sábado, 6 de octubre de 2012

Una carta obscena


Por Álvaro Salandy.



Querida tía Sandra, me parece excelente que le exijas el dinero que te debe mi madre. Fue un error de su parte haberlo pedido y no pagarlo lo más pronto posible. Lo que no parece justo es el maltrato constante al cual nos estas sometiendo. ¿Quieres saber qué me maltrata? Tu hipocresía, tu falso amor, tu descomunal descaro al presentarte como una amadora de tu patria lejana, tú familia querida y tus hermanas virtuosas. Cuando te escucho en conversaciones telefónicas con alguno de mis primos se me retuercen las tripas, porque al contrario de ellos, sí sé lo que en realidad piensas: tu patria hedionda, tu familia de mojigatos y tus hermanas poca cosa.  
Lamento no tener otra opción sino el lenguaje soez y vulgar hacia ti. Llamarte puta rastrera sería un insulto a las putas y a los animales rastreros. Pero no escribo para insultarte, escribo para rogarte que te quites la careta, que descubras ante todos lo que en realidad eres. No puedes imaginarte la cantidad de veces que he barajado la idea de que estas siendo dominada por él –tío Leocadio– y sus deseos más viles.
Durante mi estadía con ustedes logré detallar sus colores más variados, es ciertamente un camaleón y un experto en la manipulación. Enmascarada en un aura pseudo espiritual él esconde su vileza con una gracia forzada. Tía, no quiero darle más preámbulo a esto: ¿recuerdas las muchas veces que intentó hacerme tener sexo contigo? Por el puro placer de presenciar incesto además de ver a otro hombre cogerse a su mujer. Yo lo recuerdo vívidamente, con arcadas en el estomago y para que negarlo con cierta dureza en el pene.
También es una de sus técnicas favoritas, racionalizar:
-          El puritanismo católico te tiene atascado Oliver.
Me decía una y otra vez ante sus intentos fallidos. Con argumentos antropológicos racionalizaba el erotismo bajo cualquier concepto y forma. Me pregunto qué cosas te habrá hecho hacer una vez racionalizadas y detalladas como una experiencia de crecimiento personal y espiritual. Durante un fin de semana mientras trabajabas me preguntó varia veces:
-          ¿Acaso fuiste manoseado por algún cura Oli? Tú pasabas mucho tiempo en la iglesia cuando eras pequeño, ¡coño! hasta fuiste monaguillo.
-          No tío, al cura de mi parroquia no le gustaban los gorditos.
Logré rehuir de esas y de otras racionalizaciones pro sexualidad abierta como:
-          Los monjes tibetanos se cogen todo el tiempo. ¿sabes coger por el culo no puede ser tan malo? Si tanta gente lo hace.   
No puedo anticipar tu reacción ante semejantes líneas. Pero no es un secreto a pies juntilla lo de su perversión; mi tía Miriam dijo una vez que él quiso estar con ella una de las veces cuando vino a visitar a la familia. Pero, como suele ocurrir en esta familia de locos donde caímos de eso no se habla. ¡Oliver! no te sigas metiendo con la familia, escucho a mi abuela riñéndome desde el fondo del salón. Permítanme una más, porque precisamente esta involucra a la abuela.
Hace una cinco años te visitamos, la abuela y unos parientes más a tu casa en la playa, a pesar de que llegamos un viernes por la noche, nos marchamos el sábado por la tarde luego de las implacables insistencias de la abuela por marcharse. Tú entendías lo que había ocurrido, pero ninguno de nosotros lo entendió sino hasta después: al llegar a tu casa de playa nos presentaste a Carolina una muchacha de la comunidad que se quedaba en casa para ayudar con los quehaceres, si tendría catorce años es mucho. Ocurrió que tarde en la noche después de las muchas reprimendas para salir del agua, todos dormían, excepto la abuela.
Ahora bien, lo que ella confesó haber visto ha pasado por varios oídos y numerosos murmullos pero se resume en: la niña gemía bajo el peso de Leocadio, éste la embestía con alaridos de gusto mientras Sandra apretaba los limoncitos de la carajita. Como para salir corriendo y eso exactamente hizo la abuela. Si hoy de casualidad le preguntas algo sobre el tema, rehusará saber de que hablas y se valdrá de su proximidad al estado senil para hacerse la no enterada.
