
Descubrió
que ella sabía qué era lo que querían esas mujeres malvadas, descubrió que su
fuerza de voluntad no era como ella pensaba y que el escritor fantasma estaría
complacido en la noche al revisar su avance.
Quiso
arruinar la historia y torcerle las tuercas al hilo argumental pero era tan
interesante que no pudo apartarse de la forma que ya comenzaba a adivinar.
Cuando la Marieta, uno de los personajes, estaba con los pechos al aire a punto
de golpear el rostro de José, llegó él.
—¡Mierda! —dijo
con voz temblorosa—
¡Se me congela el culo! ¿Pero qué necesidad hay de estarte aguantando?
Paloma
apenas le prestó atención.
—¿Has comido algo? —hubo respuesta y él no insistió más en
tratar de comunicarse.
Ella
no dejó de escribir. De pronto a su lado apareció un tazón de sopa de pescado y
un pedazo de pan, pero ella siguió con el tac,
tac, tac… con su propia ave mental buscando alimentarse a picotazos de una
historia que ya estaba ahí cuando ella despertó.
No
supo cuántas páginas había escrito cuando sintió hambre y por reflejo tomó la
sopa que ya estaba fría. La casa se sentía cálida y notó que el fuego en la
chimenea estaba encendido. Afuera se escuchaban los pasos de alguien que
acarreaba leña y el constante y cada vez más fuerte rumor del agua. Pero ella
volvió a lo suyo.
Después
de un rato sintió ganas de ir al baño, pero justamente el nuevo sacerdote
acababa de ser nombrado en la historia y Paloma aún no decidía si matarlo o
dejarle descubrir lo que había en el sótano, así que se hizo en el pijama. El
calor líquido que salía de su entrepierna le sacó de concentración, su cerebro
trataba de coordinar las acciones a realizar como limpiarse, ponerse ropa
limpia, tirar la sucia en el lago antes de que él se diera cuenta, pero al
mismo tiempo su cuerpo se paralizó de terror y comenzó a gritar de miedo.
Afuera los pasos se acercaron a la puerta y él entró a toda prisa.
—¿Qué has hecho, Paloma? ¿Te has vuelto a
hacer en los pantalones? —exclamó
el hombre cada vez más alterado—
¿Es que eres idiota? —y
le soltó un puñetazo que la dejó inconsciente.
Despertó
horas después cuando el sol ya se había metido y en la chimenea solo quedaban
algunas brasas. Le dolía la mandíbula y la cabeza le daba vueltas. Apartó las
cobijas y no se dio cuenta de que llevaba pijamas limpias, ni de que estaba
hambrienta de nuevo. El rumor del agua le hizo apartar la cortina y ver por la
ventana como el lago había crecido debido a la marea. El fiordo se desbordaba
al fondo, embravecido el mar a lo lejos amenazaba la costa del lago que se
agitaba violentamente. Se olvidó del frio y la nieve, del ave que ya no estaba,
de la oscuridad que se cernía sobre el valle y solo pensó en escapar. Tenía que
subir cuesta arriba, alejarse del agua, el fiordo se inundaría llevándose todo,
incluida la cabaña por en medio.
Encontró
su cobija amarilla y al echársela a los hombros vio que otra vez había una
historia inconclusa en una hoja pálida salpicada de letras en el carrete de la Olivetti. Pero no le importó, tenía que
salir de ahí.
Al
abrir la puerta, el gélido aire le golpeó en el rostro con más dureza que el
puño de él. Tampoco le importó. En pantuflas corrió por el camino, rodeó la
cabaña y se internó en el bosque. Después de unos minutos giró la vista y
sonrió al ver que el agua azotaba ya con furia las paredes de la casa y se
felicitó por haber salido a tiempo. No había otras construcciones en su
frenético recorrido, ni un alma que notara a la mujer que se alejaba de la
orilla, huyendo de todo y de nada, puesto que todo lo que había en esa casa no
significaba nada para ella.
A
sus espaldas el agua seguía subiendo y muchos árboles cedieron a la corriente
que ya de llenaba de astillas cuando los troncos tronaban con el peso del
líquido, pero Paloma no dejó de correr. Corrió aunque los dedos de los pies le
dolían. Corrió aunque el viento helado le congelara el aliento. Corrió aunque
el frío le calara en los huesos. Corrió hasta que se sintió segura, mientras
que el lago seguía destrozando todo detrás de ella.
Despertó
en medio del bosque, con la sensación de haber olvidado algo importante. Ya no
sentía las manos ni los pies, pero tampoco sentía frio y al momento de abrir
los ojos le volvieron cuatro años de memorias perdidas entre arañazos de
olvidos involuntarios. Se estremeció al recordar que ese día había sido
diagnosticada con Alzheimer y que iba
distraída pensando en cómo organizar su vida o lo que le quedaba de ella.
Recordó
el haber salido de la Universidad con las notas del día bajo el brazo y las
llaves del automóvil en la mano. El golpe que le dio el desconocido antes de
poder pedir auxilio. El olor a cloro que despedía su mano cuando le tapó la
boca y la obligó a entrar al auto. Le dolió el cuerpo cuando su memoria le
trajo los años de golpes y vejaciones, como la obligó a vaciar sus cuentas y el
camino hacia el fiordo. Sus muñecas le recordaron que la tuvo muchos meses
encadenada y su piernas todo el tiempo que estuvo pateándola.
La
máquina la compró él después de escucharla contar historias de las que después
no se acordaba. Para tenerla tranquila le llevaba hojas y cinta para la Olivetti. Él la ayudó a olvidar, con
cada golpe y cada abuso sus memorias se esfumaban, olvidó el rostro de su
padre, el de su marido, el propósito de su vida... y ahí, tirada en la nieve
inmóvil, se sintió por primera vez libre
en muchos años. Supo que iba a morir de frio. Pero lo único que le importaba
era no escuchar el tac, tac, tac que
sus dedos hacían mientras tejía historias que su cabeza creaba para ayudarla a sobrevivir.
Cerró los ojos dando la bienvenida a la oscuridad definitiva.
—Feliz navidad, Paloma —susurró con su último aliento, contenta
de darse cuenta de que ya no recordaba el rostro de ese hombre.
--FIN--
Datos del receptor:
Nombre:
Paloma Celada
Aficiones:
Senderismo y patinaje sobre ruedas
Lugar
donde se desarrolla la acción: Fiordos noruegos
Lugar
de nacimiento: Madrid
Estado
civil: casada
Trabajo:
investigación científica en la universidad
A
qué tengo miedo: al mar embravecido en general y a ser sepultada por una ola
gigante en particular.
Libros:
El señor de los anillos y La casa de los espíritus
Canciones:
La planta 14 (Víctor Manuel) Soldadito de plomo (Cecilia)
Películas:
Amélie y Enemigo a las puertas
Consigna: Relato
dramático con una enfermedad de fondo.
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