¿En qué se ha convertido esto? En una carta obscena. Le recordaré a mi madre que te haga el pago del dinero que tanto dices necesitar. Si de verdad es una necesidad imperiosa, lo siento. Imagino que es algo relacionado con tú salud o la de él. Creo que todavía puedes hacer algo por escapar de esa situación.
Ahora además estarás ansiosa de saber cómo me he enterado del dinero, de la cobranza. Bueno efectivamente  habrás oído que estoy en la cárcel de Ciudad Capital, cumplo condena básicamente por depravado y violador. ¿Recuerdas a Mariana Ortiz? La maté, mi vecina de infancia, con quien jugué el patio varias veces a las escondidas.
A los pocos meses de mi retorno a Ciudad Capital, me mantuve callado, austero y lejano. Mi actitud resultaba intrigante para todo el que me conocía y ahora no me reconocía, después de los primeros días mis amigos y los allegados a la familia dejaron de visitar, de invitarme. Volver no es así de fácil; algo que ocurre y ya esta, una parte de mí estaba de camino a Ciudad Capital, tal vez en medio del océano ahogándose en sal y viento. Me sentía fuera de lugar, como un saco de huesos presa de una gravedad ilimitada, mi rostro siempre al suelo y mi aspecto fue empeorando con las semanas, desaliñado y con una barba larga, la mayoría del tiempo me dejaba la ropa sucia durante días. Mariana tiene una hija de tres años, un poco más que el tiempo que estuve fuera. Alicia se llama. Durante una mañana de domingo Alicia y Mariana pasaron rumbo a la Iglesia evangélica Shalom y me llamó mucho la atención un vestido azul pardo que llevaba la niña, las miré pasar frente a casa y no me percaté de la mirada de Mariana, protectora, preocupada.
Esa noche tocaron la puerta de la casa de forma agresiva, mi madre estaba fuera de la ciudad, trabajando así que me hallaba sólo, era Mariana, me habló en un tono fuerte y seco lleno de rabia y asco:
-          Oli no quiero que nunca más mires a mi hija.
-          No la miraba a ella, sino al vestido. –empecé a responder, y sin esperar me gritó-
-          ¡Eres un depravado y un cochino!
Créeme tía, escuchar el tono de asco y desprecio en su voz me regresó a la infancia más cruel que pueda vivir un niño gordo y un poquito afeminado, cuando los muchachos grandes me llamaban afeminado, maricón. Y lo peor de todo fue; DEPRAVADO, DEPRAVADO, en letras rojas y grandes sobre mí.
-          Yo no la,…
-          Si la veías cochino, ni siquiera tiene tu identidad sexual definida.
Maldita sucia, la maldije en mi corazón tía y no sólo eso, le agarre el pelo y me lancé con ella al suelo, en mis recuerdos conservo solamente las imágenes de su cara pegando contra el piso infinitas veces, sus gritos colgando desde la puerta de mi infierno, la oscuridad me tomó despiadadamente y nunca solté su cuerpo hasta que sentí el vacío en mis manos, de pronto no era un cuerpo vivo sino un saco de cochinadas, de sangre y huesos rotos, de sesos esparcidos por el granito. Se arremolinaron sobre mi los vecino traídos por el escandalo y la sangre, el olor de la sangre es dulce tía, es atractivo y nadie lo puede negar, aquí en la cárcel lo huelo siempre.
Dijeron que había violado a la pequeña Alicia y lo negué, con suerte se pudo probar eso, confesé el asesinato y mi condena es de treinta años, tía cuando salga espero visitarte, espero que vivas largo y dulce, hablaremos de ti y de tus gustos sexuales. No olvidaré jamás tus proposiciones, tu dulce mano pajeándome mientras me hacia el dormido, te comiste mi leche esa vez. Mira, supongo que si soy un pervertido, un depravado.  El dinero era para pagarme un abogado capaz de sacar esta carta y llevarla hasta donde estas, el abogado era un paripé, una falacia. Comprendes de eso más de lo que creo. Nos veremos.


Fin

1 comentario:

  1. Dura misiva. La venganza está a la vuelta de la esquina.
    Muy bueno, Álvaro.
    Saludos.

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